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El papel moneda de las colonias francesas

La misma división temporal que se ha propuesto para distinguir las dos fases de la expansión colonia¡ británica, es válida para la actuación francesa en ultramar. Mientras que en el caso de Inglaterra no hubo una verdadera solución de continuidad, en el de Francia existen dos fases bien distintas, a las que cabe añadir una tercera. Los primeros viajes de exploración se efectuaron ya durante el reinado de Francisco 1, cuando Giovanni da Verrazzano primero y Jacques Cartier después pusieron las bases de la conquista del Canadá, la primera colonia francesa importante. Desde aquí la colonización se desplazó hacia el Sur a través de los Grandes Lagos y luego hasta el golfo de México. La conquista de estos territorios se completó durante el reinado de Luis XVI, cuando la expansión ultramarina había asumido un papel de gran importancia en la política francesa.

La formacion del imperio colonial frances

Gracias al ministro Coibert, gran inspirador del mercantilismo y del colonialismo, el empuje expansivo se dirigió a África, con la ocupación del Senegal, Madagascar y las islas Mascareñas (las actuales Reunión y Mauricio). También se establecieron importantes asentamientos en la India, entre los que recordamos Chandernagore y Pondicherry, franceses respectivamente hasta 1950 y 1954. De estos dos pequeños enclaves quedan unos pocos billetes, muy raros, emitidos entre 1877 y 1945 por la Banque de I’Indochine. Es notable por la gran minucia de sus representaciones el de 50 rupias, de 1936, en el que, como en todos los demás, los epígrafes que indican el valor están en francés e inglés. La bandera tricolor francesa ondeó también en América central y meridional, entre las Antillas (Guadalupe, Martinica y Santo Domingo) y la Guayana, donde en 1637 se fundó la famosa colonia penitenciaria de Cayena, definitivamente clausurado en 1947. Durante esta fase, los franceses aplicaron una política colonia¡ errónea, que en el transcurso de pocos años determinó una notable reducción de los territorios. Por lo general, a la conquista formal no seguía el poblamiento, y a veces faltaba incluso la ocupación efectiva. La administración estaba centralizada en exceso, y la relación entre propiedad y colonos era de tipo feudal. Era notable, además, la intolerancia religiosa. En este período, Francia consideró sus posesiones meros territorios para explotar en su beneficio exclusivo. En 1 763, en virtud del tratado de París, que puso fin a la guerra de los Siete Años, el Canadá pasó a Inglaterra, en tanto a Francia sólo le quedaba el derecho a pescar frente a las costas de Terranova, además de la posesión de las dos islitas de San Pedro y Miquelón, El tratado prohibía asimismo a Francia la fortificación de las pequeñas bases de la India, con lo que se le limitaba de hecho cualquier posibilidad de expansión ulterior. En el Canadá inglés, se dejaba sentir ampliamente la necesidad de papel moneda, pues las emisiones por cuenta del gobierno francés se habían detenido con las últimas ordonnances de 1760. En 1813, finalmente, se emitieron los primeros army bills, papel moneda de emergencia cuyo valor se indica en lengua inglesa y en dólares, y en francés y en piastras. Hoy San Pedro y Miquelán constituyen una , colectividad territorio¡ representada en el parlamento francés por un diputado y un senador. De estas islas son curiosos dos rarísimos billetes de 27 y 54 francos, equivalentes respectivamente a 5 y 1 0 dólares, impresos entre 1890 y 1895 por la Banque des Isles Saint-Pierre et Miquelon, cuyos peculiares valores nominales (directamente relacionados con el dólar) demuestran que la emisión está inspirada también por motivos nacionalistas. En 1803, Francia había perdido los últimos territorios al sur del Canadá. Ese año, en efecto, Luisiana fue vendida a Estados Unidos por 80 millones de francos. En 1810, cayeron en manos inglesas las islas Mascareñas y Madagascar. El segundo período colonia¡ francés se inició en 1830 con la toma de Argel, a la que siguió la rápida conquista de toda Argelia. Los motivos políticos de este nuevo impulso colonia¡ estaban claros: los gobiernos de París habían perdido demasiado tiempo, y era preciso contrarrestar el enorme desarrollo colonia¡ de Gran Bretaña, que en aquella época podía gloriarse de poseer más de 20 millones de kilómetros cuadrados. Los mayores esfuerzos se concentraron en las adquisiciones territoriales en África y en el Sudeste Asiático. Esta fase, que presenció la consolidación del imperio colonial francés, puede darse por concluida en 1911.

La colonias africanas

En el continente africano, la penetración comenzó con los protectorados sobre los islotes próximos a Madagascar y las Comores, que constituyeron los Restablecimientos franceses del canal de Mozambique. Entre 1854 y 1865, el dominio colonial se extendió al Senegal, Nigeria y Guinea. Luego se ocupó la bahía de Obock, en el golfo de Adén, y desde luego no hay que olvidar la obra colosal de la apertura del istmo de Suez (muy discutida por Inglaterra), que a partir de 1 869 aumentó la influencia francesa en aquella área. De esta fase de la colonización francesa en África quedan algunos raros billetes de 25, 100 y 500 francos, emitidos por la Banque du Sénégal entre 1853 y 1901: son de color azul en el anverso, mientras que el reverso, anepigráfico, es negro. Desde 1895, año en que obtuvo de nuevo Madagascar, hasta los primeros años del siglo M, Francia consolidó definitivamente sus posiciones en África. En 1883 nació el protectorado francés de Tunicia, mientras las conquistas, partiendo del norte del Sahara, se iban extendiendo hacia los últimos espacios libres que quedaban al Sur y al Oeste. Esta política, consistente en incorporar territorios franceses situados entre los que ya pertenecían a otras potencias coloniales, no podía dejar de suscitar problemas. Éstos se resolvieron mediante complicados acuerdos y protocolos, pero a menudo no resultaba fácil alcanzar conclusiones satisfactorias para todos los interesados, como por ejemplo en el caso del Sudán oriental, disputado entre Francia e Inglaterra, que casi provocó un conflicto abierto entre ambas potencias. Dos convenios, estipulados en 1899 y 1904, sancionaron una enésima y definitiva distribución en este gran entre Inglaterra, que se quedaba la parte oriental, y Francia, a la que correspondía la occidental, de unos 10 millones de kilómetros cuadrados en conjunto. Entre los dos grandes propietarios se intercalaban algunas colonias alemanas, portuguesas, españolas e italianas. Son muy interesantes algunas emisiones del período anterior al primer conflicto mundial, empezando por los raros billetes de 50, 100, 500 y 1. 000 francos impresos en las diversas sucursales de la Banque d’Algérie entre 1864 y 1870. Están muy cuidados en el aspecto gráfico y en las representaciones los emitidos en Conakry y en Dakar por las filiales de la Banque de l’Afrique Occidentale para la confederación de colonias que formaban, precisamente, el África Occidental Francesa. El raro billete de 100 francos, azul y rosa, emitido en 1892 en la actual capital senegalesa, presenta figuras alegóricas en el típico estilo liberty, que hacen parecer este billete como inadaptado al lugar. Aun hoy, casi todos los Estados que formaban esta colonia cuentan con una divisa común. Son curiosos los pequeños billetes de emergencia emitidos para Madagascar y las Comores en 1916 con valores desde 5 céntimos a 2 francos: para ambos territorios se usaron sellos pegados en pequeños rectángulos de cartón, en cuyo anverso aparecen un perro y un cebú.

Las colonias de Asia

La expansión territorial francesa en Asia comenzó en 1862, con la conquista de Cochinchina (actual Vietnam del Sur), a la que siguió en 1863 la de Camboya, convertida aquel año en protectorado francés. Entre 1 883 y 1 894, se constituyó la lndochina Francesa gracias al tratado de Hué, que reconocía a Francia la posesión de Annam (Vietnam central) y Laos. Se trataba de un territorio poblado por más de 17 millones de habitantes. Algunas de las emisiones de la Banque d’lndochine se cuentan entre las más hermosas de toda la serie colonia¡ gala. La unidad monetaria no era el franco, sino la piastra (como en el Canadá), equivalente a un dólar y a la moneda española de 8 reales, en uso desde hacía siglos en el Sudeste Asiático. Se trata del llamado pillar collar o dólar con columnas, por las columnas de Hércules que aparecen en el reverso. Fue ésta la moneda internacional por excelencia desde el siglo XVII hasta fines del XIX. Entre 1893 y 1907 se emitieron en Saigón y Ha¡ Phong billetes de 1, 5, 20 y 1 00 dólares o piastras, hoy muy raros, en los que aparecen representaciones de inspiración clásica, como Neptuno, y personajes de la historia de la navegación y de los descubrimientos geográficos. También son frecuentes las evocaciones de obras arquitectónicas de los antiguos imperios de esta parte de Asia. La segunda serie de billetes emitidos para lndochina se aparta de la primera por los caracteres más modernos y por la sustitución de la lengua inglesa (con anterioridad utilizada junto con el francés) por los ideogramas chinos.

Las colonias de Oceanía

La formación de las primeras colonias en Oceanía se remonta a 1853, con la ocupación de Nueva Caledonia, a la que se añadieron las islas de Sotavento, Barlovento y Tahití, transformadas de protectorados en colonias propiamente dichas, y con la creación del condominio anglofrancés de las Nuevas Hébridas. Los billetes usados en Nueva Caledonia los emitió a partir de 1873 la Banque de la Nouvelle Caledonie, y luego la filial en Nouméa de la Banque d’lndochine, que recurrió a los mismos tipos empleados para las emisiones en lndochina. A las primeras dos fases de expansión colonia¡ puede añadirse una tercera. Concluida la Primera Guerra Mundial, se adjudicaron a Francia algunas colonias que habían pertenecido a Alemania, como por ejemplo Togo y Camerún, que unidas al Congo, ya francés, consolidaron mportante área colonia¡: el África Ecuatorial rancesa, Además de estos territorios africanos, se entregaron a Francia los de Siria y el Líbano. Al África Ecuatorial Francesa pertenece una notable serie de billetes emitidos a partir de 1917, entre los que cabe señalar por su belleza el de 1. 000 francos, de 1941-1944, que representa el ave fénix. Las emisiones para Siria y el Líbano corrieron a cargo de la Banque de Syrie, convertida a partir de 1925 en Banque de Syrie et du GrandLiban. La unidad monetaria de ambos territorios era la libra dividida en 100 piastras. Los billetes se apartan de los acostumbrados tipos coloniales franceses: en lugar de representaciones alegóricas de estilo floral aparecen los monumentos locales, rodeados de motivos decorativos.

El fin del imperio

El camino hacia la independencia de las colonias empezó precisamente por Siria y el Líbano, que se convirtieron en Estados soberanos en 1946 y 1944 respectivamente. La disgregación del imperio colonia¡ galo no dejó de suscitar, sin embargo, conflictos y enfrentamientos. Para contener la secesión de las colonias, al comienzo el gobierno instituyó la Unión francesa, que preveía la incorporación de aquéllas a la metrópoli. El Vietnam proclamó su independencia en 1945, pero al no reconocerla Francia, se desencadenó la guerra de lndochina. Al mismo tiempo, comenzaban las guerras de liberación en Tunici’a y Argelia, conflictos éstos que afectaron gravemente a Francia durante varios años. Después de la transformación de la Unión en Comunidad francesa, con libre adhesión a la nueva forma asociativo, gran parte de las ex colonias se desvincularon definitivamente de Francia. También es cierto que en los Estados soberanos de África occidental, por ejemplo, se ha conservado buena parte de las estructuras francesas, y ante todo la unidad monetaria común. Todavía hoy, por más que las últimas emisiones se remonten a 1981, se sigue usando el franco en Mal¡, Mauritania, Níger, Senegal, Benín, Costa de Marfil, Burkina Faso y Togo. Y ello pese a que la mayoría de los Estados es independiente y autónoma desde 1960. Lo mismo puede decirse de los p@íses que formaban el bloque de colonias del Africa Ecuatorial (Congo, Gabón, República Centroafricana, Chad y Camerún), donde sigue en curso el franco CFA junto a las divisas locales. Hoy día, Francia ya no tiene colonias; tan sólo departamentos de ultramar o colectividades territoriales. Entre los primeros, cabe recordar Guadalupe y Martinica en América del Norte, y Guayana en la del Sur; Reunión en África; y Nueva Caledonia, Wallis y Futuna, Polinesia Francesa y Clipperton en Oceanía. Son colectividades las islas de Mayotte (en el archipiélago de las Comores), en África, y San Pedro y Miquelón en América.




