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Monedas especiales de época romana

Dentro del vastísimo ámbito de las monedas romanas, merecen recordarse algunas series del período imperial, por las particularidades que presentan y que hacen de ellas un interesante tema de estudio y coleccionismo. Se trata de monedas que por sus leyendas, figuras o destino resultan excepcionales respecto de las emisiones normales.

Las monedas póstumas y de consagración

Suelen definirse como póstumas todas las emisiones que presentan en el reverso el retrato de un emperador difunto (contrariamente a la costumbre que sitúa la figura imperial en el anverso), mientras que en el anverso figura el nombre del emperador vivo que ha dispuesto la acuñación. Como es obvio, este caso se daba cuando el soberano recordado había gozado en vida de gran popularidad. Tal es el caso de las monedas póstumas de Augusto, mandadas acuñar por su sucesor Tiberio para celebrar y recordar la figura del fundador del Imperio. En las monedas póstumas no sólo encontramos un manifiesto mensaje de celebración, sino también un sutil discurso demagógico, como resulta evidente en las monedas de Tiberio, el cual, mediante sus emisiones, trataba de subrayar la continuidad del gran designio político de su predecesor, y sugerir la bendición augural recibida de Augusto con este fin. También póstumas, y por tanto encargadas por el sucesor del soberano glorificado, si bien con características peculiares, son las monedas de CONSAGRACIÓN (en las que, por lo general, aparece la palabra consacratio). Ante todo, se distinguen de las primeras por el tipo figurativo constante: se halla con gran frecuencia una pira funeraria arrastrada por una cuadriga, un águila volando (variantes: el ave puede estar posada en un cetro o en un globo) o también un templo cerrado. Si el personaje consagrado es una emperatriz, la iconografía presenta un pavo real o la Piedad, que ofrece un sacrificio sobre un trípode, o bien el carpento (carro fúnebre) arrastrado por dos mulas y la Augusta transportada al cielo por un águila. De la descripción de las figuras escogidas para estas monedas se infiere el motivo por el que fueron acuñadas: se trata de monedas creadas para solemnizar la deificación del emperador o de su cónyuge. Entre las monedas de consagración, generalmente de plata, recordemos una emisión en concreto, de la época de Filipo el Árabe (años 244-249), para celebrar el primer milenario de Roma: eran de aleación de plata muy baja y llevaban la imagen del emperador con la corona radiante en el anverso y el ara o el águila en el reverso.

Las monedas de restitución

Estas monedas reproducen fielmente emisiones anteriores, de época republicana o impeda¡, ya sin valor legal por haber sido retiradas o fundidas. Esta producción tenía la finalidad de recordar a personajes o acontecimientos del pasado, con evidentes fines propagandísticos. La única variante respecto de las originales radicaba en la presencia del nombre del emperador, bajo el cual se consignaba la nueva emisión y se añadía rest (es más raro que aparezca restituit). Cronológicamente, su aparición se limita a los años que van desde Tito (años 79-81) a Marco Aurelio (años 161-180). Nada fáciles de encontrar en el mercado numismática, las monedas de restitución solían acuñarse en plata, pero hay ejemplares de oro y bronce. Tito, Domiciano y Nerva produjeron ese tipo de monedas de la época de la dinastía Julia Claudia; Trajano, monedas de ¡a época comprendida entre Augusto y Tito, y existen emisiones dispuestas por Marco Aurelio y Lucio Vero.

Las monedas coloniales

Algunas monedas romanas del período imperial se dividen en ÚRBICAS (o municipales), PROVINCIALES y COLONIALES, según la estructura administrativa de la región que las emitía. Se trata de acusaciones realizadas en diversos países que constituían el Imperio, son la expresión concreta de uno de los grandes problemas que afectaron a la civilización romana y provocaron su hundimiento. La cultura de estas regiones, alguna de las cuales se hallaba a gran distancia de la i, era radicalmente distinta de la rodaba, pues, una incomprensión nía de la diferencia de lengua y de la religión y de la organización política, elementos todos que aparecen claramente reflejados en las monedas, caracterizándolas y determinando su aceptación y ciculación. Gran parte de las monedas coloniales (para utilizar un término genérico que las designa todas) presentan, pues, esas diferencias puesto que regulan la vida concreta de los pueblos: a menudo las leyendas están escritas en caracteres griegos, y exhiben una iconografía cuyos símbolos, divinidades, reproducción de ciertos monumentos, descripción de algunos ritos de la vida cotidiana, se hallan más cerca de la cultura y la mentalidad de los pueblos a los que se destinan. En algunas de esas monedas, llamadas también impropiamente imperiales griegas, se encuentran la representación de Serapis (divinidad grecoegipcia que tuvo en Alejandría su mayor y más famoso templo), la personificación del río Nilo (monedas de Alejandría), las montañas del Argeo (región de Capadocia) o el busto de Abgar Vil¡ (rey de Edesa, en el norte de Siria). En cualquier caso, las monedas coloniales, más allá de las evocaciones concretas de un mundo lejano, presentan una iconografía específica: el tipo del Sileno (ser mitológico imaginado con forma humana, pero con orejas, cola y pezuñas de caballo), la Loba amamantando a los gemelos (evidente remisión a la mitología original del pueblo hegemónico), un hombre que guía dos bueyes uncidos con un yugo (una de las principales actividades de las provincias era la agricultura) o enseñas militares (para subrayar las campañas de conquista de los territorios en cuestión). Los metales empleados para estas peculiares emisiones se limitaban siempre a la plata y al bronce. En efecto, no existen áureos coloniales.

El culto al emperador

En todas las civilizaciones arcaicas, y sobre todo en el mundo helenístico, estaba vigente el culto del rey en tanto que mediador entre los hombres y las divinidades. Esta visión de realeza sagrada, que los romanos aborrecían en los primeros años de la República, se fue difundiendo y fortaleciendo a medida que empeoraba la crisis del Estado. En un momento dado, los generales romanos, deseosos de afirmar un poder absoluto vinculado a su propia persona, empezaron a imitar la figura del rey divinizado de tipo helenístico, entre otras causas por el contacto cada vez más estrecho con determinadas civilizaciones, por razones políticas y militares. Pensemos, así, en el comportamiento de Antonio que, fascinado desde hacía tiempo por el mundo helenístico, una vez en Egipto adoptó el estilo de vida y los valores de Oriente. Julio César, que había desempeñado el cargo religioso de pontifex maximus, fue divinizado después de muerto con el título de , Divus luilus por decreto del Senado. Aunque Octavio rechazó oficialmente cualquier culto a su persona, aceptó el título de Augusto (año 27 a. C.) vinculado a sus funciones religiosas, mientras en sus monedas a menudo aparece el águila, símbolo de la divinidad. Donde más radical era la concepción del soberano divinizado, se le dedicaron templos y altares (Lyon y Colonia). En Oriente, Octavio recibió los títulos de César olímpico y Zeus liberador. A su muerte se convirtió en Divino Augusto y fue colocado entre los demás dioses. Como bien se observa en las monedas, en un pñmer momento la civilización romana aceptó el culto del emperador sólo si había fallecido, pero luego, y también bajo la influencia cada vez más poderosa del helenismo oriental, el soberano pretendió recibir honores y cultos divinos en vida, como sucedió en el caso de Calígula, Nerón y todos los emperadores subsiguientes a partir de finales del siglo ¡l. El honor de ser elevado a la divinidad debía haber correspondido sólo a los mejores, pero las contingencias políticas de aquellos años hicieron que este privilegio se concediera a emperadores muy mediocres. Así, desde César hasta Constantino el Grande, no menos de 47 soberanos y sus respectivas cónyuges obtuvieron la consagración. Pero en las monedas sólo aparecen 30 personajes deificados: a menudo la consagración aparece confirmada por la leyenda ex sc, cuyo significado es que este honor se confe@a por decreto senatorial (las letras sc significan senatus consulto.




