1

De los carolingios a las ciudades comunales

A la muerte de Carlomagno, acaecida en el año 814, tomó las riendas del Sacro Imperio Romano su hijo Ludovico Pío (años 814840), el cual no tardó mucho en afrontar un problema espinoso y fundamental: la sucesión. Las complejas vicisitudes subsiguientes a las luchas entre los tres hijos y herederos de Ludovico, desembocaron en el año 843 en un acuerdo (tratado de Verdún) para el reparto del Imperio: a Lotario, el primogénito y, por tanto, heredero del título imperial, correspondió Italia y el territorio que se llamó Lotaringia, comprendido entre los ríos Rin, Ródano, Mosa y Escalda hasta el mar del Norte; a su hermano Ludovico se le entregó Alemania, y a Carlos, llamado el Calvo, le fue asignada Francia. De nada valió la reunificación del Imperio, llevada a cabo durante unos pocos años por el último de los carolingios, Carlos el Gordo (años 885-887): con su deposición, el Imperio se dividió definitivamente en varios Estados, que reclamaban plena autonomía y el desmembramiento del gran designio unitario de Carlomagno, De los tres reinos principales, Italia, Francia y Alemania, sólo la segunda, gracias al señor feudal Hugo Capeto, fundador de la dinastía de los Capetos (finales del siglo x), consiguió llevar adelante un proceso de identificación nacional y de unidad, que tuvo en la transmisión hereditaria del título regio su principal elemento de cohesión.

Oton y la hegemonia alemana

En Alemania la situación era más confusa, pues cinco casas feudales (Sajonia, Franconia, Suabia, Baviera y Lorena) se disputaban la supremacía de aquella rica región. Hacia comienzos del siglo X, Enrique 1 de Sajonia (años 918-936) logró prevalecer, imponiendo también la aceptación, como sucesor, de su hijo Otón 1 (años 936-973). En el reino de Italia dominaban la inestabilidad y el desorden extremos: en plena anarquía, los prepotentes señores feudales, sin ley ni autoridad que los controlara, reinaban como soberanos tanto en el Norte como en el Sur, mientras que en la Italia central el papado, desprovisto ahora de la protección de los carolingios, se hallaba a merced de familias sedientas de poder, que elegían y destituían a los pontífices con absoluta desenvoltura, y a menudo tras luchas sangrientas. Otón 1 no tardó mucho en intervenir, dado lo precario de la situación, y en el año 951 el reino de Italia (denominación que por entonces designaba sólo las regiones septentrionales y parte de las centrales) pasó a formar parte de la Corona germánica. Esta conquista se quiso revestir de un importante significado: el renacimiento, bajo dicha Corona, del Sacro Imperio Romano. Naturalmente, la realidad era muy distinta, pues al centralismo y unidad del mundo carolingio, Otón sólo podía contraponer la evidencia de numerosos señores feudales en lucha entre sí. Además, la alianza con el papado se había sustituido por una peligrosísima afirmación de la superioridad imperial sobre la Iglesia. Durante los años en que la Casa de Sajonia mantuvo a sus hombres en el poder, la situación no cambió sustancialmente; antes bien, los primeros años del siglo Xi asistieron a la multiplicación de centros (ciudades, principados, condados) que exigían autonomía.

La confusa situacion monetaria

En una realidad tan compleja y confusa, también la economía registraba momentos de gran dificultad y de absoluta falta de organización: los escasos intercambios se llevaban a cabo durante las ferias locales con el empleo de un numerario muy pobre, ligado a la producción monetaria de los señores locales, que se atribuían el derecho de acuñar, bien por concesión imperial o por usurpación. Se asiste, en suma, a una feudalización de la moneda que, en Francia, por ejemplo, se expresa con toda claridad en la ausencia del nombre del soberano en las cecas no directamente controladas por el rey. Además, las monedas se devaluaban constantemente: en el siglo XII, algunos es sajones cambiaban el valor de eda hasta tres veces en un año, udo ese valor lo asignaba el sosegún las necesidades del mo¡taba en absoluto la conciencia de que el metal fuese un componente fundamental, capaz de determinar el valor de una moneda). En Italia, hasta comienzos del siglo xiii, el circulante es el de tipo carolingio, con la cruz o el templo, el nombre del rey, el monograma de Cristo (o la mención a ¡a religión cristiana), además del nombre de la ciudad. Los dineros de Milán, por ejemplo, hasta el nacimiento de la primera república (1250), presentan características que permanecieron constantes por espacio de 400 años, muy ligados a las monedas carolingias, aunque los emitieran dinastías diferentes. Como es natural, el dato iconográfico se halla ausente en gran parte. Para apreciar los sensibles e interesantes cambios, es precisó llegar a las primeras ciudades comunales, o sea a la manifestación de un radical cambio operado a todos los niveles.

Nacen ciudades comunales

Con la afirmación de los centros urbanos cambiaron muchas cosas. El fenómeno se dio en muchas partes de Europa, pero fue típico de Italia. Hacia los siglos xi y xil, una nueva energía, procedente de las ciudades, modifica de forma sustancial todos los equilibrios políticos, económicos y sociales: se trata del espíritu emprendedor que trata de romper la cerrada autarquía medieval y conduce a intensificar las actividades humanas, tanto prácticas como intelectuales. Ueva, sobre todo, a acentuar el deseo y la necesidad de gestionar directamente la cosa pública, que durante siglos había permanecido vedada a comerciantes y artesanos, así como a los nobles venidos a menos. Este fenómeno, que se desarrolló en Francia, Alemania y Países Bajos, tuvo su máxima expansión en la Italia septentrional (el Sur, que había conocido el fuerte poder centralizado de los normandos, no tuvo las mismas oportunidades). El hecho de que durante tantos años las ciudades del Norte, aun formando parte del Imperio, no estuvieran estrechamente controladas por una indiscutido autoridad, había permitido que se formaran asociaciones libres, capaces, con el tiempo, de restar poder al señor feudal y de asumir una autonomía política y administrativa cada vez mayores. La economía se revigorizó, el comercio se intensificó, las ferias se multiplicaron y, con todo ello, se incremento el uso de la moneda. De este modo se llegó, hacia finales del siglo XI, a la necesidad de una organización monetaria totalmente desconocida para la sociedad anterior. No podía seguir existiendo una moneda sujeta a continuas devaluaciones, ni de bajo valor intrínseco, puesto que el comercio crecía cada vez más y se volvía imperativa la necesidad de regularlo de manera estable y práctica,

Nuevas necesidades, nuevas monedas

Si el sistema monetario instaurado por Carlomagno podía funcionar en una economía muy reducida, la realidad del siglo xiii llevó a la creación de una nueva divisa de plata, el grosso. Finalmente se vio la necesidad de acuñar también una moneda de oro autorizada y estable. El primero en comprender esta necesidad fue el emperador Federico li, de la casa de Suabia, el cual realizó en 1231 el bellísimo de oro. A un renacimiento de los intercambios y del comercio se unió un incremento demográfico que, tras años de descenso debido a las terribles carestías y a las míseras condiciones de la economía, aportó nueva savia a la producción y al consumo. Las ciudades reclamaron cada vez más hombres, y las actividades cobraron vigor y vitalidad.




Las monedas de los carolingios

A menudo se ha subrayado el papel relevante que los pueblos germánicos tuvieron no sólo en la disolución del Imperio romano, sino también en la evolución social y política subsiguiente y en los acontecimientos que llevaron a la creación de nuevas estructuras y a cambios radicales en la historia de Europa. En el seno del complejo grupo de los germanos, emergieron con pujanza los francos, pueblo que había ocupado en el siglo ¡v gran parte de la Galia romana. Esta etnia, compuesta por varias tribus, halló su identidad y su unidad política con Ciodoveo (años 482-51 l), nieto de Meroveo, de quien tomó su nombre la dinastía de los merovingios. Un factor decís¡vo en el relevante papel que luego desempeñaría dicha dinastía en la historia europea fue, sin duda, la conversión al catolicismo de Ciodoveo y, con él, de todo su pueblo. Con esta iniciativa, motivada por razones claramente políticas, el rey franco se ofrecía como aliado ideal del papado y se ganaba el favor del emperador de Bizancio. Gracias a ello, consiguió que su pueblo progresara y se organizara en paz. Este fue el punto de partida de la transformación de los francos en un componente básico del desarrollo de la civilización medieval.

Unos reyes eficaces

Los francos, caracterizados por una organización interna eficaz y articulada, y dueños de unalas regiones más ricas y fértiles de Occidente, bajo Pipino de Heristal (años 687-714) podían gloriarse de un reino de gran extensión y de envidiable unidad. Destronados los soberanos merovingios (llamados reyes holgazanes), Pipino (fundador de la dinastía de los Pipínidas, llamados luego carolingios) creó un reino que comprendía casi toda la Francia actual y parte de Alemania. También se mostraron capaces y hábiles sus sucesores, entre los que destacan su hijo Carlos (años 714-741), a quien se debe la victoria sobre los árabes en Poitiers, triunfo que le valió el sobrenombre de Martei, o sea pequeño Marte; y su nieto Pipino el Breve (años 751-768), que concluyó una importante alianza con el papado, destinada a dar frutos políticos importantes. No menos relevante fue la obra del hijo de Pipino, Carlos, llamado luego Carlomagno (años 768-814), que continuó la trayectoria política y militar de sus antecesores. A Carlomagno se debe ante todo la derrota de los lombardos, sometidos a los francos en el año 744, con lo que halló su fin uno de los Estados bárbaros que ocuparon Italia tras la caída del Imperio romano, Pero el reflejo político más importante de esta empresa fue el reforzamiento de la alianza con el Papa, entonces Adriano 1 (años 772-795). Carlos pudo, pues, continuar sus conquistas en nombre de la difusión y salvaguardia de la religión católica. Muy pronto casi toda Europa centrooccidental quedó bajo la hegemonía franca, y el poder de Carlos se consagró la Nochebuena del año 800 en Roma, cuando el pontífice León 111 (años 795-816) lo proclamó . Nacía así aquel @, Sacro Imperio Romano, de relevancia política e histórica fundamental, que, a través de alternativas y complejas vicisitudes, se prolongó hasta Napoleón Bonaparte, en los primeros años del siglo XIX.

El sacro imperio romano

En los tres términos que definen el nuevo reino , imperio, sacro, romano) se encierra todo un universo de historia, valores y mensajes que, en la sociedad de la época, tenían un peso y una validez notables. Ante todo, resulta evidente el deseo de recrear, al menos de palabra, un imperio, término por entonces sinónimo de centralismo político y burocrático, de una unidad que en aquellos años debía sonar como el remedio a la gran dispersión y a la disgregación que, a todos los niveles, habían convulsionado la civilización occidental. El hecho de que para definir un modelo de unidad, grandeza, fuerza y poder se desempolvara el mundo romano, indica el peso que seguía teniendo la gran tradición de la civilización latina, capaz de servir de modelo y de concitar las fuerzas más vitales de un mundo que, en cambio, parecía precipitarse en la ruina. El término que más se aproxima a la realidad del siglo ix quizá sea , ya que encierra el propósito de subrayar que no se trataba sólo de una ceremonia religiosa, sino también del nacimiento de un nuevo reino basado en los dogmas del catolicismo, en sus valores y en su acción fecunda y dinámica. La bendición del papado era la sanción definitiva a la existencia del Imperio. En realidad, el mundo carolingio era muy distinto del romano: el Imperio de Carlos se gobernaba como una propiedad repartida entre unos pocos nobles que la poseían y administraban, impartiendo incluso justicia. La relación entre estos notables y el emperador se basaba en la máxima fidelidad y lealtad, por más que la figura de Carlos ya no se consideraba símbolo y ejemplo para todos los súbditos. En el seno de esta realidad, muy viva y a la búsqueda de una nueva identidad, no se advierte sin embargo una reanudación de la actividad económica ni del uso de la moneda.

Las monedas ‘pobres’ de los francos

En el territorio de los francos se asiste de este modo a un progresivo empobrecimiento de la iconografía y del valor intrínseco de las monedas que, cada vez más raramente acuñadas en oro, con el tiempo se devalúan. En época merovingia, las primeras monedas (primera mitad del siglo vi) siguen imitando los tipos de Anastasio y Justiniano, que habían circulado largo tiempo en los dominios de los francos. Luego aparece el monograma de Cristo, a fin de testimoniar el vínculo que se había establecido con el papado. En las primeras décadas del siglo VII, reaparece, si bien de manera muy degradada desde el punto de vista artístico, la figura humana esquematizada (no cabe hablar, ciertamente, de retrato), con ropajes propios de los antiguos romanos. Al igual que sucediera en determinado período en el área oriental-bizantina, sólo se halla la figura de la cruz. A partir del año 700 no aparecen más que monogramas que distinguen las monedas. En época merovingia, el comercio era muy restringido, y las monedas servían principalmente para pagar impuestos (que a menudo se liquidaban fundiendo piezas acuñadas). La producción estaba caracterizada, en cualquier caso, por las cecas itinerantes, que producían monedas muy toscas, y por la proliferación de talleres cuyo trabajo y legitimidad eran muy difíciles de controlar. Había cecas adscritas a los monasterios, las sedes episcopales y a las ciudades (Noyon, Burdeos, Poitiers, Chalon-surSaone y otras muchas).

