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El uso del papel moneda y la inflación

Las primeras experiencias con billetes de banco fueron catastróficas. Prácticamente todos los gobiernos que adoptaron este nuevo tipo de circulante cayeron en el fatal error de emitir billetes en cantidad tan elevada que ocasionaron una sensible pérdida de su valor. A veces las emisiones excesivas se manifestaron como el único camino posible cuando la situación económica resultaba incontrolable. Han sido muy frecuentes las circunstancias de este tipo en los dos últimos siglos, y recientemente se han repetido en diversos países, sobre todo en Sudamérica, por ejemplo en el Brasil y en la Argentina, y entre los Estados del ex bloque comunista, incluida la hoy disuelta Unión Soviética.

La inflación en América Latina

Muchos expertos vinculan las actuales hipeñnflaciones de los países de América Latina a su elevadísima deuda externa. En este caso, la culpa se reparte equitativamente entre quienes gestionaron los préstamos, esto es, los gobiernos de esos Estados y quienes se los concedieron. Se trata de una larga historia que se inició en 1973, cuando se hizo evidente la completa dependencia del mundo occidental de los suministros de petróleo de los países árabes. Aquel año, la OPEP, la organización que reúne a los Estados productores del oro negro, decidió golpear a las naciones occidentales, culpables de sostener políticamente a Israel. Una de ¡as primeras disposiciones fue la cuadruplicación del precio del petróleo, que permitió a los países árabes acumular en pocos años enormes capitales, del orden de decenas de miles de millones de dólares, que en parte gastaron en rearmarse, mientras que la proporción más elevada se depositaba en los principales bancos europeos, especialmente en los ingleses. Europa vivía un período de gran depresión económica, debida a la llamada estanflación o suma de los efectos del estancamiento y de la inflación. En esta fase el desarrollo económico se detiene: la demanda disminuye, caen la producción y la exportación y aumenta el paro. A ello se añaden los efectos de la inflación, esto es, la pérdida del poder adquisitivo de la moneda y la consiguiente alza de los precios. En esta situación, los bancos europeos, y en parte también los de Estados Unidos, tenían notables dificultades para colocar las elevadas sumas depositadas por los productores de petróleo. Las instituciones de crédito optaron por conceder préstamos a los países del Tercer Mundo, que precisaban de todo y carecían de medios para pagar las importaciones de petróleo. Estos préstamos implicaban notables riesgos, porque pocas de las empresas que operaban en esas naciones tenían posibilidades de garantizar el pago de los intereses y el reembolso del capital, Por este motivo, los banqueros prefirieron prestar los fondos directamente a los gobiernos y a las empresas públicas, Entre las numerosas peticiones, se escogieron algunos Estados considerados relativamente más seguros, y entre ellos los de América latina. A los préstamos se les aplicaba una tasa de interés que tomaba en cuenta la solvencia del país deudor. Los bancos públicos que otorgaban los préstamos empleaban bastante tiempo para conceder las sumas: en efecto, reclamaban garantías sobre la estabilidad política y la aplicación de planes concretos de inversión para el desarrollo y la industrialización. Los bancos comerciales, con numerosas filiales en todo el mundo, aplicaban, en cambio, métodos más rápidos, con lo que el número de beneficiarios de los préstamos aumentó notablemente. Al cabo de pocos años, el monto de la deuda de los países en vías de desarrollo superó los 70. 000 millones de dólares, y empezaron a surgir dudas acerca del abono de los intereses y, sobre todo, de los capitales prestados. Para complicar la situación, estalló la revolución iraní; al faltar temporalmente su elevada producción de petróleo, el precio de este combustible se duplicó. Las consecuencias más manifiestas afectaron precisamente a los Estados de América latina, en gran parte gobernados por dictaduras, que comenzaron a declararse insolventes. Fue necesario diferir los vencimientos y conceder más créditos, pero las inestables y débiles economías de esos países no podían soportar el peso de los enormes intereses que, acumulados, elevaron la deuda a más de un billón de dólares, en gran parte, hoy puede afirmarse, irrecuperables.

Convivir con la inflación

Los casos de hiperinflación son normales en países como el Brasil, la Argentina o el Perú, hasta el punto de que cabe hablar de una convivencia con la inflación, que agrava la ya dolorosa situación de los estratos menos pudientes. Hoy día, es del todo normal para los habitantes de estos lugares, vivir directamente la progresiva reducción del valor de su moneda, mediante el creciente número de ceros que aparecen en los billetes. Los préstamos @, diseñados no sólo causaron la hiperinflación y la continua renovación de la moneda: detrás del pago de los enormes intereses acumulados está, por citar uno de los ej’emplos más espectaculares, la explotación de la Amazonia, cuya madera es uno de los bienes más preciosos puestos en venta por el Brasil precisamente para afrontar las deudas. Pero no fueron sólo los países endeudados los que sufrieron las consecuencias del nefasto mecanismo de los préstamos, sino también numerosas instituciones de crédito. En efecto, las más pequeñas de entre éstas empezaron a quebrar a comienzos de los años ochenta. Todo ello demuestra hasta qué punto es frágil el sistema monetario y bancario, y cuán delicadas y amplias son sus conexiones. Obviamente, la inflación no la provocan sólo los préstamos a sistemas políticos y económicos inestables. Entre las demás causas importan~ tes, las guerras han desempeñado un papel relevante. Un terrible ejemplo lo brinda la ex Yugoslavia, donde la guerra civil está asestando literalmente el golpe de gracia a la ya desastrosa economía. El dinar yugoslavo nunca fue una moneda fuerte: ya a finales de los años ochenta, el hundimiento del sistema económico socialista adoptado en Yugoslavia, aunque más descentralizado respecto de los poderes que las demás economías colectivistas, provocó una inflación galopante. Para hacer frente al enorme aumento de los precios, el Banco nacional hubo de aumentar progresivamente el valor nominal de su papel moneda, hasta el punto de que a finales de 1989 circulaban billetes de 500. 000 y 1. 000. 000 de dinares. En 1990, cuando la guerra civil ya estaba en puertas, apareció la última serie con los epígrafes en las cuatro lenguas oficiales: serbio, croata, esloveno y macedonia. Se llevó a cabo a toda prisa una reforma monetaria, que instituyó el nuevo dinar, correspondiente a 1 0. 000 viejos, pero se trató de una medida escasamente práctica. En 1991, Eslovenia y Croacia declararon la independencia, y Bosnia hizo lo mismo el año siguiente, desencadenándose con ello la guerra civil, acaso latente desde hacía muchos años, entre otras causas por el resentimiento de la mayoría de la población hacia el gobierno comunista de Beigrado. La concurrencia de los desdichados efectos de la guerra y del embargo decidido por las Naciones Unidas, ha impulsado al Banco estatal de la nueva Federación yugoslava, formada por Serbia y Montenegro, a emitir un billete de 50. 000 millones de nuevos dinares, para hacer frente a una hiperinflación que, en 1993, alcanzó ¡el 1. 000 % mensual! Desde hacía décadas no ocurría en Europa algo parecido. Otras deudas, contraídas forzosamente por Alemania al término de la Primera Guerra Mundial, causaron una de las inflaciones más espectaculares de la historia. El tratado de Versalles, de 1919, impuso a aquel país el pago de reparaciones de guerra por valor de 132. 000 millones de marcos oro, como los que circulaban antes del conflicto, una cifra disparatada que, obviamente, jamás se pagaría. Alemania estaba económicamente de rodillas. El gobierno se vio obligado a emitir una cantidad creciente de papel moneda que perdía valor a una velocidad de vértigo. El ritmo demencia¡ de la inflación viene testimoniado por el cambio del marco respecto al dólar: en 1919 por un dólar se pagaban 16 marcos, mientras que en 1922 esa cantidad había ascendido a 7. 650. En 1923, el año más trágico, el cambio se incrementaba de mes en mes: de junio a agosto un dólar pasó de valer 75. 000 marcos a 1. 100. 000, en octubre valía ya 242 millones, y en noviembre llegó a los 4, 2 billones. Los billetes emitidos por el Reichsbank se imprimían en valores de millones, miles de millones y billones. En diciembre de 1923 circulaban casi 500 triliones de marcos, a los que cabe añadir una cifra acaso superior en forma de notgeld, o sea moneda de emergencia. Al término del segundo conflicto mundial, en Hungría sucedió algo peor. En el transcurso de los primeros meses de 1946, la pérdida de valor de la moneda nacional, el pengo, alcanzó niveles insólitos: se llegó a imprimir el valor de mil millones de B-pengo, o sea ¡mil billones de pengo!




Monedas con contraseñas y cistóforos

En las monedas romanas se encuentran a menudo contraseñas. Se trata de símbolos, figuras o letras que se grababan en una segunda fase, en piezas ya acuñadas. Conviene distinguir entre las contraseñas privadas y las oficiales, efectuadas por el Estado. Las primeras se realizaban con un punzón en frío, y las segundas, más frecuentes, se grababan en caliente, llevando la moneda a una temperatura que, sin llegar a fundirse, admitiera los signos de la contraseña. Durante el período imperial romano, abundan los ejemplares de bronce con contraseña, sobre todo para la época comprendida entre los reinados de Nerón y de Galieno (siglos 1-111), mientras que las contraseñas son más raras en las monedas de plata. Hasta hace poco tiempo se creía que no existían monedas de oro con contraseña, pero en 1989 se descubrió un áureo de Tiberio (años 14-37) en el que resultan evidentes dos letras impresas con un punzón de 3, 5 milímetros de diámetro.

Por que se ponían contraseñas en las monedas

Son diversos los motivos por los que se ponían contraseñas en las monedas, esto es, por qué se modificaba con un elemento muy visible una pieza ya completamente acuñada y utilizada para el cambio. La contraseña podía ofrecer una garantía añadida sobre la bondad del metal y su peso, o podía autorizar un nuevo lanzamiento al mercado de monedas ya retiradas, cuando faltaba el metal para la acuñación de nuevo numerario. Podía suceder también que tras la muerte de un emperador aún no estuvieran dispuestos los cuños con el retrato de su sucesor: mientras tanto, se hacían circular monedas acuñadas bajo el emperador difunto, con una contraseña consistente en el nombre del nuevo soberano. En otros casos, las contraseñas atestiguaban la adhesión a un determinado partido político: tal es el caso de algunos punzones que aparecen en monedas del año 69, el agitadísimo año de los cuatro emperadores. En este período, el vacío de poder y la confusión política fueron tales y de tal magnitud, que se acostumbraba testimoniar la fuerza adquirida por el partido de cada uno mediante una contraseña en las monedas, el vehículo propagandístico más influyente de aquellos tiempos.