Monedas imperiales: los temas del reverso

Toda la producción monetal del Imperio se caracteriza en el anverso por la iconografía constante del retrato. Sin embargo, no deben considerarse de menor interés e importancia las representaciones del reverso, a través de las cuales se narra gran parte de la historia romana, Esas imágenes describen la vida de aquellos años y los cultos religiosos, reproducen monumentos y contienen figuras simbólicas y diversos mensajes propagandísticos. La política imperial tenía necesidad de una amplia caja de resonancia para celebrar sus empresas, subrayar sus éxitos y poner de relieve disposiciones de alcance social. Pues bien; en los reversos de las monedas hallamos una crónica, muy precisa y fechada con exactitud, de aquellos acontecimientos, y podemos proceder a su consulta como si se tratara de un archivo.

Una mitología rica en figuras

En el ámbito de un programa de política interior que tiene como elementos cardinales la evocación de los principios fundamentales de la religión, el respeto a los antepasados y la devoción hacia las figuras de la leyenda romana, resulta obvio hallar en los reversos de las monedas imperiales las efigies de divinidades: Júpiter, que entre los romanos tutelaba la fuerza de los ciudadanos y su capacidad para dominar a los demás pueblos, y les asistía en su misión de transmitir y difundir la civilización latina; Vesta, protectora de la familia, de la paz, de la concordia y, por tanto, también del Estado romano, todos ellos conceptos básicos de la propaganda imperial, sobre todo durante las primeras décadas; Minerva (cuyo nombre latino deriva del término mens en el sentido de inteligencia), divinidad femenina protectora de la paz, de las artes y de los oficios; Marte, divinidad al principio vinculada a la agricultura y luego a la guerra; Diana, diosa de la Luna y de la caza, muy amada en Roma; Saturno, divinidad propiamente itálica, a la que se atribuían los méritos de la creación de los utensilios para el cultivo de las plantas y de la vid y la capacidad de haber dado a los pueblos, desperdigados y sin organización social ni política, una única sede y la estructura de un verdadero pueblo; Mercurio, protector del comercio; y tantas otras divinidades. Tampoco faltan las figuras heroicas o de la tradición legendaria, como Aquiles, Eneas, las Furias, los Genios, los Gigantes, Rea, Silvia, Hércules empeñado en sus celebérrimos trabajos, la Loba que amamanta a los gemelos Rómulo y Remo. . . La lista podría alargarse mucho. Son frecuentes las personificaciones de conceptos e ideales como la Abundancia, la Felicidad, la Victoria, la Pietas (término que designa el sentimiento de devoción y adhesión a los dioses, a los antepasados, a la familia y a la patria, el sentido del deber y de honestidad que no puede faltar a un ciudadano romano), la Justicia, la Clemencia, la Concordia, la Fortuna y la Libertad. A menudo, en el reverso de las monedas hallamos a personajes de la familia imperial o bien retratos del mismo emperador mientras lleva a cabo algunas gloriosas empresas: recordemos, a título de ejemplo, a Trajano al galope en una moneda que celebra la empresa de la conquista de la Dacia (realizada en dos etapas, de los años 1 01 a 102 y de 105 a 106), y un sestercio de Adriano, un emperador que viajó muchísimo durante su reinado (años 1 1 7-138), y en el que el poderoso personaje aparece representado en su encuentro con un indígena durante su paso por la Galia.

Celebraciones de empresas militares

Las conquistas militares -excluido el período de la dinastía Julia, cuando la preocupación básica consistió en garantizar la paz, invocada por todos después de tantos años de dramáticas guerras civiles- fueron los supremos argumentos de la propaganda de muchos emperadores, que puntualmente celebraban esas empresas en las monedas. Citemos las luchas contra la población judía, llevadas a cabo en varias ocasiones bajo Vespasiano y bajo Tito, la victoria de Domiciano sobre los germanos, celebrada en un áureo en la figura de una mujer prisionera, sentada en un escudo en actitud de desesperación. A propósito de conquistas, existía la costumbre de personificar la región conquistada, como puede verse en las emisiones de Adriano, Antonino Pío y Ciodio Albino, en las que aparecen mujeres que representan Britania, Hispania, Galia y Partia.

Una ciudad retratada en las monedas

Un capítulo muy fascinante es el de las monedas que llevan imágenes de monumentos arquitectónicos. Los romanos eran grandes constructores, y su espíritu práctico y organizador hallaba en la edificación su expresión más natural. Tito representó en sus monedas el celebérrimo Coliseo (anfiteatro Flavio), Trajano quiso que en sus emisiones figurasen el circo Máximo y la columna Trajana. El templo de Mercurio aparece en las monedas de Marco Aurelio. Pero ¿es fiel la reproducción de los diversos monumentos en las monedas? Conviene precisar que, probablemente, el grabador no había visto con sus propios ojos muchos de los edificios representados. A menudo, los artesanos hacían resaltar los elementos más característicos de la construcción, y en otras ocasiones prevalecía el gusto narrativo. En algunos templos, la figura de la divinidad aparece bajo la columnata, cuando en la realidad el lugar que se le reservaba se hallaba en el interior del edificio. Pero mediante esta convención se conseguía caracterizar el templo aunque no se respetara la realidad objetiva. También merece recorda se la presencia de animal el cocodrilo (en algunas monedas de Augusto acuñadas para Egipto), el toro y algunos seres mitológicos como Pegaso, la Esfinge o el Capricornio, que encontramos en algunas monedas de Vespasiano.

Las reformas monetarias en la época imperial

Durante el Imperio se sucedieron varias reformas que reflejaban períodos de crisis política o económica, dificultades que fueron recurrentes en el principado, Augusto adoptó diversas medidas para crear en la producción monetaria un sistema orgánico y un producto de buena calidad que pudiera distinguir y caracterizar el poderío de Roma, ahora grande también en lo económico y comercial. Hacia el año 65, Nerón modificó la proporción del contenido de metal precioso del áureo y del denario (el primero se redujo a 7, 28 g, y el segundo se fijó en 3, 41 g). Esta decisión la tomó Nerón para tratar de ganarse el favor de las clases medias, dedicadas al comercio y a la artesanía y adversarias de la aristocracia, compuesta por latifundistas y senadores. La reforma tenía la finalidad de dar un nuevo impulso al denario, la moneda de las capas medias de la población, y de rebajar el valor del áureo, atesorado por los aristócratas. Pero el aspecto más renovador y característico de esta reforma fue la introducción de una nueva moneda de oricalco, con todos sus múltiples: sestercio, dupondio, as, semiás y cuadrante. Este experimento no tuvo éxito, y menos de un año después se suspendió la emisión. Bajo Domiciano (años 81-96), el peso del áureo y de la plata recuperaron las proporciones del período de Augusto, pero esta decisión, demagógica y anacrónico, fue abolida por Trajano (años 98-117), que volvió a rebajar el peso de las monedas. En el año 215, bajo Caracalla (años 198-217), se registró una nueva reforma monetaria. Ante todo, el peso del áureo se rebajó y pasó a 6, 50 g. Luego se introdujo la pieza de dos áureos, denominada doble áureo o binón. Además, Caracalla dio vida a un doble denario bautizado con el nombre de su propia familia (los Antoninos): antoniniano. Esta moneda debía relanzar la producción en plata, pues el denario sólo contenía un porcentaje bajo de este metal precioso. El antoniniano pesaba 5, 12 g y estaba caracterizado por la imagen del emperador, que lleva una corona de rayos. Cuando la autoridad efigiada es una figura femenina, en el antoniniano el retrato viene caracterizado por una luna en creciente. La producción de denarios no fue abolida bajo Caracalia, y ambas monedas de plata se mantuvieron con diversas proporciones hasta que, bajo el reinado de los Filipos (años 244-249), la producción del glorioso denario de plata se abandonó. La suerte del antoniniano no fue mejor: aunque siguió acuñándose muchas décadas, acabó estando constituido por un ánima de bronce recubierto de una ligera capa de plata, ya sin una referencia concreta de peso y sin prestar atención alguna al aspecto formal. También Aureliano (años 270-275) llevó a cabo una importante reforma monetaria. Juzgando inconveniente y, sobre todo, fuente de fáciles alteraciones ilegales la existencia de excesivas cecas periféricas (ya eran más de 500), el emperador limitó los talleres repartidos por el territorio del Imperio, haciéndolos depender directamente de Roma, y uniformó los pesos, los tipos representados y la lengua que figuraba en aquellas importantes tarjetas de visita del poder constituido que eran las monedas. Para devolver a estas últimas cierto prestigio, pues en los años anteriores se habían descuidado mucho incluso en el aspecto formal, Aureliano promovió el retorno al antiguo cuidado en el grabado. Se trató además de fijar un nuevo peso para la acuñación del oro, y se procuró estabilizar el antoniniano. En torno a los años 295-29( a cabo la reforma de DIOCIE que creó una nueva monec bronce, el foilis. En la 1 ducción de esta época ex¡también un bronce que, en el detalle de la corona de rayos, recupera el tipo del antoniniano. En estos años, la moneda de plata se denomina argenteus, mientras que el término denarius designa la moneda corriente de bronce, muy usada para los pequeños pagos diarios. Diocieciano, que reorganizó completamente el Imperio después de años de gravísima crisi política y duras guerras civil intentó una compleja reforma que incluía la organización del ejército, una reestructuración administrativa y una compleja reforma tributario. Con su edicto de los precios (año 301), Diocieciano trató de frenar la vertiginosa subida de los precios que la grave crisis económica y la pesada presión fiscal habían provocado, pero la iniciativa sólo dio como triste resultado la desaparición del mercado de los productos fundamentales y el aumento de la especulación. Desde un punto de vista estrictamente documental, este edicto es muy interesante porque relaciona los precios que, en teoría, no debían superarse, y ello da una idea de los valores de las principales mercancías en circulación en aquellos tiempos. A Constantino, autor de la última y gran reestructuración del Imperio, no sólo se le recuerda por el fundamental edicto del año 313, con el que consagraba el cristianismo entre las religiones del Estado, y por la fundación de la nueva capital del imperio de Oriente, Constantinopla, En efecto, se le recuerda también por la gran reforma monetaria del año 310. Emitió una nueva moneda de oro de 4, 54 g de peso, denominada solidus, al tiempo que abandonaba la defensa del humilde denarlo. El sólido muy pronto dominó el mercado, con el efecto de hundir el valor del denario, arruinar a las capas bajas y medias de la sociedad, y enriquecer aún más a los potentados. Bajo Constantino se crearon otros nuevos nominales: la siliqua, de plata, de 2, 27 g de peso y el , de 4, 54 g y por eso llamado también doble siliqua, El nummus centennionaiis, con valor de 1/100 de siliqua y con peso de 3 g, de bronce vino a sustituir el ya muy devaluado foilis, que tuvo más fortuna en Constantinopla.