La intervencion de Carlomagno

En tiempo de Carlomagno, la realidad económica aún se presenta más crítica que bajo los reyes merovingios: la actividad productiva de las ciudades, ahora prácticamente despobladas, casi había desaparecido, y el expansionismo del mundo árabe en el Mediterráneo había bloqueado casi todos los intercambios entre Oriente y Occidente, Las constantes epidemias de peste y las hombrunas diezmaron la población, llevando a Europa a un momento crítico. Los caminos y las vías fluviales eran impracticables, por estar infestadas de bandidos y por su estado de abandono. Además, la organización feudal, en la que se basaba el mundo carolingio, se caracterizaba por la autosuficiencia, con el resultado de una economía estática y cerrada. En semejante situación, Carlomagno trató de poner orden en una producción monetaria pobre y confusa (los pesos y la ley variaban continuamente), introduciendo ante todo el monometalismo, esto es, aboliendo las emisiones de oro e incrementando las de plata: el @ se convirtió en la unidad monetaria carolingia. Merece destacarse que la elección de este nombre remite una vez más al mundo romano. Al denario se le reclamaba pureza en el metal y uniformidad en el peso. Estas co diciones coincidieron con la reforma de los pesos. Además, se prohibió acuñar moneda fuera del palacio imperial. Desde un punto de vista meramente formal, a partir de Carlomagno (y luego con todos sus sucesores), se recuperó la iconografía del retrato, que, hasta aquel momento, sólo podían adoptar con legitimidad los emperadores de Oriente. La fórmula es la muy clásica del busto drapeado, con la cabeza ceñida con una rama de laurel, a fin de subrayar también en esto la continuación ideal respecto a la tradición romana antigua. Precisamente en estos años se asiste al llamado renacimiento carolingio, que significó un discreto despuntar de actividades artísticas como la arquitectura, la escultura y la pintura, con especial dedicación a la orfebrería y a la miniatura, disciplinas muy afis al grabado para la producción monetal. También en estas monedas se encuentra en el reverso la iconografía de un templo tetrástilo (de cuatro columnas) coronado por una cruz, que tal vez pretendía reproducir la basílica de San Pedro de Roma, lugar donde Carlomagno había recibido la investidura imperial. Es interesante la leyenda junto a la imagen (leyenda presente en otras muchas monedas, las cuales inluyen sólo la cruz), que remite por enésivez de modo explícito a la esencia religiosa del mandato CHRISTIANA RELIGIO (religión cristiana). La costumbre que se había impuesto bajo los merovingios, esto es, la multiplicación de los centros de producción de monedas, tendía a continuar bajo los carolingios, ya fuera por necesidad real o por afirmación de poder y riqueza. En el año 864, en virtud del importante edicto de Pitres, Carlos el Calvo, uno de los herederos de Carlomagno (los otros fueron Lotario y Ludovico) redujo las cecas a nueve y fijó rígidamente los tipos que debían adaptarse: en el anverso el nombre del rey, dispuesto en leyenda circular, el monograma o la cruz; y en el reverso la indicación de la ciudad y la cruz. En estas monedas aparece a menudo el lema , , que significa que el poder regio del soberano provenía directamente de Dios. Otra leyenda, afín en el mensaje y no menos interesante, es munus divinus (munus, significa en latín don, regalo), que se encuentra en algunas rarísimas monedas de oro del período de Ludovico Pío (años 814840), tercer hijo de Carlomagno y su sucesor. La leyenda aparecía siempre estrechamente vinculada a la corona de laurel, símbolo de la dignidad imperial.




Las monedas de los normandos

Normandos es una palabra que significa hombres )del Norte, y precisamente este pueblo tenía su origen en las regiones escannav de las actuales Noruega, Suecia y Dinamarca. Lo componían hombres muy audaces, dedicados sobre todo a la navegación, y de ahí deriva el otro nombre con que se conocen, vikingos, que significa precisamente guerreros de los mares. Después de haberse expandido en el siglo IX a Islandia, Groenlandia y probablemente al Canadá, algunos normandos fundaron en las ¡limitadas llanuras rusas los principados de Novgorod y Kiev, en tanto otros se asentaban en la región francesa de Normandía, que toma su nombre de ellos. Hacia el año mil, los normandos emprendieron la ruta de Inglaterra y de la Italia meridional.

Un pueblo fuerte y un pais debil

Las regiones meridionales de la Península itálica se veían sacudidas por continuas luchas internas provocadas por las numerosas autoridades que se repartían ese territorio y que se enfrentaban, a fin de conseguir la hegemonía o mantener sus privilegios y su autonomía. Bizantinos, árabes, lombardos, papado y los ducados autónomos de Amalfi, Nápoles y Gaeta, estaban en constante conflicto entre sí, provocando una situación de peligrosa debilidad y vacío de poder. De esta incierta situación se aprovecharon los normandos, que, después de haber ingresado en los diversos ejércitos como mercenarios, lograron conquistar territorios y beneficios que constituyeron el punto de partida de la expansión de sus propios dominios, así como de su propia autoridad, Roberto Guiscardo (años 1059-1085), mediante una prudente y lúcida operación de alianzas y de guerras , Guiscardo significa astuto), logró constituir un principado personal en la región de Apulia. Después de una serie de complejas vicisitudes, Roberto consiguió ganarse el favor de la Iglesia: el papado aspiraba desde hacía tiempo a contar con aliados fuertes y fieles, a fin de imponer su superioridad sobre el Imperio. A su vez, los normandos, convertidos hacía tiempo al cristianismo, buscaban una autorizada legitimación a su presencia y a sus conquistas en Italia. Así, el papa Nicolás 11 proclamó en el año 1059 a Roberto Guiscardo duque de Apulia y de Calabria, a cambio de la sumisión a la Iglesia y de ayuda en caso de necesidad. Esta bendición impulsó a los normandos a una expansión cada vez más rápida y desprovista de obstáculos: no tardaron en ser ocupadas Bar¡ y Salerno, mientras Roger 1, hermano de Roberto, emprendía una lucha contra los sarracenos para controlar Sicilia. Pese a la feroz resistencia árabe, en el año 1 1 30 Roger 1 1, hijo de Roger 1, fue coronado en Palermo @, rey de Sicilia y Apuiia, reuniendo bajo su cetro un territorio muy vasto (Apulia comprendía por entonces Campania, Lucania y Calabria) y de gran importancia económica y estratégica. Bajo la guía de Roger 11 se implantó un reino fuertemente centralizado, basado en un único texto legal, y en la eliminación de la anarquía feudal que durante siglos había fraccionado el territorio meridional. Una gran tolerancia hacia las diversas religiones y culturas, que habían ido extendiéndose en un territorio hasta aquel momento dividido entre diversas etnias, permitió una pacífica convivencia y promovió un período de gran prosperidad política, cultural y económica. La sólida organización normanda permitía aprovechar los puertos situados en inmejorable posición en el territorio. Tal era el caso de Palermo, sede además de la corte, y de Bar¡, punto fundamental para el control del comercio con Oriente. Mientras tanto se había creado otro reino normando, el de Inglaterra. Los intercambios mercantiles eran por ello muy activos con las regiones del Norte, gracias a la relación privilegiada con el puerto de Londres. Una actividad comercial tan rica y compleja conllevaba una adecuada producción monetal. En realidad, al principio, bajo Roger 1, las monedas de oro del reino normando (los ¡lamados taríes, que tanto éxito tendrían a lo largo de los siglos, por su aceptación y longevidad) copiaban las monedas musulmanas con letras cúficas, que a veces ensalzaban a Mahoma. Si esto puede parecer una contradicción para un soberano cristiano y, además, tan estrechamente ligado al papa, conviene subrayar que las monedas árabes estaban en curso en Sicilia, y eran conocidas y aceptadas desde hacía dos siglos (los árabes ocuparon la isla entre los años 835 y 1064). Además, los sarracenos eran muy fuertes comercialmente, de modo que también por esto, y con vistas a una progresiva y duradera asimilación de la población local, los normandos no consideraron necesario cambiar el numerario. Ésta es siempre una operación , violenta, que perturba los intereses económicos de las clases más adineradas, precisamente aquellas cuyo favor se pretende ganar en un momento de cambio de poder. Además, la historia enseña a dar por sentada cierta ausencia de escrúpulos en los poderosos, que se unen y se separan movidos más por intereses económicos y políticos que por auténticos ideales humanitarios y religiosos.

La reforma monetaria

Las cecas activas durante el reinado de Roger II fueron Palermo y Messina para Sicilia, mientras en la Italia continental funcionaban las de Amalfi, Salerno, Gaeta y Capua. La producción comprendía monedas de oro (taríes y múitiplos de taríes), de plata (ducales y tercios de ducales) y de cobre (folarios y trifolarios de derivación bizantina). Durante el reinado de Roger li, en Palermo se acuñó también una pequeña moneda de plata, el tarí equivalente a un cuarto de dirhem árabe. Como parte de la gran reorganización llevada a cabo por Roger li, no podía faltar una importante reforma monetaria. En el año 1140 se introdujo la acuñación de monedas de plata, y se estableció una relación concreta entre los diversos metales. Además, las cecas continentales se abolieron (sólo siguió funcionando la de Salerno, que acuñaba monedas de bronce reservadas a la circulación local), y se especializaban las producciones de Palermo (oro y plata) y Messina (oro y cobre). Estos nuevos taríes, acuñados hasta el final del reino normando (año 1194), presentaban en el anverso el nombre y el título del rey en un círculo, todavía en caracteres cúficos, mientras que en el reverso se hallan las siglas de Cristo (IC/XC acompañadas de la leyenda Ni KA, o sea @@victorioso) a los lados de la cruz de brazos iguales. Las cecas continentales de Gaeta, Amalfi y Salerno, además de las de Messina y Palermo, volvieron a funcionar con los sucesores de Roger li, su hijo Guillermo 1 (desde el año 1 1 54) y su nieto Guillermo 11 (desde el año 1 1 66). Durante el reinado de este último soberano se acuñó en Brindis¡ una monedita esquilada (o sea cóncava) de baja ley de plata, llamada apuliense, y que en el reverso presentaba una palmera con dátiles. De esta pieza existían varios submúltiplos (el tercio, el sexto y el doceavo de apuliense), y los Suabos continuaron la emisión, siempre en la ceca de Brindis¡. Hasta el año 1 1 94 reinó Tancredo, que dejó el título de rey de Sicilia a su hijo Guillermo lii, de sólo cuatro años. El vacío de poder pro~ vocado por esta situación (de nada valió la tutela de la madre, Sibila de Auxerre) favoreció el advenimiento de Enrique Vi de Suabia, que fue coronado rey en Sicilia el 25 de diciembre de 1 1 94. Inauguró un dominio que duraría hasta 1266 con la muerte de Manfredo (1 258-1266), tras el que se impusieron los Angevinos. !>

¿De donde deriva la palabra TARI?

La respuesta a esta pregunta se ha buscado durante mucho tiempo, y se ha dado alguna muy fantasioso. Alguien la hacía derivar de Thares, padre de Abraham, o se la vincula al término caldeo tariga (que significa comercio). Para algunos eruditos, el tarí deriva directamente del dhirem. Los árabes, en efecto, pronunciaban el nombre de su moneda trihm en singular, y trahi en plural. Sólo en fecha reciente, dos expertos alemanes, Goitein y Stern, han dado una solución sencilla y convincente: el término tarí significa en árabe fresco. En la práctica, cuando un comerciante árabe ofrecía como pago esta moneda la ¡lamaba fresca, dando a entender con ello recién acuñada, o sea de buena calidad, Así pues, a causa de una difundida ignorancia de la lengua árabe, la que era una definición relativa a la calidad de la moneda se convirtió, de hecho, en el nombre con que dicha moneda circuló largo tiempo y pasó a la historia. Todavía hoy en muchos dialectos calabreses y sicilianos las monedas se llaman tarí.




Las monedas de los países orientales

En el territorio ocupado por el antiguo Imperio persa, se desarrollaron a lo largo del tiempo civilizaciones muy avanzadas en los planos económico y cultural. Hasta la conquista por Alejandro Magno, aquella fue una región muy activa, ambicionada por las diversas potencias extranjeras que la dominaron en el transcurso de los siglos (entre ellas, recordemos a romanos y bizantinos). Sin embargo, los habitantes de la región, herederos de una gran tradición histórica y política que podía gloriarse de soberanos como Ciro el Grande y Darío, nunca se resignaron a convertirse en un uebio sometido y vasallo de otra potencia. Por ejemplo, fue larga y tenaz la resistencia de los partos, que se consideraban sucesores directos de los Aqueménidas y se negaron a ser subyugados por Roma. En el año 53 a. C., los partos derrotaron a Craso en la batalla de Carras, y no fueron definitivamente sometidos hasta mediados del siglo 11 d. C. En el año 226 tomó el poder en el Irán la dinastía de los Sasánidas, que reivindicaba la descendencia directa de la antigua Persia de Ciro el Grande, desde un punto de vista político, cultural y religioso. Se inició entonces una tendencia encaminada a contrarrestar la apertura a la cultura helenística, que hasta aquel momento habían mantenido los partos. Este encendido , nacionalismo se hizo evidente sobre todo en la política de abierta hostilidad contra los romanos, acusados de ser los usurpadores del territorio oriental. Muy peculiar y significativa fue la reviviscencia del mazdeísmo, la antigua religión fundada por Zoroastro (o Zaratustra) probablemente entre los añosl 000 y 600 a. C. El nombre de, deriva del de la divinidad adorada, Ahura Mazdáh.