Los cistoforos

Entre las monedas denominadas imperiales griegas (úrbicas, coloniales, provinciales) se cuenta asimismo el grupo de los cistóforos. Se trata de monedas de plata que toman el nombre del peculiar tipo que las distingue: la cista (un recipiente de forma cilíndrica), de la cual sale una serpiente. Esta original iconografía se relaciona con el culto de Dionisos, puesto que en las diversas versiones mitológicas vinculadas a este personaje (llamado también Baco) se hace referencia a marañas de serpientes que, por encanto, aparecían al manifestarse el dios, honrado como patrono de la naturaleza y como dispensador de vida y de vino a los hombres. El culto de esta divinidad se pierde en la noche de los tiempos, y es verosímil que desde el mundo oriental llegara a Roma y a los territorios controlados por ella. El cistóforo sigue prácticamente el mismo itinerario: nacido hacia el año 200 a. C. en las ciudades de Asia Menor que formaban parte del territorio de Pérgamo, se extendió con rapidez a Misia, Frigia y Lidia, hasta qué fue adoptado también por los romanos, que habían llegado a Anatolia. Al principio, estas monedas no llevaban otra indicación epigráfica que el nombre de Filetero, el fundador de la dinastía de Pérgamo. Esta representación agradó a los romanos, que continuaron la acuñación aun después de crear la provincia de Asia (año 133 a. C.), y realizaron las emisiones en nombre de los magistrados o los emperadores. De Marco Antonio a Septimio Severo se encuentran ejemplares de esta serie caracterizada por el peso basado en la metrología griega, puesto que se trata de tetradracmas. En las monedas romanas, no siempre está presente la cista mística: por ejemplo, en las primeras emisiones, en nombre de Augusto, aún la encontramos, pero en las posteriores tiende a desaparecer. Muy pronto, también en la otra cara se va alterando la iconografía original de las dos serpientes que rodean imágenes de tema variado. Este elemento, después de haber caracterizado los cistóforos griegos, aparece por última vez de forma completa en las monedas de Marco Antonio y de su esposa Octavia (casada con él en el año 40 a. C. y repudiada en el año 32 a. C.). Los principales centros de producción de los cistóforos fueron Pérgamo y Éfeso. Y, en efecto, a menudo en los cistóforos de época imperial aparecen evidentes referencias a esos centros. En una pieza acuñada en tiempo de Adriano (años 1 1 7-138) domina, por ejemplo, la estatua de Diana de Efeso, claramente citada además en la leyenda , Diana ephesia), flanqueada por dos ciervos, animales consagrados a la divinidad. Con el tiempo, la iconografía de los cistóforos se uniformiza con respecto a la de las monedas coloniales, y presenta figuras simbólicas (por ejemplo, Claudio y la Fortuna, Vespasiano acompañado por una mujer que representa Roma), enseñas legionarias (Domiciano) o espigas de trigo (Trajano). Lo que sobrevive de las primeras emisiones y que continúa caracterizando esta serie tan original es el peso, que ya no se refiere al denario corriente.




Otras monedas romanas anómalas

Estaban muy ligadas a la tradición romana las monedas VOTIVAS, que evidencian una costumbre muy interesante: cuando se elegían los cónsules, en el mes de enero, se acostumbraba formular públicamente votos (llamados augurios o auspicios) por la prosperidad del Imperio y la salud del emperador. En las emisiones anteriores a Cómodo (años 180-192), las monedas votivas se caracterizan por la iconografía del emperador en el momento de ofrecer sacrificios, solo o acompañado de sacerdotes. Después, estas monedas presentan dentro de una corona la leyenda que las caracteriza. También existen numerosas medallas votivas: solían ser de cobre y se producían con fines de ofrenda por parte de ciudadanos particulares, o por iniciativa de los colegios sacerdotales como premio de los juegos celebrados en honor de las divinidades.

Las monedas legionarias

En honor a las legiones, unidades militares cada vez más importantes para el designio expansionista romano, se crearon las monedas LEGIONARIAS. El primero en mandarlas acuñar fue Marco Antonio (muerto en el año 30 a. C.), quien quiso que en estas emisiones figurase el águila. Este animal era el símbolo de las legiones desde los tiempos del cónsul Mario (años 157-86 a. C.). Bajo Mario, la organización militar experimentó profundos cambios: el ejército, hasta entonces formado por pequeños terratenientes y con un papel defensivo, se transformó en un ejército de conquista, constituido por voluntarios que percibían un estipendio y, por tanto, eran , estimulados también por la perspectiva de repartiese el botín. Desde aquel momento, el ejército acumuló cada vez más poder, y los generales, a los que los soldados se vinculaban indisolublemente como artífices que eran de su fortuna, adquirieron un amplio poder político. Marco Antonio, con sus emisiones legionarias, no hizo sino sancionar y subrayar la enorme importancia del ejército en todas las vicisitudes recientes y contemporáneas: precisamente en su tiempo se estaba librando la guerra civil. También Galieno (años 253-268) dedicó a las legiones una hermosa y consistente serie de monedas en las que aparecen varios animales que representaban las diversas unidades militares. No es casual que esto sucediera en un período de gran crisis política, durante la cual sólo el que conseguía poner de su parte al ejército lograba prevalecer sobre las demás fuerzas. Se trataba de auténticas monedas, con las que se abonaban las pagas semanales de los soldados: de ellas quedan raros ejemplares de plata (no faltan, sin embargo, algunas piezas de oro, aunque son objeto de discusión), caracterizados por la presencia del número y del nombre de la legión.

Fichas y tarjetas

Ya se ha insistido en que la moneda extrae su valor y su legitimidad gracias a la marca del Estado que la emite con la garantía de un peso y de una ley metálica, conforme al sistema metrológico oficial. En la Antigüedad, a menudo circulaban especímenes muy parecidos por su aspecto a las monedas, pero sin carácter de oficialidad y legitimidad. En Roma estaban difundidas unas fichas que servían, probablemente, para los cálculos contables del Estado. Otras se usaban para el juego privado y que representan, no sin ironía, a personajes dedicados a juegos como la morra. Otras fichas servían como entradas para los espectáculos circenses o teatrales. En estas últimas encontramos, con grandes caracteres, un número que va del 1 al XVI, circundado por una corona, que algunos interpretan como el correspondiente a la localidad destinada al espectador, mientras que otros lo consideran una indicación del valor (recordemos que 16 ases formaban un denario). La otra cara la ocupaba, por lo general, el retrato del emperador o de uno de sus familiares: resulta muy evidente la diferencia entre las piezas distribuidas en época altoimperial (Augusto y Claudio) y en el Bajo Imperio, que cubren un período que va de Juliano a Honorio (del siglo 111 al V). Estas fichas de bronce no existieron en los años que median entre Claudio y Juliano, y aparte hipótesis no del todo convincentes, no hay explicación para ese vacío. Otras piezas monetiformes llevan en una cara una medida de grano y en la otra un ánfora: estas fichas servían para recibir una ración de trigo @ Je vino. De hecho, son el equivalente de los mas recientes vales de racionamiento. Entre las tarjetas de diverso tipo que circulaban en Roma, recordemos también las SPINTRIE. Muy afines en su reverso a las fichas destinadas a entradas de teatro, en el anverso representan escenas eróticas. Probablemente, con estas tarjetas se pagaba en las casas de placer, pues hubiera constituido una ofensa casi sacrílega traspasar los. umbrales de uno de esos establecimientos con una moneda que llevara el retrato imperial. A menudo las spíntrie las distribuían los propios emperadores durante los juegos circenses, junto con otras tarjetas y con missilia, esto es, regalos que arrojaban al público. La circulación de las spintríe, que son extremadamente raras, aparece bajo Tiberio (años 14-37) y termina con el reinado de Domiciano (años 81-96).

Medallones, torneados y batidos

Durante todo el Imperio se batieron monedas de peso y módulo superiores a la norma, los llamados MEDALLONES, producidos en oro, plata y bronce. No se trata, como podría pensarse, de medallas: éstas por lo general son de fabricación privada, no están destinadas a la circulación y, por tanto, no están afectadas por las disposiciones en materia de iconografía, peso, módulo y ley metálica. De las medallas que conocemos, los medallones romanos poseen sólo una acentuada función celebrativa y conmemorativa. En realidad se consideran monedas a todos los efectos, por cuanto su emisión estaba garantizada por el Estado, y su peso era siempre un múltiplo del numerario oficial. Rarísimos bajo Augusto, los medallones son en cambio bastante frecuentes con Trajano, Adriano, los Antoninos y Cómodo (en el siglo 11). Se hicieron más esporádicos en los años siguientes, aunque se encuentran ejemplares hasta la caída del Imperio. La factura es en general muy cuidada: sus mayores dimensiones no admitían un grabado apresurado. La belleza y el cuidado aportados a estos medallones atestiguan su uso más probable: la ostentación de poder, la transmisión de un mensaje de prestigio y de honor que alcanzaba a quien los encargaba y al destinatario. Es verosímil que monedas fueran regaladas a personajes de relieve, como oficiales de las legiones, signatarios de la corte o emisarios de reyes bárbaros con los que los romanos se ponían en contacto durante sus conquistas. Aunque eran múltiples de la moneda oficial, su utilización no afectaba a los cambios: en efecto, se han encontrado muchos ejemplares de medallones montados en joyas con trabajos de la época. Sabemos además que se colgaban en las enseñas militares. A menudo los medallones de bronce presentan sólo el retrato del emperador en el anverso, mientras que el reverso permanece liso, y llevan una montura de metal diferente que aumenta su diámetro. Con seguridad, incluso sin el reborde, no eran de pequeñas dimensiones: del primer medallón que se conoce, acuñado bajo Augusto y de un valor de 4 áureos, se llega a las piezas por valor de 1 00 áureos acuñados bajo Heliogábalo (años 218 a 222). De la época de Constantino poseemos ejemplares de 8 sólidos, y de la época siguiente, múltiples de hasta 40 sólidos de oro y de plata. Son rarísimas en el mercado numismático las piezas del Alto Imperio, mientras que resultan relativamente más numerosos los ejemplares a partir de Galieno. Junto con los medallones, merecen recordarse los llamados TORNEADOS (medallones torneados), los cuales, pese a que en algunos aspectos se asemejen a los primeros (módulo ancho y efigie del emperador en determinados ejemplares), se diferencian por algunas característi cas fundamentales. Ante todo, no se trata d monedas, sino de auténticas medallas si curso legal. Además, el estilo de las representa ciones no es ciertamente cuidado y refinado como el de los medallones. Otra característie propia de los torneados es la gran variedad d los personajes representados: además de lo emperadores aparecen Homero, Pitágoras Demóstenes y también Minerva, Hércules Mercurio y el infaltable Alejandro Magno. E nombre torneado deriva de que las represen taciones del anverso y del reverso están delimi tadas por un surco hecho a torno, muy próxim al borde. No obstante, a menudo aparecen efigies de emperadores como Nerán y Trajano (siglos 1-11) por lo que se acepta comúnmente que esta medallas no se produjeron hasta los siglos IVEs controvertido, en cambio, su destino: algu nos hablan de fichas para la entrada en el circo pero en este caso su valor intrínseco resultaré desproporcionado. Muchos sostienen que s trata de peones de un juego que desconoce mos, basándose en que muchos de estos torneados sólo presentan desgaste en el reverso, como si se hubieran hecho resbalar repetidamente por algo semejante a un tablero o un paño. Otros más piensan que se trata de amuletos o medios de propaganda pagana, pero a esta última hipótesis se contrapone otra, no menos verosímil, que ve en ellos un significado cristiano. Muy incierta, y acaso estrechamente relacionada con el empleo de los contorneados, es la naturaleza de los bronces BATIDOS. Se trata de piezas de bronce del período imperial, que presentan todo el borde batido a martillo, a fin de realzarlo. La cantidad de batidos es notable, y hace pensar que el martillado pudo obedecer a un uso específico y no a simple vandalismo. !>

La ‘Damnatio memoriae’

Con todos los respetos hacia los histocadores modernos que se proponen despejar el campo de lugares comunes, son proverbiales las crueldades de Calígula (años 37-41) y Nerán (años 54-68). Obviamente, la personalidad de estos emperadores es mucho más compleja y rica, y durante su reinado conocieron incluso momentos de favor popular. No menos indiscutible es que la tendencia a una monarquía absoluta, la eliminación de numerosísimos parientes y ciudadanos y la crueldad de los pretorianos de los que se rodearon, atrajeron a ambos emperadores muchos detractores y enemigos. En las monedas, espejos fieles de la historia, se encuentran abundantes expresiones de la condena que recayó sobre los soberanos culpables de acciones crueles: sus retratos aparecen desfigurados y sus nombres, raspados y en ocasiones mutilados. Este es el caso, por ejemplo, de Calígula, cuyas monedas presentan el nombre de Caius convertido en aius, mientras que las de Nerón ostentan profundos surcos que afean la imagen. Sucedía a menudo que la damnatio memoriae (la condena del recuerdo) llevaba al borrado completo del nombre aborrecido, como se observa en algunas monedas de Tberio (años 14-37), en las que el nombre de Sejano está completamente raspado. Ello resulta del todo comprensible, puesto que este prefecto del pretodo, crudelísimo y ambicioso sobremanera, después de haber conquistado la confianza del emperador no dudó, por avidez de poder, en asesinar al único hijo de Tiberio, Druso Julio César.