La era imperial: domina el retrato

Ya se ha hecho referencia a la gran atención que los soberanos de la antigua Roma dispensaron, desde los primeros años del Imperio, a un vasto designio propagandístico estrechamente ligado a sus propias personas. En una sociedad habituada a no vincular el poder a un solo hombre (recordemos la gran fragmentación de los cargos en época republicana y la absoluta temporalidad que los caracterizaba), hacer respetar a una única persona constituía un elemento de gran importancia, y de que ese respeto se lograse dependía gran parte del consenso.

Monedas para celebrar el poder

Las monedas se utilizaron también con la finalidad antedicha, aunque fueran objetos de dimensiones muy reducidas y hechos de materiales que difícilmente permitían matices y detalles. Pero en cualquier caso se logró crear una galería de retratos de excepcional fidelidad física y penetración psicológica. En estos años se sintió la necesidad de identificar con un individuo concreto, y con características físicas muy personalizadas, el recuerdo de cuanto él hizo por Roma: atrás quedaba la época de Cincinato, en la que el ciudadano romano tenía como único objetivo anularse para bien del Estado y dedicar su vida a la res publica (cosa pública), para regresar al anonimato una vez la comunidad ya no le necesitaba. El emperador desempeña un cargo vitalicio, y durante su gobierno quiere ser celebrado, desea que su imagen pueda representar, en una dimensión lo más amplia posible, el poder constituido. La referencia a una persona con características somáticas lo bastante precisas, tiene también la función de aportar seguridad al ciudadano, de dar cierta concreción al poder y, por tanto, de inducir a una mayor obediencia y a cierto grado de devoción. El mecanismo es bastante sencillo: si no se conoce a aquel a quien se desobedece, uno no se ve frenado por excesivos escrúpulos, mientras que si se puede conferir un rostro y una identidad a quien gobierna, si se tiene conciencia de que esa persona existe, uno se siente idealmente exhortado a colaborar con él en pro del bien común. Precisamente sobre esta función paternalista se basó la propaganda imperial en los primeros tiempos.

El culto de la personalidad: un tabu superado

El primer personaje vivo inmortalizado en las monedas fue Julio César: en efecto, con anterioridad estaba prohibido reproducir las facciones de un contemporáneo, a fin de evitar que se crease aquel culto de la personalidad tan aborrecido por los romanos desde que expulsaron a sus reyes (año 509 a. C.). Los retratos de los primeros emperadores resultan todavía bastante estereotipados en las monedas, si bien están realizados con cuidado y atención, privilegiando el mensaje de autoridad, seguridad y decisión que debía acompañar la nueva trayectoria política. Con Calígula (años 37-41 d. C.), los grabadores implantan verdaderamente el arte del retrato. Por primera vez aparece en Roma la figura del emperador en los sestercios. Es muy bello el retrato de Claudio (años 41-54 d. C.): los artistas nos transmiten el perfil de un hombre viril, de mentón voluntarioso; una imagen cuya nobleza realza un cuello largo y elegante. De Nerán tenemos dos grupos, ambos interesantes y bien caracterizados: el primero representa al emperador muy joven (alcanzó la dignidad imperial siendo aún adolescente, 17 años, de los años 54-68 d. C.), de rasgos gentiles y delicados, mientras que en la segunda parte de su vida, caractedzada en política por graves delitos y por un absolutismo muy riguroso, aparecen retratos que lo presentan pesado, con la mirada fiera y obstinada. En tiempo de Nerón, y prescindiendo de lo que se expresaba en las monedas, el arte del grabado atravesó un momento de gran esplendor, que se prolongó en los años siguientes: recordemos el hermosísimo perfil de Galba (año 69 d. C.), a quien se representa sin complacencia alguna en edad avanzada, y se subrayan la sotabarba, las ojeras y el cabello ralo en las sienes. Estamos muy lejos, ciertamente, en términos temporales y de mentalidad, de aquellas figuras masculinas de belleza irreal que aparecían en las monedas griegas. Muy expresivo y de notable realismo es el retrato que nos presentan algunas monedas de Vitelio (año 69 d. C.) y Vespasiano (años 69-79 d. C.), fundador de la dinastía Flavia. De este último emperador tenemos un retrato de un expresionismo casi violento, hasta tal punto es realista y despiadado el perfil de un hombre desprovisto de toda gracia, con nariz ganchuda, mentón prominente y ojo pequeño aunque de mirada sumamente aguda. Bajo Adriano (años 117-138 d. C.) emperador nacido en España, el arte del retrato monetal experimenta un renovado impulso: por vez primera un emperador se hace retratar con barba en las monedas, característica que adoptarán muchos de sus sucesores. Su gusto artístico se nota también en la villa de Tívoli y su mausoleo, hoy Castillo de Sant’Angelo.