Las monedas de los Sasánidas

A menudo en el reverso de las monedas de los Sasánidas se hallan alusiones a la religión mazdeísta: en el centro aparece una pira de la que se elevan llamas sagradas, y a los lados se representa al Gran Rey, que era también jefe religioso, y a un sacerdote. Pese a la abierta xenofobia (esto es, la manifiesta hostilidad hacia los extranjeros y sus civilizaciones), típica de los soberanos sasánidas, los primeros grabadores de monedas fueron artistas griegos y romanos. A ellos les debemos espléndidos retratos en el anverso y bellas escenas en el reverso, entre ellas la de los adoradores del fuego sagrado, que acabamos de mencionar. Uno de los retratos más hermosos y ricos es el de Shapur 1 (241-272): el grabado es muy preciso y minucioso, pero sobre todo vale la pena recordar el bellísimo y peculiar tocado, semejante a una corona rematada por una esfera, probablemente símbolo del globo celeste y, por tanto, del poder indiscutido de quien lo ostenta. Otro elemento peculiar (que vuelve a encontrarse grabado en piezas de orfebrería y en sellos) es que, aun tratándose de un retrato de perfil, los hombros se representan de frente, con objeto de transmitir la idea de prestancia física y poderío. Poco a poco, las monedas sasánidas se tornaron más y más delgadas (al igual que las monedas , esquifadas bizantinas), y ello con independencia de los momentos de gran prosperidad económica y de fortuna política que conocemos de este reino. Bajo Cosroes 11 (años 590 a 628), parecía incluso que fuera a recrearse, en toda su extensión y con su poder, el antiguo Imperio persa. La imagen experimentó asimismo un deterioro y una esquematización cada vez más manifiestos, fenómeno que fue acercando a Persia a la dopción del caligrafismo abstracto del Islam.

Selyucidas y otomanos: Los turcos en el poder

El reino sasánida cayó en el año 637 por obra de los árabes, que precisamente en el siglo VII vivieron un momento de gran expansión y difusión de su cultura. A partir del siglo VIII, los turcos fueron infiltrándose en el mundo islámico. Se trataba de un pueblo que, desde la región del Turquestan, en Asia central, se había ido desplazando hacia el Oeste. El contacto con el mundo árabe llevó a los turcos a convertirse al Islam, pronto se ganaron el favor ( das las cortes musulmanas las que ocuparon posiciones prestigio y de poder. Haci siglo XI, reforzados por una nueva oleada de pueblos turcos guiados por el jefe Seiguq (de quien proviene el nombre de ), consiguieron poner fin a la hegemonía de los árabes, asumiend guía política del mundo mico. Bajo la autoridad de señores (llamados sultanes)los turcos avanzaron hacie el Mediterráneo, conquistando la ciudad de Jerusalén en el añ para gran preocupación del mundo cristiano. La actitud de los turcos haci@ os grinos cristianos que llegaban a Tierra Santa fue tan hostil y violenta, y las persecuciones tan despiadadas, que se hizo imposible el acceso a estas regiones tan queridas para los fieles, con repercusiones negativas en las relaciones comerciales con Oriente. La intransigencia de los turcos no guardaba relación con el comportamiento prudente y previsor de los árabes, que comprendieron bien la enorme ventaja económica que podía derivarse de garantizar la libertad y la paz a los peregrinos que acudían a Tierra Santa. La grave crisis que por entonces estaba atravesando el Imperio bizantino, considerado todavía baluarte de la crisdad contra los infieles, puso en marcha un amplio movimiento en nombre de la liberación del Santo Sepulcro, que condujo a la primera cruzada (años 1096-1099). Las monedas de los Seiyúcidas presentan características similares a las árabes (pues ellos eran también musulmanes), pero sufren el influjo del arte sasánida. En el dirrema@ que es el nombre de su numerario, además de diversos símbolos, como el sol y el león, que claramente aluden a la fuerza y al poder del reino turco, hallamos asimismo la figura humana, reproducida con el mismo criterio de los hombros en posición frontal, que se observa en la producción persa. Por ejemplo, las monedas del sultán Ruknuddin Shah, de la primera mitad del siglo Xili, presentan un hombre a caballo, con la cabeza de perfil y los hombros frontales. A partir de los primeros años del siglo xiv, el sultán Osmán 1 (1 301-1326), caudillo de un pueblo procedente también de Asia central, , fundó en la región de Bitinia, en la costa sudoccidental del mar Negro, el primer núcleo del que muy pronto sería Imperio otomano. El poder de los turcos otomanos (nombre que deriva, como es obvio, del fundador de la dinastía) vino a sustituir con bastante rapidez al de los turcos se¡yúcidas, gracias sobre todo a una notable organización en el plano político y militar. Los Otomanos conquistaron Asia Menor, región que el Imperio bizantino ya no se hallaba en condiciones de controlar, presionado como estaba por gravísimos problemas económicos, políticos y militares. Por estos años, Constantinopla sólo podía contar con un indisciplinado ejército mercenario, falto de moral. Muy pronto la hegemonía otomana alcanzó Europa: en 1389 en Kosovo, Serbia, y en 1396 en Nicópolis, Hungría, el sultán Bayaceto 1, apodadoel Rayo, infligió graves derrotas a los ejércitos cristianos, que así vieron seriamente amenazado Occidente, Europa se veía afligida en aquellos años por muchos males: los diversos Estados, aun hallándose amenazados, no habían conseguido crear un frente común. El antagonismo entre papado e imperio constituía una continua fuente de divisiones y de luchas. En este clima de crisis política y de desorganización mi’litar, el mundo cristiano no supo aprovechar el momento de gran dispersión por el que atravesaba el poderoso Imperio otomano. En efecto la irrupción, procedente de las estepas de Mongolia, del feroz Tamerián, abrió un período de profunda crisis en el seno del reino otomano. Las incertidumbres y los errores políticos de los cristianos permitieron reorganizarse al sultán Mehmet 11 el Conquistador (1451-1481), hasta el punto de ocupar y conquistar Constantinopla, que el 29 de mayo de 1453 cayó en manos turcas, poniendo con ello fin a un período particularmente significativo incluso para la cultura occidental. El Imperio otomano, destinado a durar hasta las primeras décadas del siglo XX, debe su gran longevidad principalmente a una sólida organización administrativa y a que, sobre todo en sus comienzos, se preocupó de no molestar a los súbditos de religión no musulmana, permitiéndoles conservar su lengua, cultura y tradiciones originarias. Como todas las monarquías orientales, también la otomana extrajo mucha fuerza del maridaje de poder político y poder religioso: el sultán reunía en su persona el carisma del sumo sacerdote y la autoridad del soberano. Las monedas otomanas son muy abundantes, dada la continuidad de la autoridad emisora, pero al mismo tiempo, y desde un punto de vista iconográfico, se muestra más bien repetitivo y conservadora. Puesto que se trata de la producción de un pueblo islámico, falta la figura humana, pero también están ausentes las imágenes de otro tipo, y durante siglos y siglos presenta sólo leyendas y fechas. El numerario consta de piezas de oro, , cequíes, basados en los famosísimos venecianos, y . De ellos existen múltiples y submúltiplos de plata: , aspers, paras y zolotas. Era considerable el número de cecas, repartidas por todo el territorio.

La India: complejidad monetal

Si tratar de las monedas turcas en términos esquemáticos y resumidos es relativamente fácil, resulta arduo en extremo describir ¡a compleja y variada producción de la península del lndostán. Las monedas indias arcaicas a menudo son deudoras, en el peso o en las características iconográficas, de las grandes civilizaciones limítrofes: piénsese en las formas monetales más antiguas, simples varillas curvas o lingotes de metal que reproducían los pesos de las monedas persas, o en las producciones que siguieron a las conquistas de Alejandro Magno, de clara derivación griega. Además, después de la invasión musulmana del siglo VII¡, se encuentran las típicas monedas sin imágenes, con las clásicas frases coránicas que proclaman la fe islámica. El origen de las monedas indias puede hacerse remontar al siglo ¡v a. C., con piezas monetiformes de plata o bronce, de unos 3 g, llamadas , esto es, , antiguas, muy variadas en la forma y ricas en símbolos, muchos de cuyos motivos remiten al culto solar. Las puranas circulan prácticamente sin experimentar modificaciones hasta el siglo 11 d. C., período que marca el inicio de numerosos reinos distintos, que se suceden o se alternan con el paso de los siglos, dejándonos testimonios monetales muy abundantes y del mayor interés. En el seno del variado y complejo transcurrir histórico de la Península indostánico, merece recordarse la producción de monedas de la región septentrional durante el Imperio del Gran Mogol (1526-1658). Los señores de esta dinastía, descendientes de Tamerián y de religión musulmana, ampliaron muy pronto las fronteras de su reino hasta Deihi, Agra y el golfo de Bengala. Bajo el reinado de Jah-ang-ir (1 605-1627), la producción monetal resulta muy interesante y bella: las piezas de oro llevan símbolos de los signos zodiacales, representados con una habilidad plástica y compositiva muy peculiar. La leyenda atribuye estas monedas a la voluntad de Hahangin, esposa del rey a quien éste le permitió gobernar por un día.

La difícil afirmacion de la moneda en el Japón

El nacimiento de la moneda en el Japón es bastante oscuro y difícil de reconstruir. Este archipiélago del continente asiático se mostró por mucho tiempo refractario al contacto con Occidente, y mantuvo relaciones sobre todo con China y con Corea (desde donde se introdujo el budismo, religión que coexiste con el sintoísmo tradicional, basado en el culto a los antepasados). Y precisamente de China, según parece, los japoneses importaron las primeras monedas, pero sólo adoptaron su uso de manera estable hacia el siglo Vi¡¡ d. C. Antes de este período, está documentada una larga fase en la que prevalecía el trueque, sirviéndose sobre todo de arroz y seda o de objetos como espejos de bronce o manufacturas cerámicas. De los años 708 a 958, sobre el modelo de las monedas chinas, se sucedieron doce series de piezas, principalmente de bronce, conocidas como las doce monedas dinásticas, divididas según la época a la que pertenecen. Estas monedas, destinadas a devaluarse progresivamente con el tiempo, no hallaron el favor de la población japonesa, que durante siglos continuó recurriendo al trueque, incluso cuando en Occidente el comercio se perfeccionaba y se intensificaba cada vez más. Hacia finales del siglo XVI, en el Japón comenzaron a circular los , oban de oro, láminas ovales de varias dimensiones, que llevan punzones distintos y en las que figuraban leyendas escritas con tinta. Otra tipología, muy afín a la china, es la de las monedas redondas con un orificio cuadrado en el centro. Desde comienzos del siglo xix se encuentran otras, también de oro, de forma rectangular y con dimensiones reducidas (23 x 15 mm), con leyendas y diseños florales. Sólo en la segunda mitad del siglo XIX, el Japón abandonó el aislamiento y la estructura feudal y se abrió a Occidente, adoptando sus más modernos y consolidados sistemas de intercambio, y un uso de la moneda que, vistos los actualp. q éxitos del yen, no dejan duda aljuna sobre la capacidad de los japoneses para asimilar con rapidez cuanto aprenden de los demás. En China data de muy antiguo el uso de sistemas de intercambio afines a la moneda: ya en el siglo Xi a. C. circulaban monedas en forma de pez, de concha, de cuchillo, de hacha, de llave e incluso de azada (las llamadas bu, , las cuales, anticipándose sorprendentemente al sistema monetario occidental, presentaban el nombre o el símbolo de la autoridad emisora y el valor. La forma concreta se remitía a los objetos reales que habían constituido los parámetros de intercambio hasta aquel momento.

La larga vida de los ‘CASH’

Con el emperador de la dinastía Qin, llamado Shi Huang-ti (años 221-206 a. C.), las monedas chinas se hicieron bastante regulares y homogéneas, al contrario de lo que ocurría en las décadas anteriores, en que la producción monetaria fue caótica, objeto de continuas y drásticas devaluaciones y desprovista de estabilidad. A ese emperador lo conocemos sobre todo por el reciente hallazgo de su asombroso ejército de terracota, de 1 0. 000 soldados de tamaño natural. El soberano tuvo el mérito de unificar el Imperio chino tras un período de grandes divisiones y luchas internas. Además, captó la importancia y la utilidad de contar con una única ceca, expresión de unidad y estabilidad política. Se fijó, pues, una única escala de pesos y valores y una doble emisión de monedas: una de oro y otra de bronce. La producción en plata sólo se inició en China hacia finales del siglo 11 a. C. Las monedas de oro tenían una circulación muy restringida, reservada a los pagos , internacionales y, en cualquier caso, limitada a las familias aristocráticas y poderosas. Las monedas de bronce servían para las transacciones cotidianas, solían ser de bronce fundido y tenían forma circular, con un orificio cuadrado en el centro. La explicación de esta forma es la siguiente: los chinos creían que el cielo era redondo y la tierra, cuadrada, Parece pues muy interesante la ingeniosa traducción formal de esta concepción del universo, que subraya también la importancia atribuida a la moneda. Estas piezas de metal VII se llamaban ch’jen (cash, según la transiiteración latina) y tuvieron una duración increíblemente larga: desde los años del emperador de los soldados de terracota (fines del siglo 111 a. C.), que codificó y estabilizó el uso, hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando los cambios políticos y sociales vividos por China se reflejaron también en la numismática. La clasificación del cash es muy compleja, sobre todo en lo que se refiere a las antiguas emisiones. En estas monedas se encuentran varios ideogramas que consignan el nombre o el lema de un emperador (y permiten, por tanto, remontarse a una fecha o a un período), aparte la expresión del valor de la pieza.