Los billetes de las colonias inglesas

La prolongada trayectoria histórica que llevó a Gran Bretaña en 1911 a encabezar un enorme imperio, extendido por no menos de 29 millones de kilómetros cuadrados y habitado por 420 millones de personas, se desarrolló en dos fases. La más antigua se inicia en 1583 con la fundación de Saint John’s, en Terranova, mientras que la moderna se completa en el siglo pasado. En realidad, entre las dos fases no hay una auténtica interrupción, pero en cualquier caso la primera se puede considerar como el período de conquista y la segunda fase, como de consolidación de dicha conquista. Las etapas fundamentales de la historia del imperio británico pueden resumiese así: en 1585 se inicia la trata de esclavos africanos, en 1600 se funda la Compañía de las Indias orientales, que entregará al gobierno británico la totalidad del subcontinente indio, en 1785 se conquista Malasia y en 1788 Australia. El siglo XIX@asiste a la conquista de enormes teffitorios de Africa central, oriental y meridional. El principio del fin del imperio colonia¡ inglés coincide con la constitución, en 1926, de la Commonwealth, asociación libre de Estados soberanos cuya mayoría reconoce la autoridad simbólica de la Corona inglesa. Hoy, sin embargo, sólo una parte de estos países sigue considerando a la reina de Inglaterra como jefe del Estado.

Colonias africanas

El último testimonio de la colonización inglesa en Europa es Gibraltar. Son ex colonias Chipre y el archipiélago de Malta. La expansión colonia¡ inglesa en el continente africano interesó cuatro vastas regiones. Los Estados que formaban la British West Africa, y que corresponden a las actuales Gambia, Sierra Leona, Nigeria y Ghana, constituían una unidad administrativa y estaban dotados de una divisa común, la West African Currency, cuyos billetes permanecieron en curso hasta 1958. Extrañamente, en estos billetes, emitidos a partir de 1916, nunca aparecen los soberanos ingleses, sino hermosos paisajes de las costas africanas, con espesos palmares. También los Estados de la franja odentad, que formaban el grupo administrativo de la East Africa, disponían de una moneda común, que no era la libra esterlina, sino la rupia, dividida en 100 cents. En 1920-1921, el gobierno del protectorado, con sede en Mombasa, emitió billetes en floñnes, divididos también en 1 00 cents, de los cuales 1 0 equivalían a una libra esterlina. Desde 1921 a 1964 estuvo en vigor el sistema inglés mixto, con la libra dividida en 20 chelines y el chelín dividido a su vez en 1 00 cents. El papel moneda se emitió con valores en chelines, pero en cada billete se indica siempre el equivalente en libras. Los retratos de los soberanos (Jorge V, Jorge Vi e Isabel 11) son más bien pequeños, y los epígrafes aparecen siempre en inglés y árabe. Hoy día en Kenya, Uganda y Tanzania se ha mantenido en uso el sistema del chelín dividido en 100 cents; sólo en Tanzania el término inglés shilling ha sido cambiado por shilingi. En el Sur, hasta 1963, los territorios de los actuales Zimbabwe, Malawi y Zambia formaban una federación compuesta por el protectorado inglés de Rhodesia del Norte y Rhodesia del Sur. El papel moneda de esos países formaba parte de las series emitidas por el Southern Rhodesia Currency Board, impresas en 1953; por el Central Africa Currency Board, en 1955, y finalmente por el Bank of Rhodesia and Nyasaland, en 1956 a 1961. Se trata de billetes muy tradicionales, que muestran en el anverso el retrato de Isabel 11 y en el reverso algunos de los más hermosos paisajes que podían ofrecer esos territorios, como las cataratas del Zambeze. Entre los billetes del período inglés de Sudáfdca, independiente desde 191 0 con el nombre de Unión Sudafricana, y que abandonó la Commonweakh en 1961, merecen ser recordados los Treasury Gold Certificates, emitidos en Pretoria en 1920 y muy similares a las libras esterlinas del Banco de Inglaterra, blancos e impresos por una sola cara.

Colonias americanas

Las posesiones inglesas en América son numerosas: entre los principales Estados que emitieron y siguen emitiendo billetes de banco, con referencias concretas a la Commonwealth o a la Corona, citamos Canadá, Jamaica, Belice, Caimán, Trinidad y Tobago, Guyana inglesa y numerosas islillas del Caribe, como Antigua y Barbuda, Bahamas, Dominica, Granada, y San Vicente y Granadillas. Los billetes del Canadá, emitidos por el Colonia¡ Bank, circularon en la mayoría de los territorios sujetos a la Corona inglesa, Desde 1866, el sistema en uso en e¡ Canadá está basado en el dólar dividido en 100 cents. En otros lugares, el paso de la libra y sus submúltiplos al dólar se ha producido en fecha reciente: en Bermuda en 1970, en las Bahamas en 1966 y en Jamaica en 1969. Son de excepcional valor artístico algunos billetes emitidos en el Canadá entre 1901 y 1924. Los billetes canadienses y los de las pequeñas colonias se parecen bastante, pues presentan en el anverso el tradicional retrato de la reina ]sabe¡, junto al cual aparecen de vez en cuando imá enes típicas del lugar, bien sean paisajes naturales o motivos culturales. Constituyen excepciones Jamaica y Barbados, cuyos billetes se dedican a personajes de la reciente historia local, pese a que en ambos casos el soberano inglés desempeña la función de jefe del Estado. El dólar no se usa en todas las colonias o ex colonias del continente americano: en las islas Malvinas (Faikland), reivindicadas por la Argentina y defendidas denodadamente por el ejército inglés en 1982, continúan utilizándose chelines y libras.

Colonias asiáticas

Las emisiones para las colonias inglesas de Asia siguen las complejas vicisitudes históricas de estas posesiones. La serie más notable es sin duda la emitida por la India. La primera, que circuló de 1861 a 1924, está constituida por papel moneda impreso por un lado, con la fórmula 1 promise to pay. . . Las emisiones coloniales acaban en 1943 con los billetes que representan a Jorge VI. Semejantes a los billetes indios son los emitidos por Birmania de 1937 a 1939 con las efigies de Jorge V y Jorge VI. Si nos desplazamos al Este, a la región de la península de lndochina y de las islas adyacentes, penetramos en una auténtica multitud de colonias inglesas, francesas, holandesas y portuguesas, con las consiguientes complicaciones desde el punto de vista monetario. Entre los billetes coloniales más raros de esta zona cabe citar los dólares emitidos entre 1886 y 1927 por la British North Borneo Company, la empresa comercial que administró la parte septentrional de la isla de Borneo entre 1877 y 1942. Entre los más hermosos, además de raros, se cuentan los billetes emitidos entre 1906 y 1924 por Colonias del Estrecho, un conju pequeños Estados formado por Penang, Síngapur, Labuan y li Cocos y Chdstmas. Las dos últimas se anexionaron a Australia respectivamente en 1955 y 1958. En 1953 comienzan las emisiones de los dólares del Board of Commissioners of Currency, una entidad creada con el fin de dotar de una moneda común a las colonias de Malasia (Sabah, Sarawak, Singapur y Labuan).

Colonias del Pacífico

Entre las emisiones de los numerosos pequeños Estados de esta región, pertenecientes a la ommonwealth, recordemos los del archipiélago de las Salomón, donde a partir de 1966 el dólar sustituyó a la libra. Son únicos en su género los billetes de emergencia emitidos el 1 de enero de 1942 para el archipiélago de Gilbert y Ellice: se trata de bonos consistentes en hojitas de papel, de color blanco y rojo, mecanografiadas, or valor de 1, 2, 5 y 1 0 chelines y una libra esterlina, garantizados fondos especiales del gobierno ¡piélago. e valor estético y comercial son los billetes, de estilo muy cuidado y típicamente liberty, emitidos desde 1910 en Australia por los bancos locales. A partir de 1966, este país ha adoptado como divisa el dólar, si bien continúa reconociendo a la reina como jefe del Estado, cuyo rostro aparece sólo en el billete de un dólar, junto a un canguro y un emú. Los demás valores se dedican a personajes de la historia local. Muy coloristas, como cabe esperar de la fauna local, son los modernos billetes de Papuasia-Nueva Guinea, que representan aves d el paraíso. Otro documental sobre la fauna lo proporcionan las emisiones de Nueva Zelanda. Resulta curioso que en los primeros billetes, que datan de 1934, aparezca el retrato de un rey maorí, en tanto el de la reina sólo se encuentra en los actuales. En 1967, también Nueva Zelanda sustituyó la libra por el dólar.




El uso del papel moneda y la inflación

Las primeras experiencias con billetes de banco fueron catastróficas. Prácticamente todos los gobiernos que adoptaron este nuevo tipo de circulante cayeron en el fatal error de emitir billetes en cantidad tan elevada que ocasionaron una sensible pérdida de su valor. A veces las emisiones excesivas se manifestaron como el único camino posible cuando la situación económica resultaba incontrolable. Han sido muy frecuentes las circunstancias de este tipo en los dos últimos siglos, y recientemente se han repetido en diversos países, sobre todo en Sudamérica, por ejemplo en el Brasil y en la Argentina, y entre los Estados del ex bloque comunista, incluida la hoy disuelta Unión Soviética.

La inflación en América Latina

Muchos expertos vinculan las actuales hipeñnflaciones de los países de América Latina a su elevadísima deuda externa. En este caso, la culpa se reparte equitativamente entre quienes gestionaron los préstamos, esto es, los gobiernos de esos Estados y quienes se los concedieron. Se trata de una larga historia que se inició en 1973, cuando se hizo evidente la completa dependencia del mundo occidental de los suministros de petróleo de los países árabes. Aquel año, la OPEP, la organización que reúne a los Estados productores del oro negro, decidió golpear a las naciones occidentales, culpables de sostener políticamente a Israel. Una de ¡as primeras disposiciones fue la cuadruplicación del precio del petróleo, que permitió a los países árabes acumular en pocos años enormes capitales, del orden de decenas de miles de millones de dólares, que en parte gastaron en rearmarse, mientras que la proporción más elevada se depositaba en los principales bancos europeos, especialmente en los ingleses. Europa vivía un período de gran depresión económica, debida a la llamada estanflación o suma de los efectos del estancamiento y de la inflación. En esta fase el desarrollo económico se detiene: la demanda disminuye, caen la producción y la exportación y aumenta el paro. A ello se añaden los efectos de la inflación, esto es, la pérdida del poder adquisitivo de la moneda y la consiguiente alza de los precios. En esta situación, los bancos europeos, y en parte también los de Estados Unidos, tenían notables dificultades para colocar las elevadas sumas depositadas por los productores de petróleo. Las instituciones de crédito optaron por conceder préstamos a los países del Tercer Mundo, que precisaban de todo y carecían de medios para pagar las importaciones de petróleo. Estos préstamos implicaban notables riesgos, porque pocas de las empresas que operaban en esas naciones tenían posibilidades de garantizar el pago de los intereses y el reembolso del capital, Por este motivo, los banqueros prefirieron prestar los fondos directamente a los gobiernos y a las empresas públicas, Entre las numerosas peticiones, se escogieron algunos Estados considerados relativamente más seguros, y entre ellos los de América latina. A los préstamos se les aplicaba una tasa de interés que tomaba en cuenta la solvencia del país deudor. Los bancos públicos que otorgaban los préstamos empleaban bastante tiempo para conceder las sumas: en efecto, reclamaban garantías sobre la estabilidad política y la aplicación de planes concretos de inversión para el desarrollo y la industrialización. Los bancos comerciales, con numerosas filiales en todo el mundo, aplicaban, en cambio, métodos más rápidos, con lo que el número de beneficiarios de los préstamos aumentó notablemente. Al cabo de pocos años, el monto de la deuda de los países en vías de desarrollo superó los 70. 000 millones de dólares, y empezaron a surgir dudas acerca del abono de los intereses y, sobre todo, de los capitales prestados. Para complicar la situación, estalló la revolución iraní; al faltar temporalmente su elevada producción de petróleo, el precio de este combustible se duplicó. Las consecuencias más manifiestas afectaron precisamente a los Estados de América latina, en gran parte gobernados por dictaduras, que comenzaron a declararse insolventes. Fue necesario diferir los vencimientos y conceder más créditos, pero las inestables y débiles economías de esos países no podían soportar el peso de los enormes intereses que, acumulados, elevaron la deuda a más de un billón de dólares, en gran parte, hoy puede afirmarse, irrecuperables.