La mujer protagonista de la vida social

Probablemente, la característica de la barba registra un cambio en la moda, y lo mismo sucede con el einado de las muieres (generalmente esposas, hijas y parientes próximas del emperador), las cuales exhiben elaborados y bellísimos tocados en ocasiones utilizables también como elemento decorativo: destacan, entre todos, los de Plotina y Matidia, respectivamente esposa y sobrina de Trajano, imágenes tan cuidadas en la reproducción del peinado como para convertir éste en un elemento ornamental. No son infrecuentes en las monedas los retratos de estas , augustas: recordemos el hermosísimo perfil de la esposa de Adriano, Sabina, y el de la matrona Faustina, casada con Antonino Pío. Podríamos recordar a otras muchas, para testimoniar la gran consideración en que se tenía por aquellos años a las mujeres, a menudo incluso como partícipes directas del poder político. Durante el reinado de los Antoninos (de los años 96-192 d. C.), se asiste a un lento declinar del espíritu realista que caracteriza los retratos en las décadas anteriores: los rostros están menos cuidados y resultan más bien rígidos, desprovistos de vida y de carácter. Las guerras civiles que se suceden a partir del año 192, fragmentan el poder imperial y multiplican las cecas, con la consiguiente falta de unidad estilística y la introducción de muchos elementos típicos de las cecas provinciales, a veces tendentes a la caricatura y no muy atentas a reflejar los detalles. El período que media entre los años 238 y 244, definido como los años de la anarquía militar, señala un momento de gran crisis política y militar del Imperio romano, que se refleja también en (os retratos, de los que no pocos se ejecutan con minucia y aplicación. Otro factor fundamental en el cambio de estilo radica en que va enraizando en Roma la figura del emperador divinizado, esto es, que ya no se le considera un hombre, sino un semidiós, según un concepto de tradición oriental. En el ámbito de esta nueva visión carece de sentido hablar de retrato realista, puesto que la figura imperial ya no presenta características humanas y, por consiguiente, ya no es lícito ni digno reproducir algunos de sus defectos físicos. El retrato se vuelve cada vez más un estereotipo, como podemos apreciar en los rostros de Diocieciano (años 284 a 305 d. C.), Maximiano (años 286-305 d. C.), Majencio (años 306-312 d. C.) o Licinio (años 308-324 d. C.). Bajo Constantino el Grande (años 306-337 d. C.) hay un nuevo mensaje que comunicar: Constantino se ha convertido en paladín del cristianismo, y precisamente en los símbolos de este último se centran las novedades en materia de monedas, mientras que el rostro permanece estandarizado y desprovisto de una caracterización específica.

El retrato en Roma

El arte griego siempre ejerció una grandísima fascinación sobre los romanos, e incluso provocó cierto complejo de infehoñdad frente a algunos sectores concretos como la estatuaria, hasta el punto de que durante siglos los artistas romanos se limitaron a realizar réplicas y a copiar las grandes obras griegas. El retrat6, en cambio, fue un capítulo de genuina tradición itálica, y en él los romanos se sintieron dewnculados de cualquier ejemplo, Nacido de la práctica de la escultura funeraria en el siglo I a. C., el retrato, sin referencias a ningún canon y sin recurso alguno a teorías filosóficas, debía reproducir las facciones del difunto, cuyos rasgos corporales, queridos para sus parientes, debían quedar fdmente reflejados. La ff~¡la Funeraria no tiene en sí nada de artístico, pues está construida por un vaciado del rostro del fallecido. Su particulafidad radica en la disposición a aoeptar lo especfflw del indmduo, incluso en sus aspectos menos gratos. Este retrato veñsta era adquirido induso por las clases b4as. Junto a las efigies de personajes ilustres como Pompeyo y Cicerón, ambos del siglo I a. C., tenemos el grupo familiar de Lucio Vibio y Ve¿ilia Hilara con su hijo (siglo I a. C.), figuras que expresan c te su origen popular. VaJe la pena recordar, para comparados con algunos hermosos retratos fenieninos que aparecen en las monedas, los bustos de Octavia y de la Dama romana, de los que resulta eviidente una gran vivacidad expresiva y una búsqueda de caracterización del personaje con rasgos agudamente realistas.




Roma: de la república al imperio

Con la conquista del poder por Julio César, Roma se encaminó a una forma institucional de tipo monárquico: la República permanecía intacta en apariencia, pero el poder se concentraba cada vez más en unas solas manos, Cuando en el año 44 a, C. César fue proclamado dictador perpetuo, así como emperador vitalicio, se hizo evidente la anomalía respecto de las instituciones republicanas. La muerte del gran político, acaecida poco después, malogró sus planes de gobierno y desató una furiosa guerra civil que concluyó en el año 31 a. C. con la batalla de Accio, episodio que para muchos historiadores señala el inicio del período imperial o, en todo caso, del definitivo declinar de la república. En la aplicación de su previsora e inteligente política, Octavio, que venció en Accio a la facción de su antagonista Marco Antonio, se mostró muy atento a no dar por concluido el período republicano. Antes bien, todo su programa propagandístico se centró en la exaltación de los valores y los ideales del pasado. De manera gradual y prudente, el entero ordenamiento político experimentó mutaciones encaminadas a justificar jurídicamente la posición de Octavio, el cual estaba reuniendo en una sola persona y sin límites de tiempo, todos los cargos que durante la República habían estado rigurosamente repartidos entre varios magistrados. Octavio prefirió actuar de forma gradual: primero asumió el título de princeps, luego el de augustus, y por último el de imperator. También se le atribuyeron el poder tribunicio, los cargos de cónsui, y procónsui, y la dignidad de pontifex maximus, lo que le permitía reunir en su persona el control decisivo y único de todos los órganos de poder. La reestructuración de Octavio Augusto (llamado también simplemente durante el Imperio) fue global, y comprendió la reforma del ejército y del aparato administrativo y burocrático. Se dedicó gran cuidado y atención al muy delicado problema de reforzar las fronteras y a dejar bien sentada la autoridad central en aquellos territorios más reacios a aceptar el control de Roma. Como si fuera un momento de reflexión y consolidación, el programa de Octavio apuntaba, pues, a reafirmar el control en los territorios, y desistía por el momento de la antigua política expansionista.

El arte como instrumento de consenso

Para garantizar estabilidad a su poder, Augusto dedicó muchas de sus energías y de su inteligencia a la organización del consenso: el arte y la literatura se convirtieron para él en instrumentos refinados y preciosos para la propagación de los valores del principado, los cuales insistían en el ideal de continuidad con respecto a la antigua civilización romana. La devoción a los dioses, el culto de los antepasados y la exaltación de la dignidad y la rectitud de los hombres que habían engrandecido Roma, fueron algunos de los argumentos preferidos por Augusto y por los ilustres hombres de cultura que lo apoyaron y que pusieron su arte al servicio de este complejo designio político y social. Entre tantas contribuciones destaca la de Virgilio y su Eneida, obra que celebra la grandeza de Augusto atribuyéndole ascendencia divina, como descendiente de Eneas, hijo éste de Venus, y de cuya prestigiosa figura se hacía derivar la estirpe latina. En el conjunto de este ambicioso proyecto político, artístico y social, figuran también las monedas, que en esta época sufren varias modificaciones tanto en la forma como en la sustancia. Dos elementos en particular resultan evidentes en esta primera fase de las acusaciones imperiales: la elevada producción de las cecas situadas fuera de Roma (en época republicana, la ceca capitolina era prácticamente la única en activo) y la organización de una serie completa de nominales, basada en reutilizar los ya existentes y en la creación de nuevos valores fraccionarlos de la moneda base.