Las ‘ORUGAS’ del antiguo Siam

Las monedas del Siam, actual Tailandia, seguramente están influidas por la producción de la India y de China. Ésa es también una región de grandes tradiciones y de antiquísima historia: en efecto, las tribus tais la ocuparon ya en el siglo vi a. C. Son muy interesantes las primeras monedas de bronce en forma de canoa, las típicas embarcaciones locales, muy estrechas y largas, aptas para el transporte de productos agrarios, y todavía hoy en uso. Como en tantísimas sociedades arcaicas, en la antigua región donde luego se desarrolló el reino del Siam, aún se encuentran brazales de armadura empleados como medio de intercambio (siglo VII¡ a. C.). De segura influencia china son las monedas de plata en forma de libro abierto o de silla de montar, en las que aparecen, en caracteres chinos, los nombres de las dinastías bajo las cuales se emitieron estas piezas, caracterizadas por una elevadísimo pureza metálica. En época medieval se inicia la producción de una moneda de oro absolutamente característica, el @, bullet coin (o ): el nombre deriva de la forma, similar a la de una oruga enrollada. Desde 1782, año en que se trasladó la capital a Bangkok, estas monedas se acuñaron de manera más ordenada y se distinguieron por dos contraseñas: una representa el símbolo del dios Sol (Chakra), emblema de la dinastía reinante; y la otra, expresión de un soberano o de una época, varía con frecuencia. Estas monedas se produjeron hasta el final del reinado de Rama IV, o sea hasta 1868.

Los anillos, primeras monedas africanas

Los antepasados de la moneda no sólo pueden buscarse en el área mediterránea y en el continente asiático, sino también en la antigua África, donde se han llevado a cabo interesantes descubrimientos. Los ‘ orimeros objetos-moneda se localizan en la zona occidental del continente, que comprende los actuales Estados de Nigeria, Benín, Togo y Ghana, regiones en las cuales estaba extendida la trata de esclavos. La forma de estos objetos era circular y anular, común a casi todas las experiencias de intercambio, una vez superada la fase del trueque propiamente dicho. Las monedas-anillo africanas eran sobre todo de cobre, se denominaban manillen (o manillas) y su valor dependía del peso. Se hallan ejemplares de varias dimensiones, pero los mayores pueden llegar a pesar 3 kg. Muy pronto estos anillos fueron decorados, hasta el punto de que se ha llegado a creer que servían también de adorno. Probablemente desde este momen to su valor quedó definido por la mayor o me nor belleza y riqueza de la decoración. La monedas-anillo podían tener forma circula cerrada o abierta, ser lisas o retorcidas, pre sentar los extremos gruesos, o tallados Resulta difícil sustraerse a la fascinación d esta forma de pago, indudablemente primiti va, pero muy sugestiva. De simples curio sidades, como se consideraron hasta hac poco, las , manillen concitan ahora un inte rés creciente.

Nacimiento de la moneda en Rusia

En las llanuras interiores de Europa oriental, lo antiguos pueblos nómadas (escitas y sárma tas) comerciaban con las colonias griegas de 1 costa del mar Negro, intercambiando sus pro ductos: lino, trigo y pieles. Precisamente las pie les de ardilla fueron las primeras @, monedas uti lizadas para las transacciones comerciales hast que empezaron a circular piezas de metal, acu ñadas por los países más avanzados: Bizanci y el mundo árabe. Pero es preciso llegar a me diados del siglo XIV para que, en los numero sos principados que ocupaban el inmenso terri torio de la actual Rusia, aparecieran monedas d forma oval, de cobre o de plata. Se trata de lo denga (o , dengiu), nombre que probablemente es la modificación de un término rus (tamga) o tártaro (@) y que significaembiema. Esta particularidad da testimonio de 1 costumbre de las familias nobles mongolas d grabar un escudo en el numerario circulante. La iconografía solía colocar el busto del príncipe o la figura del soberano a caballo, armado con una lanza. Precisamente esta arma, símbolo de poder y de carácter belicoso, con el tiempo determinó un cambio en el nombre de la moneda, haciéndolo mucho más familiar para nosotros: desde mediados del siglo XVI, las piezas se llamaron @ de kopeika, esto es, . Pero en realidad el numerario ruso permanece durante siglos muy atrasado y confuso, como lo atestigua otro término vinculado a las monedas, la palabra, @rubio@ que hoy designa la unidad monetaria. En efecto, , rubl significa , corte, y recuerda el uso, que se prolongó durante siglos, de varillas de oro y de plata que se , cortaban para efectuar pagos. Se sabe de la existencia, en torno al año mil, de piezas monetiformes de oro, emitidas bajo el gran duque de Kiev Vladimir Sviatoslavich, pero se cree que se trataba más bien de medallas de ostentación, destinadas a recompensar a los vasallos fieles. Sólo con ¡van el Terrible puede hablarse con seguridad de monedas de oro propiamente dichas (fines del siglo XVI), pero durante muchos años todavía circularon corrientemente en el Estado ruso monedas de otros países, como los ducados alemanes, húngaros y polacos, legitimados por la contraseña de la autoridad rusa. La gran reforma política, social y numismática no se llevó a cabo hasta los tiempos del zar Pedro 1, el Grande (1 682-1725), bajo cuya guía Rusia dio los primeros pasos para convertirse en una de las grandes potencias, protagonistas de la época moderna.




Las monedas del mundo islámico

Durante el siglo VII, cuando en Europa occidental dominaban los bárbaros, un pueblo de origen semita estaba adquiriendo una personalidad cada vez más definida: los árabes. Provenían de la región comprendida entre el mar Rojo, el golfo Pérsico y el océano indico, estaban divididos en tribus, la mayoría nómadas y dedicadas al pastoreo, una actividad poco rentable en las desiertas e inhóspitas regiones interiores del territorio. A menudo en guerra entre ellas, las tribus árabes vivían también de incursiones y saqueos. Su organización social primitiva no permitía un sistema de mercado, y no preveía unidad política alguna. En este clima de anarquía y de miseria, apareció un personaje de gran inteligencia que, con sus ideas y con su carisma, iba a convertirse en uno de los protagonistas de la historia, tanto del pasado como de nuestros días: Mahoma.

Mahoma y la unidad del mundo arabe

Mahoma nació entre los años 570-580, en el seno de una familia aristocrática, en La Meca, ciudad santa para los árabes, entonces paganos y politeístas. Ejerció muchos oficios, y durante su vida errabundo, típica de la realidad local de aquel tiempo, tuvo ocasión de conocer a fondo no sólo a los beduinos y su atribulada existencia, sino también las religiones de judíos y cristianos, de las que comprendió el valor de su monoteísmo. Después de su boda con una acaudalada viuda llamada Jad-i a, Mahoma inició un período de meditación, tras el cual emprendió su predicación: el verdadero y único dios de los árabes era Ala (que significa @), al cual había que someterse de modo incondicional (el término @, isiam significa precisamente, ). Todos los seguidores de Ala son iguales entre sí. Estos sencillos pero revolucionarios principios se ganaron bien pronto el favor y la adhesión de las tribus más pobres, que aún vivían en condiciones de nomadismo y ocupaban las regiones más atrasadas del territorio árabe. En cambio, provocaron la abierta y violenta aversión de las castas religiosas que, con enormes ganancias e inmensos privilegios, regían la religión politeísta. La Meca era, en efecto, la ciudad santa en la que se custodiaba la Kaaba, la @, piedra negra, probablemente un meteorito, que la tradición sostenía que se había ennegrecido a causa de los pecados de los hombres. Junto con la Kaaba, en La Meca se adoraban numerosos ídolos que, entonces, se hallaban en la base de la religión árabe. Debido a la abierta y violenta hostilidad de los poderosos sacerdotes, que veían peligrar sus privilegios a causa de la nueva religión monoteísta, Mahoma fue obligado a huir a Medina (Yatrib, o sea , la ciudad del profeta@, ). Corría el año 622, y en la fecha de esa huida (que toma el nombre de @@hégira, se inicia la era musulmana, al igual que el nacimiento de Cristo constituye para los cristianos el año , O@ el punto de referencia para toda indicación cronológica. Mahoma, que se presentaba como el profeta de Ala, consiió en el año 630 entrar encedor en La Meca, y destruir los ídolos custodiados en el templo, de forma cúbica, eje de la religión árabe y que albergaba la Kaaba. Victorioso y aclamado por sus adeptos como jefe religioso, Mahoma no tardó en asumir también el poder político, iniciando la obra de unificación y concentración que a los árabes siempre les había faltado, deficiencia ésta que constituía la causa principal de su debilidad. Así es como Mahoma dio vida a uno de los más sólidos y duraderos regímenes teocráticos de la era cristiana.

Un dominio imparable

Indudablemente, al éxito de los árabes contribuyó en medida no desdeñable la debilidad de los Imperios limítrofes, como el persa y el bizantino. Gracias también a una política de notable tolerancia religiosa y a la posibilidad de continuar las actividades empresariales y comerciales sin tener que convertirse en esclavos de los comínadores, las poblaciones sometidas colaboraron al éxito de la expansión musulmana: entre los siglos VIII y X, el territorio en manos de los árabes se extendía desde España a Marruecos, de Sici¡¡a a parte de la Italia meridional, y de Egipto hasta la India. Sólo gracias a la batalla de Poitiers (ciudad de la Francia centrooccidental), ganada por el merovingio Carlos Martel en el año 732, se consiguió bloquear la penetración del Islam en Occidente. Muy intensa fue la actividad industrial y artesana de los árabes (producción de tejidos y sedas, marroquinería, fabricación de armas), merced a una extraordinaria organización comercial por tierra y por mar. Eran numerosos los puertos de las costas árabes, y resultó esencial la instalación a lo largo de las rutas de estaciones de etapa llamadas caravanserrallos. Aquí podían sustituir los animales tras las fatigosas travesías de territorios a menudo impracticables y desérticos, y se podían intercambiar las mercancías. Así pues, la moneda pronto empezó a circular entre los árabes, pero durante el siglo Vil los tipos monetales adoptados fueron principalmente los de los países conquistados (monedas árabe-sasánidas y árabe-bizantinas). Sólo hacia el año 700, con el califa Abd-el Meiik (la palabra califa significa vicario del profeta y designa una autoridad política y religiosa), se empezó a acuñar un numerario propiamente árabe. En el año 696 (76 de la hégira) apareció la primera moneda de oro, el dinar, de 4, 6 g. Tres años más tarde nació el , dirhem de plata, de 2, 9 g. Los nombres de estas monedas derivan del @ romano y de la dracma griega, y el fulus árabe de cobre deriva del foilis romanobizantino. Todas ellas son monedas de módulo más bien amplio, y delgadas. Siguiendo los dictados de la religión islámica, falta la reproducción de la figura humana. La iconografía de estas monedas queda pues reducida a breves frases tomadas del Corán. Las primeras inscripciones iban en caracteres cúficos, muy cuadrados y geométricos. Hacia 1200, en las monedas aparecen las inscripciones con grafismos árabes modernos. El año de emisión (que en Occidente no aparece en las monedas hasta finales del siglo Xv) se expresa con toda claridad en letras ya desde las primeras acuñaciones. Además, en las monedas islámicas se hallan la indicación de la ceca y el nominal. La fecha en numeros aparece solo a partir de 1300. !>

El Corán, libro sagrado del Islam

El Corán (palabra árabe que significa , @lectura, recitación) es un texto sagrado escrito por los discípulos de Mahoma (el cual no sabía leer ni escribir) y presenta diversos puntos en común con la Biblia. El fiel, llamado muslim (de cuyo plural, deriva nuestra palabra musulmán), debe atenerse a principios muy rígidos y precisos, como la limosna, la oración y el ayuno durante el mes del Ramadán. Quien respeta éstas y otras elementales obligaciones puede contar con una recompensa: el paraíso. En caso contrario le aguarda el castigo eterno. El que además se distingue en el combate por difundir la fe, se gana con toda seguridad el premio del paraíso. Precisamente por este motivo los árabes, después de Mahoma, dejaron de ser débiles y de estar desunidos, para transformarse en un pueblo fuerte y cohesionado, animado por la idea de la Jihad, @, la guerra santa.




Las monedas de los reinos bárbaros

Una de las principales causas de la ruina del mundo romano fue la presión de los bárbaros. En el transcurso de los siglos 111 y IV, los pueblos germánicos procedentes del norte y el centro de Europa penetraron raras veces en territorio romano, y lo hacían con la única finalidad de saquear los núcleos de población que encontraban en su camino. Estaban, pues, muy lejos de la idea de realizar conquistas y establecerse en suelo del Imperio. Hacia el siglo VI, las transformaciones sociales, políticas y religiosas que caracterizaron la trayectoria histórica de estos pueblos hicieron que el contacto entre bárbaros y romanos tuviera consecuencias cada vez más importantes. Ante todo, estas gentes nómadas se tornaron sedentarias, y se establecieron con preferencia en las fronteras del Imperio, por lo que era cotidiano su contacto con los elementos locales periféricos, ya de por sí escasamente vinculados a la civilización romana. Estas relaciones nutrieron civilizaciones cada vez más avanzadas y organizadas, capaces de llevar a cabo invasiones cuya finalidad era la conquista e integración en el Imperio, el cual ya no oponía obstáculo alguno, pues carecía de una organización militar y de un centro político de influencia y prestigio reales, El saqueo de Roma, perpetrado en el año 41 0 por los visigodos de Alarico, asestó el golpe de gracia al mito secular de la urbe invencible e inexpugnable. A partir de este momento, se sucedieron las invasiones de vándalos, hérulos, godos y lombardos. Algunos de estos pueblos estuvieron en condiciones de imponer su autoridad¡ sobre los demás, en ocasiones buscando un compromiso y una positiva asimilación de la vieja cultura, a la que, por lo general, reconocían su alta función civilizadora. Casi todos esos pueblos, una vez hubieron penetrado en el Imperio, comenzaron a imitar su moneda, ante todo para suplir la falta de numerario a la que el mundo romano, ya en ruinas, no sabía hacer frente, El empuje de los bárbaros no sólo provenía del exterior, sino también del interior donde, a una serie de emperadores que se sucedían en el desempeño del cargo máximo (no menos de nueve en 21 años), pero sin tener autoridad real alguna, se contraponían muchos generales de origen bárbaro con amplios poderes políticos y militares. Entre ellos figuraba Odoacro (años 434-493), que, proclamado rey en el año 476, mandó inmediatamente deponer al emperador Rómulo Augústulo, a su vez colocado en el trono por su padre Orestes, otro general bárbaro, tras derribar al soberano imperante.