Monedas especiales de época romana

Dentro del vastísimo ámbito de las monedas romanas, merecen recordarse algunas series del período imperial, por las particularidades que presentan y que hacen de ellas un interesante tema de estudio y coleccionismo. Se trata de monedas que por sus leyendas, figuras o destino resultan excepcionales respecto de las emisiones normales.

Las monedas póstumas y de consagración

Suelen definirse como póstumas todas las emisiones que presentan en el reverso el retrato de un emperador difunto (contrariamente a la costumbre que sitúa la figura imperial en el anverso), mientras que en el anverso figura el nombre del emperador vivo que ha dispuesto la acuñación. Como es obvio, este caso se daba cuando el soberano recordado había gozado en vida de gran popularidad. Tal es el caso de las monedas póstumas de Augusto, mandadas acuñar por su sucesor Tiberio para celebrar y recordar la figura del fundador del Imperio. En las monedas póstumas no sólo encontramos un manifiesto mensaje de celebración, sino también un sutil discurso demagógico, como resulta evidente en las monedas de Tiberio, el cual, mediante sus emisiones, trataba de subrayar la continuidad del gran designio político de su predecesor, y sugerir la bendición augural recibida de Augusto con este fin. También póstumas, y por tanto encargadas por el sucesor del soberano glorificado, si bien con características peculiares, son las monedas de CONSAGRACIÓN (en las que, por lo general, aparece la palabra consacratio). Ante todo, se distinguen de las primeras por el tipo figurativo constante: se halla con gran frecuencia una pira funeraria arrastrada por una cuadriga, un águila volando (variantes: el ave puede estar posada en un cetro o en un globo) o también un templo cerrado. Si el personaje consagrado es una emperatriz, la iconografía presenta un pavo real o la Piedad, que ofrece un sacrificio sobre un trípode, o bien el carpento (carro fúnebre) arrastrado por dos mulas y la Augusta transportada al cielo por un águila. De la descripción de las figuras escogidas para estas monedas se infiere el motivo por el que fueron acuñadas: se trata de monedas creadas para solemnizar la deificación del emperador o de su cónyuge. Entre las monedas de consagración, generalmente de plata, recordemos una emisión en concreto, de la época de Filipo el Árabe (años 244-249), para celebrar el primer milenario de Roma: eran de aleación de plata muy baja y llevaban la imagen del emperador con la corona radiante en el anverso y el ara o el águila en el reverso.

Las monedas de restitución

Estas monedas reproducen fielmente emisiones anteriores, de época republicana o impeda¡, ya sin valor legal por haber sido retiradas o fundidas. Esta producción tenía la finalidad de recordar a personajes o acontecimientos del pasado, con evidentes fines propagandísticos. La única variante respecto de las originales radicaba en la presencia del nombre del emperador, bajo el cual se consignaba la nueva emisión y se añadía rest (es más raro que aparezca restituit). Cronológicamente, su aparición se limita a los años que van desde Tito (años 79-81) a Marco Aurelio (años 161-180). Nada fáciles de encontrar en el mercado numismática, las monedas de restitución solían acuñarse en plata, pero hay ejemplares de oro y bronce. Tito, Domiciano y Nerva produjeron ese tipo de monedas de la época de la dinastía Julia Claudia; Trajano, monedas de ¡a época comprendida entre Augusto y Tito, y existen emisiones dispuestas por Marco Aurelio y Lucio Vero.

Las monedas coloniales

Algunas monedas romanas del período imperial se dividen en ÚRBICAS (o municipales), PROVINCIALES y COLONIALES, según la estructura administrativa de la región que las emitía. Se trata de acusaciones realizadas en diversos países que constituían el Imperio, son la expresión concreta de uno de los grandes problemas que afectaron a la civilización romana y provocaron su hundimiento. La cultura de estas regiones, alguna de las cuales se hallaba a gran distancia de la i, era radicalmente distinta de la rodaba, pues, una incomprensión nía de la diferencia de lengua y de la religión y de la organización política, elementos todos que aparecen claramente reflejados en las monedas, caracterizándolas y determinando su aceptación y ciculación. Gran parte de las monedas coloniales (para utilizar un término genérico que las designa todas) presentan, pues, esas diferencias puesto que regulan la vida concreta de los pueblos: a menudo las leyendas están escritas en caracteres griegos, y exhiben una iconografía cuyos símbolos, divinidades, reproducción de ciertos monumentos, descripción de algunos ritos de la vida cotidiana, se hallan más cerca de la cultura y la mentalidad de los pueblos a los que se destinan. En algunas de esas monedas, llamadas también impropiamente imperiales griegas, se encuentran la representación de Serapis (divinidad grecoegipcia que tuvo en Alejandría su mayor y más famoso templo), la personificación del río Nilo (monedas de Alejandría), las montañas del Argeo (región de Capadocia) o el busto de Abgar Vil¡ (rey de Edesa, en el norte de Siria). En cualquier caso, las monedas coloniales, más allá de las evocaciones concretas de un mundo lejano, presentan una iconografía específica: el tipo del Sileno (ser mitológico imaginado con forma humana, pero con orejas, cola y pezuñas de caballo), la Loba amamantando a los gemelos (evidente remisión a la mitología original del pueblo hegemónico), un hombre que guía dos bueyes uncidos con un yugo (una de las principales actividades de las provincias era la agricultura) o enseñas militares (para subrayar las campañas de conquista de los territorios en cuestión). Los metales empleados para estas peculiares emisiones se limitaban siempre a la plata y al bronce. En efecto, no existen áureos coloniales.

El culto al emperador

En todas las civilizaciones arcaicas, y sobre todo en el mundo helenístico, estaba vigente el culto del rey en tanto que mediador entre los hombres y las divinidades. Esta visión de realeza sagrada, que los romanos aborrecían en los primeros años de la República, se fue difundiendo y fortaleciendo a medida que empeoraba la crisis del Estado. En un momento dado, los generales romanos, deseosos de afirmar un poder absoluto vinculado a su propia persona, empezaron a imitar la figura del rey divinizado de tipo helenístico, entre otras causas por el contacto cada vez más estrecho con determinadas civilizaciones, por razones políticas y militares. Pensemos, así, en el comportamiento de Antonio que, fascinado desde hacía tiempo por el mundo helenístico, una vez en Egipto adoptó el estilo de vida y los valores de Oriente. Julio César, que había desempeñado el cargo religioso de pontifex maximus, fue divinizado después de muerto con el título de , Divus luilus por decreto del Senado. Aunque Octavio rechazó oficialmente cualquier culto a su persona, aceptó el título de Augusto (año 27 a. C.) vinculado a sus funciones religiosas, mientras en sus monedas a menudo aparece el águila, símbolo de la divinidad. Donde más radical era la concepción del soberano divinizado, se le dedicaron templos y altares (Lyon y Colonia). En Oriente, Octavio recibió los títulos de César olímpico y Zeus liberador. A su muerte se convirtió en Divino Augusto y fue colocado entre los demás dioses. Como bien se observa en las monedas, en un pñmer momento la civilización romana aceptó el culto del emperador sólo si había fallecido, pero luego, y también bajo la influencia cada vez más poderosa del helenismo oriental, el soberano pretendió recibir honores y cultos divinos en vida, como sucedió en el caso de Calígula, Nerón y todos los emperadores subsiguientes a partir de finales del siglo ¡l. El honor de ser elevado a la divinidad debía haber correspondido sólo a los mejores, pero las contingencias políticas de aquellos años hicieron que este privilegio se concediera a emperadores muy mediocres. Así, desde César hasta Constantino el Grande, no menos de 47 soberanos y sus respectivas cónyuges obtuvieron la consagración. Pero en las monedas sólo aparecen 30 personajes deificados: a menudo la consagración aparece confirmada por la leyenda ex sc, cuyo significado es que este honor se confe@a por decreto senatorial (las letras sc significan senatus consulto.




Billetes nordistas y surdistas

Los años centrales del siglo xix fueron para Estados Unidos un período de gran desarrollo económico. El empuje definitivo provino de la construcción de líneas férreas que cubkan largas distancias, y que aseguraron rápidas comunicaciones entre los estados de la federación. Pero la recién conquistada prosperidad agudizaba las profundas diferencias económicas y sociales entre los estados septentrionales y los del Sur. Los gobiernos del Norte industrial se mostraban decididos partidarios del proteccionismo y del mantenimiento de aranceles, con el fin de promover el desarrollo, mientras que los estados agrarios del Sur presionaban en favor del libre cambio, con objeto de favorecer sus exportaciones. La ruptura definitiva entre ambas partes la provocó el proyecto de abolir la esclavitud, promovido por los estados del Norte y rechazado por los del Sur, que basaban en el trabajo esclavo el cultivo del algodón y del tabaco, actividades de vital importancia para su economía. Tras la elección como presidente de Abraham Lincoin, republicano y antiesclavista, acaecida en 1860, los once estados del Sur se separaron, formando los Estados Confederados de América, con capital en Richmond. El conflicto, ya larvado, estalló el 12 de abril de 1861 con el ataque del ejército confederado a Fort Sumter, en Carolina del Sur, que estaba en manos de los federales.