Convivir con la inflación

Los casos de hiperinflación son normales en países como el Brasil, la Argentina o el Perú, hasta el punto de que cabe hablar de una convivencia con la inflación, que agrava la ya dolorosa situación de los estratos menos pudientes. Hoy día, es del todo normal para los habitantes de estos lugares, vivir directamente la progresiva reducción del valor de su moneda, mediante el creciente número de ceros que aparecen en los billetes. Los préstamos @, diseñados no sólo causaron la hiperinflación y la continua renovación de la moneda: detrás del pago de los enormes intereses acumulados está, por citar uno de los ej’emplos más espectaculares, la explotación de la Amazonia, cuya madera es uno de los bienes más preciosos puestos en venta por el Brasil precisamente para afrontar las deudas. Pero no fueron sólo los países endeudados los que sufrieron las consecuencias del nefasto mecanismo de los préstamos, sino también numerosas instituciones de crédito. En efecto, las más pequeñas de entre éstas empezaron a quebrar a comienzos de los años ochenta. Todo ello demuestra hasta qué punto es frágil el sistema monetario y bancario, y cuán delicadas y amplias son sus conexiones. Obviamente, la inflación no la provocan sólo los préstamos a sistemas políticos y económicos inestables. Entre las demás causas importan~ tes, las guerras han desempeñado un papel relevante. Un terrible ejemplo lo brinda la ex Yugoslavia, donde la guerra civil está asestando literalmente el golpe de gracia a la ya desastrosa economía. El dinar yugoslavo nunca fue una moneda fuerte: ya a finales de los años ochenta, el hundimiento del sistema económico socialista adoptado en Yugoslavia, aunque más descentralizado respecto de los poderes que las demás economías colectivistas, provocó una inflación galopante. Para hacer frente al enorme aumento de los precios, el Banco nacional hubo de aumentar progresivamente el valor nominal de su papel moneda, hasta el punto de que a finales de 1989 circulaban billetes de 500. 000 y 1. 000. 000 de dinares. En 1990, cuando la guerra civil ya estaba en puertas, apareció la última serie con los epígrafes en las cuatro lenguas oficiales: serbio, croata, esloveno y macedonia. Se llevó a cabo a toda prisa una reforma monetaria, que instituyó el nuevo dinar, correspondiente a 1 0. 000 viejos, pero se trató de una medida escasamente práctica. En 1991, Eslovenia y Croacia declararon la independencia, y Bosnia hizo lo mismo el año siguiente, desencadenándose con ello la guerra civil, acaso latente desde hacía muchos años, entre otras causas por el resentimiento de la mayoría de la población hacia el gobierno comunista de Beigrado. La concurrencia de los desdichados efectos de la guerra y del embargo decidido por las Naciones Unidas, ha impulsado al Banco estatal de la nueva Federación yugoslava, formada por Serbia y Montenegro, a emitir un billete de 50. 000 millones de nuevos dinares, para hacer frente a una hiperinflación que, en 1993, alcanzó ¡el 1. 000 % mensual! Desde hacía décadas no ocurría en Europa algo parecido. Otras deudas, contraídas forzosamente por Alemania al término de la Primera Guerra Mundial, causaron una de las inflaciones más espectaculares de la historia. El tratado de Versalles, de 1919, impuso a aquel país el pago de reparaciones de guerra por valor de 132. 000 millones de marcos oro, como los que circulaban antes del conflicto, una cifra disparatada que, obviamente, jamás se pagaría. Alemania estaba económicamente de rodillas. El gobierno se vio obligado a emitir una cantidad creciente de papel moneda que perdía valor a una velocidad de vértigo. El ritmo demencia¡ de la inflación viene testimoniado por el cambio del marco respecto al dólar: en 1919 por un dólar se pagaban 16 marcos, mientras que en 1922 esa cantidad había ascendido a 7. 650. En 1923, el año más trágico, el cambio se incrementaba de mes en mes: de junio a agosto un dólar pasó de valer 75. 000 marcos a 1. 100. 000, en octubre valía ya 242 millones, y en noviembre llegó a los 4, 2 billones. Los billetes emitidos por el Reichsbank se imprimían en valores de millones, miles de millones y billones. En diciembre de 1923 circulaban casi 500 triliones de marcos, a los que cabe añadir una cifra acaso superior en forma de notgeld, o sea moneda de emergencia. Al término del segundo conflicto mundial, en Hungría sucedió algo peor. En el transcurso de los primeros meses de 1946, la pérdida de valor de la moneda nacional, el pengo, alcanzó niveles insólitos: se llegó a imprimir el valor de mil millones de B-pengo, o sea ¡mil billones de pengo!




Billetes nordistas y surdistas

Los años centrales del siglo xix fueron para Estados Unidos un período de gran desarrollo económico. El empuje definitivo provino de la construcción de líneas férreas que cubkan largas distancias, y que aseguraron rápidas comunicaciones entre los estados de la federación. Pero la recién conquistada prosperidad agudizaba las profundas diferencias económicas y sociales entre los estados septentrionales y los del Sur. Los gobiernos del Norte industrial se mostraban decididos partidarios del proteccionismo y del mantenimiento de aranceles, con el fin de promover el desarrollo, mientras que los estados agrarios del Sur presionaban en favor del libre cambio, con objeto de favorecer sus exportaciones. La ruptura definitiva entre ambas partes la provocó el proyecto de abolir la esclavitud, promovido por los estados del Norte y rechazado por los del Sur, que basaban en el trabajo esclavo el cultivo del algodón y del tabaco, actividades de vital importancia para su economía. Tras la elección como presidente de Abraham Lincoin, republicano y antiesclavista, acaecida en 1860, los once estados del Sur se separaron, formando los Estados Confederados de América, con capital en Richmond. El conflicto, ya larvado, estalló el 12 de abril de 1861 con el ataque del ejército confederado a Fort Sumter, en Carolina del Sur, que estaba en manos de los federales.

Los billetes verdes

La guerra civil puso inmediatamente de manifiesto la urgencia de una masiva financiación de las empresas bélicas. El Norte, convencido de que el Sur no resistiría mucho tiempo, pensó poder resistir con préstamos y, eventualmente, con un aumento limitado de la fiscalidad. Como ocurre casi siempre, la guerra de Secesión desencadenó una carrera hacia la tesaurización de bienes , seguros, en particular de metales preciosos, por lo que en breve tiempo el oro desapareció de la circulación. Para suplir su falta, el Congreso ordenó emitir 150 millones de dólares en forma de nuevos billetes llamados green backs, por el color verde de su reverso, Los valores eran de 5, 10, 20, 50, 1 00, 500 y 1. 000 dólares; no daban intereses y podían ser reembolsados al cabo de cierto tiempo, o bien convertidos en obligaciones estatales al 6 % de interés. En 1863, la convertibilidad de los green backs fue revocada a propuesta del secretario del Tesoro, Salmon Portiand Chase, uno de los protagonistas de las vicisitudes financieras de la guerra civil (su retrato aparece en los 10. 000 dólares de 1934, todavía en curso, aunque raramente utilizados como medio de pago). Aquella no fue una decisión feliz, y el propio Chase, en vista de la gradual depreciación de los green backs con relación al oro, que era objeto de tráfico en el mercado negro, hubo de adoptar una serie de medidas con las cuales, al prohibir las transacciones en metal amarillo y en divisa extranjera, de hecho instauraba el curso forzoso de los green backs. Ni siquiera estas drásticas decisiones tuvieron los efectos esperados, pues el público las interpretó como una confirmación oficial de su propia desconfianza hacia los nuevos billetes. Junto a los green backs, llamados también legal tender notes, o sea billetes de curso legal, circulaban demand notes, billetes de 5, 1 0 y 20 dólares emitidos por iniciativa de Chase, y que podían cambiarse por oro si así se solicitaba. Llevaban en el anverso una letra que indicaba en qué filiales del Tesoro de Estados Unidos podía efectuarse dicho cambio: , a significaba pagadero en Nueva York, , b en Filadelfia, c en Boston, d en Cincinnati y e en Saint Louis. No habían transcurrido doce meses desde el comienzo de las hostilidades, y el oro ya se había vuelto muy escaso: la Tesorería no pudo reembolsar las demand notes, por lo que en mayo de 1862 fueron retiradas. Quedaban los green backs, que resultaban del todo insuficientes para las exigencias de la economía. En febrero de 1863, por iniciativa de Chase, el Congreso aprobó la National Bank Act. Esta ley favorecía el nacimiento en los diversos estados de bancos autorizados a emitir billetes: bastaban cinco socios y un capital de 50. 000 dólares, del cual sólo era preciso desembolsar la mitad. La ley tuvo un éxito discreto: los bancos nacionales de los distintos estados comenzaron a emitir billetes, llamados regionales, que ayudaron a las finanzas estatales pero crearon problemas imprevistos. Estos billetes, que en seguida se convirtieron en una parte esencial del circulante, no se aceptaban en todos los estados, que a menudo los consideraban divisa extranjera, Además, la emisión de billetes regionales dejaba sin resolver el problema de la depreciación de los green backs, en cualquier caso considerados como la principal moneda de la Unión. No pasó mucho tiempo sin que se pusiera de manifiesto la necesidad de emitir una moneda unitaria nacional, en sustitución de la local. Ésta se había visto afectada por la introducción del llamado , impuesto de muerte, que había de pagar cada banco y que alcanzaba el 1 0 % de sus emisiones. No sorprende que esta medida provocara en breve tiempo el fin del papel moneda regional. También perseguía establecer una neta distinción entre los bancos comerciales y los de emisión. Sólo el Congreso debía tener poder de emisión y de control de la moneda.

Moneda fraccionaria y sellos

La depreciación del dólar de papel había causado también la escasez de monedas fraccionarias de plata, necesarias para las transacciones pequeñas, y que se exportaban al Canadá y a los países de América latina. En estos lugares, dada la falta de circulante metálico de bajo valor, las monedas de plata de Estados Unidos eran aceptadas de buen grado a cambio de monedas de oro, las cuales eran cambiadas a su vez legalmente en la Bolsa de Nueva York o en el mercado negro. Los remedios para superar la ausencia de este tipo de circulante fueron muy ingeniosos. No obstante las prohibiciones, en algunos territorios se sustituyó por moneda constituida por billetes o monedas metálicas privadas, en muchas de las cuales se incluía publicidad de productos de consumo. En Nueva York, un cervecero de origen alemán puso en circulación no menos de 25 millones de dólares en monedas de un centavo, que representaban una hermosa jarra. También emitían calderilla las empresas de transporte, los hoteles e incluso los barberos. El gobierno, al no conseguir que se respetara la ley que prohibía la emisión de billetes privados de valor inferior a un dólar, trató de remediar el caos decretando la convertibilidad de los sellos en green backs. Obviamente, las oficinas de correos se vieron desbordadas por las solicitudes, y en breve tiempo agotaron sus recursos. La circulación de esta pequeña moneda causaba además graves problemas prácticos, debidos a la fragilidad de los sellos, que a menudo se presentaban a los bancos tan deteriorados que no podían aceptarse. Tras este fracaso, el Congreso decidió la emisión de moneda fraccionaría legal por valor de 3, 5, 10, 25 y 50 centavos, que se siguió usando hasta 1876, cuando ya había sido ampliamente sustituida por los centavos de cobre.