Godos y bizantinos

Tras el breve reinado de Odoacro, Italia fue ocupada por los ostrogodos (godos orientales), que habían sido impulsados a invadir Italia por Zenón, emperador de Oriente. Éste pensaba que instigando a bárbaros contra bárbaros, preservaría Oriente y Constantinopla de invasiones. En efecto, fueron estrechas las relaciones entre los godos y el poder bizantino, como se advierte también en su producción monetaria. Las piezas acuñadas durante el reinado de los godos atestiguan su independencia jurídica de Constantinopla: las cecas activas en territorio itálico continuaban produciendo numerario por delegación del emperador de Oriente, y de ahí que muy a menudo las monedas eran formalmente idénticas a las emitidas por Constantinopla. Uno de los problemas relativos a la producción numismática de los godos, sobre todo la de oro, consiste en la dificultad de distinguirla de la bizantina. A veces pueden ser de ayuda las siglas de la ciudad, el monograma del rey y la indicación de la ceca, pero a menudo estas indicaciones resultan contradictorias y no permiten determinar con certeza el origen de la moneda. Mejor definida está, en cambio, la producción de plata y bronce, en la que con mayor frecuencia y claridad aparece el nombre del rey de los godos. El hecho de que este pueblo adoptara con tanta facilidad la moneda en curso concuerda con la política de Teodorico (años 493-526), que se proponía la convivencia pacífica de los dos componentes de la población: el ostrogodo y el latino, manteniendo los elementos de la organización romana más aceptados y consolidados, entre ellos la circulación monetaria. Las monedas góticas dan testimonio de un paso importante desde el punto de vista económico: el dinero circulaba cada vez menos porque los intercambios eran también mucho más escasos. Así, el sólido se vuelve más y más raro, en tanto se hace más frecuente el tremis, su submúltiplo de 1, 5 g. Muy interesante es la trayectoria de la moneda de plata, que se vuelve extremadamente ligera, para las transacciones de pequeño volumen, mientras que las adquisiciones mínimas se efectuaban por trueque. El bronce, muy importante en la economía de la época, se convirtió en el material de las monedas pesadas, destinadas a intercambios de cierto alcance. En cualquier caso, en los tiempos de máximo esplendor de la hegemonía goda, bajo Teodorico, la situación económica fue relativamente favorable. El historiador contemporáneo Procopio explica cómo la economía venía caracterizada por la abundancia de mercancías y por precios relativamente estables y contenidos.

Los godos acrecentan su poder

Como siempre, observar la evolución de la moneda a través de las sucesivas situaciones históricas de un pueblo constituye un elemento clarificador de gran interés. Los bizantinos, en tiempo de Justiniano (años 527-565), quisieron recobrar sus posesiones en Italia, y así los godos se encontraron en guerra precisamente con quienes habían hecho posible su control de la Península. Las monedas (hasta aquel momento complacientes, incluso en la forma, con la autoridad reconocida en la figura del emperador oriental) presentan ahora el retrato del rey godo, queriendo con ello distinguirse y reivindicar la autonomía y la independencia. En las monedas acuñadas en Roma, aparece la figura del difunto Anastasio (años 491-518), el emperador que había concedido a los godos el derecho a acuñar moneda. Las cecas de las que procede la producción goda son Roma, Ravena (las monedas llevan spectivamente la inscripción invicta Roma y felix Ravenna, , Mediolanum (Milán) y Sirmium, localidad ésta de la actual Serbia. Tras la conquista por los bizantinos de Roma y Ravena, también acuñó moneda Pavía, llamada entonces Ticinum.




Las monedas de Bizancio

La fundación por Constantino 1 el Grande (306-337) de la ciudad de Constantinopla en 330, fue la señal concreta de lo que ya estaba madurando desde hacía décadas en el seno del mundo romano. Eran numerosos y complejos los problemas que pesaban sobre la civilización romana, todos ellos de alcance tan vasto y profundo como para no hallar respuesta salvo a través de un prolongado y tortuoso período de crisis que llevaría al fin del mundo antiguo y al inicio de lo que solemos definir como Edad Media. La dramática situación económica, causada en amplia medida por el latifundismo, provocó una pauperización de la agricultura, uno de los pila~ res no sólo económicos sino también sociales del mundo romano. La actividad comercial no gozaba de mejor salud, pues las guerras, la inestabilidad política y la crisis financiera habían bloqueado la producción y los intercambios. Las medidas tomadas con el fin de enderezar la situación se manifestaron como meros paliativos que, en realidad, agudizaron el inmovilismo del comercio y condujeron a la creación de formas coercitivas de trabajo. El latifundismo, siempre causa de obscurantismo y cuyos resultados productivos son escasos, el abandono de muchos terrenos cultivables y la necesidad desesperada de ingresos tributarios cada vez mayores, explican la evolución hacia la estructura social de la servidumbre de la gleba, típica del mundo medieval y en la que se obligaba a los colonos a permanecer adscritos durante generaciones a la tierra que trabajaban. A la anarquía generalizada se añadían las numerosas invasiones bárbaras que el Estado combatía de modo contradictorio, buscando por una parte rechazar violentamente a los enemigos hacia las fronteras, y por otra parte admitiendo en el ejército a muchos bárbaros (sorprendente solución inspirada por la crisis demográfica). Esta situación dañó irremediablemente la unidad del Imperio y alimentó unas fuerzas empeñadas en imponer los diversos provincianismos, las cuales, cada vez con mayor decisión y arrogancia, manifestaban su propósito de alejarse de la organización centralizada de Roma.

La solución de Constantino I

A todos estos problemas, muy presentes en el seno del mundo romano ya en la segunda mitad del siglo III, trató de darles solución Constantino 1 el Grande, quien por un tiempo pareció infundir nueva vida a la figura del emperador, a la manera de los grandes soberanos del pasado. Había comprendido bien la importancia de dejar de considerar el Oriente como una provincia del Imperio, como un mero apéndice de la curia romana. En efecto, las tradiciones y el indómito espíritu de rebelión debían hallar un cauce justo y digno, y poder expresarse de acuerdo con su peculiar mentalidad. La creación de un Estado autoritario, en el que todos los poderes se centralizaban en manos del emperador, jefe político y militar indiscutido, fue el principio sobre el que Constantino 1 basó su actuación. Si fueron revolucionarios los cambios llevados a cabo por el emperador en la organización del Estado, aún más radical fue su actitud en el plano religioso. Consciente de la importancia política, social y moral de la religión cristiana (cada vez más fuerte y organizada, sobre todo en Oriente), Constantino 1 promulgó en el año 313 el edicto de tolerancia (o de Milán, por la ciudad en que publicado), según el cual el cristianismo se incorporaba a las religiones del Estado. Esta proclamación de libertad religiosa provocó un cambio de actitud por parte de la sociedad cristiana que, desde hacía tiempo, se negaba a participar en la gestión de la cosa pública, privando con ello a la potencia¡ clase dirigente de un elemento muy calificado y emprendedor. La Iglesia y sus ministros fueron adquiriendo cada vez mayor poder, secundando al emperador en el quehacer político. Constantino 1, demostrando una notable habilidad, quiso presentarse como escogido por Dios para lograr el triunfo de la Iglesia. No tardó en atribuirse el cargo de jefe de ésta, inaugurando el , cesaropapismo (o sea el desempeño de los poderes político y religioso del Estado), que si no era aceptado en Roma sí estaba difundido en Oriente.

Una ciudad entre dos mundos

Constantinopla (la antigua Bizancio y la actual Estambul) se alza a orillas del Bósforo, en una situación de bisagra entre Europa y Asia, en el corazón de aquella civilización grecooriental que conocía la figura del rey-jefe religioso e incluso la consideraba la más adecuada a la gestión del Estado (pensemos en los faraones) y le tributaba todos los honores. El Imperio romano se dividió definitivamente en dos partes (oriental y occidental), y ésta fue otra de las causas de su debilidad y decadencia. Sin duda, el diferente destino de Constantinopla con respecto a Roma vino determinado por la favorable situación geográfica de la rimera de esas capitales, por una mejor organización militar y burocrática, y por una actividad económica que Roma hacía tiempo había olvidado. Además, fue importante su capacidad para absorber adoptar las experiencias de otros pueblos, sin renunciar a la originalidad y la identidad propias. Esta esquemática introducción es necesaria para comprender no sólo el auge de Constantinopla en comparación con Roma (ésta cayó en el año 476, mientras que el Imperio de Oriente prolongó su existencia hasta 1453), sino también para una correcta lectura de las monedas bizantinas, sólo en apariencia pobres y desprovistas de interés iconográfico.

Novedades de las monedas bizantinas

Se dice que las monedas bizantinas son la continuación de las romanas. Esto es verdad en parte, sobre todo en lo que se refiere a los primeros años del Imperio de Oriente, aunque con el transcurso del tiempo la producción fue adquiriendo cada vez más características propias y originales, vinculadas a la peculiar estructura de un Estado que tenía en el componente religioso uno de sus cimientos. Dicho componente se adoptó de inmediato para singularizar las monedas bizantinas, y constituye el rasgo más destacado y el punto de renovación total con respecto a las monedas anteriores. Todos los temas iconográficos, en efecto, se centran en la propaganda cristiana y en la figura de una autoridad civil revestida de una acusadísima sacralidad. Si se comparan las monedas griegas o romanas (en las cuales también aparecían divinidades) con las bizantinas, se advierten notables y hondas diferencias. El perfil de Atenea o el rostro de Aretusa, en las monedas del ámbito cultural griego, representan un municipio (en los casos mencionados, respectivamente Atenas y Siracusa) y no un concepto religioso. Las figuras de Diana, los Dioscuros, Marte, Minerva y el resto de las numerosas divinidades que aparecen en las monedas romanas, representan una tradición, simbolizan las virtudes o las características del pueblo latino, al igual que son alegóricas las personificaciones de la clemencia, la justicia o la @, piedad. En las monedas bizantinas se encuentran la cruz y las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos, a menudo representados en estrecha vinculación con el emperador, Se trata de una verdadera propaganda religiosa, de una especie de manifestación de los lazos indisolubles entre autoridad divina y terrena, los cuales constituyen la base de la existencia misma del Imperio, lo justifican y lo legitiman.

El arte de los grabadores

Precisamente en su figura oficial de titular del poder teocrático, el emperador asume un aspecto rígidamente convencional, iconografía ésta muy alejada de los hermosos retratos del mundo romano. Se transforma con ello en un símbolo y ya no se refiere a un tema específico. Se ha debatido mucho sobre el hieratismo, (actitud típica de un sacerdote) y la rigidez de las figuras imperiales en las monedas bizantinas. Muchos especialistas consideraban hasta hace alguni años que los grabadores tinos estaban totalmente desprovistos de sensibilidad artística y de habilidad. Lo cierto es que los artesanos que trabajaban en las cecas bizantinas eran en su mayoría excelentes cinceladores. Así lo atestiguan el cuidado y la atención puestos en la @ de las vestiduras imperiales, también éstas parte importante de los ritos en los que debía participar el emperador; y la diligencia aportada a la reproducción de los atributos del poder religioso y civil, como el orbe (esfera rematada por una cruz, que representa el poder temporal y espiritual de los que está investido el emperador), la corona, el cetro y el , mapa. Lo que aparece en las monedas no es más que la expresión del gusto figurativo del mundo oriental, mucho más inclinado a la abs, ción y el distanciaque al naturalismo. o bizantino asistimos a ¡a gran ciitusion de la técnica del mosaico, que, más allá del tema representado, determina el aplanamiento de las formas. Pues bien, de la misma manera, en las monedas se advierte un progresivo pero decidido paso de la tridimensionalidad de los retratos romanos, tan plásticos y expresivos, a la bidimensionalidad de los rostros bizantinos. También la evolución de los perfiles de los áureos romanos a la frontalidad de las figuras bizantinas se explica por el total desinterés hacia los volúmenes, la representación plástica de las formas y la caracterización psicológica: en los rostros de frente no es fácil representar con criterio naturalista los ojos, la mirada, una barbilla prominente o una nariz característica, pero esto no interesaba a los bizantinos. El retrato de perfil, por lo demás muy estilizado, se mantuvo en las monedas bizantinas hasta el siglo \Al sáo en los submúftipios de sólido (semis y tremis) y limitado en cualquier caso al ámbito de las monedas como residuo de la tradición romana. El hecho de que los artífices de los cuños raras veces busquen la-definición de un retrato, lo atestigua también el carácter a menudo puramente decorativo de la barba viril. En los retratos imperiales faltan a menudo indicaciones acerca de la edad del personaje representado, y cuando el emperador aparece con su familia (costumbre que se consolidó desde finales del siglo VI), sus hijos se diferencian por sus d mansiones reducidas: si se aislan los rostros de los jóvenes principes, no se diferencian de los de los personajes más ancianos. !> Las monedas acuñadas durante el Imperio bizantino recuperan en parte las denominaciones ya en uso en los úftimos años de la hegemonía romana. La moneda de oro bizantino, en efecto, era el solidus, introducido en la época de Constantino 1 y que luego se mantuvo como el eje de toda la economía bizantino. Constantino 1 basó su reforma monetada en el abandono de la defensa del denado, utilizado en las transacciones cotidianas y que los emperadores siempre habían protegido hasta aquel momento. El sólido se convirtió en el cimiento de la economía, el parámetro con arreglo al cual se medían los pagos de escaso volumen. El denario, ahora preferentemente de cobre, perdió todo poder de intercambio y causó una profunda crisis a gran parte de la población de artesanos y pequeños propietanos rurales. EJ Imperio de Oriente hizo suyo el sólido tanto en el peso como en la aleación, y lo conservó intacto hasta finales del siglo VI, sustrayéndolo a los procesos de degradación y devaluación (tras las diversas devaluaciones de la moneda de oro romana se había llegado al peso de 4, 54 g, equivalente a 1/72 tercio de sólido). monedas de plata, hoy todas ellas muy ras, eran el miliarense, introducido en la época del emperador León 111 (años 717-741) y la @, siliqua (1 miliarense = — 2 siliquas), que a su vez contaba con los submúltiplos de la media siliqua y el cuarto de siliqua.

