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Nacimiento de la bolsa y de las operaciones con títulos

Hacía tiempo que los comerciantes se reunían para intercambiar títulos y para fijar los precios de las mercancías y los cambios de las monedas. En Barcelona desde el siglo xil existía la profesión de corredor, que ejercían en las ferias y entorno a las Taules de Cambi, en 1652 se crea en Madrid la casa de contratación. En Venecia se juntaban en el puente de Rialto y en Londres, en Lombard Street. En Brujas, a mediados del siglo XVI, los comerciantes comenzaron a frecuentar la explanada situada ante el palacio de la familia Van der Burse, y parece que de ahí deriva el término bolsa para designar los mercados de las mercancías y de los valores. En 1571, sir Thomas Gresham creó la Bolsa de Londres, que acabaría convirtiéndose en el famoso Royal Stock Exchange. A Gresham se debe también una de las más notables leyes económicas: dadas dos monedas de igual valor nominal pero de distinto contenido intrínseco, la peor, o sea la de valor metálico menor, es la única que circula.

El caso de los tulipanes

En el siglo XVII, Amsterdam se convirtió en la plaza financiera más importante de la cristiandad. En este mercado tuvo importancia relevante la contratación de mercancías al por mayor, en particular la relativa a los bulbos de flores que se importaban de Oriente y que, por ser un bien raro y precioso, desencadenaron una de las más famosas especulaciones de todos los tiempos, que llevó a la ruina a muchas personas. Pese a ello, el cultivo de los bulbos cobró importancia para la economía holandesa, aseguró ganancias elevadas a los cultivadores y contribuyó a desarrollar las actividades del puerto de Amsterdam, que ya por entonces se contaba entre los más importantes del mundo. En Amsterdam se intercambiaban también títulos, sobre todo obligaciones y acciones de las compañías holandesas e inglesas creadas para la explotación comercial de las colonias, como las de las Indias orientales y occidentales. Las operaciones con títulos dieron lugar al agiotaje, una de las formas más fraudulentas de especulación. Los comerciantes y los agentes con más influencia conseguían hundir o elevar el valor de determinados títulos simplemente difundiendo bulos, como, por ejemplo, la muerte de algún personaje importante o el inminente estallido de una guerra, lo que desencadenaba el pánico entre compradores y vendedores. Estas grandes especulaciones confirmaron la importancia de las acciones para la vida misma de las sociedades, por lo que otros países siguieron el ejemplo de Amsterdam, dando paso a sus propios mercados financieros.

Moneda de cuenta y moneda de banco

Desde la reforma monetaria de Carlomagno en el siglo ix hasta la Revolución francesa, en casi toda Europa el valor de los bienes más comunes se expresaba en libras, unidad dividida en 20 sueldos y 240 dineros. En la historia de la economía se tienen numerosos ejemplos de otras monedas de cuenta, o sea no acuñadas, que servían para comparar el valor de las mercancías y de las monedas en circulación. En Francia se calculaba en livre tournois, en Inglaterra en pounds o libras esterlinas, en Alemania en pfund o mark. El aumento de los intercambios intensificó el uso de la moneda, mientras las acuñaciones de varios Estados cayeron en el desorden y la desorganización. El derecho de acuñar moneda estaba excesivamente repartido entre príncipes, ciudades Estado más o menos libres, obispos y abades, reyes y duques. El gran fraccionamiento, la diversidad de las unidades de medida de peso en diferentes Estados, el que cada gobierno hiciera circular en su territorio monedas extranjeras, todo ello impulsaba necesariamente a fijar en moneda de cuenta los precios de los bienes y de las numerosas especies metálicas en circulación. Los gobiernos, por su parte, emitían edictos que establecían el valor en moneda de cuenta de todas las monedas nacionales y extranjeras cuya circulación estaba autorizada. Estos valores variaban especialmente a causa de las modificaciones de la relación de cambio entre oro y plata, debidas en particular a la fluctuante disponibilidad de ambos metales. del siglo XVI al XVII, sobre todo a causa de las cantidades de metales preciosos procedentes del Nuevo Mundo, se pasó de la relación 1 a 10, esto es, un gramo de oro por 1 0 de plata, a la relación 1 a 14, 5. Las estrechas relaciones que vinculaban entre sí las monedas y los mercados monetarios, se resentían también de los acontecimientos políticos. La guerra de los Treinta Años (1618-1648), por ejemplo, que convulsionó Alemania y Suecia, provocó un diluvio de monedas falsas, y multiplicó la emisión de las de valor nominal muy superior al intrínseco, que se difundieron en muchos Estados europeos. El desorden en las monedas comenzó a interesar a personalidades de la ciencia, entre ellas al gran astrónomo Nicolás Copérnico (1473-1543), que se dedicó a la reforma del sistema monetario de los Estados polacos. Todas las operaciones de bolsa se desarrollaban en moneda de cuenta, mientras que las operaciones bancarias se atenían a la moneda de banco. Los bancos, convertidos en referencias cada vez más importantes para los operadores, hacían uso de esta moneda suya particular para registrar los ingresos y los reintegros de los clientes, que podían hacerse en monedas de diversos tipos, incluidas las desgastadas por el uso o por la intervención de quienes las raspaban adrede.

Las fichas para hacer cuentas

Los comerciantes, obligados a efectuar cálculos cada vez más difíciles, utilizaban diversos métodos para hacerlos más fáciles. Uno de los más curiosos se remonta a la tradición mercantil holandesa. Desde fines del siglo XIV a finales del Xvili, comerciantes, bancos, erario, cambistas e instituciones religiosas y comerciales holandesas se servían de fichas para el llamado cálculo de líneas: una especie de ábaco con el que se conseguían realizar con rapidez las cuatro reglas elementales. Como base de trabajo se usaba una superficie plana (un paño, un tablero o una mesa) en la que estaban trazadas líneas paralelas y equidistantes. Las líneas que se sucedían de abajo arriba representaban las unidades, las decenas, las centenas y los millares. Para limitar el número máximo de fichas por línea a cuatro, se convenía en que el espacio libre encima de cada línea correspondía al quíntuplo del valor numérico de la línea inferior. Este método, que puede parecer complicado pero que, en realidad, resulta muy práctico, no era original: ya en la antigüedad se calculaba con fichas de hueso o de piedra. En Holanda se acuñaban en las cecas oficiales utilizando aleaciones de cobre, estaño y bronce. Al no estar vinculadas a simbologías oficiales, las imágenes acuñadas en las fichas holandesas suministran noticias preciosas sobre la vida cotidiana. Son frecuentes las escenas de siega y de siembra, o las representaciones de varios oficios, como el de cambista y alquimista. Pueden seguirse también los avances técnicos en las embarcaciones o en los grandes dispositivos empleados por los holandeses, como las dragas y los molinos de viento. Son innumerables las escenas de guerra o las alegóricas extraídas de la Biblia. A veces las representaciones que adornan estas fichas bordean la ironía y la sátira política, campos a menudo desconocidos en las acuñaciones monetarias. Las fichas tuvieron amplia difusión en Inglaterra y en Francia donde, al escasear las monedas, en ocasiones las sustituían. Para métodos de cálculo más avanzados habrá que aguardar a 1642, año en que Blaise Pascal inventó a los diecinueve años la máquina calculadora para ayudar a su padre en sus cuentas como intendente de finanzas.




Historia del banco de España

En 1829 nació el Banco Español de San Fernando prácticamente como una sociedad liquidadora del Banco Nacional de San Carlos. Fue creado por la Real Célula del 9 de julio de 1829, con un capital de 60 millones de reales divididos en 30. 000 acciones de 2. 000 reales. La deuda del Estado con el Banco de San Carlos ascendía en 1829 a 309. 475. 984 reales, de los cuales sólo pagó 40 millones en efectivo para saldarla. Esto llevó al banco a la quiebra, pero los accionistas del San Carlos recibieron a cambio acciones del nuevo Banco de San Fernando por la diferencia. Los estatutos, redactados por Sainz de Andino, especificaban como fines la emisión de billetes al portador para Madrid, el descuento y como prestamista del Tesoro. Básicamente no era un banco de depósitos, y sus operaciones se veían limitadas por el temor a sufrir la penosa suerte de su antecesor. Con ello su actividad fue restringida, y no llegó a utilizar ni la mitad de sus activos en los primeros cuatro años de vida. Su preocupación era atender los billetes circulantes en Madrid y los créditos del Estado. Con la guerra carlista (1833-1839), el Estado requirió la atención del banco, al extremo que se convirtió en un apéndice de éste, colocándolo en continuos apuros económicos. Las operaciones con particulares quedaron marginadas, y la entidad desembocó en una situación precaria, hasta el extremo de que para mantener el precio de las acciones se vio obligado a comprar parte de ellas.