Cecas descentralizadas para las monedas de oro

Siguiendo el modelo helenístico, Augusto dispuso una amplia variedad de nominales que comprendía monedas de oro, plata y cobre. Una de las novedades que mejor caracterizan la época imperial es la introducción del oro en el sistema monetario romano: a partir de Augusto, todos los emperadores, salvo raras excepciones, mandarán acuñar con su propio nombre y con su retrato el nummus aureus o denarius aureus, llamado sencillamente aureus (áureo). Esta moneda, que se convertirá en un medio de intercambio difundido en todo el territorio del Imperio, presenta características peculiares. Como ya se hizo con las monedas de plata, la producción de oro estaba bajo el directo control del emperador y se desarrollaba principalmente en centros fuera de Roma. En las monedas de bronce y oricalco, todas acuñadas en Roma, aparece la sigla SC, que sintetiza la fórmula senatus consulto. Esto indica que este tipo de emisiones estaba sujeto al control y al decreto del Senado, Esta sigla, dominante primero en el campo y luego, poco a poco, de dimensiones cada vez más reducidas, caracterizó toda la producción fraccionaría del Imperio hasta la crisis del siglo III a. C., cuando estas acuñaciones fueron interrumpidas en medio de una crisis generalizada y profunda del sistema monetario. No debe sorprender esta diarquía (o se duplicidad de poder) relativa a las emisione monetarias (tesis que por lo demás no es acep tada por todos los especialistas): en realidad s remitiría a una costumbre ya en uso durante e último período de la República. Junto a las emi siones sujetas al control del Senado en la per sona de los tresviri monetales (tres hombres, magistrados, propuestos para el control de 1 producción de moneda), existían las emisione imperatorias, confiadas a la responsabilidad del comandante investido de imperium y destinadas a satisfacer las necesidades militare fuera de Roma. Además, esta diarquía se extendía a otros sectores de la organización imperial; por ejemplo en el terreno militar administrativo, en el que había provincias senatoriales e imperiales. Las primeras, ya pacificadas y bajo el control de Roma desde hacía mucho tiempo, eran administradas por el Senado; las segundas, conquistadas más recientemente y aún agitadas por fermentos separatistas, necesitaban de la presencia constante de legiones militares y dependían directamente del emperador como jefe del ejército. La producción en oro comprende el submúltiplo llamado quinario, igual a la mitad del áureo (áureo = 25 denarios de plata; quinario = 12 denarios y medio de plata), fracción que se produjo de manera esporádica y siempre en cantidad limitada, Cuando se introdujo, bajo Augusto, el aureus se valoró sobre la base de 1/42 de libra (o sea alrededor de 7, 80-7, 95 g), como en tiempo de César. Con Nerán, el áureo pasó a 1/45 de libra, con la reforma de Caracalla a 1/50 y con Diocieciano a 1/60. En tiempo de Constantino, ya en la primera mitad del siglo IV, nació una nueva moneda de oro llamada solidus, que tenía una proporción de 1/72 de libra y se dividía en semissi (1/2 sólido) y tremissi (1/3 de sólido). A causa de las numerosas reformas monetarias que se sucedieron durante el Imperio, la pieza de oro sufrió diversas modificaciones, tanto en el peso como en la frecuencia de las emisiones o en el tipo de elaboración. La aleación, en cambio, mantuvo siempre el grado más elevado de pureza, y esto debe resaltarse porque tuvo fundamental importancia en la difusión de la moneda. !> En la historia de la Roma imperial se encuentran numerosos términos que presentan matices léxicos aparentemente mínimos, pero que en realidad tienen gran peso. Además, muchos títulos se emplean hoy en una acepción distinta de la que tenían en aquella época. Se hace necesario, pues, explicar qué entendían los antiguos romanos cuando empleaban tales términos. Hoy la palabra dictator se asocia con figuras de dictadores de infausta memoria, tiranos liberticidas que asumen un poder absoluto por tiempo indeterminado. El dictator latino, antes de Julio César, era un magistrado excepcional que tomaba el poder como resultado de una decisión senatodal y en circunstancias de grave dificultad para el Estado, sobre todo de tipo militar. En esos momentos se imponía la exigencia de una única y sólida guía para no caer en el caos, y por eso el dictador-comandante recibía poderes extraordinarios por un período de seis meses, eventualmente renovables. Otro término que merece precisiones es imperator. Éste tiene muy poco en común con la idea moderna del emperador según el modelo austrohúngaro. Empezó a usarse ya en época republicana, y cuando Octavio lo adoptó significaba general victorioso, título atribuido por los soldados al comandante que los había conducido a la victoria. En su origen fue, pues, un término honorífico y de exaltación, y en una segunda etapa el imperator se convirtió simplemente en el comandante del ejército, dotado deimperium, esto es, de mando supremo, el más amplio poder militar, jurídico y administrativo, Más adelante, el término adquirió el valor de titular del poder absoluto, con la ión política e institunal que se mantuvo después en todas las lenguas románicas. En las monedas imperiales, esta palabra suele encontrarse abreviada como IMP. Octavio Augusto, sin embargo, no gustaba mucho del título imperator, y prefería que lo llamaran princeps. Nosotros asociamos la dignidad de príncipe a una persona de sangre real. El princeps latino era, en cambio, el jefe de una comunidad, el ciudadano más eminente, el que tenía el mayor prestigio. No figuraba en la Constitución republicana, y agradó a Octavio, entre otras razones, porque le concedió este título el Senado, el órgano republicano de mayor importancia, y así alejaba de sí la sospecha de que estaba en conflicto con esa asamblea, Otra palabra en la política romana fue augusto, que pronto vino a sustituir el nombre tanto de Octavio como de los subsiguientes emperadores romanos (AUG en la abreviatura de las leyendas monetales). Probablemente el término deriva del verbo latino augere, 0 sea acrecentar, aumentar, con el consiguiente significado de benefactor, título seguramente bien aceptado por el iniciador del nuevo rumbo político. Otros creen que este título deriva del sustantivo augur (a su vez relacionado con augeo), que quiere decir sacerdote, lo que implica elegido de los dioses. Otro término que a menudo se encuentra en las leyendas de las monedas es pontifex maximus: alude al cargo puramente honorífico, pero de gran valor simbólico, de custodio y garante de la religión oficial (en las monedas aparece abreviado como P. M. . Consul (abreviado , COS) era un título típicamente republicano: entonces los cónsules eran dos (a fin de que pudieran controlarse mutuamente) y permanecían en el cargo sólo un año (con objeto de no dar lugar a un excesivo apego al poder). En época imperial, siendo el consulado uno de los cargos máximos del Estado, muchos emperadores se atribuyeron ese título y el año del consulado (indicado en números romanos), de donde se extraen preciosos datos cronológicos. La tdbunicia potestas (título abreviado TR. P) era una dignidad importantísima, creada para defender los derechos de los plebeyos. Cargo temporal en la República, se convirtió en vitalicio en tiempo de los emperadores, y como cada año se renovaba, se difundió la costumbre de fechar el reinado según los años de la, . Pater patriae era un título honorífico que significa padre de la patria. Se le oonfiñó por vez primera a Augusto en el año 2 a. C., y muchos de sus sucesores quisieron adoptarlo. En las monedas se encuentra siempre abreviado, P. P. .

El oro de la Roma republicana

La producción de moneda de oro caracteriza todo el período romano imperial, si bien durante la República ya hubo emisiones de ese metal. Ya hemos mencionado el llamado oro del juramento de las monedas romanas de Campania (años 320-268 a. C.). Citemos ahora el denominado oro sesterciario, de cronología incierta, compuesto por tres nominales (tres, dos y un scrupulum de peso, respectivamente en tomo a 3, 41, 2, 27 y 1, 1 3 g). La iconografía de estas pequeñas monedas lleva en el anverso el rostro barbado de Marte, tocado con la galea, un característico casco de cuero, junto con la indicación del valor expresado en sestercios. En el reverso figura un águila sobre un rayo. Seguramente puede adscribirse también al período republicano la emisión lanzada por Tito Quincio Flaminio después de la victoria sobre Filipo V de Macedonia en Cinoscéfalos en el año 197 a. C., y de la que se conocen poquísimos ejemplares. Se deben a Sila tres emisiones de oro (años 81-79 a. C.) en una proporción de 1/30 con respecto a la libra. Pompeyo siguió su ejemplo y mandó acuñar áureos de un peso de 1/36 de libra. Pero la producción de monedas de oro romanas se hizo significativa con Julio César: de las campañas de las Galias, César llevó a Roma grandes cantidades de aquel metal precioso, y en su designio a largo plazo de introducir una divisa romana fuerte en los mercados internacionales, hizo acuñar una moneda de oro de poco más de 8 g de peso, o sea próxima a los modelos numismáticos helenísticos.




Las primeras falsificaciones romanas

Un fenómeno muy frecuente en las monedas romanas de la República y de las primeras décadas del Imperio es el de las piezas llamadas forradas, esto es, con el interior generalmente de cobre o plomo. Se trata de acusaciones que presentan un ánima de metal vil, recubierto por una delgada película de plata: a primera vista la moneda parece de metal precioso, pero su valor intrínseco es netamente inferior. No obstante, aunque existen piezas de este tipo muy toscas, a todas luces obra de falsarios, en su inmensa mayoría presentan un notable cuidado en la fabricación y requieren precisión técnica. Ello induce a pensar en emisiones del Estado, puestas en circulación en momentos de necesidad.