Los billetes verdes

La guerra civil puso inmediatamente de manifiesto la urgencia de una masiva financiación de las empresas bélicas. El Norte, convencido de que el Sur no resistiría mucho tiempo, pensó poder resistir con préstamos y, eventualmente, con un aumento limitado de la fiscalidad. Como ocurre casi siempre, la guerra de Secesión desencadenó una carrera hacia la tesaurización de bienes , seguros, en particular de metales preciosos, por lo que en breve tiempo el oro desapareció de la circulación. Para suplir su falta, el Congreso ordenó emitir 150 millones de dólares en forma de nuevos billetes llamados green backs, por el color verde de su reverso, Los valores eran de 5, 10, 20, 50, 1 00, 500 y 1. 000 dólares; no daban intereses y podían ser reembolsados al cabo de cierto tiempo, o bien convertidos en obligaciones estatales al 6 % de interés. En 1863, la convertibilidad de los green backs fue revocada a propuesta del secretario del Tesoro, Salmon Portiand Chase, uno de los protagonistas de las vicisitudes financieras de la guerra civil (su retrato aparece en los 10. 000 dólares de 1934, todavía en curso, aunque raramente utilizados como medio de pago). Aquella no fue una decisión feliz, y el propio Chase, en vista de la gradual depreciación de los green backs con relación al oro, que era objeto de tráfico en el mercado negro, hubo de adoptar una serie de medidas con las cuales, al prohibir las transacciones en metal amarillo y en divisa extranjera, de hecho instauraba el curso forzoso de los green backs. Ni siquiera estas drásticas decisiones tuvieron los efectos esperados, pues el público las interpretó como una confirmación oficial de su propia desconfianza hacia los nuevos billetes. Junto a los green backs, llamados también legal tender notes, o sea billetes de curso legal, circulaban demand notes, billetes de 5, 1 0 y 20 dólares emitidos por iniciativa de Chase, y que podían cambiarse por oro si así se solicitaba. Llevaban en el anverso una letra que indicaba en qué filiales del Tesoro de Estados Unidos podía efectuarse dicho cambio: , a significaba pagadero en Nueva York, , b en Filadelfia, c en Boston, d en Cincinnati y e en Saint Louis. No habían transcurrido doce meses desde el comienzo de las hostilidades, y el oro ya se había vuelto muy escaso: la Tesorería no pudo reembolsar las demand notes, por lo que en mayo de 1862 fueron retiradas. Quedaban los green backs, que resultaban del todo insuficientes para las exigencias de la economía. En febrero de 1863, por iniciativa de Chase, el Congreso aprobó la National Bank Act. Esta ley favorecía el nacimiento en los diversos estados de bancos autorizados a emitir billetes: bastaban cinco socios y un capital de 50. 000 dólares, del cual sólo era preciso desembolsar la mitad. La ley tuvo un éxito discreto: los bancos nacionales de los distintos estados comenzaron a emitir billetes, llamados regionales, que ayudaron a las finanzas estatales pero crearon problemas imprevistos. Estos billetes, que en seguida se convirtieron en una parte esencial del circulante, no se aceptaban en todos los estados, que a menudo los consideraban divisa extranjera, Además, la emisión de billetes regionales dejaba sin resolver el problema de la depreciación de los green backs, en cualquier caso considerados como la principal moneda de la Unión. No pasó mucho tiempo sin que se pusiera de manifiesto la necesidad de emitir una moneda unitaria nacional, en sustitución de la local. Ésta se había visto afectada por la introducción del llamado , impuesto de muerte, que había de pagar cada banco y que alcanzaba el 1 0 % de sus emisiones. No sorprende que esta medida provocara en breve tiempo el fin del papel moneda regional. También perseguía establecer una neta distinción entre los bancos comerciales y los de emisión. Sólo el Congreso debía tener poder de emisión y de control de la moneda.

Moneda fraccionaria y sellos

La depreciación del dólar de papel había causado también la escasez de monedas fraccionarias de plata, necesarias para las transacciones pequeñas, y que se exportaban al Canadá y a los países de América latina. En estos lugares, dada la falta de circulante metálico de bajo valor, las monedas de plata de Estados Unidos eran aceptadas de buen grado a cambio de monedas de oro, las cuales eran cambiadas a su vez legalmente en la Bolsa de Nueva York o en el mercado negro. Los remedios para superar la ausencia de este tipo de circulante fueron muy ingeniosos. No obstante las prohibiciones, en algunos territorios se sustituyó por moneda constituida por billetes o monedas metálicas privadas, en muchas de las cuales se incluía publicidad de productos de consumo. En Nueva York, un cervecero de origen alemán puso en circulación no menos de 25 millones de dólares en monedas de un centavo, que representaban una hermosa jarra. También emitían calderilla las empresas de transporte, los hoteles e incluso los barberos. El gobierno, al no conseguir que se respetara la ley que prohibía la emisión de billetes privados de valor inferior a un dólar, trató de remediar el caos decretando la convertibilidad de los sellos en green backs. Obviamente, las oficinas de correos se vieron desbordadas por las solicitudes, y en breve tiempo agotaron sus recursos. La circulación de esta pequeña moneda causaba además graves problemas prácticos, debidos a la fragilidad de los sellos, que a menudo se presentaban a los bancos tan deteriorados que no podían aceptarse. Tras este fracaso, el Congreso decidió la emisión de moneda fraccionaría legal por valor de 3, 5, 10, 25 y 50 centavos, que se siguió usando hasta 1876, cuando ya había sido ampliamente sustituida por los centavos de cobre.

Las monedas sudistas

En los territorios confederados la situación era peor. Los estados carecían de moneda metálica propia, pero proliferaban los billetes de bancos locales. Estas emisiones eran ¡limitadas, y en poco tiempo la elevada masa circulante dio lugar a una grave inflación. Por lo demás, conviene tener en cuenta que las autoridades confederadas no tenían muchas otras posibilidades de financiar los gastos de guerra, cada vez mayores, ya que los ingresos por aranceles eran prácticamente nulos a causa del bloqueo a las exportaciones impuesto por el Norte, y el sistema fiscal resultaba insuficiente. Gran parte de los billetes no eran de buena factura, y los falsos abundaban. Los green back@ del Norte, introducidos de contrabando, contri~ buían a la confusión, pues se aceptaban ¡legalmente en los territorios de la Confederación. Con el tiempo, el mismo gobierno sudista hubo de decretar la legalidad de su circulación. En los últimos años de la guerra, muchos soldados imponían, como condición para permanecer fieles al ejército sudista, recibir la paga en billetes nordistas. Los billetes confederados, llamados warrants, on war bonds y, más genéricamente, notes, eran convertibles en mercancías. ¿Cuáles? Eso era un misterio. Algunos billetes incluían como cláusula de su validez para la conve sión la firma de la paz. Resulta evident pues, que reinaba una verdadera anarquí monetaria. Los temas de los billetes sudista son predominantemente militares. A vece aparecen personajes de la mitología grieg en el billete de 5 dólares de 1863 impreso e Florida, figura la diosa Moneda. En 186 concluida la guerra, los billetes que circulaba en la Confederación fueron desposeídos de su valor.




El papel moneda de las colonias de Norteamérica

Las colonias inglesas de Norteamérica padecieron durante mucho tiempo una falta crónica de circulante. A lo largo del siglo XVII y en los primeros años del XVIII, los habitantes de esas tierras se vieron obligados a inventar sustitutos de la moneda, y a menudo hubieron de recurrir al trueque. Inglaterra limitaba adrede las remesas de su moneda a esas alejadas regiones, entre otras cosas porque no vela con buenos ojos su desarrollo económico, dado que esa mejora hubiera podido ser el preludio de demandas de mayor autonomía. Por idénticos motivos, negaba a todas las colonias el derecho a acuñar moneda. A fin de superar las dificultades, los colonos adoptaron el sistema del country pay (pago campesino), intermedio entre el trueque y la moneda, en el que las funciones de esta última las desempeñaban productos al¡mentarios o bienes fácilmente divisibles, de amplio consumo y fácil conservación, Se fijaron tarifas que expresaban los precios de adquisición y venta de los bienes en trigo, maíz o pieles de castor, En Virginia, por ejemplo, se recurrió a las hojas de tabaco.

Los pinos de Massachusetts

En 1652, no obstante las prohibiciones, se instaló una ceca en Massachusetts, que acuñó monedas de 12, 6 y 3 pence, los llamados pine tree, por el pino que aparece en el anverso. Se acuñaron con discreto éxito miles de piezas, pero en 1684 el rey Carlos 11 ordenó la clausura de la ceca. También en Massachusetts, en 1690, comenzaron a circular los bilis of credit, el primer papel moneda de las colonias inglesas. Los valores eran de 5, 10 y 20 chelines. En el anverso, un texto redactado a mano precisaba que valían lo mismo que la moneda de plata, y que debían ser aceptados en todas las oficinas públicas de la colonia de Massachusetts, tanto para el pago de impuestos como en calidad de depósito, Las emisiones de esta colonia rebelde tuvieron gran éxito, debido a que no resultaron depreciadas con la inflación y a que fueron muy limitadas: la primera no superó las 7. 000 libras esterlinas. Precisamente por ello, su circulación fue tolerada por el gobierno inglés. En realidad, se trata de uno de los primeros experimentos de circulación de papel, y su importancia se comprendería poco después. En todas las colonias del Norte hubo otras emisiones de billetes, y con el tiempo se precisaron las modalidades de circulación. El valor del papel moneda quedaba establecido por una ley específica que, entre otras cosas, imponía la obligación de aceptarla como pago. Algunos billetes preveían una fecha de caducidad, después de la cual eran retirados, reembolsando su valor. Este último a menudo se garantizaba con hipotecas sobre bienes inmuebles, como terrenos o edificios, o bien se cubría con mercancías o ganado. También en estos casos, la ignorancia de las leyes de la economía provocó emisiones excesivas que, pese a las garantías, comprometieron el valor de los billetes. Para obviar estos inconvenientes, se promulgó su caducidad, pero esta medida hizo aumentar la desconfianza y la depreciación. Así, por ejemplo, un billete emitido en Rhode lsland llegó a perder el 96 % de su valor nominal. Benjamin Franklin, el gran ilustrado, inventor del pararrayos, comprendió en seguida la importancia del papel moneda, y propagó su uso a través de sus escritos. Cuando contaba sólo veintitrés años, fue encargado por el gobierno de Pensilvania de la impresión de los billetes de crédito, Franklin sugirió emitir bills of credit garantizados en un 50 % por terrenos. Los resultados fueron estimulantes: la idea de garantizar de este modo las emisiones dio un gran impulso al desarrollo de los bancos inmobiliarios en todas las colonias. El primero se creó en Boston en 1740. Pero el gobierno de Londres se apresuró a ordenar la clausura de esta institución, y luego impuso la retirada de todos los bills of credit en circulación. Ésta fue una de tantas medidas arbitrarias del gobierno inglés, que contribuyeron a aumentar el descontento, el cual desembocó en la guerra de la Independencia. La resistencia contra la administración británica aumentó, entre otras razones porque se pretendía que las colonias pagaran los impuestos exclusivamente en moneda efectiva, volviendo así más difícil y odioso aún el cumplimiento de las obligaciones tributadas. Las autoridades de Londres actuaban de este modo porque veían con temor y sospecha las facilidades de acceso al crédito. En efecto, en aquel tiempo eran pocos los que manejaban monedas y billetes, dado que generalmente los campesinos y los pequeños artesanos no tenían posibilidades de entrar en contacto con los bancos. Con el tiempo, en América estos obstáculos fueron superados gracias a los éxitos de los bills of credit y al desarrollo de los bancos, que permitían a los colonos comprar una parcela de terreno y a los artesanos iniciar o ampliar su actividad. Estas facilidades para obtener créditos destinados a la inversión representa todavía hoy un aspecto típico de la economía y de la mentalidad americanas, según la cual el éxito es el resultado de los esfuerzos del individuo que, con ayuda de los bancos que confian en sus programas, puede enriquecerse legítimamente. Por estos motivos, en América, ya en el siglo XIX circulaba más dinero en papel que en metal.