Un gran número de reformas

i Los sistemas monetarios bizantinos sufrieron diversas reestructuraciones aún no aclaradas y definidas del todo. Entre las principales reformas recordemos Yla de Anastasio, del año 498, que introdujo la definición del foiiis, desde aquel momento claramente indicado y establecido por varias silas, así como provisto a menudo de ha e indicación de la ceca. ollis debe su nombre al signifioriginal de bolsa, cantidad de s que puede contener un saquio. En efecto, al principio se acostumbrapesar cierto número de monedas de cobre y, como garantía del valor declarado, se las sellaba en un saquito de cuero llamado precisamente @. Son numerosas las fracciones del foilis e interesantes las siglas con que se indican estas monedas, que tuvieron un período de gran fortuna bajo el reinado de Justiniano (años 527-565): la M y el numeral XXXX (o sea cuarenta numos) indican la unidad; la letra K y el numeral XX (20 numos), el medio follis; las letras I y B, el dodecanumo (12 numos); la I o la X, el decanumo (10 numos); la o la V, el pentanumo (5 numos). También existen monedas de 33, 16, 8, 4 y 3 numos. Las letras indicaban el valor en el mundo de lengua griega, y el numeral representaba el equivalente en el ámbito latino. Esto atestigua que la moneda bizantina tenía un vasto ámbito de circulación, y que había sustituido a la divisa romana en los intercambios de toda la cuenca mediterránea.

Una profunda crisis

El numo (nombre afín al griego antiguo nómisma, moneda, era la un¡dad de medida más pequeña entre las edas de cobre. Ya se ha dicho 1 sólido constituyó, durante unos siglos, la base de la economía bia, y durante este tiempo mantuacterísticas sustancialmente ins. En el reinado de Basilio 11 (años 976-1025), el sólido comenzó a cambiar de aspecto, adelgazando y ampliando su diámetro. Esta nueva versión del sólido, denominada stámenon nómisma, es ligeramente posterior a la introducción de una nueva versión de un submúltiplo del sólido (correspondiente más o menos a un quinto de la unidad), llamada tetarteron nómisma y acuñada a partir del reinado de Nicéforo 11 Focas (años 963-969). Los submúltiplos del sólido oñginado, semis y tremis, tienen su última emisión en las piezas acuñadas en nombre de Basilio 1 (años 867-886). El siglo Xi testimonia en la producción monetal la gran crisis económica que atravesó el Imperio bizantino: el sistema monetario, basado ahora en el stámenon nómisma y en el tetarteron nómisma, sufrió continuas devaluaciones, hasta el punto de que cuando Alejo 1 Comneno 1 (años 1081-1118) subió al trono, apenas las monedas pc dían considerarse de oro. Los discos sufren en este punto una modificación más bien in~ teresante, típica de la producción bizantina de los últimos siglos del Imperio: el metal, hasta este período más bien consistente, a veces incluso globular (como, por ejemplo, en Sicilia entre los siglos Vi¡ y ix), se adelgaza y, durante la acuñación, adquiere la forma cóncava de una escudilla. Estas monedas, llamadas esquifadas o escudilladas, presentan un diámetro mayor que el de los sólidos, son muy delgadas y los tipos resultan menos evidentes y relevantes. Se trata del hyperperon de oro y de su tercio, en electrón, aspron trachy, no ‘ mbre utilizado también para un submúltiplo de bronce destinado, con el tiempo, a devaluarse cada vez más. El nominal de electrón desapareció después de 1204, año en que la cuarta cruzada consumó la caída de Constantinopla en manos de los latinos, lo que provocó fortísimas repercusiones desde el punto de vista político, económico y militar. Menos radicales fueron, sin embargo, los trastornos monetarios: el Imperio, centrado ahora en la corte de Nicea (ciudad situada en la parte asiática de la actual Turquía), continuó acuñando los mismos nominales, aunque cada vez más devaluados. El envilecimiento progresivo e irrefrenable del metal de las monedas bizantinas durante la última dinastía de soberanos (los Paleólogos) atestigua una decadencia política y económica ya sin posibilidades de solución. La última reforma, emprendida por Juan V Paleólogo (1341-1391), abolió sin más las emisiones de oro: el sistema permaneció basado solamente en monedas de plata de amplio diámetro que sin embargo conservaron el nombre, hyperperon, de la vieja moneda de oro.

Retratos solemnes

Paralelamente a las vicisitudes económicas y metálicas de las monedas bizantinas, puede observarse un interesante recorrido iconográfico que revela cuán compleja y original fue aquella sociedad. Ya se ha subrayado el fuerte componente religioso en el interior de la organización política bizantina, el valor del rito, del símbolo, el absoluto desinterés por el dato naturalista. El rostro del emperador caracteriza toda la producción numismática bizantino y se representa principalmente de frente, entre otras razones para acentuar el valor solemne de la figura. Esta característica es compartida con el arte del mosaico bizantino (recordemos, entre tantos ejemplos, las representaciones de la basílica de San Vital, en Ravena) cuya disposición frontal de los personajes sugiere solemnidad y carácter oficial. En las monedas, los emperadores se representan casi siempre de frente, y sólo cambian los atributos: unas veces típicos de su función civil, y en otras ocasiones expresión de su poder militar, como en los sólidos de Constantino IV (años 668-685), cuya iconografía está ligada a la tradición tardorromana de la representación con atuendo militar. A menudo el emperador está acompañado de sus familiares, colocados en las mismas posturas, y a veces fianqueado por santos, la Virgen o el propio Cristo. Cristo aparece por vez primera de manera explícita en las monedas en tiempo de Justiniano 11 (años 685-695 y 705-71 1) con una imagen en extremo bella y cuidada: de frente, como es natural, con una cruz detrás de la cabeza, cabellos largos, una poblada barba y en actitud de bendecir con la mano. En el segundo período de su reinado, Justiniano 11 volvió a la iconografía de Cristo, pero algo cambiada, con los cabellos cortos y rizados, la barba apenas insinuada y el libro de los Salmos entre las manos.

Iconografia sacra

Un tema tan importante y comprometido como Cristo suscitó, empero, una fortísima polémica que se reflejó no sólo en las monedas, sino en todos los campos del arte bizantino: con León 111 (años 717-741) se inició la lucha iconoclasta, en la que prevaleció la facción que deseaba proscribir absolutamente cualquier representación en forma humana del Espíritu divino que es Dios el que destruye las imágenes sacras). La lucha se prolongó, no sin violencias ni enfrentamientos internos, hasta el año 842, año de la muerte de Teófilo y del acceso al trono de Miguel 111 (años 842-867), bajo el cual se volvió a representar con renovada atención y cuidado la imagen de Cristo, y se introdujo la refinada composición de Dios entronizado. Con León Vi (años 886-912) apareció por vez primera la figura de la Virgen, tan frecuente en el arte bizantino en frescos y mosaicos. También en las monedas, después del año 1 000, encontramos tanto la bella iconografía de la Virgen orante, en actitud de rezar con las manos abiertas vueltas hacia el cielo, como la sugestiva escena de la Virgen con el Niño. Los últimos años del Imperio se caracterizan por una iconografía muy peculiar, que sigue teniendo como protagonista a María. Una escena muy especial es la que aparece en las monedas de factura más tosca y de metal depreciado, propias de la dinastía de los Paleólogos (a los cuales correspondió, por espacio de casi doscientos años, la tarea de guiar el restaurado Imperio de Constantinopla tras el paréntesis del Imperio latino). Y en efecto puede hablarse de escena, pues se trata de una composición casi teatral: la Virgen orante está rodeada por las murallas de la ciudad, punteadas por diversas series de torres. El estilo es muy tosco, casi sumaño, pero sorprende el criterio compositivo que, en el interior de una superficie tan limitada y tradicionalmente reservada a unas pocas indicaciones, incluye el elemento espacial. En este grupo de monedas se encuentra otra composición original, la del emperador arrodillado delante de Cristo, que lo bendice. También en este caso, si se prescinde del dato estilística, la bellísima escena revela una gran frescura de ideas y apertura a las novedades. Es bastante para hablar de un renacimiento en las primeras décadas de la época paleóloga. Naturalmente, no faltan los santos entre los personajes representados: el arcángel Miguel, san Jorge y san Demetrio aparecen por vez primera bajo la dinastía de los Comnenos (a finales del siglo Xi hasta finales del Xil). Una figura muy frecuente en los reversos de las monedas bizantinas es la del ángel, Inicialmente se trataba de la Victoria alada, de derivación romana, símbolo de éxito y poderío. Durante las primeras décadas del siglo VI, la afortunada figura pagana se transformó en un ángel alado, mucho más apropiado para la religión cristiana, que los emperadores bizantinos estaban llamados a observar y divulgar. En tiempo de León 111 el Isáurico (años 717-741) se planteó una cuestión de carácter religioso y político muy compleja y delicada. Desde sus mismos albores, la religión cristiana, profesada clandestinamente durante años, no pudo impedir la proliferación de reñidas disputas sobre algunos dogmas fundamentales. Estaba muy difundida en los territorios orientales, y en neta antítesis con la mentalidad católica occidental, la herejía monofisita. Los monofisitas sostenían que en Cñsto había una sola naturaleza, la divina , monos, en griego, significa único, y physis se traduce por naturaleza), contraviniendo así uno de los dogmas básicos del catolicismo, el de la doble naturaleza, divina y humana, del Redentor. Además, en Oriente estaba muy extendida la idolatría fanática de las imágenes divinas, algunas de las cuales se denominaban achiropo ietes, o sea, no hechas por manos humanas. Esta adoración exagerada y la convicción de que la divinidad no debía representarse nunca con las imperfecciones de la naturaleza humana, dieron lugar a una reacción que de estrictamente religiosa se convirtió también en polftica: los monoflsftas tendían en efecto a un alejamiento muy claro de la Iglesia romana, en la que no se reconocían, presionando para crear una fractura incluso política en favor de la autonomía de los ámbitos grecoorientales. León se puso de parte de los monofisitas con la intención (política más que religiosa) de consumar una ruptura definitiva con el Imperio de Occidente. La creación y veneración de imágenes religiosas fue prohibida por ley. El hijo de aquel emperador, Constantino V (años 741-775), alentó auténticas persecuciones contra los católicos y contra los monasterios, que por cierto atesoraban enormes riquezas. El problema no tardó en conducir a una situación muy tensa que desembocó a su vez en una escisión entre el mundo occidental y el oriental, incompatibles desde hacía siglos por tradiciones y mentalidades. La ruptura definitiva se produjo en el siglo Xi con el cisma entre Roma y la Iglesia oriental independiente, llamada también ortodoxa, esto es, la de recta opinión. En la iconografía de las monedas, la lucha contra las imágenes comportó un mayor interés hacia la figura imperial, que se beneficiaba de aquella restricción de temas, e insistía en la propaganda sobre la propia función simbólica y el propio poder, Sin embargo, se asiste a una ulterior rigidez de las formas y a un aplanamiento del estilo. La única referencia a la religión continúa siendo la cruz, que aparece muy a menudo en el reverso de las monedas durante el período iconoclasta. La cruz no es caracteristica sólo de este período, pues ya desde la segunda mitad del siglo v aparecía con frecuencia en las monedas, en particular erigida sobre una base escalonada, reproducción del exvoto propuesto por Constantino I como símbolo de la fe victoriosa.

¿Cuándo cayó el imperio romano?

La división de los diversos períodos históricos es algo convencional, aunque se basa en importantes y profundos acontecimientos que sacudieron las civilizaciones, hasta el punto de justificar el fin de una era y el inicio de otra. A propósito de la decadencia del mundo antiguo, no todos los historiadores se muestran de acuerdo en aislar un único acontecimiento como particularmente significativo y simbólico del paso a la época medieval. Algunos juzgan precisamente el año de la fundación de Constantinopla y del traslado oficial de la corte imperial a esta ciudad, como el más indicado para señalar el fin de Roma y de lo que durante siglos había representado. Otros prefieren el año 395, año de la muerte de Teodosio, cuando se dividió concretamente el Imperio romano, hasta ese momento garante, en teoría, de la unidad de Oriente y Occidente. Muchos numismáticos hacen comenzar las monedas bizantinas a partir de Arcadio, el hijo de Teodosio al que se asignó el gobierno oriental. También hay quien ve en el saqueo de Roma, llevado a cabo en el año 41 0 por Alarico al frente de los godos, el momento más evidente de ruptura con un pasado de conquistas y de hegemonía romanas. La tradición más extendida, sin embargo, sitúa en el año 476 el verdadero fin del mundo antiguo: la deposición del último emperador, Rómulo Augústulo, débil, insignificante y muy joven (por ello apodado , Augústulo), sería el signo evidente del cambio radical de los tiempos. En todo caso, resulta obvio que el paso de un equilibrio político, social y cultural a otro se ve desde diversas perspectivas, y que son necesariamente subjetivas las interpretaciones de unos cambios tan radicales.