¿Complicidad del estado?

Plinio el Joven recoge en sus Epistulae que en el año 91 a. C., M. Livio Druso hizo fijar al Senado las condiciones de la circulación de los subaerati (denarios forrados) en la proporción de un denario con aleación de cobre por cada siete de buena plata. Al contrario de lo que sostiene Plinio, los estudios más recientes sobre el tema concluyen que no se puede afirmar que el Estado autorizara por ley la emisión de monedas de plata forradas. Seguramente recurría a este procedimiento porque permitía cuantiosos beneficios (o ahorro): la técnica en cuestión precisaba de una mano de obra experta, que en cualquier caso en Roma corría a cargo de esclavos, y por tanto resultaba decididamente económica. Los metales que constituía el ánima de estas monedas podían ser de cobre, plomo o hierro, entonces muy baratos. En cambio, en aquellos tiempos la plata tenía un coste elevadísimo, alrededor del triple que en nuestros días, de modo que resultaba notable la ventaja económica de utilizarla en proporción reducida. Ciertamente, que fuera el propio Estado el encargado de emitir monedas adulteradas (con carácter oficial o no, eso tiene escasa importancia) constituye un fenómeno de gran relevancia e interés económico y jurídico, que anticipa en cierto sentido la moneda fiduciaria, la cual toma su valor más de un símbolo, el sello gubernativo, que de su valor intrínseco. Las monedas forradas no fueron, sin embargo, un invento del ingenio romano, cuyo gran sentido práctico hemos subrayado y puesto de manifiesto en varias ocasiones, sino que también circularon, aunque esporádicamente, en el mundo griego, por lo general muy atento a la pureza del metal. Herodoto (Historias, III, 56) narra, en efecto, que Polícrates, en el año 540 a. C. señor de Samos, una rica isla de Asia Menor asediada por los espadanos, obtuvo la retirada de éstos entregándoles monedas de plomo revestidas de oro. En realidad, se trató de un fraude puro y simple, puesto que los sitiadores creyeron haber recibido monedas auténticas a todos los efectos. También en el mundo helenístico, tan confuso e incierto desde el punto de vista político y jurídico, abundan los ejemplos de monedas forradas (recordemos las emisiones de nuevo estilo en Atenas en la época de los magistrados Polemón y Alcetes). Pero no cabe duda de que fueron los romanos los máximos productores de esas monedas. En circunstancias de particular dificultad o incertidumbre, el Estado recurrió a la emisión de monedas con el metal alterado. Así, en el año 217 a. C., año de la batalla de Trasimeno, ganada por Aníbal durante la segunda guerra púnica. Augusto se servía de dichas monedas para sus intercambios con los pueblos de la India. También se emitieron en el año 69, en que se sucedieron dramáticamente no menos de cuatro emperadores. Por su parte, Cómodo (años 180-192) fue el último que avaló la emisión de denarios forrados. Con Septimio Severo (años 193-211), ya no tuvieron razón de ser, pues una gravísima crisis económica obligó a modificar definitivamente la ley de la plata, cuya cantidad efectiva en los denarios y sus múltiples (antonianos) era sólo del 50 %. La acuñación de monedas de oro fue esporádica durante la República; de ahí que el fenómeno de los forrados de ese metal sólo se dé en el Imperio, período en el cual estaban difundidos los áureos y los sólidos. En realidad, muchos especialistas ponen en duda que existan forrados de oro salidos de las cecas oficiales, y tienden a considerar estas monedas como falsas a todos los efectos.

¿Cómo se obtiene una moneda forrada?

La fabricación de una moneda forrada presuponía una capacidad técnica que sólo poseían artesanos expertos. En Roma, donde estas monedas tuvieron la mayor difusión, el procedimiento de producción consistía, ante todo, en preparar un redondel de metal VII, del peso y diámetro requeridos, pues la forrada no debía presentar diferencia alguna con la original. Aparte el cobre, ningún otro material admite la fase siguiente del proceso. Al redondel bien pulido se le superponía a mano una lámina de plata, esmerándose por adherirla perfectamente: el disco así obtenido se llevaba a la temperatura de fusión de la plata, 960 grados. A esta temperatura, también el cobre, cuyo punto de fusión es de 1. 080 grados, comenzaba a fundirse, lo que permitía una perfecta adherencia del metal noble al vil, Otros metales, como el hierro, el plomo o el estaño, no admitirían esta operación, porque funden a temperaturas más elevadas (1. 535 grados el hierro) o mucho más bajaas (3 grados el plomo 231 el estaño), por lo que se limitaban a bañarlos en plata u oro fundido, siendo su acabado más tosco y detestable la falsificación,

¿Por qué monedas dentadas?

Además de la técnica de las monedas forradas, existe otra muy usada durante la República romana: las piezas dentadas (o aseri Éstas presentan un cort dentado que recuerda el sierra. En Roma, con una fr intermitente en la produ monedas aserradas aparecen a partir de un denario autónomo caracterizado por la iconografía de la rueda en las más arcaicas, y terminan definitivamente hacia el año 50 a. C. Nadie, todavía, ha conseguido explicar razonablemente el motivo de la extraña característica de estas monedas. Se ha querido ver en los pequeños cortes del borde un sistema para remediar un exceso de peso en algunos casos, Pero al advertirse que el monetario que adoptaba este sistema lo utilizaba para su entera producción de denarios, parece improbable que todas las monedas de un mismo funcionario presentaran exceso de peso. Otros especialistas han aventurado la hipótesis de que se adoptara el dentado con el fin de hacer desistir del esquileo de las monedas (un sistema fraudulento que consistía en recortar el borde a fin de reutilizar el metal precioso). Pero también esta explicación resultó poco creíble debido a algunas consideraciones: ante todo, se ha comprobado que se dentaban incluso monedas de bronce, metal de cuyo esquileo no se obtiene ventaja alguna; y además esta práctica, auténtica plaga en época medieval, no estaba muy difundida en la antigüedad. En efecto, quien mutilaba las monedas, además de cometer un acto ilícito incurría en sacrilegio, pues en ellas aparecía a menudo la figura de una divinidad. Según una hipótesis posterior, la moneda habría sido dentada para demostrar que no era forrada, motivación plausible, pero que no explica la existencia de denarios al mismo tiempo dentados y forrados. Hay quien, basándose en un pasaje de Tácito, considera que el dentado hacía más aceptables las monedas para los pueblos bárbaros, con los que se mantenían relaciones comerciales. Nada autoriza, sin embargo, a otorgar especial crédito a esta interpretación. La práctica que nos ocupa también podría considerarse como un modo de distinguirse, adoptado por algunos monetarios, o como algo relacionado con el mundo religioso, o incluso como una oscura alusión a cultos celestes. Las hipótesis pueden ser de lo más variado y extravagante, pero ninguna llega a aclarar este curioso borde en forma de sierra, pero de lo que no hay duda es que obstaculiza las falsificaciones.




La historia romana a través del denario

La moneda típica de la República romana era el denario de plata. El p so correspondía originalmente a 1/72 de libra romana, esto es, 4, 55 g. Más adelante, y en virtud de la lex Flaminia (año 217 a. C.), se basó en 1/84 de libra, equivalente a 3, 90 g. Las emisiones comprendían los denarios y sus fracciones: el quinario, igual a medio denario; el sestercio, esto es, 1/4 de denario o medio quinario, El valor aparecía en tres nominales: el denario se caracterizaba por el signo X ( = 10 ases; en el año 217 a. C. su valor se equiparó a 16 ases), el quinario por el signo V ( = 5 ases) y el sestercio por las letras IIS = 2, 5 ases).