Los continentales

Al estallar la guerra de la Independencia, los jefes de los insurrectos se plantearon en seguida el problema de cómo financiar el conflicto: dados los antecedentes, el camino más normal pareció una emisión extraordinaria de billetes. Con la perspectiva del tiempo, parece que quizás hubiera sido más sencillo recurrir a la imposición de tributos, pero conviene tener presente que las colonias se habían rebelado precisamente por motivos fiscales, y que por tanto medidas de este tipo hubieran sido difícilmente aceptadas, Debe considerarse además que el circulante metálico era muy caótico: junto a las monedas inglesas, había reales españoles con las columnas de Hércules, llamados por esto pillar dollar. En las diversas colonias su valor estaba muy diferenciado, también a causa del desigual valor de su papel moneda, por lo que realizar una tasación uniforme hubiera sido muy complicado, La aparición de los nuevos billetes, a los que se llamó , continentales fue decidida en Filadelfia en 1775 por el Congreso continental, la asamblea de los representantes de las ex colonias. La emisión estaba a cargo del Congreso: cada uno de los estados decidió imponer el curso legal a los billetes y aplicar las penas establecidas para quien rechazara los continentales como medio de pago. El continental confería a todos el derecho a poderlo cambiar por dólares españoles (8 reales), la plata española era reconocida en todo el mundo. Los valores eran de 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 20 y 30 dólares. A ellos se añadieron después billetes de un sexto, un tercio, dos tercios y medio dólar.

La propaganda de guerra

Se trata de billetes muy interesantes, en los que los motivos y los dibujos simbólicos representan eficazmente el entusiasmo y el deseo de libertad de las ex colonias. Las frases en latín incitan a sostener la causa (sustine vel abstine en los 5 dólares, perseverando en los 6), y cargan el acento en la heroica lucha en curso (depressa resurgit en el dólar, aut mors aut vita decora en los 4 dólares). El billete de 3 dólares no comunica mucha confianza, a decir verdad, pues se lee exitus in dubio est, pero este lema , derrotista no tardó en ser sustituido. La primera serie apareció en 1 775 y alcanzó un monto de dos millones de dólares. Para hacer frente a las necesidades financieras cada vez más apremiantes, las emisiones aumentaron de año en año hasta superar en 1779 los 240 millones de dólares. Al principio, el Congreso se comprometió a cambiar los continentales por moneda metálica a razón de un dólar de esta última por 40 de papel. Al final, a la vista del fracaso de esta disposición, se decidió su retirada definitiva y la conversión en obligaciones al cambio de 1 por 1 00. Los estados de la nueva confederación, nacida de la declaración de independencia, continuaron haciendo circular billetes propios, pero la ausencia de una política económica unitaria provocó muy pronto excesos inflacionistas y el caos. Como se trataba de billetes de factura tosca, se multiplicaron también las falsificaciones, que acabaron restándoles valor. Para no sumir en la ruina a las familias de los soldados, a los que se pagaba con estos billetes, hubo que recurrir a otro papel moneda garantizado contra la inflación. En rigor, no se trataba de billetes de banco, sino de obligaciones que devengaban un interés del 6 %, el cual era pagado con periodicidad prefijada. Durante un breve período, a finales del siglo xvili, en algunos estados estas obligaciones fueron utilizadas como medio de pago, y su curso se fijó con respecto al valor de los productos alimentarlos, como la carne y los cereales, las pieles y la lana. Las emisiones de billetes continuaban porque persistía la escasez de circulante metálico, acentuada por la desaparición de las especies de oro y de plata debida a la devaluación de los continentales, Allá donde faltaba la calderilla, se empleaba el papel, e incluso una iglesia de Nueva York emitió sus propios bills.

El banco de Estados Unidos

El hecho de que cada uno de los estados continuara teniendo sistemas monetarios propios, hacía la situación aún más caótica. En Filadelfia, donde se calculaba aún en libras esterlinas, chelines y peniques, en 1780 se fundó el Banco de Pensilvania, que emitió billetes con el valor expresado en peniques en relación con el dólar. Eran billetes de escaso valor, de 1 y 3 peniques (pence), y servían como sustitutos de la poco abundante calderilla. Al banco nacido en Filadelfia le siguieron otros establecimientos locales privados, que emitieron billetes que podrían definirse como de necesidad, llamados también , fraccionarios. A menudo, por inexperiencia de quienes las dirigían, aquellas entidades quebraban estrepitosamente a los pocos años. Tras el desastre de los continentales, se votó una enmienda constitucional que prohibía al Congreso emitir billetes o monedas, e idéntica prohibición regía para cada uno de los estados. No obstante, el sensible progreso económico, que empezaba a manifestarse, y la colonización de los territorios al Oeste, requerían una institución bancaria sólida que se ocupase no sólo del crédito, sino también de las emisiones de moneda y de papel moneda. Con esta finalidad, y a propuesta del secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, el Congreso instituyó un banco central, el Bank of the United States, con un capital de 1 0 millones de dólares, suscrito por el propio Congreso y por accionistas privados. Durante veinte años tuvo el privilegio de la emisión de billetes, gestionó los pagos y las recaudaciones por cuenta del gobierno, y se ocupó del control de los bancos privados de Estados Unidos. Sus billetes, que eran reembolsables a la vista en moneda metálica, no tardaron en obtener gran éxito, porque ponían fin a la escasez de moneda. Se abrieron numerosas filiales, pero el control de los pequeños bancos estatales se vio muy obstaculizado. En concreto, se consideraba un atropello intolerable la facultad que el Congreso reconoció a los directivos del Bank of the United States, de no aceptar los billetes de un banco local cuando no lo considerasen fiable. Nada menos que Thomas Jefferson capitaneaba este , @partido contrario al banco central, al que se adherían también los terratenientes del Sur. Cuando venció la autorización por veinte años para la emisión de billetes, esta coalición consiguió bloquear la renovación. Durante la guerra contra Inglaterra, de 1812 a 1814, los pequeños bancos se encontraron en graves dificultades, y se dejó sentir de nuevo la necesidad de una presencia bancaria central fuerte. El Banco de Estados Unidos se refundo, con un capital aumentado, y las emisiones de papel moneda se reanudaron. Pero existía un enfrentamiento de fondo entre los empresarios industriales y los grandes comerciantes del Este, por una parte, y los colonos que avanzaban hacia el Oeste, por otra, y ello condujo al desdoblamiento del sistema bancario americano, que duró hasta 1921. A los primeros les era útil un fuerte banco central, capaz de gestionar créditos elevados y complejas operaciones financieras, en tanto a los segundos les interesaba la difusión por doquier de pequeñas agencias locales, especializadas en créditos a corto plazo. Sólo estas últimas, en efecto, podían garantizar a los pioneros financiaciones fáciles y rápidas, mediante emisiones de billetes. Y de hecho hubo muchísimas, aun en los lugares más remotos. En torno a 1860, circulaban en Estados Unidos millares de tipos distintos de billetes, emitidos por pequeños bancos locales, sin que faltaran las quiebras. La vida de estas entidades estaba estrechamente ligada a la suerte de los pioneros.




Monedas imperiales: los temas del reverso

Toda la producción monetal del Imperio se caracteriza en el anverso por la iconografía constante del retrato. Sin embargo, no deben considerarse de menor interés e importancia las representaciones del reverso, a través de las cuales se narra gran parte de la historia romana, Esas imágenes describen la vida de aquellos años y los cultos religiosos, reproducen monumentos y contienen figuras simbólicas y diversos mensajes propagandísticos. La política imperial tenía necesidad de una amplia caja de resonancia para celebrar sus empresas, subrayar sus éxitos y poner de relieve disposiciones de alcance social. Pues bien; en los reversos de las monedas hallamos una crónica, muy precisa y fechada con exactitud, de aquellos acontecimientos, y podemos proceder a su consulta como si se tratara de un archivo.

Una mitología rica en figuras

En el ámbito de un programa de política interior que tiene como elementos cardinales la evocación de los principios fundamentales de la religión, el respeto a los antepasados y la devoción hacia las figuras de la leyenda romana, resulta obvio hallar en los reversos de las monedas imperiales las efigies de divinidades: Júpiter, que entre los romanos tutelaba la fuerza de los ciudadanos y su capacidad para dominar a los demás pueblos, y les asistía en su misión de transmitir y difundir la civilización latina; Vesta, protectora de la familia, de la paz, de la concordia y, por tanto, también del Estado romano, todos ellos conceptos básicos de la propaganda imperial, sobre todo durante las primeras décadas; Minerva (cuyo nombre latino deriva del término mens en el sentido de inteligencia), divinidad femenina protectora de la paz, de las artes y de los oficios; Marte, divinidad al principio vinculada a la agricultura y luego a la guerra; Diana, diosa de la Luna y de la caza, muy amada en Roma; Saturno, divinidad propiamente itálica, a la que se atribuían los méritos de la creación de los utensilios para el cultivo de las plantas y de la vid y la capacidad de haber dado a los pueblos, desperdigados y sin organización social ni política, una única sede y la estructura de un verdadero pueblo; Mercurio, protector del comercio; y tantas otras divinidades. Tampoco faltan las figuras heroicas o de la tradición legendaria, como Aquiles, Eneas, las Furias, los Genios, los Gigantes, Rea, Silvia, Hércules empeñado en sus celebérrimos trabajos, la Loba que amamanta a los gemelos Rómulo y Remo. . . La lista podría alargarse mucho. Son frecuentes las personificaciones de conceptos e ideales como la Abundancia, la Felicidad, la Victoria, la Pietas (término que designa el sentimiento de devoción y adhesión a los dioses, a los antepasados, a la familia y a la patria, el sentido del deber y de honestidad que no puede faltar a un ciudadano romano), la Justicia, la Clemencia, la Concordia, la Fortuna y la Libertad. A menudo, en el reverso de las monedas hallamos a personajes de la familia imperial o bien retratos del mismo emperador mientras lleva a cabo algunas gloriosas empresas: recordemos, a título de ejemplo, a Trajano al galope en una moneda que celebra la empresa de la conquista de la Dacia (realizada en dos etapas, de los años 1 01 a 102 y de 105 a 106), y un sestercio de Adriano, un emperador que viajó muchísimo durante su reinado (años 1 1 7-138), y en el que el poderoso personaje aparece representado en su encuentro con un indígena durante su paso por la Galia.

Celebraciones de empresas militares

Las conquistas militares -excluido el período de la dinastía Julia, cuando la preocupación básica consistió en garantizar la paz, invocada por todos después de tantos años de dramáticas guerras civiles- fueron los supremos argumentos de la propaganda de muchos emperadores, que puntualmente celebraban esas empresas en las monedas. Citemos las luchas contra la población judía, llevadas a cabo en varias ocasiones bajo Vespasiano y bajo Tito, la victoria de Domiciano sobre los germanos, celebrada en un áureo en la figura de una mujer prisionera, sentada en un escudo en actitud de desesperación. A propósito de conquistas, existía la costumbre de personificar la región conquistada, como puede verse en las emisiones de Adriano, Antonino Pío y Ciodio Albino, en las que aparecen mujeres que representan Britania, Hispania, Galia y Partia.

Una ciudad retratada en las monedas

Un capítulo muy fascinante es el de las monedas que llevan imágenes de monumentos arquitectónicos. Los romanos eran grandes constructores, y su espíritu práctico y organizador hallaba en la edificación su expresión más natural. Tito representó en sus monedas el celebérrimo Coliseo (anfiteatro Flavio), Trajano quiso que en sus emisiones figurasen el circo Máximo y la columna Trajana. El templo de Mercurio aparece en las monedas de Marco Aurelio. Pero ¿es fiel la reproducción de los diversos monumentos en las monedas? Conviene precisar que, probablemente, el grabador no había visto con sus propios ojos muchos de los edificios representados. A menudo, los artesanos hacían resaltar los elementos más característicos de la construcción, y en otras ocasiones prevalecía el gusto narrativo. En algunos templos, la figura de la divinidad aparece bajo la columnata, cuando en la realidad el lugar que se le reservaba se hallaba en el interior del edificio. Pero mediante esta convención se conseguía caracterizar el templo aunque no se respetara la realidad objetiva. También merece recorda se la presencia de animal el cocodrilo (en algunas monedas de Augusto acuñadas para Egipto), el toro y algunos seres mitológicos como Pegaso, la Esfinge o el Capricornio, que encontramos en algunas monedas de Vespasiano.