El banco de Isabel II

En 1840, como consecuencia de la desamortización, la actividad del banco aumentó, pero no por ello dejó de mantener su estrecha vinculación con el Estado, que duró hasta 1843. Esta circunstancia frenó sin duda alguna la economía del país, pues faltaban instituciones de crédito que facilitaran recursos al comercio y la industria. Fue entonces cuando José Salamanca, junto con otros capitalistas y comerciantes, propu so la creación del Banco de Isabel 11 (enero de 1844). El Banco de San Fernando se opuso a la iniciativa, pero el mismo mes empezó a funcionar el de Isabel II. El primero tenía el monopolio de emitir billetes, por lo que al segundo se le autorizó a emitir “cédulas al portador”. El capital fundacional fue de 100 millones de reales repartidos en 20. 000 acciones de 5. 000 reales. Su método de operar más moderno que el de su antecesor, promovió una rivalidad entre ambos que contribuyó a mejorar la situación bancaria en Madrid. El Banco de Isabel li, con sus líneas modernas de actuación, se amplió, y creó en 1846 el Banco Español de Cádiz, que también se convirtió en emisor de billetes. La expansión de éste exasperó al Banco de San Fernando, hasta el extremo de no aceptar los billetes emitidos por la competencia, pese a que ambas instituciones se desenvolvían en medios diferentes. En 1846, la crisis que se había iniciado en Francia e Inglaterra llegó a España, ocasionando una situación difícil a los dos bancos. En vista de ello Santillán, ministro de Hacienda, propuso en enero de 1847 la unión de ambas entidades, iniciativa que fue bien acogida por ambos dada su precaria situación. La fusión se realizó con la intervención del nuevo ministro de Hacienda, Salamanca, que como parte interesada del Banco de Isabel II favoreció a éste.

El nuevo banco español de San Fernando

Con la fusión, el nacimiento del nuevo Banco de San Fernando contó con un capital de 400 millones de reales, de los cuales 200 provenían a partes iguales de los dos bancos, y los otros 200 los suscribieron posteriormente los accionistas. Pero esta cifra nunca se llegó a cubrir. La crisis no cesaba; más bien iba en aumento. Y así, en 1848, agudizada por un desfalco del propio director de la entidad, las acciones que en enero cotizaban a 262 por 100 bajaban a 44 % en el mes de octubre. El gobierno seguía mostrándose incapaz de pagar sus deudas, y los activos incobrables de particulares, procedentes del Banco de Isabel II, llevaron a una situación lamentable. Para ponerle remedio, la ley de 4 de mayo de 1849 dividió el banco en dos departamentos, el de emisión y el de operaciones, y al mismo tiempo se le concedió el monopolio de emisión para toda España salvo Barcelona y Cádiz. Con esto se esperaba recuperar la credibilidad del banco y de los billetes en circulación. Aunque la ley no fue efectiva, la modernización del banco llevó a una reestructuración del mismo, cambiando la figura del director por la del gobernador. El primero fue Santillán, nombrado en diciembre de 1849, quien introdujo una reforma drástica del sistema: rebajó el capital a 120 millones de reales, eliminó los dos departamentos, reguló la emisión de billetes y creó nuevos bancos. Dio a conocer al público los balances semanalmente, en contra de la establecida doctrina del “misterio del crédito”, y mejoró la administración. En resumen, puso las bases de un banco central. Sus mejoras quedaron plasmadas en la ley de 15 de diciembre de 1851. Las actividades del banco continuaron, con numerosas emisiones y constantes reformas de adaptación a una economía ya creciente, hasta que la ley de 28 de enero de 1856 estableció que el Nuevo Banco de San Fernando tomara el nombre de Banco de España.

El banco de España

Nació en virtud de la ley de 28 de enero de 1856, pero su condición de único banco emisor de billetes de curso legal (hasta entonces había 15 bancos emisores), así como su categoría de nacional no llegaron hasta el Real Decreto de 19 de marzo de 1874. Hasta esta fecha hay que destacar la ampliación del capital a 200 millones de reales, el rechazo de crear un banco nacional con capital inglés y dos reformas monetarias. La primera de estas reformas se adoptó en 1864 para rebajar el contenido metálico de la moneda y los derechos de acuñación, y evitar así la fuga de moneda española hacia otros países, al mismo tiempo que introducía el sistema de cuenta decimal. La segunda reforma se produjo en octubre de 1868, para adaptarse al sistema de la Unión Monetaria Latina, con lo cual la peseta pasó a ser la unidad, dividida en 1 00 céntimos. Ante la anulación de los derechos adquiridos de los demás bancos emisores, se les dio la oportunidad de fusionarse con el Banco de España cambiando las acciones a la par, así lo hicieron en su mayor parte, convirtiéndose en sucursales de la nueva entidad nacional. La retirada y cambio de todo el papel moneda existente no se logró hasta 1884, operación que se combinó con la distribución de los nuevos billetes, en principio locales, para pasar luego a regionales y finalmente a nacionales. Esto implicó un gran volumen de emisión, lo que aumentó el capital hasta 700 millones, cifra próxima a los 750 millones permitidos por la ley, y obligó al banco a atender en metálico (plata) los pagos corrientes, para poder frenar la circulación fiduciaria. Se mantuvo una política austera de emisiones, y su convertibilidad sólo en plata, pues la conversión en oro se había abandonado en 1883 por las fugas al extranjero. Esta actitud desprestigió la divisa española en el mercado internacional. Como hemos podido comprobar, el Banco de España no hizo más que aliviar las dificultades económicas del Estado desde su fundación hasta finales del siglo XIX. La pérdida de las últimas colonias en 1898 creó una desestabilización en el país que no se regularizó hasta ya entrado el siglo XX. Siempre de común acuerdo con el gobierno, el banco se convirtió en agente de éste en el extranjero y llegó a participar en el Banco de Marruecos. Concedió préstamos al sultanato en 1910, y en 1918 a los bancos norteamericanos y franceses, operaciones que ponen de manifiesto el resurgimiento económico español.

La ley Cambó

Una nueva era en la trayectoria del banco la marca la Ley de Ordenación Bancaria de 1921, inspirada por Francisco Cambó, ministro de Hacienda. Básicamente lo que destaca de la misma es que convertía el Banco de España en banco de bancos, en detrimento de los clientes privados, al mismo tiempo que aportaba al gobierno una política monetaria, definía por primera vez el concepto de banco central y banca privada, y establecía que el gobierno participaba en los beneficios del banco. En esta misma ley se prorrogó la emisión de billetes, que caducaba en 1921, hasta 1946. Se amplió el capital de 150 a 177 millones de pesetas, y el tope circulante fiduciario pasó de 5. 000 millones a 6. 000. La amplitud de esta ley no nos permite entrar en más detalles, pero sin la menor duda supuso un gran impulso en el desarrollo del banco. Entre 1920 y 1930 no hubo grandes cambios en la entidad a pesar de verse afectada por las sucesivas devaluaciones de la peseta. Los problemas de carácter orgánico empezaron con la República, hasta el extremo de que lndalecio Prieto, ministro de Hacienda, apuntó la posibilidad de una nacionalización del banco, pero la crisis se superó con la distribución en el consejo de tres miembros del banco y tres del Estado. Más adelante, la situación empeoró con la contienda civil, y el banco, al igual que España, quedó dividido en dos. El Banco de España era gobernado desde marzo de 1936 por Luis Nicolau d’Olwer, nombrado por el gobierno de la República, y como subgobernador primero figuraba Pedro Pan, que posteriormente fue el creador del Banco de España en Burgos. La situación en que se encontraba el país hizo que controlara las sucursales, intervención que duró hasta el 11 de mayo de 1938, en que el gobierno de la República trasladó el Banco de España a Barcelona. Entonces tomó de nuevo el control de las sucursales catalanas, y operó y celebró junta de accionistas durante la contienda, la última el 8 de enero de 1939. Cesó sus actividades con la caída de Barcelona. Paralelamente, en la zona nacional fueron agrupándose los miembros de la administración del banco para establecer una nueva administración central en Burgos al amparo de la Junta de Defensa. El 24 de septiembre de 1936, se reunió el consejo en esa ciudad bajo la presidencia de Pedro Pan y representantes de los accionistas. Su primera iniciativa, consistió en unificar la política de las sucursales existentes en zona nacional. Se nombró como subgobernador en Burgos a Antonio Artigas, y se organizó el nuevo equipo de dirección. La situación era de carácter provisional ante la toma de Madrid, que se creía inminente, pero al demorarse ésta, el 12 de marzo de 1938, casi dos años después, se nombró gobernador a Antonio Goicoechea, que asumía a la vez el control de toda la banca oficial (Banco Hipotecario, Banco Exterior de España y Banco de Crédito Industrial). En Santander, el 18 de septiembre de 1938, tuvo lugar una nueva junta de accionistas, en la que se autorizó a la dirección del banco a ejercer las acciones legales necesarias para la recuperación del oro enviado a Rusia por el gobierno de la República. Un decreto del 12 de noviembre de 1936, válido para la zona controlada por la Junta de Burgos, desmonetizó todos los billetes emitidos por el Banco de España en fecha anterior al 18 de julio de aquel año, medida que se extendió a los certificados en plata. La falta de papel se dejó sentir durante toda la contienda, al extremo de tener que emitirlo con carácter de urgencia en gran cantidad de ayuntamientos, de toda España. También se emitieron billetes en Barcelona por la Generalitat y por el Banco de España; en Bilbao y Santander por bancos privados, y en Gijón y de nuevo en Santander por el Banco de España. El Consejo de Asturias y León realizó una serie en 1937, y el Ministerio de Hacienda en Madrid también cubrió sus necesidades emitiendo una serie en 1937. Mientras, en la zona nacional, el 21 de noviembre de 1936 empezó a emitir el Banco de España en Burgos, que continuó haciéndolo hasta el 10 de agosto de 1938. Finalizada la guerra, los billetes desmonetizados continuaron en la misma situación, y tuvieron validez solamente los emitidos en Burgos. A partir de 1939, todo el papel se emitió en Madrid. Un nuevo período del Banco de España comenzó en 1939, pero ante la falta de reservas de oro y de plata y la situación bélica en el exterior, el ministro de Hacienda, Larraz, optó por una reforma interna, poniendo en marcha un ordenamiento monetario y financiero y reorganizando el Banco de España. La ley de 13 de marzo de 1942 dio por liquidados los ejercicios de 1939 a 1941, e inició una nueva etapa. La evolución del banco inspiró la redacción de unos nuevos estatutos, que entraron en vigor el 24 de julio de 1947 y que se mantuvieron vigentes hasta la nacionalización del Banco el 7 de julio de 1962. A partir de esta fecha, además de banco emisor y vigilante de la banca privada, le corresponde gestionar la política monetaria según las directrices de gobierno, guardar los fondos de reserva y divisas y controlar los pagos al exterior. El 14 de noviembre de 1969 sustituyó al Instituto Español de Moneda Extranjera, y a partir del 19 de junio de 1971 asumió las funciones del Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorro, y de parte de las propias del Instituto de Crédito a medio y largo plazo. La evolución experimentada por el Banco hasta la actualidad, ha sido una constante adaptación a las tendencias económicas de esta última época, guiada por las necesidades del país y por el reflejo de la actuación de bancos de nuestro entorno geográfico, pero conservando básicamente la normativa y cambios de los últimos estatutos.