Las monedas sudistas

En los territorios confederados la situación era peor. Los estados carecían de moneda metálica propia, pero proliferaban los billetes de bancos locales. Estas emisiones eran ¡limitadas, y en poco tiempo la elevada masa circulante dio lugar a una grave inflación. Por lo demás, conviene tener en cuenta que las autoridades confederadas no tenían muchas otras posibilidades de financiar los gastos de guerra, cada vez mayores, ya que los ingresos por aranceles eran prácticamente nulos a causa del bloqueo a las exportaciones impuesto por el Norte, y el sistema fiscal resultaba insuficiente. Gran parte de los billetes no eran de buena factura, y los falsos abundaban. Los green back@ del Norte, introducidos de contrabando, contri~ buían a la confusión, pues se aceptaban ¡legalmente en los territorios de la Confederación. Con el tiempo, el mismo gobierno sudista hubo de decretar la legalidad de su circulación. En los últimos años de la guerra, muchos soldados imponían, como condición para permanecer fieles al ejército sudista, recibir la paga en billetes nordistas. Los billetes confederados, llamados warrants, on war bonds y, más genéricamente, notes, eran convertibles en mercancías. ¿Cuáles? Eso era un misterio. Algunos billetes incluían como cláusula de su validez para la conve sión la firma de la paz. Resulta evident pues, que reinaba una verdadera anarquí monetaria. Los temas de los billetes sudista son predominantemente militares. A vece aparecen personajes de la mitología grieg en el billete de 5 dólares de 1863 impreso e Florida, figura la diosa Moneda. En 186 concluida la guerra, los billetes que circulaba en la Confederación fueron desposeídos de su valor.




El papel moneda de las colonias de Norteamérica

Las colonias inglesas de Norteamérica padecieron durante mucho tiempo una falta crónica de circulante. A lo largo del siglo XVII y en los primeros años del XVIII, los habitantes de esas tierras se vieron obligados a inventar sustitutos de la moneda, y a menudo hubieron de recurrir al trueque. Inglaterra limitaba adrede las remesas de su moneda a esas alejadas regiones, entre otras cosas porque no vela con buenos ojos su desarrollo económico, dado que esa mejora hubiera podido ser el preludio de demandas de mayor autonomía. Por idénticos motivos, negaba a todas las colonias el derecho a acuñar moneda. A fin de superar las dificultades, los colonos adoptaron el sistema del country pay (pago campesino), intermedio entre el trueque y la moneda, en el que las funciones de esta última las desempeñaban productos al¡mentarios o bienes fácilmente divisibles, de amplio consumo y fácil conservación, Se fijaron tarifas que expresaban los precios de adquisición y venta de los bienes en trigo, maíz o pieles de castor, En Virginia, por ejemplo, se recurrió a las hojas de tabaco.

Los pinos de Massachusetts

En 1652, no obstante las prohibiciones, se instaló una ceca en Massachusetts, que acuñó monedas de 12, 6 y 3 pence, los llamados pine tree, por el pino que aparece en el anverso. Se acuñaron con discreto éxito miles de piezas, pero en 1684 el rey Carlos 11 ordenó la clausura de la ceca. También en Massachusetts, en 1690, comenzaron a circular los bilis of credit, el primer papel moneda de las colonias inglesas. Los valores eran de 5, 10 y 20 chelines. En el anverso, un texto redactado a mano precisaba que valían lo mismo que la moneda de plata, y que debían ser aceptados en todas las oficinas públicas de la colonia de Massachusetts, tanto para el pago de impuestos como en calidad de depósito, Las emisiones de esta colonia rebelde tuvieron gran éxito, debido a que no resultaron depreciadas con la inflación y a que fueron muy limitadas: la primera no superó las 7. 000 libras esterlinas. Precisamente por ello, su circulación fue tolerada por el gobierno inglés. En realidad, se trata de uno de los primeros experimentos de circulación de papel, y su importancia se comprendería poco después. En todas las colonias del Norte hubo otras emisiones de billetes, y con el tiempo se precisaron las modalidades de circulación. El valor del papel moneda quedaba establecido por una ley específica que, entre otras cosas, imponía la obligación de aceptarla como pago. Algunos billetes preveían una fecha de caducidad, después de la cual eran retirados, reembolsando su valor. Este último a menudo se garantizaba con hipotecas sobre bienes inmuebles, como terrenos o edificios, o bien se cubría con mercancías o ganado. También en estos casos, la ignorancia de las leyes de la economía provocó emisiones excesivas que, pese a las garantías, comprometieron el valor de los billetes. Para obviar estos inconvenientes, se promulgó su caducidad, pero esta medida hizo aumentar la desconfianza y la depreciación. Así, por ejemplo, un billete emitido en Rhode lsland llegó a perder el 96 % de su valor nominal. Benjamin Franklin, el gran ilustrado, inventor del pararrayos, comprendió en seguida la importancia del papel moneda, y propagó su uso a través de sus escritos. Cuando contaba sólo veintitrés años, fue encargado por el gobierno de Pensilvania de la impresión de los billetes de crédito, Franklin sugirió emitir bills of credit garantizados en un 50 % por terrenos. Los resultados fueron estimulantes: la idea de garantizar de este modo las emisiones dio un gran impulso al desarrollo de los bancos inmobiliarios en todas las colonias. El primero se creó en Boston en 1740. Pero el gobierno de Londres se apresuró a ordenar la clausura de esta institución, y luego impuso la retirada de todos los bills of credit en circulación. Ésta fue una de tantas medidas arbitrarias del gobierno inglés, que contribuyeron a aumentar el descontento, el cual desembocó en la guerra de la Independencia. La resistencia contra la administración británica aumentó, entre otras razones porque se pretendía que las colonias pagaran los impuestos exclusivamente en moneda efectiva, volviendo así más difícil y odioso aún el cumplimiento de las obligaciones tributadas. Las autoridades de Londres actuaban de este modo porque veían con temor y sospecha las facilidades de acceso al crédito. En efecto, en aquel tiempo eran pocos los que manejaban monedas y billetes, dado que generalmente los campesinos y los pequeños artesanos no tenían posibilidades de entrar en contacto con los bancos. Con el tiempo, en América estos obstáculos fueron superados gracias a los éxitos de los bills of credit y al desarrollo de los bancos, que permitían a los colonos comprar una parcela de terreno y a los artesanos iniciar o ampliar su actividad. Estas facilidades para obtener créditos destinados a la inversión representa todavía hoy un aspecto típico de la economía y de la mentalidad americanas, según la cual el éxito es el resultado de los esfuerzos del individuo que, con ayuda de los bancos que confian en sus programas, puede enriquecerse legítimamente. Por estos motivos, en América, ya en el siglo XIX circulaba más dinero en papel que en metal.

Los continentales

Al estallar la guerra de la Independencia, los jefes de los insurrectos se plantearon en seguida el problema de cómo financiar el conflicto: dados los antecedentes, el camino más normal pareció una emisión extraordinaria de billetes. Con la perspectiva del tiempo, parece que quizás hubiera sido más sencillo recurrir a la imposición de tributos, pero conviene tener presente que las colonias se habían rebelado precisamente por motivos fiscales, y que por tanto medidas de este tipo hubieran sido difícilmente aceptadas, Debe considerarse además que el circulante metálico era muy caótico: junto a las monedas inglesas, había reales españoles con las columnas de Hércules, llamados por esto pillar dollar. En las diversas colonias su valor estaba muy diferenciado, también a causa del desigual valor de su papel moneda, por lo que realizar una tasación uniforme hubiera sido muy complicado, La aparición de los nuevos billetes, a los que se llamó , continentales fue decidida en Filadelfia en 1775 por el Congreso continental, la asamblea de los representantes de las ex colonias. La emisión estaba a cargo del Congreso: cada uno de los estados decidió imponer el curso legal a los billetes y aplicar las penas establecidas para quien rechazara los continentales como medio de pago. El continental confería a todos el derecho a poderlo cambiar por dólares españoles (8 reales), la plata española era reconocida en todo el mundo. Los valores eran de 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 20 y 30 dólares. A ellos se añadieron después billetes de un sexto, un tercio, dos tercios y medio dólar.

La propaganda de guerra

Se trata de billetes muy interesantes, en los que los motivos y los dibujos simbólicos representan eficazmente el entusiasmo y el deseo de libertad de las ex colonias. Las frases en latín incitan a sostener la causa (sustine vel abstine en los 5 dólares, perseverando en los 6), y cargan el acento en la heroica lucha en curso (depressa resurgit en el dólar, aut mors aut vita decora en los 4 dólares). El billete de 3 dólares no comunica mucha confianza, a decir verdad, pues se lee exitus in dubio est, pero este lema , derrotista no tardó en ser sustituido. La primera serie apareció en 1 775 y alcanzó un monto de dos millones de dólares. Para hacer frente a las necesidades financieras cada vez más apremiantes, las emisiones aumentaron de año en año hasta superar en 1779 los 240 millones de dólares. Al principio, el Congreso se comprometió a cambiar los continentales por moneda metálica a razón de un dólar de esta última por 40 de papel. Al final, a la vista del fracaso de esta disposición, se decidió su retirada definitiva y la conversión en obligaciones al cambio de 1 por 1 00. Los estados de la nueva confederación, nacida de la declaración de independencia, continuaron haciendo circular billetes propios, pero la ausencia de una política económica unitaria provocó muy pronto excesos inflacionistas y el caos. Como se trataba de billetes de factura tosca, se multiplicaron también las falsificaciones, que acabaron restándoles valor. Para no sumir en la ruina a las familias de los soldados, a los que se pagaba con estos billetes, hubo que recurrir a otro papel moneda garantizado contra la inflación. En rigor, no se trataba de billetes de banco, sino de obligaciones que devengaban un interés del 6 %, el cual era pagado con periodicidad prefijada. Durante un breve período, a finales del siglo xvili, en algunos estados estas obligaciones fueron utilizadas como medio de pago, y su curso se fijó con respecto al valor de los productos alimentarlos, como la carne y los cereales, las pieles y la lana. Las emisiones de billetes continuaban porque persistía la escasez de circulante metálico, acentuada por la desaparición de las especies de oro y de plata debida a la devaluación de los continentales, Allá donde faltaba la calderilla, se empleaba el papel, e incluso una iglesia de Nueva York emitió sus propios bills.

El banco de Estados Unidos

El hecho de que cada uno de los estados continuara teniendo sistemas monetarios propios, hacía la situación aún más caótica. En Filadelfia, donde se calculaba aún en libras esterlinas, chelines y peniques, en 1780 se fundó el Banco de Pensilvania, que emitió billetes con el valor expresado en peniques en relación con el dólar. Eran billetes de escaso valor, de 1 y 3 peniques (pence), y servían como sustitutos de la poco abundante calderilla. Al banco nacido en Filadelfia le siguieron otros establecimientos locales privados, que emitieron billetes que podrían definirse como de necesidad, llamados también , fraccionarios. A menudo, por inexperiencia de quienes las dirigían, aquellas entidades quebraban estrepitosamente a los pocos años. Tras el desastre de los continentales, se votó una enmienda constitucional que prohibía al Congreso emitir billetes o monedas, e idéntica prohibición regía para cada uno de los estados. No obstante, el sensible progreso económico, que empezaba a manifestarse, y la colonización de los territorios al Oeste, requerían una institución bancaria sólida que se ocupase no sólo del crédito, sino también de las emisiones de moneda y de papel moneda. Con esta finalidad, y a propuesta del secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, el Congreso instituyó un banco central, el Bank of the United States, con un capital de 1 0 millones de dólares, suscrito por el propio Congreso y por accionistas privados. Durante veinte años tuvo el privilegio de la emisión de billetes, gestionó los pagos y las recaudaciones por cuenta del gobierno, y se ocupó del control de los bancos privados de Estados Unidos. Sus billetes, que eran reembolsables a la vista en moneda metálica, no tardaron en obtener gran éxito, porque ponían fin a la escasez de moneda. Se abrieron numerosas filiales, pero el control de los pequeños bancos estatales se vio muy obstaculizado. En concreto, se consideraba un atropello intolerable la facultad que el Congreso reconoció a los directivos del Bank of the United States, de no aceptar los billetes de un banco local cuando no lo considerasen fiable. Nada menos que Thomas Jefferson capitaneaba este , @partido contrario al banco central, al que se adherían también los terratenientes del Sur. Cuando venció la autorización por veinte años para la emisión de billetes, esta coalición consiguió bloquear la renovación. Durante la guerra contra Inglaterra, de 1812 a 1814, los pequeños bancos se encontraron en graves dificultades, y se dejó sentir de nuevo la necesidad de una presencia bancaria central fuerte. El Banco de Estados Unidos se refundo, con un capital aumentado, y las emisiones de papel moneda se reanudaron. Pero existía un enfrentamiento de fondo entre los empresarios industriales y los grandes comerciantes del Este, por una parte, y los colonos que avanzaban hacia el Oeste, por otra, y ello condujo al desdoblamiento del sistema bancario americano, que duró hasta 1921. A los primeros les era útil un fuerte banco central, capaz de gestionar créditos elevados y complejas operaciones financieras, en tanto a los segundos les interesaba la difusión por doquier de pequeñas agencias locales, especializadas en créditos a corto plazo. Sólo estas últimas, en efecto, podían garantizar a los pioneros financiaciones fáciles y rápidas, mediante emisiones de billetes. Y de hecho hubo muchísimas, aun en los lugares más remotos. En torno a 1860, circulaban en Estados Unidos millares de tipos distintos de billetes, emitidos por pequeños bancos locales, sin que faltaran las quiebras. La vida de estas entidades estaba estrechamente ligada a la suerte de los pioneros.