Las reformas monetarias en la época imperial

Durante el Imperio se sucedieron varias reformas que reflejaban períodos de crisis política o económica, dificultades que fueron recurrentes en el principado, Augusto adoptó diversas medidas para crear en la producción monetaria un sistema orgánico y un producto de buena calidad que pudiera distinguir y caracterizar el poderío de Roma, ahora grande también en lo económico y comercial. Hacia el año 65, Nerón modificó la proporción del contenido de metal precioso del áureo y del denario (el primero se redujo a 7, 28 g, y el segundo se fijó en 3, 41 g). Esta decisión la tomó Nerón para tratar de ganarse el favor de las clases medias, dedicadas al comercio y a la artesanía y adversarias de la aristocracia, compuesta por latifundistas y senadores. La reforma tenía la finalidad de dar un nuevo impulso al denario, la moneda de las capas medias de la población, y de rebajar el valor del áureo, atesorado por los aristócratas. Pero el aspecto más renovador y característico de esta reforma fue la introducción de una nueva moneda de oricalco, con todos sus múltiples: sestercio, dupondio, as, semiás y cuadrante. Este experimento no tuvo éxito, y menos de un año después se suspendió la emisión. Bajo Domiciano (años 81-96), el peso del áureo y de la plata recuperaron las proporciones del período de Augusto, pero esta decisión, demagógica y anacrónico, fue abolida por Trajano (años 98-117), que volvió a rebajar el peso de las monedas. En el año 215, bajo Caracalla (años 198-217), se registró una nueva reforma monetaria. Ante todo, el peso del áureo se rebajó y pasó a 6, 50 g. Luego se introdujo la pieza de dos áureos, denominada doble áureo o binón. Además, Caracalla dio vida a un doble denario bautizado con el nombre de su propia familia (los Antoninos): antoniniano. Esta moneda debía relanzar la producción en plata, pues el denario sólo contenía un porcentaje bajo de este metal precioso. El antoniniano pesaba 5, 12 g y estaba caracterizado por la imagen del emperador, que lleva una corona de rayos. Cuando la autoridad efigiada es una figura femenina, en el antoniniano el retrato viene caracterizado por una luna en creciente. La producción de denarios no fue abolida bajo Caracalia, y ambas monedas de plata se mantuvieron con diversas proporciones hasta que, bajo el reinado de los Filipos (años 244-249), la producción del glorioso denario de plata se abandonó. La suerte del antoniniano no fue mejor: aunque siguió acuñándose muchas décadas, acabó estando constituido por un ánima de bronce recubierto de una ligera capa de plata, ya sin una referencia concreta de peso y sin prestar atención alguna al aspecto formal. También Aureliano (años 270-275) llevó a cabo una importante reforma monetaria. Juzgando inconveniente y, sobre todo, fuente de fáciles alteraciones ilegales la existencia de excesivas cecas periféricas (ya eran más de 500), el emperador limitó los talleres repartidos por el territorio del Imperio, haciéndolos depender directamente de Roma, y uniformó los pesos, los tipos representados y la lengua que figuraba en aquellas importantes tarjetas de visita del poder constituido que eran las monedas. Para devolver a estas últimas cierto prestigio, pues en los años anteriores se habían descuidado mucho incluso en el aspecto formal, Aureliano promovió el retorno al antiguo cuidado en el grabado. Se trató además de fijar un nuevo peso para la acuñación del oro, y se procuró estabilizar el antoniniano. En torno a los años 295-29( a cabo la reforma de DIOCIE que creó una nueva monec bronce, el foilis. En la 1 ducción de esta época ex¡también un bronce que, en el detalle de la corona de rayos, recupera el tipo del antoniniano. En estos años, la moneda de plata se denomina argenteus, mientras que el término denarius designa la moneda corriente de bronce, muy usada para los pequeños pagos diarios. Diocieciano, que reorganizó completamente el Imperio después de años de gravísima crisi política y duras guerras civil intentó una compleja reforma que incluía la organización del ejército, una reestructuración administrativa y una compleja reforma tributario. Con su edicto de los precios (año 301), Diocieciano trató de frenar la vertiginosa subida de los precios que la grave crisis económica y la pesada presión fiscal habían provocado, pero la iniciativa sólo dio como triste resultado la desaparición del mercado de los productos fundamentales y el aumento de la especulación. Desde un punto de vista estrictamente documental, este edicto es muy interesante porque relaciona los precios que, en teoría, no debían superarse, y ello da una idea de los valores de las principales mercancías en circulación en aquellos tiempos. A Constantino, autor de la última y gran reestructuración del Imperio, no sólo se le recuerda por el fundamental edicto del año 313, con el que consagraba el cristianismo entre las religiones del Estado, y por la fundación de la nueva capital del imperio de Oriente, Constantinopla, En efecto, se le recuerda también por la gran reforma monetaria del año 310. Emitió una nueva moneda de oro de 4, 54 g de peso, denominada solidus, al tiempo que abandonaba la defensa del humilde denarlo. El sólido muy pronto dominó el mercado, con el efecto de hundir el valor del denario, arruinar a las capas bajas y medias de la sociedad, y enriquecer aún más a los potentados. Bajo Constantino se crearon otros nuevos nominales: la siliqua, de plata, de 2, 27 g de peso y el , de 4, 54 g y por eso llamado también doble siliqua, El nummus centennionaiis, con valor de 1/100 de siliqua y con peso de 3 g, de bronce vino a sustituir el ya muy devaluado foilis, que tuvo más fortuna en Constantinopla.




Napoleón Bonaparte, emperador y gran falsificador

Entre los factores que concurrieron a hacer de Austria uno de los Estados más poderosos del siglo xvili, se contó su solidísima estructura financiera. La guerra de Sucesión austríaca, las grandes reformas y los conflictos con la Prusia de Federico el Grande endeudaron gravemente el reinado de María Teresa, pero una primera y notable ayuda a las finanzas estatales provino de las obligaciones del Wiener Stadt Banco, el banco central del Imperio de los Habsburgo, con sede en Viena. A partir de 1759, el erario pudo contar con los Banco-Zettel, o sea los billetes de banco de 10 y 20 gulden (florines), seguidos, en las series más completas impresas en 1762, 1771, 1784 y 1796, con valores de 5, 10, 25, 50, 100, 500 y 1. 000 gulden. Inicialmente, los billetes fueron acogidos favorablemente por la población. Luego, la guerra con Francia requirió ulteriores emisiones, que causaron su consiguiente pérdida de valor.

El precedente de los asignados

En los primeros años del siglo xix, Napoleón asestó un rudo golpe a la solidez de los BancoZettel, y con ello a las finanzas de los Habsburgo. En Francia, durante el peffodo revolucionario, los asignados habían sido ampliamente falsificados por las potencias enemigas y por los fieles a la causa monárquica. La enorme masa de los billetes adulterados había contribuido a la pérdida de valor de los asignados. Habiendo asimilado esta experiencia, Napoleón estableció duras condenas para los faisificadores, considerados enemigos de la patria: quince años de cárcel @, con cadenas, @ y marca con hierro al rojo con la letra F (falsificateur) en el hombro de los culpables. En 1806, tras la victoria de Austerlitz sobre rusos y austríacos coaligados, el emperador de los franceses comenzó a estudiar la posibilidad de llevar a la ruina a sus dos grandes rivales, mediante la falsificación de su papel moneda. Había observado que Austria, pese a lo gravoso de su esfuerzo bélico, lograba mantener una sana administración financiera. Era consciente de que este excepcional resultado se debía a la notable eficacia y rectitud de los responsables del Stadt Banco de Viena, y de los financieros austríacos, que actuaban en sintonía con los objetivos del gobierno. Se convenció por ello de que atacar el sistema monetario significaba golpear en el corazón del odiado enemigo. Después de haber ocupado Viena, Napoleón puso al frente del Stadt Banco a funcionarios austríacos, pero como gobernador de la capital nombró al general Ciarke, duque de Feltre.

Los gulden falsos de Napoleón

Napoleón introdujo luego en el banco algunos espías, que en breve tiempo consiguieron sonsacar todos los conocimientos técnicos necesarios para la fabricación de los BancoZettel. Todas las noches, los falsos obreros franceses se introducían en los talleres del banco, estudiaban la maquinaria y mandaban a París las instrucciones necesarias para la fabricación de réplicas. En la capital francesa coordinaba la operación Fouché, el astuto jefe de la policía napoleónica, que había organizado la sede de las falsificaciones en un piso del número 25 de la rue de Montparnasse. El asunto se mantenía en tal secreto, que se produjeron dos episodios curiosos. Primero, el prefecto de París y luego el comisario de policía del distrito denunciaron los extraños movimientos en el piso al propio Fouché, que ordenó a todos la máxima reserva. Hubo de intervenir incluso Napoleón en persona, y con una orden reservada prohibió a cualquier persona entrar en el edificio. Al jefe de los grabadores, el parisino Lale, se le proveyó de un salvoconducto en el que constaba la prohibición a todos los funcionarios de policía de efectuar investigaciones sobre su persona. Este habilísimo artesano de la falsificación dispuso veinticuatro planchas de grabar, de cobre, cada una de las cuales podía imprimir hasta 6. 000 billetes de banco perfectos. Los billetes se @, envejecían a continuación, frotándolos con una escoba sobre un pavimento cubierto de polvo. Los faisificadores de las firmas lograban reproducir un millar todos los días. La emisión del 1 de enero de 1800 fue completamente falsificada, excepto el valor de 50 gulden. Todavía hoy son bastante comunes los billetes del Banco de Viena, y resulta difícil distinguir los falsos. El hecho de que sólo el billete de 50 gulden sea raro, confirma la enorme cantidad de las falsificaciones napoleónicas. Aunque estaban disponibles desde hacía tiempo, Napoleón aguardó el momento oportuno para introducir los billetes falsos en Austria, momento que llegó en 1 809, después del armisticio de Znojmo. Los franceses distribuyeron 400 millones de billetes falsos, lo que representó un golpe durísimo para la economía imperial. La cuestión de las falsificaciones fue incluso discutida entre Metternich y Napoleón en los acuerdos para el matrimonio de este último con María Luisa, hija del emperador Francisco ¡l. El canciller austríaco pretendía la restitución de la maquinaria, pero Napoleón se negó, aunque se comprometió a no imprimir más billetes, con tal de que por parte austríaca no se divulgaran noticias sobre las falsificaciones.