Amsterdam y Amberes: las primeras cajas fuertes del mundo

Ya en las últimas décadas del siglo xiv Europa conoció una fase de notable desarrollo económico que puso fin a la prolongada crisis iniciada a mediados de la centuria anterior. La coyuntura positiva se acentuó en el siglo XVI: aumentaron la población y la producción agraria, que constituía la base fundamental de todos los sistemas económicos de aquel tiempo, y el desarrollo del comercio oceánico favoreció el incremento de la producción de manufacturas. El crecimiento de la demanda de artículos de lujo por parte de las pequeñas y las grandes cortes europeas, los gastos para mantener las tropas mercenarias y los abastecimientos a ciudades cada vez más extensas y pobladas, determinaron el considerable aumento de la demanda de artículos de lujo y de uso corriente. Este notable incremento de la demanda cambió también la mentalidad de quienes se dedicaban a la producción: si en la Edad Media era fundamental atender a la calidad, ahora también estaba cobrando importancia la cantidad.

Una economía de dimensiones planetarias

Fueron notables las consecuencias de la Reforma protestante, promovida por Martín Lutero en 1517 con la publicación de sus famosas 95 tesis acerca de las indulgencias. La Iglesia católica había condenado siempre la actividad económica encaminada a obtener ganancias ampliamente superiores a las necesidades de supervivencia del individuo y de su familia. Para los protestantes, en cambio, el trabajo y el ahorro eran aspectos fundamentales de la existencia cristiana, en la que la profesión realizaba la vocación. Particularmente en el calvinismo, una actividad económica floreciente testimoniaba el esfuerzo del creyente para promover el orden social , a mayor gloria de Dios. El descubrimiento de América y la comunicación directa con Asia abrieron nuevos mercados de aprovisionamiento y de destino para las producciones europeas, y condujeron al desarrollo de una economía de dimensiones mundiales. Nuevos centros del comercio internacional sustituyeron los tradicionales que no habían conseguido adaptarse a los nuevos horizontes abiertos por los descubrimientos geográficos. Las especias, los colorantes para los tejidos de lujo, las piedras preciosas y los perfumes seguían las nuevas rutas de Oriente trazadas por Vasco de Gama; el oro, la plata y nuevos productos alimentarios procedían de América. El centro del comercio internacional no era ya la cuenca mediterránea: cobraron una importancia creciente las nuevas escalas portuguesas y españolas, frecuentadas por los comerciantes alemanes, franceses y, sobre todo, holandeses.

Las letras de cambio de amberes

Mientras en Italia nacían los montes de piedad y los primeros bancos públicos, en Amberes y Amsterdam se desarrollaba la bolsa. En la primera mitad del siglo XVI, en Amberes la cifra de negocios se contaba entre las más importantes de la época, porque las importaciones de las colonias de los reinos ibéricos hallaban aquí su centro de distribución mundial. De sus almacenes partían para los principales mercados especias, sal, azúcar de las plantaciones tropicales, tejidos preciosos, oro, plata y cobre. No cabe sorprenderse, pues, de que en Amberes y luego en Amsterdam y en Londres, que le sucedieron como los centros comerciales y financieros más importantes de la Edad Moderna, se introdujeran algunas innovaciones comerciales y bancarias. En Holanda e Inglaterra, países protestantes, el interés no era objeto de condena, por lo que el recurso al crédito resultaba mucho más fácil. No había necesidad de prohibir las cartas de cambio, dado que para obtener un préstamo bastaba que el deudor entregara al acreedor una , promesa escrita de que pagaría su débito a su tiempo. Luego, estos pagarés se convirtieron en títulos al portador transferibles. Se difundieron especialmente en Inglaterra: todavía hoy en los billetes británicos consta la fórmula que aparecía ya en los más antiguos: I promise to pay. . . , típica de los títulos de crédito. Lo representado por el , pagaré podía transferirse a un tercero mediante una asignación. Esto significa que, gracias a una anotación del acreedor sobre el mismo título, una tercera persona podía hacerlo efectivo. Más tarde, del título, y simplificando el procedimiento con una sencilla firma, nacería el documento de endoso. La operación más antigua conocida de descuento de una letra de cambio se efectuó en …




Los primeros bancos públicos en España

La precaria economía española de mediados del siglo XVIII gira en torno a los bancos privados, bancos públicos (no estatales) con reconocimiento oficial, Taules y Montes. La situación es grave, y la Hacienda se ve obligada a pedir préstamos en el extranjero ante la actitud renuente de la Compañía General y de Comercio de los cinco Gremios Mayores de Madrid, que halla dificultades para que le liquiden sus préstamos. Toda esta coyuntura crea un ambiente apropiado para repiantearse, pese a los proyectos fallidos de la Casa de Contratación de Sevilla y del Real Giro, la creación de un banco público estatal. El conde de Floridablanca, José Moñino y Redondo, presenta sendos proyectos al ministro de Hacienda, Miguel Múzquiz, y al ministro de Colonias, José de Gálvez, el 15 de noviembre de 1779. El proyecto no prospera, ya que la situación económica cambia con la llegada de un cargamento de metales preciosos procedentes de México. La bonanza apenas dura unos meses, y el bloqueo inglés a las comunicaciones entre España y las colonias de América, el asedio a Gibraltar y la lucha para la recuperación de Menorca, asimismo en poder de los ingleses, obligan a la Hacienda pública a emitir vales reales por un montante de 15. 203. 000 pesos de vellón al 4 % de interés. La situación sigue sin mejorar, la cotización de los vales desciende, y para sostenerlos finalmente se funda el banco nacional, que además deberá fomentar la industria y los intercambios, y proporcionar suministros a los ejércitos. Así, el 2 de junio de 1782 se crea el Banco Nacional de San Carlos, que se inaugura un año después, el 1 de junio de 1783. La existencia del Banco Nacional no excluye la actividad de la Compañía General y de Comercio de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, que sigue auxiliando a la Hacienda estatal hasta que, en 1785, modificados sus estatutos y por evitar la competencia con el Banco Nacional, dedica su actividad a la elaboración de tejidos y prendas para suministro del Ejército, la Armada y los presidios. Su situación se enrarece por el incumplimiento de los pagos de la Hacienda Estatal (1799), y deja de abastecer a los ejércitos y demás instituciones oficiales.