Napoleón Bonaparte, emperador y gran falsificador

Entre los factores que concurrieron a hacer de Austria uno de los Estados más poderosos del siglo xvili, se contó su solidísima estructura financiera. La guerra de Sucesión austríaca, las grandes reformas y los conflictos con la Prusia de Federico el Grande endeudaron gravemente el reinado de María Teresa, pero una primera y notable ayuda a las finanzas estatales provino de las obligaciones del Wiener Stadt Banco, el banco central del Imperio de los Habsburgo, con sede en Viena. A partir de 1759, el erario pudo contar con los Banco-Zettel, o sea los billetes de banco de 10 y 20 gulden (florines), seguidos, en las series más completas impresas en 1762, 1771, 1784 y 1796, con valores de 5, 10, 25, 50, 100, 500 y 1. 000 gulden. Inicialmente, los billetes fueron acogidos favorablemente por la población. Luego, la guerra con Francia requirió ulteriores emisiones, que causaron su consiguiente pérdida de valor.

El precedente de los asignados

En los primeros años del siglo xix, Napoleón asestó un rudo golpe a la solidez de los BancoZettel, y con ello a las finanzas de los Habsburgo. En Francia, durante el peffodo revolucionario, los asignados habían sido ampliamente falsificados por las potencias enemigas y por los fieles a la causa monárquica. La enorme masa de los billetes adulterados había contribuido a la pérdida de valor de los asignados. Habiendo asimilado esta experiencia, Napoleón estableció duras condenas para los faisificadores, considerados enemigos de la patria: quince años de cárcel @, con cadenas, @ y marca con hierro al rojo con la letra F (falsificateur) en el hombro de los culpables. En 1806, tras la victoria de Austerlitz sobre rusos y austríacos coaligados, el emperador de los franceses comenzó a estudiar la posibilidad de llevar a la ruina a sus dos grandes rivales, mediante la falsificación de su papel moneda. Había observado que Austria, pese a lo gravoso de su esfuerzo bélico, lograba mantener una sana administración financiera. Era consciente de que este excepcional resultado se debía a la notable eficacia y rectitud de los responsables del Stadt Banco de Viena, y de los financieros austríacos, que actuaban en sintonía con los objetivos del gobierno. Se convenció por ello de que atacar el sistema monetario significaba golpear en el corazón del odiado enemigo. Después de haber ocupado Viena, Napoleón puso al frente del Stadt Banco a funcionarios austríacos, pero como gobernador de la capital nombró al general Ciarke, duque de Feltre.

Los gulden falsos de Napoleón

Napoleón introdujo luego en el banco algunos espías, que en breve tiempo consiguieron sonsacar todos los conocimientos técnicos necesarios para la fabricación de los BancoZettel. Todas las noches, los falsos obreros franceses se introducían en los talleres del banco, estudiaban la maquinaria y mandaban a París las instrucciones necesarias para la fabricación de réplicas. En la capital francesa coordinaba la operación Fouché, el astuto jefe de la policía napoleónica, que había organizado la sede de las falsificaciones en un piso del número 25 de la rue de Montparnasse. El asunto se mantenía en tal secreto, que se produjeron dos episodios curiosos. Primero, el prefecto de París y luego el comisario de policía del distrito denunciaron los extraños movimientos en el piso al propio Fouché, que ordenó a todos la máxima reserva. Hubo de intervenir incluso Napoleón en persona, y con una orden reservada prohibió a cualquier persona entrar en el edificio. Al jefe de los grabadores, el parisino Lale, se le proveyó de un salvoconducto en el que constaba la prohibición a todos los funcionarios de policía de efectuar investigaciones sobre su persona. Este habilísimo artesano de la falsificación dispuso veinticuatro planchas de grabar, de cobre, cada una de las cuales podía imprimir hasta 6. 000 billetes de banco perfectos. Los billetes se @, envejecían a continuación, frotándolos con una escoba sobre un pavimento cubierto de polvo. Los faisificadores de las firmas lograban reproducir un millar todos los días. La emisión del 1 de enero de 1800 fue completamente falsificada, excepto el valor de 50 gulden. Todavía hoy son bastante comunes los billetes del Banco de Viena, y resulta difícil distinguir los falsos. El hecho de que sólo el billete de 50 gulden sea raro, confirma la enorme cantidad de las falsificaciones napoleónicas. Aunque estaban disponibles desde hacía tiempo, Napoleón aguardó el momento oportuno para introducir los billetes falsos en Austria, momento que llegó en 1 809, después del armisticio de Znojmo. Los franceses distribuyeron 400 millones de billetes falsos, lo que representó un golpe durísimo para la economía imperial. La cuestión de las falsificaciones fue incluso discutida entre Metternich y Napoleón en los acuerdos para el matrimonio de este último con María Luisa, hija del emperador Francisco ¡l. El canciller austríaco pretendía la restitución de la maquinaria, pero Napoleón se negó, aunque se comprometió a no imprimir más billetes, con tal de que por parte austríaca no se divulgaran noticias sobre las falsificaciones.

Falsificacion de las assignatsii

La experta mano de Lale volvió a servir a los grandes proyectos de Napoleón, que estaba haciendo planes para la guerra con Rusia. Las assignatsii rusas ya se falsificaban en 1807, pero cuando la invasión fue un hecho, la producción se reanudó a ritmo industriai. En 1812 se encargaron a Lale más de ochocientas planchas de cobre, y para la impresión se le facilitaron no menos de veinticinco prensas. La falsificación de los rubios era mucho más fácil que la de los billetes austríacos: los falsos son hoy fácilmente reconocibles, pues las firmas se reproducen en facsímil, y por tanto están impresas con la misma tinta que el resto del billete. cambio, como se estampaban con pluma, al, cabo de poco tiempo adquirían un color marrón claro. Gracias a la cación de rublos, Napoleon obtuvo notables ventajas: ante todo, podia esperar con fundamento poner de rodillas la economía rusa porque, pese a que los gobernantes estaban al corriente de estos planes, la mayoría de la población, campesina y analfabeta, no estaba en condiciones de reconocer los billetes falsos. Además, su uso facilitaba los aprovisionamientos del ejército francés, or ue los ertrechos se adquirían con billetes falsos directamente en cada lugar. Esta circunstancia, entre otras, presentaba al invasor francés como fraterno y honrado, el cual no se encontraba en Rusia para depredar, sino para aportar los ideales de libertad e igualdad, aparte tantos buenos rubios. Los campesinos no entraban en sospechas cuando eran pagados con billetes recién salidos de las prensas; antes bien, los aceptaban de muy buen grado. La operación, sin embargo, triunfó sólo parcialmente, debido a la incompleta difusión de los billetes falsos y, sobre todo, a la derrota sufrida junto al Bereziná. En 1814 los rusos entraron en París y trataron de localizar el lugar donde operaba Lale, quien, fiel a Napoleón hasta la muerte, había logrado trasladar todo su equipo técnico a Tours. La fabricación de billetes falsos de otras naciones provocó también episodios de espionaje. Para estas operaciones Napoleón confiaba sólo en Lale, y con razón: incluso después de la muerte del emperador, rechazó notables sumas a cambio de la publicación de sus memorias. En cambio, el jefe de la policía, Fouché, si bien coordinó todas las operaciones desde Pa@s, era controlado por no menos de dos grupos de informadores: una escuadra lo espiaba directamente, mientras la segunda vigilaba tanto a Fouché como a la primera escuadra, por miedo a que él pudiera corromperla. Oficialmente, Napoleón confió el encargo de la operación en Rusia a Ciarke, quien podía aducir la experiencia adquirida con el antecedente vienés ro también eso era una maniobra para desorientar: mientras los espías del zar seguían a Ciarke, en realidad el responsable era el fidelísimo general Savary, duque de Rovigo.




Los asignados de la Revolución francesa

Es sabido que una de las causas principales de la Revolución francesa fue la grave situación de la economía, que, desde hacía tiempo, provocaba un descontento creciente. Desde comienzos del siglo xvili, las finanzas públicas se hallaban en el desorden más completo, entre otras razones porque la presión tributaría se distribuía de una forma inicua: por una parte, a los nobles y al clero se les reconocían privilegios y exenciones sin cuento, mientras que el pueblo y los comerciantes y empresarios se veían cada vez más oprimidos por impuestos y tasas, las más de las veces sin tener la posibilidad de dejar oír su voz en las instituciones políticas. Los autores de la Ilustración, como Vokaire, Diderot y Rousseau difundieron ampliamente los , nuevos ideales de libertad e igualdad. En 1778, Francia se puso al lado de los revolucionarios norteamericanos, no tanto para apoyar los ideales de los rebeldes cuanto para pedudicar los intereses de Inglaterra. Los nuevos gastos de guerra asestaron el golpe de gracia a las finanzas. Además, en 1789 el país acababa de sufrir dos años de cosechas insuficientes, lo que empujó a gran parte de los súbditos hasta los umbrales de la indigencia. Los Estados generales, convocados por el rey Luis XVI aquel año, además de declarar abolida la monarquía absoluta, abriendo paso de hecho a la revolución, no tardaron en afrontar la cuestión financiera. La deuda pública superaba los 4. 000 millones de libras (Iivres). Para tranquilizar a los acreedores, la Asamblea Nacional dedaró pomposamente que aquélla quedaba garantizada por un no bien especificado honor nacional. Pero las hermosas palabras de las proclamas no resolvían la situación; era precisa con urgencia una garantía concreta, y después de un largo debate, la Asamblea aprobó con ese fin una propuesta que preveía la desamortización de los bienes eclesiásticos y su posterior venta en pública subasta. Sin embargo, la puesta en práctica de esta decisión tropezaba en la práctica con graves obstáculos, acentuados por la urgencia provocada por la pésima situación. En primer lugar, era preciso inventariar las enormes posesiones de la Iglesia, diseminadas por todo el reino, confiscarlas, tasarlas y organizar la subasta. Y por lo demás, ¿cuántos se hallaban en condiciones de pagar por ellas? El riesgo de una venta a bajo precio aterrorizaba a los gobernantes.

Los primeros asignados

Se decidió entonces una emisión extraordinaria de asignados, o sea obligaciones estatales que rendían el 5 %, garantizadas por las propiedades eclesiásticas confiscadas y convertidas en , la mala moneda expulsa la buena, en el transcurso de pocos años las monedas de plata y oro casi habían desaparecido porque eran tesaurizadas o exportadas. La carencia de calderilla provocó también una amplia circulación de billetes fiduciarios emitidos por bancos privados, municipios y comerciantes, un fenómeno parecido al que se registró en Italia al final de los años setenta de este siglo, cuando el país se vio invadido por mini-assegni. En la Francia revolucionaria, además de los citados circulaban también muchos asignados falsos, dado que resultaba bastante fácil imitarlos. La joven república aún no estaba en condiciones de reorganizar la producción, y gran parte de los alimentos debía racionarse: quedó claro que la revolución entera dependía de la capacidad de la economía, por lo que se iniciaron grandes enfrentamientos en el seno del gobierno revolucionario, a propósito de las medidas que habían de tomarse. En cualquier caso, Robespierre garantizó el orden público mediante férreas leyes. Trató de frenar la inflación provocada por las enormes emisiones de billetes, imponiendo un precio oficial a los bienes de primera necesidad. La guillotina actuaba contra cualquier sospechoso de ser enemigo de la revolución: éste es el sanguinario período conocido como el Terror. Mientras tanto, el temor de que los principios revolucionarios de libertad e igualdad pudieran propagarse a los demás Estados, indujo a gran parte de los monarcas europeos a coaligarse contra Francia. Para defender las fronteras, Robespierre decretó la movilización general, logrando organizar un enorme ejército al mando del general Carnot, que al cabo consiguió la victoria. Pero Francia estaba cansaaa del largo período de feroz dictadura. A la caída de Robespierre, las fuerzas moderadas trataron de dar un poco de respiro a la población, aboliendo las restricciones en materia económica, pero de ello nació un régimen llamado @de la corrupción. Las emisiones de asignados se reanudaron a ritmo febril, en tanto la garantía representada por los bienes nacionales era ya puramente teórica.