Falsificacion de las assignatsii

La experta mano de Lale volvió a servir a los grandes proyectos de Napoleón, que estaba haciendo planes para la guerra con Rusia. Las assignatsii rusas ya se falsificaban en 1807, pero cuando la invasión fue un hecho, la producción se reanudó a ritmo industriai. En 1812 se encargaron a Lale más de ochocientas planchas de cobre, y para la impresión se le facilitaron no menos de veinticinco prensas. La falsificación de los rubios era mucho más fácil que la de los billetes austríacos: los falsos son hoy fácilmente reconocibles, pues las firmas se reproducen en facsímil, y por tanto están impresas con la misma tinta que el resto del billete. cambio, como se estampaban con pluma, al, cabo de poco tiempo adquirían un color marrón claro. Gracias a la cación de rublos, Napoleon obtuvo notables ventajas: ante todo, podia esperar con fundamento poner de rodillas la economía rusa porque, pese a que los gobernantes estaban al corriente de estos planes, la mayoría de la población, campesina y analfabeta, no estaba en condiciones de reconocer los billetes falsos. Además, su uso facilitaba los aprovisionamientos del ejército francés, or ue los ertrechos se adquirían con billetes falsos directamente en cada lugar. Esta circunstancia, entre otras, presentaba al invasor francés como fraterno y honrado, el cual no se encontraba en Rusia para depredar, sino para aportar los ideales de libertad e igualdad, aparte tantos buenos rubios. Los campesinos no entraban en sospechas cuando eran pagados con billetes recién salidos de las prensas; antes bien, los aceptaban de muy buen grado. La operación, sin embargo, triunfó sólo parcialmente, debido a la incompleta difusión de los billetes falsos y, sobre todo, a la derrota sufrida junto al Bereziná. En 1814 los rusos entraron en París y trataron de localizar el lugar donde operaba Lale, quien, fiel a Napoleón hasta la muerte, había logrado trasladar todo su equipo técnico a Tours. La fabricación de billetes falsos de otras naciones provocó también episodios de espionaje. Para estas operaciones Napoleón confiaba sólo en Lale, y con razón: incluso después de la muerte del emperador, rechazó notables sumas a cambio de la publicación de sus memorias. En cambio, el jefe de la policía, Fouché, si bien coordinó todas las operaciones desde Pa@s, era controlado por no menos de dos grupos de informadores: una escuadra lo espiaba directamente, mientras la segunda vigilaba tanto a Fouché como a la primera escuadra, por miedo a que él pudiera corromperla. Oficialmente, Napoleón confió el encargo de la operación en Rusia a Ciarke, quien podía aducir la experiencia adquirida con el antecedente vienés ro también eso era una maniobra para desorientar: mientras los espías del zar seguían a Ciarke, en realidad el responsable era el fidelísimo general Savary, duque de Rovigo.




La era imperial: domina el retrato

Ya se ha hecho referencia a la gran atención que los soberanos de la antigua Roma dispensaron, desde los primeros años del Imperio, a un vasto designio propagandístico estrechamente ligado a sus propias personas. En una sociedad habituada a no vincular el poder a un solo hombre (recordemos la gran fragmentación de los cargos en época republicana y la absoluta temporalidad que los caracterizaba), hacer respetar a una única persona constituía un elemento de gran importancia, y de que ese respeto se lograse dependía gran parte del consenso.

Monedas para celebrar el poder

Las monedas se utilizaron también con la finalidad antedicha, aunque fueran objetos de dimensiones muy reducidas y hechos de materiales que difícilmente permitían matices y detalles. Pero en cualquier caso se logró crear una galería de retratos de excepcional fidelidad física y penetración psicológica. En estos años se sintió la necesidad de identificar con un individuo concreto, y con características físicas muy personalizadas, el recuerdo de cuanto él hizo por Roma: atrás quedaba la época de Cincinato, en la que el ciudadano romano tenía como único objetivo anularse para bien del Estado y dedicar su vida a la res publica (cosa pública), para regresar al anonimato una vez la comunidad ya no le necesitaba. El emperador desempeña un cargo vitalicio, y durante su gobierno quiere ser celebrado, desea que su imagen pueda representar, en una dimensión lo más amplia posible, el poder constituido. La referencia a una persona con características somáticas lo bastante precisas, tiene también la función de aportar seguridad al ciudadano, de dar cierta concreción al poder y, por tanto, de inducir a una mayor obediencia y a cierto grado de devoción. El mecanismo es bastante sencillo: si no se conoce a aquel a quien se desobedece, uno no se ve frenado por excesivos escrúpulos, mientras que si se puede conferir un rostro y una identidad a quien gobierna, si se tiene conciencia de que esa persona existe, uno se siente idealmente exhortado a colaborar con él en pro del bien común. Precisamente sobre esta función paternalista se basó la propaganda imperial en los primeros tiempos.

El culto de la personalidad: un tabu superado

El primer personaje vivo inmortalizado en las monedas fue Julio César: en efecto, con anterioridad estaba prohibido reproducir las facciones de un contemporáneo, a fin de evitar que se crease aquel culto de la personalidad tan aborrecido por los romanos desde que expulsaron a sus reyes (año 509 a. C.). Los retratos de los primeros emperadores resultan todavía bastante estereotipados en las monedas, si bien están realizados con cuidado y atención, privilegiando el mensaje de autoridad, seguridad y decisión que debía acompañar la nueva trayectoria política. Con Calígula (años 37-41 d. C.), los grabadores implantan verdaderamente el arte del retrato. Por primera vez aparece en Roma la figura del emperador en los sestercios. Es muy bello el retrato de Claudio (años 41-54 d. C.): los artistas nos transmiten el perfil de un hombre viril, de mentón voluntarioso; una imagen cuya nobleza realza un cuello largo y elegante. De Nerán tenemos dos grupos, ambos interesantes y bien caracterizados: el primero representa al emperador muy joven (alcanzó la dignidad imperial siendo aún adolescente, 17 años, de los años 54-68 d. C.), de rasgos gentiles y delicados, mientras que en la segunda parte de su vida, caractedzada en política por graves delitos y por un absolutismo muy riguroso, aparecen retratos que lo presentan pesado, con la mirada fiera y obstinada. En tiempo de Nerón, y prescindiendo de lo que se expresaba en las monedas, el arte del grabado atravesó un momento de gran esplendor, que se prolongó en los años siguientes: recordemos el hermosísimo perfil de Galba (año 69 d. C.), a quien se representa sin complacencia alguna en edad avanzada, y se subrayan la sotabarba, las ojeras y el cabello ralo en las sienes. Estamos muy lejos, ciertamente, en términos temporales y de mentalidad, de aquellas figuras masculinas de belleza irreal que aparecían en las monedas griegas. Muy expresivo y de notable realismo es el retrato que nos presentan algunas monedas de Vitelio (año 69 d. C.) y Vespasiano (años 69-79 d. C.), fundador de la dinastía Flavia. De este último emperador tenemos un retrato de un expresionismo casi violento, hasta tal punto es realista y despiadado el perfil de un hombre desprovisto de toda gracia, con nariz ganchuda, mentón prominente y ojo pequeño aunque de mirada sumamente aguda. Bajo Adriano (años 117-138 d. C.) emperador nacido en España, el arte del retrato monetal experimenta un renovado impulso: por vez primera un emperador se hace retratar con barba en las monedas, característica que adoptarán muchos de sus sucesores. Su gusto artístico se nota también en la villa de Tívoli y su mausoleo, hoy Castillo de Sant’Angelo.

La mujer protagonista de la vida social

Probablemente, la característica de la barba registra un cambio en la moda, y lo mismo sucede con el einado de las muieres (generalmente esposas, hijas y parientes próximas del emperador), las cuales exhiben elaborados y bellísimos tocados en ocasiones utilizables también como elemento decorativo: destacan, entre todos, los de Plotina y Matidia, respectivamente esposa y sobrina de Trajano, imágenes tan cuidadas en la reproducción del peinado como para convertir éste en un elemento ornamental. No son infrecuentes en las monedas los retratos de estas , augustas: recordemos el hermosísimo perfil de la esposa de Adriano, Sabina, y el de la matrona Faustina, casada con Antonino Pío. Podríamos recordar a otras muchas, para testimoniar la gran consideración en que se tenía por aquellos años a las mujeres, a menudo incluso como partícipes directas del poder político. Durante el reinado de los Antoninos (de los años 96-192 d. C.), se asiste a un lento declinar del espíritu realista que caracteriza los retratos en las décadas anteriores: los rostros están menos cuidados y resultan más bien rígidos, desprovistos de vida y de carácter. Las guerras civiles que se suceden a partir del año 192, fragmentan el poder imperial y multiplican las cecas, con la consiguiente falta de unidad estilística y la introducción de muchos elementos típicos de las cecas provinciales, a veces tendentes a la caricatura y no muy atentas a reflejar los detalles. El período que media entre los años 238 y 244, definido como los años de la anarquía militar, señala un momento de gran crisis política y militar del Imperio romano, que se refleja también en (os retratos, de los que no pocos se ejecutan con minucia y aplicación. Otro factor fundamental en el cambio de estilo radica en que va enraizando en Roma la figura del emperador divinizado, esto es, que ya no se le considera un hombre, sino un semidiós, según un concepto de tradición oriental. En el ámbito de esta nueva visión carece de sentido hablar de retrato realista, puesto que la figura imperial ya no presenta características humanas y, por consiguiente, ya no es lícito ni digno reproducir algunos de sus defectos físicos. El retrato se vuelve cada vez más un estereotipo, como podemos apreciar en los rostros de Diocieciano (años 284 a 305 d. C.), Maximiano (años 286-305 d. C.), Majencio (años 306-312 d. C.) o Licinio (años 308-324 d. C.). Bajo Constantino el Grande (años 306-337 d. C.) hay un nuevo mensaje que comunicar: Constantino se ha convertido en paladín del cristianismo, y precisamente en los símbolos de este último se centran las novedades en materia de monedas, mientras que el rostro permanece estandarizado y desprovisto de una caracterización específica.

El retrato en Roma

El arte griego siempre ejerció una grandísima fascinación sobre los romanos, e incluso provocó cierto complejo de infehoñdad frente a algunos sectores concretos como la estatuaria, hasta el punto de que durante siglos los artistas romanos se limitaron a realizar réplicas y a copiar las grandes obras griegas. El retrat6, en cambio, fue un capítulo de genuina tradición itálica, y en él los romanos se sintieron dewnculados de cualquier ejemplo, Nacido de la práctica de la escultura funeraria en el siglo I a. C., el retrato, sin referencias a ningún canon y sin recurso alguno a teorías filosóficas, debía reproducir las facciones del difunto, cuyos rasgos corporales, queridos para sus parientes, debían quedar fdmente reflejados. La ff~¡la Funeraria no tiene en sí nada de artístico, pues está construida por un vaciado del rostro del fallecido. Su particulafidad radica en la disposición a aoeptar lo especfflw del indmduo, incluso en sus aspectos menos gratos. Este retrato veñsta era adquirido induso por las clases b4as. Junto a las efigies de personajes ilustres como Pompeyo y Cicerón, ambos del siglo I a. C., tenemos el grupo familiar de Lucio Vibio y Ve¿ilia Hilara con su hijo (siglo I a. C.), figuras que expresan c te su origen popular. VaJe la pena recordar, para comparados con algunos hermosos retratos fenieninos que aparecen en las monedas, los bustos de Octavia y de la Dama romana, de los que resulta eviidente una gran vivacidad expresiva y una búsqueda de caracterización del personaje con rasgos agudamente realistas.