El banco de San Carlos

Como consecuencia de la depreciación de los vales reales que él mismo había propuesto, Francisco Cabarrús, presenta el 12 de octubre de 1781 al conde de Floridablanca (primer ministro), un proyecto de Banco Nacional, que éste apoya. Pide el beneplácito a Carlos lii, y como resultado la mayoría de los ministros apoya la iniciativa, salvo el conde de Gausa, ministro de Hacienda. También se oponen al proyecto los cinco Gremios Mayores de Madrid. Para superar esta oposición, Cabarrús debe desplegar todas sus artes diplomáticas y conocimientos. El 13 de abril de 1782 redacta un memorial en defensa de su idea, que fructifica, y en una asamblea extraordinaria de ministros y expertos en economía, de la que forman parte el conde de Campomanes y Gaspar de Jovellanos, así como representantes de los Cinco Gremios Mayores, funcionarios del Tesoro y hombres de negocios, el proyecto lo aprueban los ministros del rey, que lo confirmaron individualmente por escrito. Tras el estudio y aprobación del proyecto, el 15 de mayo de 1782 Carlos III envía al Consejo Real la cédula por la que se constituye el Banco Nacional de San Carlos, La cédula se publica el 2 de junio del mismo año. El modelo en que se inspiró Cabarrús para la creación del Banco Nacional, no tenía nada de común con el Banco Público de Barcelona (Taula de Cambi) ni con el de Valencia; su modelo fue el Banco de Inglaterra y, en menor medida, el Banco de Amsterdam, aunque conocía la forma de operar del resto de los bancos europeos de la época. El banco estaba bajo la protección real, pero era de propiedad privada: cualquiera podía tener acciones sin que esto conllevara control alguno sobre la entidad. La misión principal del banco era la conversión de los vales reales a la par por metálico, la negociación de pagarés y letras de cambio hasta un máximo de noventa días, y el suministro al Ejército y la Armada. El capital del banco se estableció en 300 millones de reales de vellón, con lo que superaba al del Banco de Inglaterra. Se dividió en 150. 000 acciones de 2. 000 reales cada una, comprometiéndose el banco a cambiarlas a la par. Gaspar de Jovellanos, que había apoyado el proyecto, se mostró disconforme con el monto del capital, que aconsejó se redujera a 200 millones, por creer que no sería posible invertir todos los fondos, y que ello mermaría sustancialmente las rentas del capital. El tiempo le daría la razón. La colocación de las acciones fue difícil, y su venta debió apoyarse con Reales Decretos y con ejemplos: el propio rey compró mil acciones, y quinientas el príncipe de Asturias. A los cinco meses de su puesta en circulación, sólo se habían vendido 9. 452. De todas formas, se convocó la asamblea y se nombró la primera junta encargada de organizar el banco. En esta asamblea se acordó la emisión de billetes sin interés, al estilo de los bancos europeos, y de un nominal en 200 y 1. 000 reales, De la junta salió también el acuerdo de buscar un local, que se alquiló al conde de Sargado, y estaba situado en la calle Luna, 17. Se restauró y habilitó, de forma que el 1 de junio pudo inaugurarse. El 20 de diciembre de 1783, cuando se convocó la segunda junta, sólo se habían desembolsado 28. 150 acciones, pero aún así el banco siguió adelante y decidió emitir billetes por 52 millones de reales. El gobierno accedió a crear una reserva al banco de 30 millones de reales en oro que acuñó la Casa de la Moneda de Madrid, y dio las órdenes oportunas para que los billetes fuesen aceptados. Las acciones del banco nunca llegaron a desembolsarse en su totalidad, pues hubo que suspender su venta en 1785, cuando quedaban 26. 334, por la especulación de que las mismas fueron objeto. El banco pasó por numerosas vicisitudes producto de las intrigas, cambios de juntas, influencias extranjeras y especulaciones, hasta la caída de Cabarrús en 1790. La marcha de la institución nunca fue ejemplar, y afectó al capital y a las operaciones de riesgo contraídas. Como la Corona no cubría ni el pago de intereses, el banco quebró en 1829. Por lo demás, estos fueron años llenos de dificultades: hubo guerra con Inglaterra, los franceses invadieron España, José Bonaparte fue proclamado rey e Hispanoamérica se vio sacudida por las luchas de emancipación. Este cúmulo de circunstancias adversas impidió que la Corona cumpliera con sus compromisos, y siendo ésta el primer cliente del banco, lo arrastró a la quiebra.

Montes de piedad y montepíos

A semejanza de los montes italianos creados en el siglo XV, en 1710 se reconocieron oficialmente en Madrid estas entidades, cuyo reglamento se aprobó en 1712. Nacieron con la idea de socorrer en los tiempos difíciles a empleados, comerciantes y artesanos en las grandes ciudades, pero este objetivo no siempre se cumplió, pues también fueron centro de especulación y usura cuando la demanda superó las disponibilidades del monte. Fueron importantes los montes de Madrid y Granada, así como los de Barcelona, Zaragoza y Jaén. En depósitos de ahorro se pagaba un 3 % de interés a la clientela privilegiada que disponía de ellos. Su importancia indujo a la administración pública a convertirlos en depositarios Paralelamente funcionaban los montepíos, principalmente en la segunda mitad del siglo Xviii, en sus dos versiones: de socorro y de crédito. Nacieron a la sombra de las hermandades, cofradías o gremios, para la protección de sus miembros, pero los que realmente destacaron fueron los oficiales, para militares, marinos o funcionarios, promovidos por Esquilache en 1761. Los montepíos de socorro perseguían un fin caritativo o benéfico, y se alimentaban de las cuotas de sus miembros y de los donativos de los pudientes, para transformarlos en pensiones de vejez, viudedad u orfandad. Los montepíos de crédito se implantaron con la finalidad de mejorar la producción agrícola e industrial. Sus fondos provenían de las vacantes eclesiásticas y de los expolios. Facilitaban semillas a los campesinos, redes a los pescadores y materia prima a los artesanos, con préstamos gratuitos o intereses moderados. Su mayor auge se registró en la segunda mitad del siglo XIX, y perdieron su hegemonía con el nacimiento de las compañías de seguros privadas. Entrado el siglo XX el apoyo estatal a los montepíos les devolvió su protagonismo hasta nuestros días.

El primer papel moneda de España

A finales del siglo XVIII, la situación económica de España ante el bloqueo y la guerra, impidió una recaudación suficiente de tributos para las necesidades de la Hacienda estatal. En estas circunstancias el gobierno aceptó la proposición de un francés, Francisco Cabarrús, economista, banquero y hombre de negocios afincado en Madrid, para proceder a la emisión de vales reales, el primer papel moneda emitido en España. Carlos III autorizó el 20 de septiembre de 1780 la emisión de 9. 900. 000 pesos de vellón en vales al 4 % de interés. Posteriormente, el 20 de marzo de 1781, y para sufragar las campañas de Gibraltar y Menorca, se realizó una segunda emisión de 5. 303. 000 pesos de vellón. La devolución de los mismos acusó las dificultades que sufría el reino. Este primer papel moneda, que mantenía su paridad por debajo del efectivo metálico un 4 %, no fue un buen precedente para las emisiones sucesivas. Los vales reales nacieron con anterioridad a la creación del Banco de San Carlos, como deuda pública, y esa entidad en su primera junta de accionistas, aprobó la emisión de vales sin intereses, lo que los convirtió en billetes. Se efectuó una primera emisión el 1 de marzo de 1783, con los nominales de 200, 300, 400, 500, 700, 800, 900 y 1. 000 reales. La última emisión de vales se llevó a cabo el 1 de marzo de 1798, con valores de 200, 300, 500 y 1. 000 reales. Dos años más tarde, en 1800, tuvieron que ser retirados de circulación por el deterioro de su valor, las falsificaciones y la penuria de la Hacienda pública. Los coleccionistas pagan hoy por ellos considerables sumas.




Los bancos privados de la época moderna

El desarrollo del mundo financiero en la época moderna, que giraba en torno a Fiandes, Florencia, Toledo y Venecia, dio origen al nacimiento en Italia, a mediados del siglo Xiii, de la banca comercial privada. Sus funciones eran facilitar los cambios de moneda, proporcionar medios económicos para las expediciones a Oriente y África de portugueses, castellanos, aragoneses y venecianos, y atender a la costosa financiación de campañas bélicas o al transporte de dinero dentro de la peligrosa y agitada Europa. Se hizo necesaria, pues, una organización financiera a semejanza de la utilizada por la orden del Temple, que ya desde el siglo anterior mantenía unida comercial y económicamente, desde Tierra Santa, toda la cristiandad.