Las monedas del pueblo hebreo

Los hebreos son una estirpe étnicamente afín a los fenicios y a los asiriobabilónicos, y sus orígenes, según la Biblia, hay que buscarlos en el territorio de Ur, en Caldea, región situada en las costas del golfo Pérsico y atravesada por el Éufrates. Este pueblo (cuyo nombre significa precisamente , gentes venidas del otro lado del río), tras un peregrinaje que duró varios siglos, alcanzó la zona meridional de Siria conocida comúnmente por Palestina, y llamada por los judíos tierra de Canaán o , que significa fuerte en Dios. Las monedas hebreas constituyen la fiel expresión del pueblo que las acuñó, pues están estrechamente ligadas a su sensibilidad religiosa y a sus vicisitudes históricas. Presentan, en efecto, una iconografía limitada y artísticamente mediocre, reflejo de la típica aversión de los semitas hacia las imágenes elaboradas y, especialmente, en relación a la imagen humana.

Contra las figuras antropomorfas

Al contrario que las civilizaciones vecinas (como la egipcia, devota de gran número de animales en cuyo honor se labraban imágenes a las que se rendía culto), los hebreos ven a su Dios sólo con el pensamiento, y consideran una profanación representar a una divinidad en figura humana y en un material VII y perecedero. La divinidad es inmortal, eterna e irrepresentable. A propósito de la plasmación antropomorfa de las divinidades, en la Biblia se lee: . . . tales ídolos son groseros espantajos, privados de la palabra. Necesitan incluso ser transportados, pues no caminan. Por tanto, no hay que temerlos, puesto que no pueden causar perjuicio. E igualmente, de ellos no puede venir nada bueno. Y también: , El Señor dijo: “Yo soy el Señor, tu Dios. . . No tendrás dioses extranjeros. . . No harás escultura ni imagen alguna de lo que está en lo alto del cielo ni de lo que está abajo, en la tierra. . . No adorarás tales imágenes ni les rendirás culto alguno”. En las monedas del pueblo hebreo, en efecto, no aparecen figuras humanas, y toda la iconografía se reserva a objetos del cult(5 de Yhwh (tetragrama impronunciable, como impronunciable es el nombre de Dios), esto es, del Eterno, el Creador. Desde un punto de vista histórico, en el transcurso del tiempo se observan los símbolos de las potencias extranjeras que gobernaron la tierra prometida, sin alcanzar nunca a someter al : entre ellas figuraron los reyes de Siria, los egipcios y los romanos.

Primeros testimonios

La Biblia se refiere a pagos desde la época de los patriarcas: José (hacia el año 1800 a. C.) fue vendido por sus hermanos envidiosos a unos mercaderes egipcios por cinco sicios. A este pasaje bíblico se le reconoce cierto fundamento histórico, puesto que está probado que hacia el siglo XIX a. C. una grave escasez empujó a los hebreos a Egipto. Pero no cabe atribuir a la palabra el significado que tuvo luego, de auténtica moneda de plata: ese episodio debe interpretarse como un intercambio realizado mediante lingotes de plata, y no pudo ser de otro modo, puesto que la moneda, con las funciones que hoy le atribuimos, nació después del siglo Vi¡ a. C. Las primeras monedas verdaderas acuñadas por el pueblo hebreo se remontan a tiempos relativamente recientes (fines del siglo 11 a. C., en época de Juan Hircano, el primero que mandó acuñar monedas con el nombre de un príncipe judío). En la Biblia, sin embargo, abundan las referencias a monedas de varios países, seguramente en circulación en el seno de una sociedad inclinada por naturaleza al comercio: dáricos y sicios medos, tetradracmas de los Seléucidas de Siria y de los Lágidas de Egipto, y tantas otras monedas. Éstas las pesaban y cambiaban los banqueros sentados en su banco. Una sociedad marcada existencialmente por la pequeña propiedad inmobiliaria había evitado la concentración de grandes patrimonios en manos de unos pocos, y favoreció, sobre todo en época helenisticorromana, la posibilidad de que muchos judíos adquiriesen gran experiencia en las actividades comerciales y acumularan enormes riquezas (piénsese en las compañías que alquilaban barcos y en el nacimiento de los primeros bancos, gestionados precisamente por los judíos). Las primeras monedas hebreas tuvieron una circulación estrictamente local, y sus tipos eran una corona, una palmera, el cuerno de la abundancia y una azucena, representados en un estilo muy tosco. Bajo Alejandro Janeo (Jonatán), las leyendas en lengua hebrea iban acompañadas de otras en griego. Los romanos, después de haber sometido Siria y a los Seiéucidas, que dominaban Palestina, no tardaron en intervenir en esta última región, aprovechando las guerras civiles que estaban debilitando a los judíos.

Roma entra en escena

En el año 63 a. C., Pompeyo tomó al asalto Jerusalén, aliado a una de las facciones en lucha. Siguió una larga serie de soberanos hebreos que demostraron ser dóciles vasallos del poder romano. Entre ellos, recordemos a Heródes el Grande (años 40-4 a. C.), quien no cuidó mucho de la ortodoxia religiosa, y confió más bien en el apoyo de los romanos, tan odiados por su pueblo. Los tipos de las monedas remiten en general a los anteriores, y presentan además el trípode y el acrostolio (la parte prominente de la proa de un barco), siguiendo con frecuencia la tradición helenística. Además de la presencia intermitente de la fecha o de la indicación del valor, se encuentra, en griego, la leyenda , título conferido por el Senado romano. Esta inscripción indica la supeditación política a la que Palestina se había visto reducida, y es una señal de cómo había desaparecido ya la figura de un jefe, a la vez político y religioso, del pueblo hebreo. Bien distinta era la situación en los tiempos de Saúi, David y Salomón (1 020-933 a. C.). El sucesor de Herodes el Grande fue aquel Herodes Antipas que, aterrorizado por la amenaza de un nuevo rey de los judíos, ordenó la @. Su nieto Agripa acuñó monedas de tipología híbrida, testimonio de un momento de transición política e histórica y de una crisis que conduciría a la total asimilación del territorio hebreo por los romanos. En efecto, Herodes Agripa, educado en Roma, obtuvo de Calígula el control de la región. De esta estrecha relación con el poder central dan testimonio las monedas, que, a la manera romana, llevan las figuras de la Victoria y de la Fortuna, elecciones en verdad sorprendentes dado que la religión hebrea era radicalmente monoteísta y, por ello, no podía aceptar imágenes paganas en las monedas ni en cualquier otra forma de expresión. Aún más escandaloso debía parecerle a la sociedad hebrea el retrato del emperador que, a veces, aparecía en esas monedas, lo mismo que el del propio Agripa con su hijo, que se representa en las monedas acuñadas en Cesarea. (En las acuñaciones de Judea, sin embargo, se incluían sólo los tipos del parasol ritual y de la espiga.)

Testimonios de la autoridad

Durante la dominación romana, los diversos gobiernos fueron autorizados a emitir monedas de bronce, de circulación estrictamente local, Presentan los tipos característicos de Palestina, como la espiga, la palmera, la vasija de dos asas y la corona. Bajo Poncio Pilatos, en particular, se adoptaron símbolos típicamente romanos, como la corona de laurel y el lituus@ el bastón curvado de los augures, sacerdotes de la religión latina. Aparecía además el nombre de Tiberio, señal, para algunos especialistas, de que estaba vigente una política abiertamente antijudía, que había de conducir a una lucha cada vez más radical y decidida entre ambos componentes e efecto, en el año 66 d. C breos, exasperados por lz fiscal de los funcionarios r y por la obligación de acep autoridad imperial que 1 doxos no podían admitir, manifestaron brotes de rebelión. Ésta propició dos tipos de emisiones. La primera, de los alzados, com prendía monedas de plata (sicios medios sicios) que llevaban los tipos la copa y de la azucena, con una leyenda que nombraba expresamente a @, Israei y Yerushalaim hacdoshá ). Se acuñaron también sicios de bronce con la inscripción , Herut Zion, o sea , libertad de Sión, casi un grito, la proclamación de la voluntad de resistir, la afirmación absoluta de la independencia religiosa y política del pueblo hebreo.

La revuelta aplastada

La segunda serie de monedas, emitida en nombre de los emperadores romanos Vespasiano, Tito y Nerva, constituye una especie de respuesta a las monedas acuñadas durante la revuelta: las leyendas (, ) y Iudaea deducta (esto es, Judea domeñada, arrebatada al control de los revoltosos) subrayan no sin arrogancia la destrucción de Jerusalén (año 70 d. C.). Muy significativa y expresiva es la representación escogida para estas monedas: en algunas de Vespasiano y de Tito aparece una palmera bajo la cual está sentada una mujer llorando, que es la personificación de Judea. En un sestercio de Nerva, se lee: Fisci iudaici calumnia sublata, leyenda que hace referencia explícita al impuesto pagado por los judíos al fisco imperial. Según la frase propagandística del emperador, habría sido barrida la falsa acusación de una exagerada exacción fiscal al pueblo hebreo. Pero las difíciles relaciones entre Judea y los romanos no terminaron: cuando el emperador Adriano, en el año 132 d. C., quiso reedificar Jerusalén y levantar sobre las ruinas del Templo un nuevo santuario dedicado a Júpiter, los hebreos se rebelaron. Dio comienzo así al levantamiento de Bar Kokebas, el hijo de la estrella, cuyo nombre aparece en diversas acuñaciones de plata y de bronce. Esta rebelión, también ahogada en sangre, fue la última manifestación de un pueblo que, a partir del año 135 d. C. (año de la diáspora), se dispersó por el mundo. Las monedas de este período son muy interesantes y ricas en referencias cronológicas, iconográficas e históricas. El jefe de los revoltosos aparece con el nombre de Simón, detalle que durante algunos años ha confundido a los especialistas, quienes pensaban que estas piezas debían atribuirse a otro período histórico. Las monedas de plata, las más de las veces acuñadas sobre denarios romanos, como demostración del estado de extremo aislamiento y de precariedad con que se llevó a cabo la rebelión, llevan a menudo la fachada del Templo, que tanta importancia histórica y simbólica tuvo siempre para el pueblo hebreo. Sobre el Templo hallamos la estrella que alude al nombre del jefe de los alzados. En el reverso de estas monedas encontramos el cáliz y el Iulav ritual. Este último comprendía una palma (lulav) unida a mirto (hadas), sauce (aravá) y cedro (etrog). También existen monedas de bronce, de gran módulo, muy probablemente destinadas a pagar a las tropas. Las leyendas aluden todas a la libertad de Jerusalén y a la redención de Israel. Para fechar estas piezas, se toma como punto de referencia el inicio de la revuelta. A menudo, en ellas aparecen también racimos de uva, la ¡ira de tres cuerdas, el cáliz para el vino y la palma, símbolos caros a la tradición ritual hebraica. !>

El templo de Jerusalén

Símbolo concreto de la religiosidad hebrea, el Templo de Jerusalén se erigió en una colina que mandó nivelar especialmente el rey Salomón (961933 a. C.) como parte de una obra de ampliación y embellecimiento de la ciudad, que debía comprender también construcciones grandiosas, como las murallas y el palacio real. El Templo lo edificaron, en siete años, obreros y artesanos coordinados y dirigidos por maestros de obras fenicios, y presentaba unas dimensiones notables: por los restos actuales de los muros del perímetro, sabemos que tenía una longitud de 450 m y una anchura de 300 m. Tal vez era un edificio modesto en comparación con los templos egipcios de Luxor y de Karnak, pero muy considerable habida cuenta que constituía la expresión de un pueblo, el hebreo, que hasta aquel momento había estado integrado por pastores y agricultores. El Templo no era un lugar de oración, sino la morada de Dios, donde los sacerdotes custodiaban el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley. Se comprende bien el valor religioso que llegó a tener el Templo de Jerusalén, escenario de numerosos ritos, como la visita anual y la presentación de ofrendas. Los lugares donde se alzó el Templo de Jerusalén no son sólo caros a los judíos; para los cristianos, en efecto, son igualmente sagrados, puesto que están vinculados a la juventud y a la predicación de Jesús. También para ¡a religión islámica el Templo tiene la mayor importancia simbólica, ya que, según la tradición, el profeta Mahoma oró allí poco antes de morir.




Monedas con contraseñas y cistóforos

En las monedas romanas se encuentran a menudo contraseñas. Se trata de símbolos, figuras o letras que se grababan en una segunda fase, en piezas ya acuñadas. Conviene distinguir entre las contraseñas privadas y las oficiales, efectuadas por el Estado. Las primeras se realizaban con un punzón en frío, y las segundas, más frecuentes, se grababan en caliente, llevando la moneda a una temperatura que, sin llegar a fundirse, admitiera los signos de la contraseña. Durante el período imperial romano, abundan los ejemplares de bronce con contraseña, sobre todo para la época comprendida entre los reinados de Nerón y de Galieno (siglos 1-111), mientras que las contraseñas son más raras en las monedas de plata. Hasta hace poco tiempo se creía que no existían monedas de oro con contraseña, pero en 1989 se descubrió un áureo de Tiberio (años 14-37) en el que resultan evidentes dos letras impresas con un punzón de 3, 5 milímetros de diámetro.

Por que se ponían contraseñas en las monedas

Son diversos los motivos por los que se ponían contraseñas en las monedas, esto es, por qué se modificaba con un elemento muy visible una pieza ya completamente acuñada y utilizada para el cambio. La contraseña podía ofrecer una garantía añadida sobre la bondad del metal y su peso, o podía autorizar un nuevo lanzamiento al mercado de monedas ya retiradas, cuando faltaba el metal para la acuñación de nuevo numerario. Podía suceder también que tras la muerte de un emperador aún no estuvieran dispuestos los cuños con el retrato de su sucesor: mientras tanto, se hacían circular monedas acuñadas bajo el emperador difunto, con una contraseña consistente en el nombre del nuevo soberano. En otros casos, las contraseñas atestiguaban la adhesión a un determinado partido político: tal es el caso de algunos punzones que aparecen en monedas del año 69, el agitadísimo año de los cuatro emperadores. En este período, el vacío de poder y la confusión política fueron tales y de tal magnitud, que se acostumbraba testimoniar la fuerza adquirida por el partido de cada uno mediante una contraseña en las monedas, el vehículo propagandístico más influyente de aquellos tiempos.