De los asignados a los mandatos

En 1796, en el punto culminante de la inflación, circulaba una masa de 45. 000 millones de asignados que no valían prácticamente nada. Muchos los utilizaban para pagar los impuestos, dado que el emisor no podía rechazarlos, pero en agosto de 1796, un asignado de 1. 000 libras valía en realidad sólo 10 sueldos, exactamente 2. 000 veces menos que su valor nominal, Otros consiguieron adquirir los bienes nacionales confiscados al clero, porque también para estas transacciones el pago en asignados aún se aceptaba oficialmente. Cuando la situación se hizo a todas luces insostenible, el gobierno ya no pudo aceptar su papel moneda por el valor nominal, e intentó sustituirlo por los (18 marzo 1976), una nueva especie de billetes que valían treinta veces más que los asignados, y que por ley todos debían ace rios como pago. La desconfianza de la población determinó su’fracaso total, hasta el punto de que al cabo de un año los mandatos se aceptaban a una centésima parte de su valor nominal. Para el Estado eso significaba la bancarrota, que no desembocó en una catástrofe porque la economía se recuperó lentamente. La experiencia de los asignados no fue tan negativa como algunos sostienen: el error consistió en recurrir con demasiada ligereza a las emisiones, en especial a partir de 1794. En los cinco años anteriores se habían emitido casi 4. 000 millones de Aires en asignados. Las emisiones entre 1793 y 1795 incrementaron la circulación en otros 4. 500 millones de livres que, aun teniendo un valor real correspondiente a sólo el 25 % del nominal, significaron para el erario, gracias a los impuestos y a la venta de los bienes confiscados, ingresos por valor de otros mil millones, una cifra muy elevada. Cabe afirmar, por tanto, que la Revolución francesa fue financiada sobre todo por los asignados. Su pérdida de valor contribuyó a aumentar el descrédito generalizado de la clase dirigente, pero miles de personas lograron adquirir bienes inmuebles, y numerosos banqueros y especuladores se enriquecieron gracias al papel moneda revolucionario.




La assignatsia de Catalina II de Rusia

El exceso de emisiones de papel moneda afectó también a la Rusia de Catalina 11 la Grande (1729-1796), la emperatriz que, como ya con anterioridad Pedro 1 el Grande (1672-1725), fue la artífice del poderío ruso. La historia de la Rusia moderna se inicia, en efecto, precisamente con ese zar, que durante su reinado adoptó una serie de importantísimas reformas para hacer salir el Estado del profundo atraso que lo convertía en el farolillo de cola de las grandes potencias europeas. Francia, Prusia e Inglaterra, gracias a la contribución de los científicos y de los reformadores de la naciente Ilustración, ya estaban dispuestas a convertirse en naciones modernas en el sentido más amplio del término. Rusia, en cambio, seguía siendo, sustancialmente, una nación de campesinos, analfabetos en su casi totalidad. Faltaba una burguesía que desarrollara la industria y el comercio. Además, la estructura del Estado era aún de tipo feudal, con el poder concentrado en manos de los poderosos terratenientes.

Las reformas de Pedro I

En primer lugar, Pedro I trató de reorganizar la maquinaria administrativa del Imperio, y a continuación se lanzó a una profunda modernización. Al principio, este papel moneda podía cambiarse por plata, pero los problemas comenzaron en 1802, cuando se suspendió la convertibilidad. Para obviar esta pérdida de valor, el gobierno decidió suspender por cierto tiempo la acuñación de moneda metálica, con objeto de incentivar el uso de los billetes. Las assignatisii tenían un curso estabilizado por la marcha del mercado, o sea que se cotizaban en bolsa, y en este período su valor real permaneció ligeramente inferior al valor nominal. Una ley de 1812 convirtió este papel moneda en un medio legal de pago también entre particulares, con lo que ya nadie podía negarse a aceptarlo. La circulación legal de monedas metálicas y de papel planteaba, sin embargo, un grave problema: dado que el curso de las assignats era variable, con ocasión de cada pago era necesario acordar entre las partes la relación de cambio entre moneda y papel moneda. Esta relación variaba de una ciudad a otra, y a menudo de día en día. Además, cuanto mayor era el número de assignats emitidas, más se incrementaba el precio de la plata. Para tratar de que descendiera, el Ministerio de Finanzas dejó de aceptar la plata acuñada para el pago de impuestos, resolución que provocó graves inconvenientes, pues en algunas provincias el metal blanco era el único tipo de circulante. Aunque continuó creciendo el agio, las necesidades obligaron al gobierno ruso a mantener las emisiones, creando así inflación.

Las emisiones secretas

Para tratar de frenar la pérdida de valor del papel moneda, en 1810 el gobierno puso a punto un plan de reforma radical. En primer lugar, prometió solemnemente que ya no se emitiría más, y luego programó su retirada gradual para hacer aumentar su curso hasta llegar a la paridad con la moneda metálica. Por último, las assignats serían definitivamente apartadas de la circulación. El zar Alejandro 1 se comprometió asimismo a garantizar su valor con el patrimonio público. La aplicación del proyecto deparó algunas sorpresas desagradables. Después del anuncio de 1 81 0, en realidad el gobierno continuó emitiendo secretamente enormes cantidades de assignats, por lo que su curso aumentó de modo inexorable. Al final de 1810, estos billetes llegaron a tener un valor real que sólo correspondía al 19 % del nominal, y para obtener un rubio de plata hacían falta no menos de 520 copecs en asignados. Dos años después, Napoleón marchaba hacia Moscú y nadie dudaba de la victoria francesa. Estas vicisitudes políticas hubieran debido provocar una notable devalua ción del rubio en el mercado internacional, pero, extrañamente, no fue así. En junio de aquel año, el rubio de papel se cotizaba en Londres a 16 peniques. En el otoño siguiente, con Napoleón ya en Moscú, la cotización había aumentado a 25 peniques. Los comerciantes ingleses que importaban de Rusia cáñamo, sebo y lana acapararon moneda de ese país por temor a que después de la invasión francesa las exportaciones de dichos productos quedaran bloqueadas a causa del embargo establecido por Napoleón contra la odiada Inglaterra. Las ingentes adquisiciones efectuadas con antelación habían convertido a los ingleses en deudores de Rusia por elevadas sumas de dinero, y para pagarlas se registraba en la Bolsa de Londres una fuerte demanda de efectos cambiarios y de papel moneda rusos. Por el contrario, la oferta de estos títulos disminuía de un día para otro, dado que los comerciantes rusos ya no compraban mercancías inglesas por temor a que, en caso de victoria francesa, se mandaran quemar como represalia. Sucedió, pues, que al aumentar la probabilidad de la conquista de Rusia por Napoleón, el curso de las assignats en el mercado inglés aumentó, mientras que después de la derrota, la recuperación de la normalidad de los intercambios comerciales entre Rusia y Gran Bretaña provocó su descenso. En Rusia, por el contrario, el avance de los franceses hizo bajar el valor de las assignats, entre otras razones porque los invasores las falsificaron en gran número. Puede decirse que las assignats murieron de muerte natural y cayeron en desuso en 1839, después de que en los últimos años 100 rubios de papel llegaran a cambiarse por 25 de plata. Se trataba de un valor muy bajo, pero al fin y al cabo no despreciable si se piensa en la auténtica pulverización que sufrieron los asignados franceses y los billetes del Banco de Viena.




John Law: la emisión de papel moneda en Francia

La primera experiencia europea de emisión de papel moneda en grandes cantidades y a escala nacional tuvo como protagonista al escocés John Law, y concluyó con una auténtica catástrofe para Francia. Todavía hoy el juicio de los historiadores no es unánime sobre este personaje, al que puede considerarse uno de los primeros financieros de Estado de la historia económica. Para algunos sólo fue un aventurero; para otros, un genio que no tuvo suerte. John Law, que en el período de máximo auge obtuvo el título de barón de Lauriston, nació en Edimburgo en 1671. Se entregó con entusiasmo al estudio de la economía, primero en Londres, donde quedó impresionado por el naciente sistema bancario, intuyendo sus grandes ventajas, y luego en Amsterdam, donde aprendió las técnicas del juego en la bolsa. Estas experiencias lo convencieron de que el bienestar de un país estaba vinculado a la expansión del crédito. En la base de sus teorías estaba la idea de que el sistema no sólo debe tener a su disposición recursos suficientes y contar con hábiles empresarios que puedan desarrollar las actividades económicas, sino que también debe estar dotado de un fuerte y eficaz apoyo bancario. Este último debe promover el crédito y una circulación monetaria (que él consideraba la savia vital de todas las actividades) adecuada a las necesidades, consición que Law tenía por indispensable para difundir el bienestar. Se mostraba favorable, además, a una circulación totalmente en papel, más cómoda y cuyos costos de producción eran casi nulos. John Law elaboró estas ideas extremadamente modernas en dos obras, Proposal and Reasons for Constituting a Council of Trace ín Scotland (Propuesta y razones para constituir un consejo de comercio en Escocia) y Money and Trace (Moneda y comercio). Se dirigió luego a las principales cortes europeas para hacer propaganda de su sistema, pero sólo se le tomó en consideración en Francia, donde por entonces gobernaba, en nombre de Luis XV, todavía niño, el duque Felipe de Orleans.

Los financieros

El regente y su gobierno hacía tiempo que estaban agobiados por la desastrosa situación de las arcas públicas, vaciadas a causa de las enormes deudas contraídas por el Rey Sol, Luis XIV, para financiar sus numerosas guerras y para hacer frente a los disparatados gastos de la corte, En la Francia de la época, la gestión de las finanzas estatales se , adjudicaba a los riquísimos financieros que se ocupaban de la recaudación de impuestos. Constituían un potente grupo de presión y mantenían en un puño al Estado, pues con el tiempo se habían convertido en sus financiadores más importantes, atrayéndose por ello el odio del pueblo y de los nobles. La actividad bancaria seguía siendo, no obstante, más bien modesta: la desarrollaban comerciantes-banqueros, los cuales traficaban con las letras de cambio y gestionaban depósitos y préstamos de pequeños ahorradores y comerciantes. Había también notables diferencias entre las dinámicas economías mercantiles de Inglaterra y Holanda y la francesa, sustancialmente agrícola. Además, los beneficios derivados de la explotación de las colonias francesas eran decepcionantes, en tanto esas ganancias estaban en el origen de la riqueza de los competidores ingleses y holandeses. En esta situación, las propuestas de Law podían parecer la panacea de los problemas de Francia. Para sanear la deuda pública, Law propuso fundar un banco público que anticipara al erario el ingreso por impuestos, a través de la emisión de billetes, y que gestionara en régimen de monopolio el comercio colonia¡. Este primer proyecto no fue aceptado, entre otras razones por la fuerte oposición de los influyentes financieros, que veían amenazados sus privilegios. La desconfianza no afectaba al uso del papel moneda, pues ya se había recurrido a él a principios de siglo con la emisión de los llamados billetes de moneda, recibos a quien entregaba luises de oro y escudos para reacuñar, y que percibía un interés del 4 %. Esos recibos fueron utilizados durante un tiempo como medios de pago. Law no se rindió, y propuso la fundación de un banco privado de depósito y descuento, que fue autorizado por veinte años y se abrió en 1715. Su Banque Générale era una sociedad anónima, cuyo capital estaba dividido en acciones. Los negocios empezaron bien, pues Law había introducido en Francia procedimientos desconocidos, como la transferencia bancaria, y sobre todo porque la nueva institución resultaba extremadamente competitiva. Las letras de cambio se descontaban aplicando un interés del 4 %, mientras que cualquier particular no pedía menos del 30 %. El estatuto de la banca, aprobado por el gobierno con notables limitaciones a raíz de las presiones de los financieros, no preveía la posibilidad de prestar dinero al Estado o a los particulares. Los billetes eran emitidos contra depósito de moneda efectiva, y pagaderos a la vista. El valor se expresaba en escudos de banca, una moneda no circulante pero que correspondía a una cantidad invariable de oro y de plata. A causa de las numerosas devaluaciones sufridas por el circulante metálico, los billetes fueron aceptados con entusiasmo, tanto, que en breve tiempo el Estado autorizó su uso incluso para el pago de los impuestos. Law instituyó además la Compagnie du Mississippi, una sociedad que obtuvo por veinticinco años el monopolio de la explotación de Luisiana, por entonces colonia francesa. Law hizo correr el rumor de que en aquel territorio abundaba el oro, e inmediatamente se encontraron los primeros suscriptores del capital, que se fijó en 100 millones de libras tomesas. Siempre con el propósito de liquidar definitivamente la deuda pública, el gobierno acordó con Law que éste le cederla el capital de la sociedad a cambio de una renta anual de 4 millones, para dar viabilidad efectiva a las operaciones de la compañía. Con el apoyo cada vez más decidido del gobierno, en 1718 la Banque Générale se convirtió en estatal, y cambió su nombre por el de Banque Royale. En este punto podían comenzar las emisiones de billetes ya no vinculadas a los depósitos, sino a las exigencias de la economía.