Los primeros banqueros

A los templarios se les atribuye la primera banca moderna organizada a nivel internacional, y la creación de la letra de cambio. Sus depósitos fueron tan cuantiosos y sus préstamos tan importantes a soberanos y pontífices, que provocaron su propia desaparición. Las presiones que por su situación económica ejerció Felipe el Hermoso de Francia sobre el pontífice Clemente V, hizo que éste hostigara a la orden hasta abolirla en 1312. Ejecutado el gran maestre en 1314, los bienes que poseían los templarios revirtieron a los Estados o fueron transferidos a otras órdenes, quedando en el olvido la que fue la mejor organización comercial y económica durante casi dos siglos. La creación en Italia de la banca comercial facilitó la realización de pagos a distancia, la obtención de beneficios con los depósitos, y la posibilidad de acceder a créditos y préstamos. Destacaron banqueros como los Bardi, que en 1336 llegaron a tener no menos de dieciséis filiales. Habían iniciado sus actividades en Florencia a mediados del siglo Xil. El máximo desarrollo se alcanzó a comienzos de siglo XIV, cuando en aquella ciudad operaban ochenta competidores, entre ellos los Peruzzi, Acciaiuoii, Aibizzi, Buondelmonti, Cerchi, Capponi y Frescobaldi. Italia, pionera de la banca privada, puso en manos de ésta la recaudación de diezmos y tributos. También los banqueros atendieron a la financiación de pontífices y soberanos durante dos siglos, enriqueciéndose y quebrando según las vicisitudes de la historia. Las grandes fortunas amasadas en este período, la mayoría inestables y quebradizas, influyeron en todos los campos del poder, las artes y las ciencias. Los Medici, que fundaron su banco junto con algunos miembros de la familia Bardi en 1397, cambiaron las estructuras y modificaron el sistema tradicional asemejándolo más a la banca actual. Su poder y riqueza hizo que intervinieran en las decisiones políticas durante más de un siglo en t oda Italia. Acabaron en bancarrota y regresaron a Florencia en el siglo XVI como gobernantes de un Estado, el gran ducado de Toscana, que conservaron hasta 1737, cuando murió el duque Gian Gastone, último vástago de la estirpe.

La banca privada en Europa

A comienzos del siglo XVI, el centro financiero de Europa se desplazó lentamente hacia Augsburgo, una pequeña ciudad de Baviera, gracias a una familia, los Fugger (Fúcar), que debía imprimir una profunda huella en la historia económica del continente. Fabricantes textiles y comerciantes, en 1459 crearon una serie de bancos y formaron una organización financiera de dimensiones e importancia extraordinaria. Su gestión en los negocios y empresas se ajustaba a criterios muy modernos: sus principios fundamentales eran la indivisibilidad del patrimonio y la contabilidad ordenada. Su organización, en materia de comunicaciones y de prestaciones sociales a sus colaboradores, sería digna de nuestro tiempo. La decadencia de los Medici aumentó su protagonismo, y se convirtieron en los agentes financieros pontificios y en soporte económico de los soberanos de la época: financiaron a Carlos I de España y a Francisco I de Francia, e intervinieron directamente en la política de su tiempo. Pero también los Fugger acabaron declinando, como consecuencia de su vinculación a la casa reinante en España. En efecto, las crisis financieras de la Corona española, la primera en 1557-1559 y la segunda en 1607, precipitaron su caída. Otros banqueros alemanes, como los Welser, financiaron a los monarcas europeos, a medida que los banqueros italianos perdían su protagonismo y el centro financiero internacional se desplazaba a Amsterdam, que mantuvo el predominio durante dos siglos. Eran plazas con gran movimiento financiero París, Londres y Burgos, sin desdeñar Aviñón, ciudad residencial de los papas de 1309 a 1376 y que, desde que fue vendida a Clemente Vi en 1348 por Juan I de Nápoles, se convirtió en un gran centro comercial y financiero, sede de numerosos banqueros.

La banca privada en España

La aparición de un nuevo tipo de actividades como consecuencia de la revolución comercial de los siglos XI-Xiii, dio origen a la banca moderna, basada en la banca medieval. Estaba en manos de aurífices, cambistas o mercaderes, cuya misión no pasaba de custodiar, certificar la ley del metal y su valor, y efectuar pagos a distancia. La variedad de monedas, el conocimiento de su paridad y la manipulación de las mismas, hicieron que los comerciantes confiaran sus operaciones a través de los bancos a cambio de certificados de depósito. La evolución del banco monetario hacia un banco del crédito no se hizo esperar. Italia primero y la Corona de Aragón después, marcaron la pauta de lo que conocemos como banca moderna. Los cambiadores que evolucionaron a banqueros podían ser públicos o privados. Estos últimos se llamaban cambiadores de menudo y carecían de licencia. No así los públicos, a los que ya Sancho Ramírez (1063-1094) se la concedió. Los cambiadores públicos y privados se extendieron por la Corona de Castilla a lo largo del Camino de Santiago, y en la Corona de Aragón se localizaron en Zaragoza y Jaca en el interior, y en Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca en el litoral, y en ambos reinos proliferaron en aglomeraciones urbanas, fortalezas y templos. Entre 1340 y 1350, desaparecieron en Castilla los cambios privados. Ante la penuria que Alfonso Xi experimentó para afrontar sus campañas bélicas, incautó los cambios públicos, lo que creó desconfianza en los depositarios, que guardaron sus caudales en casa o los depositaron en los monasterios. En 1351, Pedro I trató de recuperar la confianza de los cambios sin conseguirlo. Ante la falta de numerario (depósitos) se limitaron los cambios públicos, y se pusieron bajo administración y responsabilidad comunal. Este fenómeno se dio en todos los reinos de España. La peste negra (1348) hundió los reinos peninsulares, provocando un caos económico que solamente consiguió superar Castilla, que basaba su economía en el ganado, la lana y el oro que obtenía en Granada. Esta situación se prolongó hasta mediados del siglo XV. Aragón continuó su decadencia comercial y financiera, y desapareció la mayoría de los cambistas privados, alguno de los cuales se declaró fallido, con importantes pasivos. Los banqueros catalanes, más avanzados en la intermediación por las influencias italianas, se vieron afectados por las penurias que estaban sufriendo los reinos de España; así, entre 1381 y 1383 se arruinaron los más conocidos banqueros de la época: Dolivella, Pascual y Esquerit, y Pere Dez Cases en Barcelona, y Medir en Gerona. Sólo Gualbes, de Barcelona, consiguió afrontar la crisis.

Las ‘taules de Canvi’

Toda esta coyuntura indujo al Consejo de Ciento a instaurar el 25 de enero de 1401 la “Taula de Canvi”. Sucesivamente se implantó esta institución en Valencia (1407), Zaragoza (Tabla de los Comunes Depósitos), Palma de Mallorca y Gerona. Esta última ciudad consiguió el privilegio en 1443 pero no consta que funcionara hasta 1568. Le siguieron Vic y Perpiñán. Estabilizada la situación económica, apareció en escena el italiano Francesco di Marco Datini, un mercader de Prato que creó su propio banco para financiar sus numerosos negocios. Su originaria tienda de Aviñán pasó a convertirse en una multinacional de la época, con establecimientos en Fiandes, Francia, Italia y España. En esta última abrió sucursales en Barcelona, Valencia y Mallorca, y obtuvo pingües beneficios en su gestión entre 1396 y 1399. Su sistema contable escrupuloso y su gran archivo, conservado en el Palacio Datini de Prato, que contiene más de 125. 000 cartas recibidas de 257 localidades, de las cuales 22. 451 son españolas, permiten, basándose en sus detallados apuntes contables, establecer el estado económico de las tres ciudades españolas y su evolución durante esta época. Si los resultados fueron buenos en el primer período, entre 1399 y 1403, los beneficios disminuyeron de diferente forma en cada una de las ciudades, pero eso no menguó el patrimonio de Datini, que al morir ascendía a 72. 000 florines y que legó a la ciudad de Prato en 1401. La coyuntura económica de Cataluña hizo que La Generalitat fuera restringiendo el número de cambiadores privados y sus actividades, supeditándolas a la “Taula de Canvi” que dependía de la municipalidad. Anuló las actividades de aquéllos en 1446 para restablecerlas en 1452 y anularlas definitivamente en 1455, lo que provocó la ruina de banqueros como Jaume de Cassagia en 1446, e invitó al desfalco en 1446 a Berenguer Vendrell. Coyunturas similares se dieron en las “Taules” de Valencia y Mallorca. Mientras, en Castilla, Juan II promulgó una pragmática que revalidó Enrique IV, y que autorizaba a constituir cuantos cambios se solicitaran, privados o públicos, estos últimos sometidos a los trámites de fianzas que exigieran los ayuntamientos. En este ambiente, entre 1450 a 1550 proliferaron bancos como los de Castilla y Andalucía, Burgos, Aranda de Duero, Valladolid, Madrid, Toledo, Sevilla, Córdoba y Baeza, por citar sólo unos pocos.