Los cistoforos

Entre las monedas denominadas imperiales griegas (úrbicas, coloniales, provinciales) se cuenta asimismo el grupo de los cistóforos. Se trata de monedas de plata que toman el nombre del peculiar tipo que las distingue: la cista (un recipiente de forma cilíndrica), de la cual sale una serpiente. Esta original iconografía se relaciona con el culto de Dionisos, puesto que en las diversas versiones mitológicas vinculadas a este personaje (llamado también Baco) se hace referencia a marañas de serpientes que, por encanto, aparecían al manifestarse el dios, honrado como patrono de la naturaleza y como dispensador de vida y de vino a los hombres. El culto de esta divinidad se pierde en la noche de los tiempos, y es verosímil que desde el mundo oriental llegara a Roma y a los territorios controlados por ella. El cistóforo sigue prácticamente el mismo itinerario: nacido hacia el año 200 a. C. en las ciudades de Asia Menor que formaban parte del territorio de Pérgamo, se extendió con rapidez a Misia, Frigia y Lidia, hasta qué fue adoptado también por los romanos, que habían llegado a Anatolia. Al principio, estas monedas no llevaban otra indicación epigráfica que el nombre de Filetero, el fundador de la dinastía de Pérgamo. Esta representación agradó a los romanos, que continuaron la acuñación aun después de crear la provincia de Asia (año 133 a. C.), y realizaron las emisiones en nombre de los magistrados o los emperadores. De Marco Antonio a Septimio Severo se encuentran ejemplares de esta serie caracterizada por el peso basado en la metrología griega, puesto que se trata de tetradracmas. En las monedas romanas, no siempre está presente la cista mística: por ejemplo, en las primeras emisiones, en nombre de Augusto, aún la encontramos, pero en las posteriores tiende a desaparecer. Muy pronto, también en la otra cara se va alterando la iconografía original de las dos serpientes que rodean imágenes de tema variado. Este elemento, después de haber caracterizado los cistóforos griegos, aparece por última vez de forma completa en las monedas de Marco Antonio y de su esposa Octavia (casada con él en el año 40 a. C. y repudiada en el año 32 a. C.). Los principales centros de producción de los cistóforos fueron Pérgamo y Éfeso. Y, en efecto, a menudo en los cistóforos de época imperial aparecen evidentes referencias a esos centros. En una pieza acuñada en tiempo de Adriano (años 1 1 7-138) domina, por ejemplo, la estatua de Diana de Efeso, claramente citada además en la leyenda , Diana ephesia), flanqueada por dos ciervos, animales consagrados a la divinidad. Con el tiempo, la iconografía de los cistóforos se uniformiza con respecto a la de las monedas coloniales, y presenta figuras simbólicas (por ejemplo, Claudio y la Fortuna, Vespasiano acompañado por una mujer que representa Roma), enseñas legionarias (Domiciano) o espigas de trigo (Trajano). Lo que sobrevive de las primeras emisiones y que continúa caracterizando esta serie tan original es el peso, que ya no se refiere al denario corriente.




Otras monedas romanas anómalas

Estaban muy ligadas a la tradición romana las monedas VOTIVAS, que evidencian una costumbre muy interesante: cuando se elegían los cónsules, en el mes de enero, se acostumbraba formular públicamente votos (llamados augurios o auspicios) por la prosperidad del Imperio y la salud del emperador. En las emisiones anteriores a Cómodo (años 180-192), las monedas votivas se caracterizan por la iconografía del emperador en el momento de ofrecer sacrificios, solo o acompañado de sacerdotes. Después, estas monedas presentan dentro de una corona la leyenda que las caracteriza. También existen numerosas medallas votivas: solían ser de cobre y se producían con fines de ofrenda por parte de ciudadanos particulares, o por iniciativa de los colegios sacerdotales como premio de los juegos celebrados en honor de las divinidades.

Las monedas legionarias

En honor a las legiones, unidades militares cada vez más importantes para el designio expansionista romano, se crearon las monedas LEGIONARIAS. El primero en mandarlas acuñar fue Marco Antonio (muerto en el año 30 a. C.), quien quiso que en estas emisiones figurase el águila. Este animal era el símbolo de las legiones desde los tiempos del cónsul Mario (años 157-86 a. C.). Bajo Mario, la organización militar experimentó profundos cambios: el ejército, hasta entonces formado por pequeños terratenientes y con un papel defensivo, se transformó en un ejército de conquista, constituido por voluntarios que percibían un estipendio y, por tanto, eran , estimulados también por la perspectiva de repartiese el botín. Desde aquel momento, el ejército acumuló cada vez más poder, y los generales, a los que los soldados se vinculaban indisolublemente como artífices que eran de su fortuna, adquirieron un amplio poder político. Marco Antonio, con sus emisiones legionarias, no hizo sino sancionar y subrayar la enorme importancia del ejército en todas las vicisitudes recientes y contemporáneas: precisamente en su tiempo se estaba librando la guerra civil. También Galieno (años 253-268) dedicó a las legiones una hermosa y consistente serie de monedas en las que aparecen varios animales que representaban las diversas unidades militares. No es casual que esto sucediera en un período de gran crisis política, durante la cual sólo el que conseguía poner de su parte al ejército lograba prevalecer sobre las demás fuerzas. Se trataba de auténticas monedas, con las que se abonaban las pagas semanales de los soldados: de ellas quedan raros ejemplares de plata (no faltan, sin embargo, algunas piezas de oro, aunque son objeto de discusión), caracterizados por la presencia del número y del nombre de la legión.

Fichas y tarjetas

Ya se ha insistido en que la moneda extrae su valor y su legitimidad gracias a la marca del Estado que la emite con la garantía de un peso y de una ley metálica, conforme al sistema metrológico oficial. En la Antigüedad, a menudo circulaban especímenes muy parecidos por su aspecto a las monedas, pero sin carácter de oficialidad y legitimidad. En Roma estaban difundidas unas fichas que servían, probablemente, para los cálculos contables del Estado. Otras se usaban para el juego privado y que representan, no sin ironía, a personajes dedicados a juegos como la morra. Otras fichas servían como entradas para los espectáculos circenses o teatrales. En estas últimas encontramos, con grandes caracteres, un número que va del 1 al XVI, circundado por una corona, que algunos interpretan como el correspondiente a la localidad destinada al espectador, mientras que otros lo consideran una indicación del valor (recordemos que 16 ases formaban un denario). La otra cara la ocupaba, por lo general, el retrato del emperador o de uno de sus familiares: resulta muy evidente la diferencia entre las piezas distribuidas en época altoimperial (Augusto y Claudio) y en el Bajo Imperio, que cubren un período que va de Juliano a Honorio (del siglo 111 al V). Estas fichas de bronce no existieron en los años que median entre Claudio y Juliano, y aparte hipótesis no del todo convincentes, no hay explicación para ese vacío. Otras piezas monetiformes llevan en una cara una medida de grano y en la otra un ánfora: estas fichas servían para recibir una ración de trigo @ Je vino. De hecho, son el equivalente de los mas recientes vales de racionamiento. Entre las tarjetas de diverso tipo que circulaban en Roma, recordemos también las SPINTRIE. Muy afines en su reverso a las fichas destinadas a entradas de teatro, en el anverso representan escenas eróticas. Probablemente, con estas tarjetas se pagaba en las casas de placer, pues hubiera constituido una ofensa casi sacrílega traspasar los. umbrales de uno de esos establecimientos con una moneda que llevara el retrato imperial. A menudo las spíntrie las distribuían los propios emperadores durante los juegos circenses, junto con otras tarjetas y con missilia, esto es, regalos que arrojaban al público. La circulación de las spintríe, que son extremadamente raras, aparece bajo Tiberio (años 14-37) y termina con el reinado de Domiciano (años 81-96).

Medallones, torneados y batidos

Durante todo el Imperio se batieron monedas de peso y módulo superiores a la norma, los llamados MEDALLONES, producidos en oro, plata y bronce. No se trata, como podría pensarse, de medallas: éstas por lo general son de fabricación privada, no están destinadas a la circulación y, por tanto, no están afectadas por las disposiciones en materia de iconografía, peso, módulo y ley metálica. De las medallas que conocemos, los medallones romanos poseen sólo una acentuada función celebrativa y conmemorativa. En realidad se consideran monedas a todos los efectos, por cuanto su emisión estaba garantizada por el Estado, y su peso era siempre un múltiplo del numerario oficial. Rarísimos bajo Augusto, los medallones son en cambio bastante frecuentes con Trajano, Adriano, los Antoninos y Cómodo (en el siglo 11). Se hicieron más esporádicos en los años siguientes, aunque se encuentran ejemplares hasta la caída del Imperio. La factura es en general muy cuidada: sus mayores dimensiones no admitían un grabado apresurado. La belleza y el cuidado aportados a estos medallones atestiguan su uso más probable: la ostentación de poder, la transmisión de un mensaje de prestigio y de honor que alcanzaba a quien los encargaba y al destinatario. Es verosímil que monedas fueran regaladas a personajes de relieve, como oficiales de las legiones, signatarios de la corte o emisarios de reyes bárbaros con los que los romanos se ponían en contacto durante sus conquistas. Aunque eran múltiples de la moneda oficial, su utilización no afectaba a los cambios: en efecto, se han encontrado muchos ejemplares de medallones montados en joyas con trabajos de la época. Sabemos además que se colgaban en las enseñas militares. A menudo los medallones de bronce presentan sólo el retrato del emperador en el anverso, mientras que el reverso permanece liso, y llevan una montura de metal diferente que aumenta su diámetro. Con seguridad, incluso sin el reborde, no eran de pequeñas dimensiones: del primer medallón que se conoce, acuñado bajo Augusto y de un valor de 4 áureos, se llega a las piezas por valor de 1 00 áureos acuñados bajo Heliogábalo (años 218 a 222). De la época de Constantino poseemos ejemplares de 8 sólidos, y de la época siguiente, múltiples de hasta 40 sólidos de oro y de plata. Son rarísimas en el mercado numismático las piezas del Alto Imperio, mientras que resultan relativamente más numerosos los ejemplares a partir de Galieno. Junto con los medallones, merecen recordarse los llamados TORNEADOS (medallones torneados), los cuales, pese a que en algunos aspectos se asemejen a los primeros (módulo ancho y efigie del emperador en determinados ejemplares), se diferencian por algunas característi cas fundamentales. Ante todo, no se trata d monedas, sino de auténticas medallas si curso legal. Además, el estilo de las representa ciones no es ciertamente cuidado y refinado como el de los medallones. Otra característie propia de los torneados es la gran variedad d los personajes representados: además de lo emperadores aparecen Homero, Pitágoras Demóstenes y también Minerva, Hércules Mercurio y el infaltable Alejandro Magno. E nombre torneado deriva de que las represen taciones del anverso y del reverso están delimi tadas por un surco hecho a torno, muy próxim al borde. No obstante, a menudo aparecen efigies de emperadores como Nerán y Trajano (siglos 1-11) por lo que se acepta comúnmente que esta medallas no se produjeron hasta los siglos IVEs controvertido, en cambio, su destino: algu nos hablan de fichas para la entrada en el circo pero en este caso su valor intrínseco resultaré desproporcionado. Muchos sostienen que s trata de peones de un juego que desconoce mos, basándose en que muchos de estos torneados sólo presentan desgaste en el reverso, como si se hubieran hecho resbalar repetidamente por algo semejante a un tablero o un paño. Otros más piensan que se trata de amuletos o medios de propaganda pagana, pero a esta última hipótesis se contrapone otra, no menos verosímil, que ve en ellos un significado cristiano. Muy incierta, y acaso estrechamente relacionada con el empleo de los contorneados, es la naturaleza de los bronces BATIDOS. Se trata de piezas de bronce del período imperial, que presentan todo el borde batido a martillo, a fin de realzarlo. La cantidad de batidos es notable, y hace pensar que el martillado pudo obedecer a un uso específico y no a simple vandalismo. !>

La ‘Damnatio memoriae’

Con todos los respetos hacia los histocadores modernos que se proponen despejar el campo de lugares comunes, son proverbiales las crueldades de Calígula (años 37-41) y Nerán (años 54-68). Obviamente, la personalidad de estos emperadores es mucho más compleja y rica, y durante su reinado conocieron incluso momentos de favor popular. No menos indiscutible es que la tendencia a una monarquía absoluta, la eliminación de numerosísimos parientes y ciudadanos y la crueldad de los pretorianos de los que se rodearon, atrajeron a ambos emperadores muchos detractores y enemigos. En las monedas, espejos fieles de la historia, se encuentran abundantes expresiones de la condena que recayó sobre los soberanos culpables de acciones crueles: sus retratos aparecen desfigurados y sus nombres, raspados y en ocasiones mutilados. Este es el caso, por ejemplo, de Calígula, cuyas monedas presentan el nombre de Caius convertido en aius, mientras que las de Nerón ostentan profundos surcos que afean la imagen. Sucedía a menudo que la damnatio memoriae (la condena del recuerdo) llevaba al borrado completo del nombre aborrecido, como se observa en algunas monedas de Tberio (años 14-37), en las que el nombre de Sejano está completamente raspado. Ello resulta del todo comprensible, puesto que este prefecto del pretodo, crudelísimo y ambicioso sobremanera, después de haber conquistado la confianza del emperador no dudó, por avidez de poder, en asesinar al único hijo de Tiberio, Druso Julio César.