El papel moneda de Law

Los billetes, cuyo valor se expresaba en libras tornesas, y por tanto en moneda corriente, fueron emitidos por la banca en valores de 1 0, 1 00 y 1. 000 libras, y se difundieron en breve tiempo. Mientras tanto, la hostilidad de los rivales continuaba creciendo. Algunos de ellos ofrecieron al regente una elevada suma a cambio de la concesión de la recaudación de impuestos. Se proponían cobrar en billetes y luego presentarlos a la Banque Royale en cantidades enormes, para cambiarlos por moneda metálica, provocando con ello su quiebra y la consiguiente ruina de su fundador. Habiendo intuido el peligro, Law ofreció una suma más elevada, y obtuvo para la banca la concesión de la recaudación. En este punto había conseguido realizar el sistema sobre el que teorizó en sus primero escritos: parecía funcionar muy bien, tanto que fue nombrado controlador general de finanzas, una especie de ministro de economía del reino de Francia. Pero Law debía tener en cuenta las férreas leyes económicas. Para expandir la compañía, que ahora se llamaba Compagnie des lndies, el gobierno autorizó la emisión de nuevas acciones, que el mercado acogió favorablemente. Su cotización continuaba subiendo, por lo que se desencadenó una gran especulación: para permitir el pago de las acciones de la Banque Royale, emitió cantidades crecientes de billetes, y en el transcurso de pocos meses circuló un monto superior a los mil millones de libras tornesas. Gentes de todas partes acudían a París a adquirir las acciones de Law con el señuelo del enriquecimiento. El declinar comenzó cuando algunos accionistas comenzaron a cambiar los billetes por moneda metálica: la cotización de las acciones empezó a caer, además porque de Luisiana no llegaba el oro tan pregonado. Los inversores trataron de realizar el valor de las acciones, multiplicando las adquisiciones con los billetes obtenidos por la venta, lo que provocó un fuerte aumento de los precios. Se había creado un desequilibrio entre circulación de papel moneda, superior a 2. 500 millones, y la efectiva disponibilidad metálica, que no llegaba a los mil millones. La situación se veía agravada por el pánico extendido entre todos los poseedores de acciones y de papel moneda, lo que hizo perder al gobierno y a Law el control de la situación. El banco logró cambiar sólo los billetes de 10 y de 100 libras, mientras que los de 1. 000 y de 10. 000 se cambiaban por la mitad de su valor, hasta que se retiraron, con la promesa de convertirlos en títulos de deuda pública. Se fijó el límite de agosto de 1721 para entregar el papel moneda a fin de convertirlo. Casi medio millón de personas se encontró con un papel inservible y fue a la ruina, pero a John Law es preciso reconocerle algún mérito. Ante todo, cuando su sistema fue liquidado, la deuda pública del reino de Francia había disminuido en más de la mitad; y el comercio colonia¡, que corría el riesgo de quedar gravemente relegado respecto al de las naciones rivales, experimentó un notable impulso. La Compagnie des lndies sobrevivió y se amplió, y con ella toda la flota mercante francesa. Pero conviene destacar que durante más de cincuenta años nadie en Francia quiso volver a oír hablar de papel moneda y de bancos, y esto retrasó la adopción de un sistema crediticio adecuado. Law se vio obligado a refugiarse primero en Bélgica y luego en Venecia, donde murió en la miseria a los 58 años.




La precursora Suecia y los primeros billetes japoneses

En el campo numismática, Suecia ha sido precursora por partida doble: en la emisión del primer billete de banco europeo, y en la de la moneda más pesada. Empecemos por describir esta última, entre otras razones porque el traslado casi imposible de aquellas piezas favoreció el uso del más cómodo papel impreso. La historia de Suecia desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siguiente, se caracteriza por una notable inestabilidad. Las continuas guerras, con Rusia o con los demás Estados vecinos (imperio alemán, Polonia y Dinamarca), trastornaron el sistema económico sueco, que desde 1632, con la muerte del rey Gustavo Adolfo, entró en una fase de lento pero irreversible declinar, En los decenios que siguieron, Suecia no conoció un momento de paz, y para tratar de subsanar la situación económica, los soberanos se empeñaron en una política de conquista. Los éxitos no siempre favorables de los conflictos provocaron períodos de notable escasez de circulante, sobre todo de oro y de plata.

El banco de Estocolmo

Por otra parte, Suecia disponía de ricas minas de cobre, y a menudo echó mano de este recurso natural para dotarse de monedas reservadas a la circulación interna. Entre 1644 y 1776, las cecas de Avesta, Arboga, Ljusmedal, Semian, Estocoimo y otras menores acuñaron o, mejor, forjaron gruesas piezas de cobre y de bronce, a las que se atribuyó valor monetario, y que se llamaron plátmynt, literalmente monedachapa. A veces se. usaban piezas de cañón, como para las primeras plátmynt, que se fundieron durante el reinado de Cristina. La forma era generalmente cuadrada: en los cuatro ángulos aparecían las insignias reales, y en el centro constaba el valor correspondiente en moneda de plata, llamada syif-mint. Con el tiempo, el cobre perdió sensiblemente valor respecto a la plata, pero las cecas continuaron respetando la relación’peso-valor entre los dos metales, por lo que la plátmynt correspondiente a 10 daler de plata, hoy rarísima, pesaba 19 kilos y 700 gramos; la pieza de 8 daler pesaba 14 kilos y medio, y se iba descendiendo hasta el medio daler, que rozaba el kilogramo. Son evidentes los problemas que, podía crear el uso monetario de estas gruesas barras de metal: así, por ejemplo, para transportarlas se fabricaron bolsas especiales, de cuero, que iban cosidas a las sillas de los caballos, y hubo que proveerse de carros con cajones de madera para contener las monedas. Mientras tanto, en 1656, el financiero Johan Paimstruch obtuvo permiso del rey Carlos X Gustavo para abrir en Estocoimo un banco de cambio y préstamo. En 1660, el Stockhoims Banco estaba ya en dificultades, debido en parte a la escasez de los depósitos, y en parte a causa de la inflación que, a aquel ritmo, hubiera llevado la plátmynt de 10 daler a superar los 20 kilos. Por estas razones, y también para permitir una más ágil financiación de las cajas reales oprimidas por las deudas, Palmstruch solicitó permiso al gobierno para emitir billetes de banco en régimen de monopolio, permiso que se le concedió. El primer billete propiamente dicho salió del Banco de Estocolmo el 16 de julio de 1661. Con estas emisiones, el gobierno sueco podía hacer frente, a la vez, a la falta de monedas y a las consecuencias, en el peso, de la disminución del valor del cobre. Resulta obvio, en efecto, que acuñar nuevos daler según la inflación habría sido dispendioso, además de muy difícil, El banco de Paimstruch permitió un respiro a las finanzas públicas emitiendo estas credityf sediar, o sea notas de crédito que se sustituirían por monedas metálicas en cuanto fuera posible. Los ejemplares que nos han llegado son de 10 daler y en casi todos consta el año de emisión: 1666. La forma es rectangular, de color blanco, con un marco preimpreso qué’ encierra el epígrafe donde se indican las características del título y su valor. Se escribían a mano el número de serie, que se encuentra arriba, y las firmas, ocho en total, que garantizaban la emisión. La primera firma arriba a la izquierda corresponde a Johan Paimstruch. Pero a partir de 1663 el precio del cobre comenzó a aumentar, y los acreedores solicitaron cada vez con mayor frecuencia el cambio de los billetes por moneda metálica, hasta el punto de que en pocos años condujeron al banco a la liquidación y a su clausura. Transcurridos unos años más (1668), el gobierno fundó el que hoy es el Sveriges Riksbank, un banco público de depósito que reanudó la emisión de billetes en la primera mitad del siglo siguiente. Ya nos hemos referido a recibos bancarios, promesas de pago, cartas de crédito aceptadas como dinero, y papel moneda de necesidad y obsidional (moneda acuñada en una plaza sitiada). ¿Qué diferencia estas emisiones de los primeros billetes suecos? Ante todo, éstos no se emitían con el respaldo de un depósito, y por otra parte eran moneda legal, o sea que representaban por ley la cantidad de moneda indicada en ellos. Los billetes estaban impresos, y su valor nominal se expresaba en números redondos. Eran impersonales, y ello permitía que se transfiriesen sin necesidad de endosos; o sea que se trataba de títulos al portador. Todas estas características los convierten en el primer caso en la historia de un medio de pago con las características de los modernos billetes de banco. Este primer ejemplo fue emulado por el noruego Jorgen Thor Mohien. En 1695 este empresario creó un verdadero imperio comercial basado en las materias primas, que importaba de todo el mundo, y de hecho controlaba casi todos los intercambios de los países que se asoman al mar Báltico, en materia de cuerdas, aceite, jabón y pólvora. Su gran poder económico permitió a Mohien obtener del gobierno noruego el cargo de consejero económico. Pero ni siquiera sus actividades se sustral . eron a las turbulencias del período por el que estaba atravesando Europa, y muchos barcos de su flota fueron víctimas de las continuas guerras que afligían los mares europeos. Esto alarmó a gran parte de sus acreedores, que comenzaron a reclamar la restitución de sus préstamos. Fuerte en su cargo político, Mohien obtuvo entonces del gobierno la autorización para emitir papel moneda hasta el regreso a puerto de lo que restaba de su flota. Estos billetes deberían sustituir temporalmente la moneda corriente, pero no se ganaron la confianza de los acreedores que, apenas los hubieron recibido, los presentaron al cambio en metálico. Mohlen, abandonado por todos, se declaró en quiebra y murió insolvente.

Mientras tanto en el Japón. . .

Si Suecia emitió el primer billete de banco de tipo moderno, China fue el primer país que utilizó el papel como medio monetario, ¿Podía quedarse atrás el Imperio del Sol naciente? Las primeras emisiones japonesas las provocó involuntariamente el gobierno de los sh(5gun, que favorecía el aislamiento del país, evitando todo contacto con el mundo exterior. Un poco de historia permite comprender mejor este aislamiento extremo, que duró varios siglos. El emperador del Japón, el mikado, reunía en su persona desde tiempo inmemorial las funciones de jefe de la religión shinto y de gran feudatario de las provincias autónomas del Imperio. Ya en el pasado, lo mismo que hoy, las funciones efectivas de gobierno las ejercían otros, sobre todo miembros de las familias nobles. Así, en el siglo Xi dominó la familia Fujiwara, únicamente gracias a su tradicional posición como suministradora de las esposas de los emperadores. Tras una guerra civil, fomentada por estas turbulentas familias de extracción militar y por sus intrigantes administradores, los vencedores recibieron del emperador el título de shógun, que significa jefe del poder militar. Los shógun desempeñaron durante siglos un papel determinante en la historia y, sobre todo, en la cultura japonesa. Dominaron el país hasta la revolución de 1868, y forjaron con la fuerza de las tradiciones militares y con un emperador cada vez más aislado, pero también cada vez más divinizado, las características que hoy día continúan distinguiendo a los japoneses. Antes de la revolución de 1868, el Estado se basaba en una constitución que se había ido formando en el transcurso de tres siglos de dominación de la familia Tokugawa. Según estas leyes, el Imperio del Japón se dividía en diversos feudos autónomos al frente de los cuales se hallaban los daimyó, feudatarios que ejercían el poder de manera prácticamente absoluta. Quienes sostenían militarmente a los daimyó eran los famosos samurai, que se transmitían el oficio de soldado de padre a hijo. Sujetándose a una etiqueta rigurosísima, el emperador se veía obligado a vivir en aislamiento en el interior de la ciudad santa de Heian, que, tras la revolución, tomó el nombre de Kyoto. Afortunadamente para él, se había abolido la costumbre de cambiar continuamente la ciudad sede de la corte, basándose en el principio de que a la muerte del mikado la ciudad se volvía impura. Los shógun, por el contrario, mantenían contacto con todos y ejercían con plenitud su poder efectivo de gobierno. A la población, predominantemente campesina, correspondía la tarea de garantizar la opulencia de las clases dominantes. Resulta evidente que se trataba de una organización más bien artificioso que podía mantenerse sólo mediante un riguroso y total aislamiento, el cual comenzó poco después de los contactos iniciales con el mundo occidental. Los primeros en entablar relaciones con el Imperio del Sol naciente fueron los comerciantes portugueses en el siglo XVI. Con ellos se inició también una primera tentativa de introducir la religión cristiana, a cargo de los jesuitas encabezados por san Francisco Javier. El largo proceso de aislamiento se inició violentamente pocos decenios después; todos los conversos al cristianismo y los occidentales residentes fueron aniquilados. Sólo se permitió a los holandeses establecerse en la pequeña isla de Deshima, en el golfo de Nagasaki.