Influencia de la banca extranjera

La banca castellana recibió un nuevo impulso con la llegada de los metales preciosos de las Indias. El capitalismo internacional se vio atraído por las riquezas que transportaban las flotas a Sevilla, y aparecieron los banqueros cosmopolitas: genoveses, alemanes y flamencos, que menguaron la efectividad de nuestros cambistas, dominando la situación económica durante los reinados de los Reyes Católicos (1474-1517), Carlos V (1517-1556) y Felipe II (1556-1598). Esta clase privilegiada de banqueros, entre los que apenas había algún español, dominó la situación, controlando los pagos a los países con los que la deuda era mayor, y dominando casi todas las operaciones financieras. Finalmente, la Corona hubo de prohibir los pagos al exterior en metales preciosos sin su consentimiento. Ante este desconcierto, nació un proyecto en tiempos de Carlos V, que, elaborado por expertos en el reinado de Felipe li, trató de convertir la Casa de Contratación de Sevilla en banco comercial y caja de deuda pública. El intento fracasó, y se mantuvo la supremacía de los banqueros cosmopolitas, que relegaron a un segundo plano a nuestros banqueros públicos y privados. Si estos últimos destacaban, eran promovidos a públicos por el municipio, pero ahí terminaba su función. Los envíos de plata y oro, que se habían restringido, se reanudaron a raíz de la rebelión de los flamencos. Esta nueva situación acrecentó el comercio y provocó una escalada de precios de los productos exportables. Los banqueros ya no operaban sólo con numerarios allende de las fronteras, sino que comerciaban con todo tipo de bienes, principalmente los genoveses, pero se vieron frenados en su intento dominador por una disposición datada en Zamora el 6 de junio de 1554 en la que se les prohibía efectuar operaciones de compraventa. Tuvieron, pues, que limitar su actividad a mover numerario. El dominio de los genoveses se acrecentó de tal forma, que Felipe 11, por el decreto de 1. 0 de noviembre de 1575, trató de eliminarlos, dando primacía a los banqueros asentistas castellanos, lo que no se logró por este medio, sino marginando su actuación. Los altibajos de la banca privada y pública hasta la creación del Banco Nacional de San Carlos en 1782, estuvieron sujetos a las influencias extranjeras, y aunque la banca privada siempre estuvo representada en las principales ciudades de España, nunca adquirió carácter expansionista salvo contadas excepciones. En efecto, limitó su actuación a su ciudad de origen y careció de poder económico suficiente para competir con la gran banca extranjera, lo que ocasionó numerosos fallidos en todo el territorio nacional. Burgos, Sevilla y Toledo tuvieron momentos de esplendor durante el siglo xvi, por la cantidad de bancos y el movimiento que generaban, consecuencia de las ferias, del oro de las colonias o de la corte, respectivamente, pero todo fue fugaz y pasajero como consecuencia de la depresión que sufría el país. Cataluña, que registraba una relativa animación en el mismo período, para apoyar la operatividad de las “Taules de Canvi” creó como filial de la institución el Banco de la Ciudad de Barcelona (1606), que prestó buenos servicios hasta la depresión de 1635, que obligó a cerrar de nuevo los bancos privados. La sublevación de 1640 y la consiguiente guerra hicieron que “Taula de Canvi” y Banco de la Ciudad de Barcelona se apoyaran mutuamente, hasta el extremo de tener que conjuntar en 1655 la contabilidad de ambos para subsistir. Paralelamente, la “Taula de Canvi” de Valencia que había sido reforzada en 1649, consiguió mantenerse hasta 1719. La Tabla de los Comunes Depósitos de Zaragoza, afincada en la lonja, edificada entre 1541 y 1551, no fue incompatible con los bancos privados, pero la situación de una y otros eran tan precaria, que los necesitados de préstamos tenían que acudir a los usureros. Por eso, en las Cortes de Barbastro de 1626 se prohibió el cobro de intereses fuera de los bancos autorizados. Durante el siglo Xvil, destacaron organizaciones como los cinco Gremios Mayores de Madrid, que ejercían de banqueros y comerciantes respaldados por sus propios agremiados. Su poder fue grande y operaron en la península y en las colonias, desestabilizando los proyectos económicos del Estado. La situación movió al marqués de la Ensenada a encargar al marqués del Puerto un estudio para la creación de un banco estatal. El modelo elegido fue el Banco de Inglaterra, y de este modo nació el Real Giro, con central en Madrid y sucursales en Barcelona, Bilbao, Cádiz y Málaga, y con enlaces en Amsterdam, Lisboa, Nápoles, París y Roma. Funcionó bien hasta la muerte del marqués de la Ensenada (1754), pero no dejó de ser un proyecto de banco estatal.




El nacimiento de una nueva profesión: banquero

La actividad bancaria propiamente dicha, basada en el comercio del dinero, nació con la moneda, y eso sucedió en la región griega de Lidia en año 700 a. C. La difusión de la moneda convulsionó la economía, basada todavía en el intercambio de productos alimentarlos y otros bienes. Y no sólo eso ya que la riqueza se calculaba ahora por la posesión de monedas, y constituía un signo de autoridad y autonomía de las pequeñas ciudades Estado griegas (las poleis), que garantizaban su valor acuñando sus símbolos y escudos respectivos. En unos cuatro siglos de historia, en Grecia acuñaron moneda más de 1100 ciudades. Los sistemas monetarios y los propios nombres de las monedas cambiaban con frecuencia, por lo que se hizo indispensable la figura del cambista, el primer banquero propiamente dicho. Los cambios atraían los depósitos, y su uso dio origen a la actividad principal de la banca, que consistía en el préstamo con interés. Cuando los cambistas prestaban dinero, al igual que sucede hoy, exigían garantías (casas, objetos preciosos o esclavos). Pero a menudo confiaban en la honradez y honorabilidad del cliente. Los préstamos con la tasa de interés más elevada eran los llamados de cambio marítimo. Consistían en adelantar cierta suma a los comerciantes que debían efectuar largos y peligrosos viajes por mar: si conseguían regresar a la patria, devolvían el dinero más un alto interés; si, por el contrario, caían víctimas de los piratas o de las tempestades, la banca perdía la suma.

De las tiendas a las sociedades

En Roma, la banca pasó con el tiempo de simple tienda, regentada al principio por cambistas griegos, a una auténtica sociedad por acciones. Ya en el año 330 a. C., los primeros banqueros de Roma, llamados argentarii, tenían establecidas siete tiendas en el Foro. Los argentarii eran secundados en su tarea por los nummularii, expertos cuya tarea consistía en determinar la validez de las monedas objeto de cambio o del metal para acuñar. Con la expansión de las conquistas a toda la Península itálica, en Roma cobró gran importancia la clase de los equites o caballeros, que al no poder desempeñar cargos políticos, reservados a los senadores, se dedicaban al comercio. Al orden de los caballeros pertenecían los publicanos y los negociantes. Los publicanos, muy poderosos, tenían encomendada la recaudación de impuestos, y además especulaban, suministrando notables sumas a elevado interés para llevar a cabo las grandes obras públicas que han llegado a nosotros: calzadas, acueductos, minas y teatros. Se trataba de iniciativas ambiciosas en todos los órdenes, y de ahí que nacieran sociedades cuyos responsables eran los llamados socii in infinitum: si los negocios se malograban, respondían con su patrimonio personal. Las sociedades estaban sostenidas por los accionistas, llamados partícipes, que sólo arriesgaban la suma que habían invertido, esto es, la acción. Las acciones o partes eran, como hoy, de diverso tipo según la entidad: había partes, particulae y partes ma_qnae. A los publicanos les auxiliaban administradores cobradores y correos. Los negociantes se ocupaban del comercio al por menor, participaban en las principales ferias y mercados, y a menudo seguían a las legiones para instalarse al borde de los campamentos, donde efectuaban operaciones de préstamo. Eran aventureros del comercio, eran gentes sin escrúpulos, y por ello estaban mal considerados por la población, que incluso llegó a darles muerte, como se refleja en las narraciones de los cronistas. Gracias a los ingresos de publicanos y negociantes, llegaban a Roma ingentes sumas de dinero que, a su vez, eran gestionadas por grandes familias de banqueros. La actividad bancaria en Roma alcanzó niveles elevados: existía incluso una especie de sindicato de banqueros que cuidaba de los intereses corporativos. Pero todo concluyó con las invasiones bárbaras. Los siglos inmediatamente posteriores a la caída del Imperio romano estuvieron caracterizados por un gran estancamiento en casi todas las actividades económicas. En Occidente el trueque, por otra parte nunca abandonado, volvió a ser la principal forma de intercambio. A causa de una relación de cambio más favorable, hubo una gran afluencia de oro hacia Oriente: mientras en Bizancio el oro valía 12 veces más que la plata, los árabes cambiaban 14 partes de la segunda por una del primero. Contribuyó a favorecer esta situación un decreto del emperador de Oriente, que estableció la relación entre plata y oro en 1 a 18. Así pues, resultaba cada vez más favorable ceder oro a cambio de plata según las diversas valoraciones. Ello provocaba una creciente penuria de medios de pago y un fomento del monometalismo a favor de la plata, o sea, al uso de un solo tipo de metal como medio de intercambio.