Roma: de la república al imperio

Con la conquista del poder por Julio César, Roma se encaminó a una forma institucional de tipo monárquico: la República permanecía intacta en apariencia, pero el poder se concentraba cada vez más en unas solas manos, Cuando en el año 44 a, C. César fue proclamado dictador perpetuo, así como emperador vitalicio, se hizo evidente la anomalía respecto de las instituciones republicanas. La muerte del gran político, acaecida poco después, malogró sus planes de gobierno y desató una furiosa guerra civil que concluyó en el año 31 a. C. con la batalla de Accio, episodio que para muchos historiadores señala el inicio del período imperial o, en todo caso, del definitivo declinar de la república. En la aplicación de su previsora e inteligente política, Octavio, que venció en Accio a la facción de su antagonista Marco Antonio, se mostró muy atento a no dar por concluido el período republicano. Antes bien, todo su programa propagandístico se centró en la exaltación de los valores y los ideales del pasado. De manera gradual y prudente, el entero ordenamiento político experimentó mutaciones encaminadas a justificar jurídicamente la posición de Octavio, el cual estaba reuniendo en una sola persona y sin límites de tiempo, todos los cargos que durante la República habían estado rigurosamente repartidos entre varios magistrados. Octavio prefirió actuar de forma gradual: primero asumió el título de princeps, luego el de augustus, y por último el de imperator. También se le atribuyeron el poder tribunicio, los cargos de cónsui, y procónsui, y la dignidad de pontifex maximus, lo que le permitía reunir en su persona el control decisivo y único de todos los órganos de poder. La reestructuración de Octavio Augusto (llamado también simplemente durante el Imperio) fue global, y comprendió la reforma del ejército y del aparato administrativo y burocrático. Se dedicó gran cuidado y atención al muy delicado problema de reforzar las fronteras y a dejar bien sentada la autoridad central en aquellos territorios más reacios a aceptar el control de Roma. Como si fuera un momento de reflexión y consolidación, el programa de Octavio apuntaba, pues, a reafirmar el control en los territorios, y desistía por el momento de la antigua política expansionista.

El arte como instrumento de consenso

Para garantizar estabilidad a su poder, Augusto dedicó muchas de sus energías y de su inteligencia a la organización del consenso: el arte y la literatura se convirtieron para él en instrumentos refinados y preciosos para la propagación de los valores del principado, los cuales insistían en el ideal de continuidad con respecto a la antigua civilización romana. La devoción a los dioses, el culto de los antepasados y la exaltación de la dignidad y la rectitud de los hombres que habían engrandecido Roma, fueron algunos de los argumentos preferidos por Augusto y por los ilustres hombres de cultura que lo apoyaron y que pusieron su arte al servicio de este complejo designio político y social. Entre tantas contribuciones destaca la de Virgilio y su Eneida, obra que celebra la grandeza de Augusto atribuyéndole ascendencia divina, como descendiente de Eneas, hijo éste de Venus, y de cuya prestigiosa figura se hacía derivar la estirpe latina. En el conjunto de este ambicioso proyecto político, artístico y social, figuran también las monedas, que en esta época sufren varias modificaciones tanto en la forma como en la sustancia. Dos elementos en particular resultan evidentes en esta primera fase de las acusaciones imperiales: la elevada producción de las cecas situadas fuera de Roma (en época republicana, la ceca capitolina era prácticamente la única en activo) y la organización de una serie completa de nominales, basada en reutilizar los ya existentes y en la creación de nuevos valores fraccionarlos de la moneda base.

Cecas descentralizadas para las monedas de oro

Siguiendo el modelo helenístico, Augusto dispuso una amplia variedad de nominales que comprendía monedas de oro, plata y cobre. Una de las novedades que mejor caracterizan la época imperial es la introducción del oro en el sistema monetario romano: a partir de Augusto, todos los emperadores, salvo raras excepciones, mandarán acuñar con su propio nombre y con su retrato el nummus aureus o denarius aureus, llamado sencillamente aureus (áureo). Esta moneda, que se convertirá en un medio de intercambio difundido en todo el territorio del Imperio, presenta características peculiares. Como ya se hizo con las monedas de plata, la producción de oro estaba bajo el directo control del emperador y se desarrollaba principalmente en centros fuera de Roma. En las monedas de bronce y oricalco, todas acuñadas en Roma, aparece la sigla SC, que sintetiza la fórmula senatus consulto. Esto indica que este tipo de emisiones estaba sujeto al control y al decreto del Senado, Esta sigla, dominante primero en el campo y luego, poco a poco, de dimensiones cada vez más reducidas, caracterizó toda la producción fraccionaría del Imperio hasta la crisis del siglo III a. C., cuando estas acuñaciones fueron interrumpidas en medio de una crisis generalizada y profunda del sistema monetario. No debe sorprender esta diarquía (o se duplicidad de poder) relativa a las emisione monetarias (tesis que por lo demás no es acep tada por todos los especialistas): en realidad s remitiría a una costumbre ya en uso durante e último período de la República. Junto a las emi siones sujetas al control del Senado en la per sona de los tresviri monetales (tres hombres, magistrados, propuestos para el control de 1 producción de moneda), existían las emisione imperatorias, confiadas a la responsabilidad del comandante investido de imperium y destinadas a satisfacer las necesidades militare fuera de Roma. Además, esta diarquía se extendía a otros sectores de la organización imperial; por ejemplo en el terreno militar administrativo, en el que había provincias senatoriales e imperiales. Las primeras, ya pacificadas y bajo el control de Roma desde hacía mucho tiempo, eran administradas por el Senado; las segundas, conquistadas más recientemente y aún agitadas por fermentos separatistas, necesitaban de la presencia constante de legiones militares y dependían directamente del emperador como jefe del ejército. La producción en oro comprende el submúltiplo llamado quinario, igual a la mitad del áureo (áureo = 25 denarios de plata; quinario = 12 denarios y medio de plata), fracción que se produjo de manera esporádica y siempre en cantidad limitada, Cuando se introdujo, bajo Augusto, el aureus se valoró sobre la base de 1/42 de libra (o sea alrededor de 7, 80-7, 95 g), como en tiempo de César. Con Nerán, el áureo pasó a 1/45 de libra, con la reforma de Caracalla a 1/50 y con Diocieciano a 1/60. En tiempo de Constantino, ya en la primera mitad del siglo IV, nació una nueva moneda de oro llamada solidus, que tenía una proporción de 1/72 de libra y se dividía en semissi (1/2 sólido) y tremissi (1/3 de sólido). A causa de las numerosas reformas monetarias que se sucedieron durante el Imperio, la pieza de oro sufrió diversas modificaciones, tanto en el peso como en la frecuencia de las emisiones o en el tipo de elaboración. La aleación, en cambio, mantuvo siempre el grado más elevado de pureza, y esto debe resaltarse porque tuvo fundamental importancia en la difusión de la moneda. !> En la historia de la Roma imperial se encuentran numerosos términos que presentan matices léxicos aparentemente mínimos, pero que en realidad tienen gran peso. Además, muchos títulos se emplean hoy en una acepción distinta de la que tenían en aquella época. Se hace necesario, pues, explicar qué entendían los antiguos romanos cuando empleaban tales términos. Hoy la palabra dictator se asocia con figuras de dictadores de infausta memoria, tiranos liberticidas que asumen un poder absoluto por tiempo indeterminado. El dictator latino, antes de Julio César, era un magistrado excepcional que tomaba el poder como resultado de una decisión senatodal y en circunstancias de grave dificultad para el Estado, sobre todo de tipo militar. En esos momentos se imponía la exigencia de una única y sólida guía para no caer en el caos, y por eso el dictador-comandante recibía poderes extraordinarios por un período de seis meses, eventualmente renovables. Otro término que merece precisiones es imperator. Éste tiene muy poco en común con la idea moderna del emperador según el modelo austrohúngaro. Empezó a usarse ya en época republicana, y cuando Octavio lo adoptó significaba general victorioso, título atribuido por los soldados al comandante que los había conducido a la victoria. En su origen fue, pues, un término honorífico y de exaltación, y en una segunda etapa el imperator se convirtió simplemente en el comandante del ejército, dotado deimperium, esto es, de mando supremo, el más amplio poder militar, jurídico y administrativo, Más adelante, el término adquirió el valor de titular del poder absoluto, con la ión política e institunal que se mantuvo después en todas las lenguas románicas. En las monedas imperiales, esta palabra suele encontrarse abreviada como IMP. Octavio Augusto, sin embargo, no gustaba mucho del título imperator, y prefería que lo llamaran princeps. Nosotros asociamos la dignidad de príncipe a una persona de sangre real. El princeps latino era, en cambio, el jefe de una comunidad, el ciudadano más eminente, el que tenía el mayor prestigio. No figuraba en la Constitución republicana, y agradó a Octavio, entre otras razones, porque le concedió este título el Senado, el órgano republicano de mayor importancia, y así alejaba de sí la sospecha de que estaba en conflicto con esa asamblea, Otra palabra en la política romana fue augusto, que pronto vino a sustituir el nombre tanto de Octavio como de los subsiguientes emperadores romanos (AUG en la abreviatura de las leyendas monetales). Probablemente el término deriva del verbo latino augere, 0 sea acrecentar, aumentar, con el consiguiente significado de benefactor, título seguramente bien aceptado por el iniciador del nuevo rumbo político. Otros creen que este título deriva del sustantivo augur (a su vez relacionado con augeo), que quiere decir sacerdote, lo que implica elegido de los dioses. Otro término que a menudo se encuentra en las leyendas de las monedas es pontifex maximus: alude al cargo puramente honorífico, pero de gran valor simbólico, de custodio y garante de la religión oficial (en las monedas aparece abreviado como P. M. . Consul (abreviado , COS) era un título típicamente republicano: entonces los cónsules eran dos (a fin de que pudieran controlarse mutuamente) y permanecían en el cargo sólo un año (con objeto de no dar lugar a un excesivo apego al poder). En época imperial, siendo el consulado uno de los cargos máximos del Estado, muchos emperadores se atribuyeron ese título y el año del consulado (indicado en números romanos), de donde se extraen preciosos datos cronológicos. La tdbunicia potestas (título abreviado TR. P) era una dignidad importantísima, creada para defender los derechos de los plebeyos. Cargo temporal en la República, se convirtió en vitalicio en tiempo de los emperadores, y como cada año se renovaba, se difundió la costumbre de fechar el reinado según los años de la, . Pater patriae era un título honorífico que significa padre de la patria. Se le oonfiñó por vez primera a Augusto en el año 2 a. C., y muchos de sus sucesores quisieron adoptarlo. En las monedas se encuentra siempre abreviado, P. P. .

El oro de la Roma republicana

La producción de moneda de oro caracteriza todo el período romano imperial, si bien durante la República ya hubo emisiones de ese metal. Ya hemos mencionado el llamado oro del juramento de las monedas romanas de Campania (años 320-268 a. C.). Citemos ahora el denominado oro sesterciario, de cronología incierta, compuesto por tres nominales (tres, dos y un scrupulum de peso, respectivamente en tomo a 3, 41, 2, 27 y 1, 1 3 g). La iconografía de estas pequeñas monedas lleva en el anverso el rostro barbado de Marte, tocado con la galea, un característico casco de cuero, junto con la indicación del valor expresado en sestercios. En el reverso figura un águila sobre un rayo. Seguramente puede adscribirse también al período republicano la emisión lanzada por Tito Quincio Flaminio después de la victoria sobre Filipo V de Macedonia en Cinoscéfalos en el año 197 a. C., y de la que se conocen poquísimos ejemplares. Se deben a Sila tres emisiones de oro (años 81-79 a. C.) en una proporción de 1/30 con respecto a la libra. Pompeyo siguió su ejemplo y mandó acuñar áureos de un peso de 1/36 de libra. Pero la producción de monedas de oro romanas se hizo significativa con Julio César: de las campañas de las Galias, César llevó a Roma grandes cantidades de aquel metal precioso, y en su designio a largo plazo de introducir una divisa romana fuerte en los mercados internacionales, hizo acuñar una moneda de oro de poco más de 8 g de peso, o sea próxima a los modelos numismáticos helenísticos.