Una datación controvertida

No hay acuerdo sobre la fecha de la introducción del denario en la sociedad romana: la tradición, basándose en las noticias de Tito Livio (Periochae, XV) y de Plinio el Viejo (Naturalis historia, 3, 42), fijaba la adopción del denario de plata en el año 268 a. C. (la decisión del Senado de instituir esta nueva moneda se remontaría al año 269 a. C.). La escuela italiana (Cesano, Breglia, Panvini Rosati, Stazio, Uirich Bansa) está sustancialmente convencida de la validez de esa fecha, pues se halla próxima a un momento que marca un episodio de gran importancia histórica y política en el mundo romano: Roma se midió por vez primera con una potencia internacional (guerra contra Pirro, finalizada en el año 275 a. C.) y venció. La Magna Grecia pasó a formar parte de su esfera hegemónico, y Roma se proyectaba ahora en el Mediterráneo. El comercio exigía una divisa que fuese la expresión clara de esta nueva potencia emergente. En 1932, e fecha fue impugnada por dos eruditos ingleses (H. Mattingiy y E. Robinson), quienes sostuvieron que las monedas de plata citadas por la tes eran las romana Campania. 0 sea que ade taban la introducción del c nario al año 187 a. C. Ha( pocos años, sin embarg un hallazgo arqueológico restó crédito a esta hipótesis: en Sicilia, en el lugar de la antigua Morgantina, en el santuario dedicado a Deméter y a Core, se encontró un recipiente que contenía, entre otros, cenarios, quinarios, sestercios y victoriatos, con una iconografía propia del primer período de su emisión. Como, se puede fechar destrucción de ese santuario a fi les del siglo III a. C., durante la segunda guerra púnica, parece imposible sostener que el denario apareciera mucho después. Se ha formado así una corriente de compromiso, que propone una fecha intermedia: el año 217 a. C. La producción del cenario, desde el momento de su introducción, fue constante, mientras que el quinario y el sestercio tuvieron una producción mucho más irregular y reducida. El denario y el quinario siguieron circulando los dos primeros siglos del Imperio, en tanto el sestercio, fabricado en bronce y en oricalco (aleación de cobre y cinc, muy parecida al latón), se utilizó hasta los tiempos de Constantino el Grande (primeras décadas del siglo IV d. C.).

Divinidades humanizadas

Los tipos del denario experimentaron notables variaciones con el tiempo, y resulta en extremo interesante el análisis de estos cambios y de sus motivos. Se acepta generalmente que el primer denario romano fue el llamado denario anónimo: esta moneda presenta en el anverso la efigie de Roma vuelta hacia la derecha, con casco crestado y, detrás de la nuca, el signo del valor (X); en el reverso aparecen los Dioscuros, sobre cuya cabeza hay una estrella; y en el exergo, la inscripción ROMA. Es interesante señalar que este estilo está alejado de la solemne belleza griega, tan armoniosa y elegante. Consideremos la escena del reverso: el tema del caballo también había sido uno de los preferidos de las monedas griegas, pero la diferencia con que uno y otro mundo tratan el mismo tema resulta significativa. Los caballos representados en los denarios son auténticos corceles lanzados al galope, y los Dioscuros se asemejan más a hombres que a divinidades. Poco después de la introducción del denario anónimo, se experimentó la exigencia de evocar, mediante un símbolo, la figura del único magistrado del que dependía la emisión. De este modo, la persona en cuestión podía ser claramente identificada en cualquier momento, como responsable de eventuales abusos cometidos durante su gestión. Estos símbolos, entre los que recordamos el ancla, el perro, la lechuza, el cuchillo, el creciente lunar, la proa, la punta de lanza, el rarnn de laurel, el cerdo o el escudo (en total conocemos una treintena), se disponían en el reverso de la moneda y, como cabe imaginar, remitían a las tres actividades fundamentales del ciudadano romano: la agricultura, la guerra y el comercio. Aun no estando siempre y estrechamente ligados a la figura del magistrado monetario, los símbolos permitían en cualquier caso la identificación. Esta simbología, acaso ‘ por ser demasiado complicada, no tardó en abandonarse (finales del siglo III a. C.) para dejar paso a una innovación figurativa: la iconografía de los Dioscuros se sustituyó por la representación de Diana (o la Victoria) sobre una biga. También en este caso se evidencia la mentalidad romana, muy práctica, alejada de idealizaciones estéticas y dispuesta a ver en la divinidad una figura humana y no espíritu y belleza puros, Otra característica innovadora la constituyó la introducción de elementos epigráficos como las letras iniciales del nombre del monetario. En este punto, el Estado alcanzó su propósito de dejar constancia inequívoca del nombre de los funcionarios responsables, y ello permitiría pensar que el proceso formal quedaba concluido en este punto. Sin embargo, se produjo un hecho interesante y curioso, aunque comprensible en el seno de una sociedad que siempre privilegió el grupo frente al individuo: una vez experimentados el gran favor y el privilegio que representaba para el monetario y su familia la declaración explícita dE su cargo, la persona descubría i valor de su propia individualidad y trataba de exaltarla aún más. Así, en el anverso, detrás de la cabeza de la diga Roma, comenzaron a aparecer los nombres completos (Atiiius Saranus, Sempronius Pito, Marcus Libo, por recordar sólo algunos de los primeros nombres aparecidos). Las innovaciones, por lo demás, hacían referencia a los orígenes de la familia y guardaban también relación con la iconografía del reverso: así, el tan repetido tipo de la biga vuelve con Júpiter como auriga (Papirius Carbo), con Hércules guiando unos centauros (Aureiius Cota) o con Juno en una calesa tirada por machos cabríos (Caius Renius que, originario de Lanuvio, remite al culto de Juno Caprotina, la diosa venerada en esa ciudad). En un momento dado, se modificó incluso la iconografía del anverso: Cneo Gelio propuso en el año 125 a. C. una nueva cabeza de Roma, coronada de laurel, y Terencio Lucano inauguró una cabecita coronada por la Victoria. Pocos años después (principio del siglo I se desarrolló un proceso de celeción personal: los magistrados onetarios ambicionaban dar a conocer sus propios méritos y contaban episodios contemporáneos, con lo que construyeron una galería histórica de gran interés. Naturalmente, la complejidad narrativa y la pluralidad de los personajes sugieren unas selecciones compositivas a menudo muy esquemáticas, y a veces resultan emasiado , llenas para el diámetro una moneda, pero el resultado es casi siempre fascinante y del mayor intes. El Estado no intervino ante estas continuas variaciones; lo importante era que la ley del metal y el peso se respetaran. En los denarios encontramos de todo: personajes de la tradición mitológico (Numa Pompilio, Tarpeya), de la vida política romana (Escipión el Africano) y personajes históricos de otros países con los que los romanos habían entrado en contacto, acontecimientos históricos, monumentos y escenas de la vida corriente, como duelos o sacrificios. Con César, el Senado autorizó una gran innovación: en las monedas aparece el retrato de un personaje vivo. Entre las monedas de plata, estaba también el victoriato, de 3, 41 g de peso. Destinada a los intercambios con países extranjeros, esta moneda presenta en el anverso la cabeza laureada de Júpiter, y en el reverso, la Victoria en pie, coronando un triunfo. La acuñación del victoriato no duró mucho.




Roma utiliza los tipos de Campania

En una época casi contemporánea de la del aes grave libral y semilibral (hacia finales del siglo IV a. C.), Roma acuña monedas de plata sirviéndose de las diversas cecas de Campania, una zona donde desde hacía siglos circulaba y se fabricaba moneda de plata. Los motivos de esta elección fueron de carácter práctico: los romanos, que aún utilizaban en su territorio nominal de bronce, se dieron cuenta, con el espíritu de concreción que les caracterizaba, de las manifiestas realidades del mundo de la Italia meridional. Para poder participar en los intercambios comerciales con las ricas ciudades de la Magna Grecia, Roma acuñó en varias cecas de Campania (Nápoles, Cumas y Capua) monedas con pesos y tipos no romanos, sino propios de las regiones meridionales y siciliotas. La serie de plata está basada en el tetradracma, que, con el tiempo, se caracterizó por leyendas y pesos diferentes: tenemos un didracma basado en el pie griego, de 7, 58 g de peso, acompañado de la leyenda ROMANO (que se encuentra a partir del año 320 a. C.), y otra de unos 6, 82 g que presenta la inscripción ROMA, (fines del siglo IV a. C.). Entre una y otra series se halla una tercera de transición que aún lleva la leyenda ROMANO, pero que ya tiene un peso reducido. Las monedas romanas de Campania cuentan asimismo con piezas de bronce: las primeras son algo posteriores al año 326 a. C., y también están caracterizadas por una leyenda en letras griegas o latinas que señala la acuñación como romana. A esta serie meridional pertenecen también monedas de oro rarísimas (en Roma, hasta la época de César, 100/44 a. C., el empleo de ese metal fue esporádico y excepcional). La elección de la iconografía de estas emisiones en plata es sintomático del deseo de integrarse en el circuito comercial griego; en la mayoría de los casos, remiten a la cultura griega o a la cartaginesa influida por modelos helénicos.