La reforma de Carlomagno

A fines del siglo IX, Carlomagno llevó a cabo la gran reforma del sistema monetario , que permaneció en vigor prácticamente hasta la Revolución francesa, y en Gran Bretaña, hasta 1971. Estableció una nueva unidad monetaria, la libra -que deriva su nombre de la unidad de peso homónima-, dividida en 20 sueldos y 240 dineros. Volviendo a la moneda inglesa, recordemos que hasta 1971 la libra esterlina se dividía en 20 chelines (sueldos) y 240 peniques (dineros). En realidad, en época carolingia la libra no existía en absoluto: era una unidad de cuenta, con la que se calculaban los valores de bienes y servicios, pero la única moneda que circulaba de manera efectiva fue durante mucho tiempo el dinero. La actividad bancaria no había llegado a desaparecer; la habían asumido, por así decirlo, cecas y cambistas.

Los banqueros judios

Hacia el año 1000, se manifestó un aumento sensible del uso de la moneda por los comerciantes, sobre todo judíos. Este tipo de comercio explica en parte la irracional aversión que aún hoy algunos siguen experimentando hacia los judíos. Tras la diáspora, éstos se vieron obligados a establecerse en los lugares más diversos, y por doquier eran considerados responsables de la muerte de Jesús. A causa de éstos y otros prejuicios no podían desempeñar cargos públicos ni poseer bienes inmobiliarios, situación que en casi todas partes les empujó a la marginación más absoluta. Por ello los judíos se vieron obligados a dedicarse a los oficios más variados, incluidos los considerados más innobles, como el préstamo con interés, denostado por la mayoría, pues se consideraba usura aunque la tasa percibida fuera modesta. Con todo, esta actividad resultaba indispensable para la economía y para superar momentos de necesidad. Además, el préstamo con interés estaba prohibido por la Iglesia; en cambio, los judíos se hallaban excluidos de esta limitación.

Cambistas y comerciantes banqueros

Los judíos no eran, obviamente, los únicos qu prestaban dinero, y por lo mismo tampoco eran los únicos en poseerlo en considerables canti dades. En efecto, numerosos cristianos y algu nos grandes monasterios financiaban a los pe queños terratenientes mediante diversas forma de préstamo que, en apariencia, no comporta ban interés. Pero estos contratos se prestaba fácilmente a abusos, por lo que, con el tiempo, la Iglesia prethó prohibidos. El Antiguo Testament y Aristóteles habían condenado la ganancia fruto de préstamos, y sus enseñanzas, adoptada por el mundo eclesiástico, tenían rango de ley. Por estos motivos, el mero hecho de manejar dinero levantaba importantes y graves sospechas. Sin embargo, la Iglesia recibía ofrendas en dinero y, a menudo, en monedas diversas. En cualquier caso, el mundo progresaba, el comercio se recuperaba con lentitud, y la única ganancia procedente del dinero considerada lícita fue la especulación con el cambio de moneda. El cambista acudía a las ferias, llevaba las monedas y afrontaba riesgos por los que, en el fondo, era justo compensarle. Gracias sobre todo a las cruzadas, el comercio experimentó un desarrollo de amplio alcance a lo largo de ejes internacionales que iban desde Inglaterra al Mediterráneo, y de España a Rusia y Armenia. Quienes comerciaban con artículos de lujo, como especias, telas, brocados, etc., además de los servicios de los cambistas necesitaban los de diversos agentes que pudieran representar sus negocios y efectuar pagos a distancia. El centro del comercio internacional de aquella época, tanto desde el punto de vista de la producción como del intercambio, era Italia, y precisamente allí y entre los mercaderes italianos la actividad bancaria tomó un impulso definitivo. En este período pueden distinguirse tres tipos diferenciados de agentes bancarios: los prestamistas sobre prenda, los cambistas y los comerciantes banqueros. Los primeros continuaban la milenaria tradición del préstamo usurario, condenada por la mayoría pero en el fondo tolerada porque resultaba Indispensable. La nueva y revolucionaria situación monetaria sentó las bases para la definitiva difusión del segundo tipo de agente: el cambista.

El retorno de las monedas de oro

Con la internacionalización de los intercambios, cada vez más consistentes y diversificados, ya no podía hacerse frente con dinero a los pagos elevados; se precisaban monedas de valor más alto y aceptadas por todos. Gracias al auge de la producción en las ciudades marítimas, se difundieron las tres monedas de oro internacionales por excelencia: el genovino, el florín y el ducado, que luego se llamaría cequí. Estas tres monedas, nacidas respectivamente en Génova, Florencia y Venecia, en la práctica eran de oro puro, y se aceptaban sin reservas en todos los mercados del mundo entonces conocido. Pero por este mismo motivo eran falsificadas e imitadas; de ahí que para aceptarlas como pago y para cambiarlas por otras monedas hiciera falta un experto, concretamente el cambista, que supiese reconocerlas por su validez y por el peso.

De cambistas a banqueros

Los cambistas tomaron el nombre de banqueros porque trabajaban detrás de unos bancos o mesas. Con el tiempo, además del simple cambio de monedas, empezaron a aceptar grandes depósitos y a efectuar préstamos. De la actividad cambiaría nació el tercer tipo de agente bancario: el comerciante banquero, que formaba la élite de la profesión. Estas nuevas figuras estaban al servicio (a menudo como acreedores) de papas, monarcas, príncipes y grandes comerciantes. Iniciaron su actividad participando en las importantes ferias de Champagne, en Francia, donde representaban los intereses de los grandes mercaderes italianos, y también en las de Castilla. Las ferias de Champagne estaban reguladas por un calendario periódico: se celebraban seis veces al año, y cada una duraba seis semanas. Dos semanas se reservaban a la compraventa de las diversas mercancías, y las otras cuatro se dedicaban a los arreglos financieros de la feria en curso o de las anteriores. Los grandes comerciantes o los propios clientes utilizaban los servicios de los comerciantes banqueros, a fin de no tener que acudir personalmente. Estos últimos pagaban y compraban por cuenta de los otros, utilizando a menudo letras de cambio. ¿Qué era una letra de cambio? Un instrumento de pago a distancia, muy cómodo, que con el tiempo se hizo cada vez más necesario, dando origen a la letra actual y al cheque. Su funcionamiento era bastante sencillo: supongamos que un comerciante florentino quería adquirir a un colega holandés una partida de telas, pagando la mercancía durante una de aquellas ferias. El florentino encargaba a un agente (comerciante banquero), que se dirigiera a un banco del lugar para que se le entregara al otro comerciante la suma adeudada. El documento con el que se efectuaba materialmente el pago no era sino una letra de cambio que, en caso de no pagarse, era protestada. Las consecuencias del pago fallido no afectaban sólo a los directos interesados, sino a categorías enteras de comerciantes.

Los riesgos del oficio

Los severísimos reglamentos de las ferias preveían que si un comerciante de una nacionalidad no cumplía con sus obligaciones, se prohibiera el acceso a las operaciones a todos los comerciantes de la misma nacionalidad. Además, se podía reclamar la deuda a un compatriota del protestado, aunque fuera totalmente ajeno a los incumplimientos. Los comerciantes y prestamistas italianos se extendieron por toda Europa, donde abrieron diversos bancos privados que financiaban a los clientes más importantes. Para cubrir en lo posible los grandes riesgos que comportaban las operaciones financieras, se organizaron en sociedades. En general, se les llamaba Iombardos, nombre que se vinculó a diversas plazas y calles donde tenían la sede sus actividades: Lombard Street en Londres, Rue des Lombards en París, etc. De sus préstamos, los banqueros obtenían grandes beneficios que se apresuraban a reinvertir, pero también es cierto que en los momentos más difíciles, como en los períodos de escasez o durante las epidemias, el pueblo desahogaba a menudo su descontento en ellos. 0 sea, que se trataba de un oficio de alto riesgo, y no siempre los préstamos se devolvían. Los peores pagadores eran los soberanos, que a menudo recurrían a su autoridad para no satisfacer las deudas o mandaban detener con cualquier pretexto a los banqueros. Pero ¿por qué los monarcas se endeudaron con los bancos? Las razones son numerosas, y la primera de ellas, las guerras, cada vez más costosas por las soldadas de las tropas mercenarias. Otros gastos eran las relaciones diplomáticas con los demás Estados y, por último, el sostenimiento de la corte, que requería dispendios notables. Por otra parte, recurrir a los impuestos significaba aguardar demasiado tiempo para ingresar dinero, y además el incremento de la fiscalidad era mal recibido por los súbditos. Así pues, mejor endeudarse que perder apoyos.