Los Yamada-Agaki

Precisamente por aquellos años, casi a la vez que en Suecia, el Japón hubo de recurrir a emisiones de papel moneda. El aislamiento, en lugar de incrementar la producción, incentivar el consumo interno y promover, por tanto, el desarrollo económico, provocó un proceso defiacionista. Como a menudo sucede en estos casos, la fuerte caída del consumo y de las necesidades redujo el uso de monedas de alto valor, en especial las de oro y plata, y aumentó las necesidades de moneda corriente, Los frugales campesinos japoneses trataron de poner remedio a este problema fragmentando las monedas de plata, los cho-gin, con el fin de crear pequeñas piezas y usarlas como moneda de poco valor. En torno a 1620, el gobierno shógun prohibió la partición de las monedas, y un comerciante de Yamada empezó a sustituir las piezas de cho-gin por algunos recibos de lingotes de oro o plata. Se trataba de pequeños haces de tejido, más largos que anchos, en los que se imprimían diversos timbres y sellos y que recordaban vagamente cintas. Se denominaron yamada-agaki y representaron el primer tipo de papel moneda japonés, que mantendría la forma de cinta, o al menos el formato vertical, en las primeras emisiones oficiales de 1867. Después de la experiencia positiva de los yamada-agaki, bien aceptados tanto por el pueblo como por los nobles, muchos daimyó comenzaron a emitir para sus propios territorios billetes diversamente ilustrados y con timbres y sellos de garantía personalizados, Siguieron emisiones, siempre privadas, de ciudades, templos y comerciantes. Durante mucho tiempo se emplearon tipos de billetes extremadamente variados que, de forma inevitable, condujeron a una situación caótica. El papel moneda del Estado no se implantó hasta 1867, y este retraso se explica por la extrema lentitud de la monolítica burocracia imperial, excesivamente ligada a una rígida etiqueta y al respeto de la tradición, lo que la hacía refractaria a aceptar las novedades, Contribuiría a romper definitivamente el aislamiento del Japón un período de carestía y de malas cosechas de arroz que causarían otro caos monetario, debido a una enésima carencia de circulante y, en particular, de moneda corriente.

inglaterra::El nacimiento del banco de Inglaterra

En la Inglaterra del siglo XVII, las principales funciones bancadas, o sea el depósito, el préstamo y el cambio, las realizaban los orfebres, los goldsmlhs, que llevaban a cabo las mismas actividades que los lombards o banqueros de origen italiano. Unos y otros habían desplazado a los judíos, a quienes Eduardo I despojó de sus bienes y expulsó en masa en 1290. Los goidsmiths se dedicaban sobre todo a adquirir y vender monedas extranjeras, al comercio de metales preciosos y a la valoración de las monedas. Junto a estas actividades predominantes, se desarrollaban otras, como la aceptación de monedas que los comerciantes de ftaban en sus cajas fuertes, en cierto modo tal como hacemos hoy cuando confiamos nues tros bienes más preciados a las cajas de seguñdad de los bancos. Depósitos de este tipo se hacían también en los bancos gestionados por los lombards y en la Torre de Londres, donde tenía su sede la ceca real, a fin de acogerse a la garantía del soberano. Pero los reyes, como ya hemos explicado, tenían continua necesidad de afrontar ingentes gastos, y no era fácil frenar los abusos, incluso en un país como Inglaterra, donde el Parlamento procuraba tradicionalmente poner coto a las decisiones autoritarias del soberano. Una de estas ocasiones se dio en 1640, cuando Caros I no consiguió la aprobación de nuevos impuestos para financiar la guerra que estaba librándose con Escocia. Por toda respuesta, el soberano se apoderó a la fuerza de 140. 000 libras esterlinas depositadas en la Torre de Londres por los comerciantes de la ciudad. Las gentes confiaron entonces sus depósitos a las más seguras cajas fuertes de los orfebres de la capital, que así empezaron a desempeñar la función de cajeros de sus cliente de los que recibían ingresos y a los que reinte graban cantidades. Cuando los depositante tenían necesidad de disponer del dinero, lo orfebres les expedían billetes con la promesa d pago, llamados goldsmith note, que eran cam biados libremente, dado que todos los conside raban dinero propiamente dicho. Junto con estas promesas escritas, circulaba las órdenes de pago emitidas por los deposi tantes, semejantes a los actuales talones también garantizadas por los depósitos. Con 1a promesa de pago, transferible a otras personas, el banquero se comprometía a pagar cierta suma que se podía rescatar con la simple presentación del billete en cualquier banco. Se trata, pues, de un verdadero billete de banco, que circula según los criterios que todavía hoy regulan la emisión y el uso de este tipo de moneda: el valor indicado en el título está garantizado de hecho por una institución bancaria, y el billete puede ser cambiado en cualquier momento en moneda efectiva. Las promesas de pago de los orfebres estaban caracterizadas por la fórmula que sigue presente en los billetes británicos: como ya sucedía con las letras de cambio, también en estas antiguas órdenes de pago el banquero formulaba con claridad el compromiso de pagar la suma indicada a quien presentase el título en una ventanilla bancaria I promise to pay the bearer . . . . Con el tiempo, y registrándose una actividad cada vez más extendida de los goldsmiths, el gobierno acabó siendo también su cliente, y de hecho les confió la gestión de la deuda pública. Además, se solicitó a los goldsmiths que anticiparan, contra el pago de un interés, las sumas procedentes de la recaudación tributaría.

El mayor banco del mundo

En 1667, la noticia de que barcos enemigos holandeses habían remontado el Támesis y se disponían a bombardear Londres, extendió el pánico y desencadenó una carrera para retirar los depósitos. Cinco años después, otro más de los muchos golpes de mano de la Corona, provocó una gravísima crisis de los goidsmiths. Para continuar la guerra contra Holanda, el rey Carlos II necesitaba un millón y medio de libras esterlinas, una suma enorme en aquellos tiempos. Por sugerencia de sus consejeros, el soberano suspendió por un año todos los pagos a los orfebres. Sucedió, en otras palabras, lo que desde hace tiempo muchos consideran que puede suceder hoy, o sea la consolidación o congelación de la deuda pública, lo que ahora como entonces sería una verdadera catástrofe. Eso provocó otra carrera para retirar los depósitos, que los orfebres no pudieron atender con celeridad. La medida tuvo notables consecuencias legales, pero los efectos fueron desastrosos sobre todo para los pequeños ahorradores: pese a que los goldsmiths recurrieron a la Cámara de los Lores, que les reconoció sus derechos, durante un tiempo sólo se pagaron los intereses de las deudas pendientes, y luego, a principios del siglo XVIII, ni siquiera eso. El hundimiento de la confianza del público en la solvencia del Estado aumentó las dificultades del erario, dado que ahora resultaba casi imposible obtener préstamos. En esta situación, cobraba actualidad el proyecto de crear un banco público, presentado en 1688 por el caballero escocés William Paterson, y patrocinado por Lord Montague, alto funcionario de la Tesorería real, y que tras prolongados debates fue desechado, La ocasión que dio origen a la fundación del Banco de Inglaterra fue la acostumbrada necesidad urgente de las cajas reales de una enorme cantidad de dinero. En 1694, la guerra contra Luis XIV había entrado en una fase crítica: el gobierno inglés precisaba un préstamo a largo plazo de 1. 200. 000 libras esterlinas. Quienes estaban dispuestos a suscribirlo se reunieron en una sociedad por acciones, The Governor and Company of the Bank of England, y quedaron convencidos tras una serie de ventajas garantizadas por la ley de 25 de abril de 1694, llamada Tunnage Act, o sea ley del tonelaje. El pago de los intereses se les aseguró mediante algunos nuevos impuestos que gravaban el tonelaje de los barcos, la cerveza y los licores, lo cual devengaría la suma de 96. 000 libras esterlinas, o sea el 8 % del préstamo suscrito. La ley también concedió a la recién nacida sociedad la posibilidad de custodiar depósitos, admitir ingresos y efectuar pagos por cuenta de los depositantes, descontar letras de cambio y conceder préstamos garantizados por mercancías. Además, dado que para desarrollar estas actividades los depósitos y las 96. 000 libras de intereses ingresados anualmente por el erario resultaban insuficientes, la ley autorizó a la sociedad a emitir billetes con el valor fijo de 20 libras, por un importe igual a su capital, o sea 600. 000 billetes en total. Al contrario que los billetes de los goidsmiths, éstos carecían de cobertura metálica, pues sólo estaban garantizados por el crédito del Estado. Se trata, pues, de la primera gran emisión de papel moneda completamente fiduciaria de la historia europea. Los primeros billetes devengaban intereses, y además constaba en ellos el nombre del beneficiario y la fecha de vencimiento. En todos figuraba la fórmula ya presente en los billetes de los orfebres: I promise to pay the bearer . . . , que se mantuvo también en los primeros billetes propiamente dichos del Bank of England emitidos a comienzos del siglo XVIII, cuando ya no pudieron cambiarse y se convirtieron en pagaderos al portador, o sea con la simple presentación del título y sin necesidad de identificar al poseedor. El Banco de Inglaterra era una institución que representaba los intereses de la burguesía turera y mercantil londinense, nces en pleno desarrollo, que se raponían a los de muchos propies de tierras, los financieros y los pios orfebres-banqueros, que operaban en competencia con el nuevo banco. Al comienzo, trataron de contraponer al Banco de Inglaterra otra institución de crédito que habría debido prestar al Estado una suma mucho más elevada y con un interés menor, pero el intento no tuvo éxito. A continuación trataron de provocar la crisis del banco reuniendo billetes por un monto de 30. 000 libras y presentándolos en las ventanillas para cambiarlos por moneda metálica. El Banco de Inglaterra se negó a efectuar la conversión y logró superar las dificultades, aunque esta decisión determinó la depreciación de los billetes en un 17 %. El banco prosiguió la actividad entre altibajos, como, por ejemplo, el hundimiento general del crédito y la suspensión de pagos, debidos a problemas con las colonias americanas. Pero acabó consolidándose sobre todo por la continua necesidad de préstamos de las cajas públicas. En 1709 se decidió duplicar el capital, que se suscribió en pocas horas, entre otras razones porque el Estado promulgó una serie de normas que garantizaron de hecho al Banco de Inglaterra el monopolio de la emisión de billetes en la ciudad de Londres. Desde 1745 se emitieron valores de 5, 10, 20, 50, 100, 200, 300, 500 y 1. 000 libras esterlinas, cuyo aspecto exterior permaneció casi incambiado hasta 1956. Estrechando cada vez más las relaciones con el gobierno, y gracias también a la revolución industrial, que hizo de la Gran Bretaña la nación más rica y poderosa del mundo occidental, el Banco de Inglaterra se convirtió en la mayor institución bancaria del Imperio británico y en el más importante banco emisor del mundo. Su solidez se hizo proverbial: todavía hoy se dice as safe as the Bank of England, o sea tan seguro como el Banco de Inglaterra.