El papel moneda nace en Oriente

Entre los numerosos inventos que debemos al ingenio de los chinos, parece contarse también el papel moneda. Desde la más remota antigüedad, los chinos realizaban los intercambios comerciales sobre la base del trueque. Hasta mediados del segundo milenio a. C., se empleaban como medios de pago los llamados cauríes, pequeñas conchas que han permanecido en uso en algunas partes de Asia y África hasta hace pocas décadas. Con la dinastía Han (206 a. C. -220 d. C.) aparecieron las famosas monedas chinas provistas de un agujero en el centro para ser ensartadas, conocidas como , cash, por lo general de bronce, y que también han permanecido prácticamente sin modificaciones hasta hoy. Mucho más raras eran las monedas de oro y plata, que se usaban para las transacciones comerciales más importantes y presentaban forma de panes o lingotes, Además de las monedas existían otros medios de pago, que sin embargo no pueden considerarse papel moneda, y menos aún billetes de banco. En el cuarto año del reinado del emperador Wu, de la dinastía Han (año 119 a. C.), los aristócratas pagaban un tributo a la corte, constituido por fragmentos de piel de gamo de diversos formatos y colores. Entre los años 200 y 600 d. C., para los pagos elevados se utilizaban a menudo rollos de seda de tamaños estándar. A este período (hacia el año 200 d. C.) se remonta la invención del papel. Los chinos fueron los primeros en hacer uso de aquella delgadísima capa situada entre la corteza y el tronco de la morera, llamada , libro y de la que se extraía un tipo de papel por lo demás no muy resistente. El primer uso monetario de este papel fueron recibos bancarios, que comenzaron a emplearse como medios de pago. Obviamente, no existían bancos propiamente dichos; se trataba de tiendas privadas que aceptaban depósitos de metales preciosos, por los cuales recibían remuneraciones, comprometiéndose a transferir sumas a distancia. También había cooperativas de préstamos y asociaciones de parientes y amigos que financiaban sucesivamente a uno o más miembros o incluso a extraños, con tasas fijadas por el gobierno a fin de evitar las especulaciones. Los monasterios tenían sus propias casas de empeño y debían someterse a las disposiciones gubernamentales, que eran muy severas, hasta el punto de que llegaba a aplicarse la pena capital a los transgresores.

La ‘moneda volante’

Todas estas instituciones, nacidas con la difusión de las monedas, emitían sus recibos, y junto a éstos, a fin de realizar transferencias de sumas a distancia, libraban órdenes de pago. Las provincias debían enviar a la capital las entradas en dinero en concepto de impuestos, y la administración central, a su vez, debía mandar a las provincias el dinero necesario para adquirir té. Con objeto de evitar estas dobles transferencias de fondos, con todos los riesgos que cabe imaginar, se recurrió a las órdenes de pago llamadas fei-chien, literalmente moneda volante de las que hace mención Marco Polo en su Libro de las maravillas. Los comerciantes de té depositaban sus ingresos en las cajas imperiales de la capital, y a cambio obtenían aquellos recibos, que presentaban a las administraciones financieras provinciales, para hacerlos efectivos. Tras el éxito de la experiencia de la moneda volante, alrededor del año 800 d. C. apareció el primer papel moneda para pequeños pagos. En la provincia de Szechwan circulaban monedas de hierro, pero como eran toscas y pesadas, el público prefería depositarlas en las tiendas de crédito y obtener a cambio recibos de papel, mucho más cómodos. Más tarde, bajo la dinastía Song (960-1279), estos recibos fueron legalmente reconocidos. El monopolio de la emisión se confió al principio a dieciséis comerciantes, y a partir del año 1023 lo ejerció directamente el Estado. Cada emisión debía circular durante tres años como máximo. !>

Papel moneda e inflación

El uso de este papel moneda propiamente dicho se difundió con bastante rapidez. Muchos gobiernos locales recurrieron a emisiones autónomas, aumentando o reduciendo su duración según las exigencias. La dinastía mongola de los Yuan (1279-1368) acudió a esta forma de pago para abonar la soldada de sus tropas. El incremento de los gastos estatales y militares hizo crecer desmesuradamente las emisiones, que extendieron la inflación. En 1311, la administración declaró ilegal el comercio de oro y plata, que fueron retirados: en consecuencia, los billetes quedaron como única moneda de curso legal. Hacia mediados del siglo XIV, un mar de papel había invadido no sólo China, sino también los países limítrofes, y significó la ruina de la economía. La sospecha de las gentes y la impaciencia de los comerciantes provocaron la pérdida total de valor de estos trozos de papel, y volvieron a ser de uso común los lingotes de oro o plata para el pago de sumas elevadas, y luego para todas las transacciones. En el siglo XVI, durante la dinastía Ming (1368-1644), se decretó que todo el oro en circulación se depositara en las instituciones de crédito, para proceder a una nueva emisión de papel. Luego, la medida se extendió a las monedas de plata y de cuero. Pero entre la población, que recordaba la inflación pasada, corría la voz de que el papel moneda acarreaba desgracia, y de hecho una enésima inflación fue una de las causas del fin de la dinastía Ming, También la dinastía que la siguió, la Oing (1644-1912), se empeñó en ignorar las lecciones de la historia e intentó una nueva emisión; sin embargo una revuelta popular determinó el rápido fin del experimento. En 1814, el emperador Chan Chiou reprobó públicamente al poeta Chang-Gi-ting, que propugnaba el retorno del papel moneda, y téngase en cuenta que una reprobación pública imperial constituía una severísima advertencia a la que podía seguir incluso la muerte. En 1852 reapareció el papel privado en las provincias, que el Estado toleró pero no respaidó con el reconocimiento oficial. Siguieron las emisiones de la rebelión de Tai ping (Gran paz) (1848-1864), pero hubo que esperar a 1908 para que se efectuaran las primeras emisiones de billetes de banco semejantes a los occidentales.

La prehistoria de la banca

Si debemos la paternidad del papel moneda a los chinos, no es menos cierto que en la antigüedad existían ya instituciones que, por las funciones que desempeñaban, se acercaban a los bancos. Obviamente, no cabe hablar de banco en el sentido moderno de la palabra, entre otras razones porque en las civilizaciones sumeria y babilónica la economía era premonetaria, pues no circulaba (puesto que no existía) ningún tipo de moneda acuñada. La mayor parte de los bienes se valoraba en cebada o trigo, y sólo muy tardíamente comenzaron a circular entre los babilonios lingotes de oro y plata para los pagos elevados, Por estas razones, es difícil fijar una fecha de nacimiento de la banca. Las primeras actividades bancarias, en el sentido moderno del término, consistieron en la aceptación de depósitos y en la concesión de préstamos. Remitiéndonos a los documentos más antiguos, parece que el depósito nació antes que el préstamo. Los sumerios, por ejemplo, con ocasión de guerras o viajes prolongados, depositaban en los templos enormes cantidades de bienes de todas clases. El templo era sin duda el lugar más seguro, tanto por su carácter sagrado y por tanto inviolable, como porque lo defendían hombres armados y murallas muy espesas. En el interior podía haber hasta veinte grandes almacenes para los diversos géneros: trigo, cebada, fruta, lana, etc. Los sacerdotes o los escribas llevaban una auténtica contabilidad de las entradas y salidas, anotando los depósitos (o los préstamos) en tablillas de arcilla. Se entregaban como recibo otras tablillas, copias de las anteriores, y al término de cada semana todas las operaciones relativas a un tipo de género se recogían en otra tablilla. Cada mes se hacía un resumen, y al final del año se procedía a otro resumen general. El templo, gracias a las innumerables ofrendas a los sacerdotes, custodiaba también una ingente masa de mercancías, y es probable que la administración comenzara a conceder préstamos a los más necesitados. El famoso Código de Hammurabi, que contenía las normas fundamentales de la vida social, fijaba el interés de los préstamos, que para la cebada llegaba al 33, 33 % anual. El interés del oro, que valía diez veces más que la plata, variaba del 12 al 20 % anual. Con la dominación persa, las sustituyeron a los templos, sobre todo para las funciones de préstamo. Al frente de estas organizaciones estaban importantes familias de comerciantes que llegaron a prestar cualquier cosa que pudiera constituir fuente de ganancias: botines de guerra, campos, prostitutas, esclavos e incluso agua para regar.

La preparación del papel

El método de fabricación del papel en la antigua China consistía en preparar una suspensión densa de fibras vegetales obtenidas por trituración de corteza de morera y de tallos de ramio (y también de fibras extraídas de las plantas del arroz y del bambú). Se sumergía en dicha suspensión un cedazo rectangular de mallas finísimas (forma) sobre el que se depositaban y mezclaban las fibras. Apilada y prensada a fin de eliminar el agua, y luego extendida al sol para que se secara, cada hoja se pegaba debidamente sobre una superficie, con objeto de evitar que la tinta se corriera al escribir.