¿Por qué Roma imita modelos griegos o púnicos?

La voluntad de integrarse económicamente en el mundo de la Magna Grecia no es el único motivo de estas emisiones; con mucha frecuencia, en la base de las acuñaciones romanas está la necesidad de mantener guarniciones militares, Por lo que se refiere a esta zona geográfica, recordemos que después de la victoriosa tercera guerra samnita (298-290 a. C.), a los romanos se les abrieron las puertas de la Italia meridional, una región muy rica y civilizada, que Roma no tardó en incluir en su designio expansionista. Una antigua hostilidad entre lucanios y tarentinos se reavivó precisamente después de que fuerzas romanas se estacionaran en los confines de este territorio. En el año 282 a. C., los tarentinos, conscientes de las miras que los romanos tenían puestas en ellos, hundieron las naves romanas que se hallaban delante del puerto de la ciudad, con lo que la guerra se hizo inevitable. Es pues comprensible que el mantenimiento de contingentes militares in situ fuera uno de los motivos que impulsaran a la emergente potencia romana a acuñar una moneda adecuada a los usos locales, y que pudiera ser aceptada sin demasiadas dificultades por la población. Conviene subrayar que la moneda romana, sobre todo en esta primera fase, sigue la orientación, ya establecida en política, de una organización que, evitando los cambios violentos y radicales, persigue una adecuación y una absorción de los factores locales, llevando a cabo el fenómeno que los historiadores designan con el nombre de romanización, y que sin duda contribuyó a garantizar la prolongada estabilidad del dominio ejercido por m Roma. La última emisión romana en Campania se fecha casi generalmente hacia el año 289 a. C., y a juzgar por el número de ejemplares llegados a nosotros, tuvo enorme difusión, que probablemente continuó después de la introducción del denario: se trata del cuadrigado, así llamado porque en él aparece una cuadriga, tiro de cuatro caballos en fondo, enganchado a un carro y usado para celebrar triunfos o para disputar carreras, Este tipo de moneda presenta en el reverso la figura de Júpiter, con los símbolos del rayo y el cetro, en una cuadriga al galope guiada por la Victoria. Bajo esta iconografía se encuentra la leyenda ROMA, con letras en hueco o en relieve. El anverso de estas monedas presenta la efigie bifronte de un joven. De estas emisiones, siempre con valor de didracma, se conocen también las dracmas o medios cuadrigados, semejantes al numerario superior, pero con la cuadriga vuelta hacia la izquierda. Probablemente el cuadrigado se creó para los intercambios comerciales con el extranjero, puesto que muchas de estas monedas se han encontrado en España. Contemporáneo del cuadrigado, y muy semejante a él por la iconografía del anverso, es el oro del juramento. La característica de estas monedas, además del metal en que se acuñaron, radica en el tipo representado en el reverso. En una auténtica escena, bien organizada dentro de los límites del redondel, se mueven tres guerreros: uno lleva un lechón al sacrificio, que se ocupan de consumar los otros dos, armados de lanza y espada. En el exergo, Roma. Probablemente el cuadrigado o el oro del juramento hacen referencia a la victoria de Sentinum, en las cercanías de Camerino, en el año 295 a. C., contra los samnitas. Después de este encuentro, la Península itálica dejó de ser un confuso conjunto de pueblos y Estados enemigos entre sí, y se dispuso a convertirse en una sólida entidad política, con una compleja organización, !>

¿Por qué el nombre de Italia?

La península fue designada en el transcurso de los siglos con diferentes nombres, que aludían a su posición geográfica, a sus productos o a sus divinidades. Los griegos la llamaban Hesperia, o sea tierra del atardecer; Enotria, que significa tierra del vino, y también Saturnia, pues según la leyenda el dios Saturno (antigua divinidad itálica de las semillas) fue desterrado por Júpiter y se refugió en el Lacio, que tomó el nombre de saturnia tellus (tierra de Saturno). Ausonia, del nombre de los ausonios, que habitaban la región circundante del golfo de Nápoles, fue otra denominación usada para designar la península. Italia parece derivar de Italói, nombre griego que a su vez toma su origen de Vituli o Viteli, pueblo que ocupaba la punta extrema de la península, una zona al sur de la actual Catanzaro. Estas gentes se denominaban así porque tenía como tótem o progenitor el toro, que en latín se dice vitulus. Hasta el siglo V a. C. este nombre designaba sólo el territorio de los brucios, la parte meridional de Calabria. Luego el nombre se extendió a la Campania y Tarento, hasta que, hacia el siglo III a. C., tras las conquistas romanas, se aplicó a toda la región peninsular al sur del Magra (Liguria) y del Rubicón (Romagna). La Galia cisalpina, al norte de la línea de demarcación, no se incluyó en Italia hasta el año 49 a. C., cuando a los habitantes de esta región se les concedió el derecho de ciudadanía. Con la reorganización política llevada a cabo por Augusto en el año 27 a. C., las fronteras se ampliaron hasta la actual Niza (al Oeste) y a Istria (al Este). Hasta el siglo III d. C., el nombre de Italia excluía las islas adyacentes, que no fueron adscritas administrativamente a ella hasta los tiempos del emperador Diocleciano (que reinó de 284 a 305).




Los pueblos de la Italia preromana

Hemos recordado en varias ocasiones que la primera moneda tuvo su origen en la zona de Asia Menor hacia el siglo VII a. C., y que pronto halló un ámbito de difusión ideal en el seno de las póleis griegas entre los siglos VI y V a, C. La moneda romana, más bien tardía con respecto a las de otras civilizaciones mediterráneas, debe mucho a la experiencia griega, tanto para la acuñación en plata como para la producción en bronce, metal típico de los primeros exponentes monetales itálicos. Para reconstruir la adopción y difusión de la moneda en suelo itálico, se impone un paso atrás, hasta el siglo X a. C., período al que se hacen remontar los panes de cobre o de bronce, de forma predominantemente circular, enteros o fraccionados, documentados en la zona de Italia centroseptentrional, en Sicilia y en Cerdeña. El hecho de que a menudo estos panes se tesaurizaran junto con azuelas, hace incierta su interpretación: las hipótesis remiten a ofrendas votivas o a material aportado por comerciantes y artesanos y destinado al intercambio o a la fundición. También Roma, al igual que todos los pueblos itálicos, se sirvió del bronce como metal para su moneda arcaica. Tras haber conocido las fases del trueque y del ganado como moneda, se emplearon para los intercambios panes informes de cobre en bruto. Estas piezas de metal en bruto y fundido, forman el llamado aes rude (o aes infectum, o sea piezas de cobre o bronce no elaborado). Los panes tenían un peso que variaba de unos pocos gramos a 4 kilos, y su valor consistía únicamente en su peso: no existía una forma o un símbolo reconocible que garantizara el peso del metal por parte de la autoridad.

Aparece una señal

Estas formas de intercambio tan inadecuadas, en uso hasta el siglo VIII a. C., fueron sustituidas a mediados del Vi a, C., o sea hacia el final del período monárquico en Roma, por el llamado aes signatura: más regulares en su forma con respecto al aes rude (eran bloques cuadrados u ovalados), presentaban en una o en ambas caras la gran innovación de una señal que las caracterizaba. Estos panes constituyen un punto de referencia de enorme importancia para la comprensión de las fases anteriores a la introducción de la moneda en el mundo itálico. Plinio, el autor del siglo I d. C. (24-79), en su obra Naturalis historia, hace remontar al rey Servio Tulio la introducción del aes con una contraseña. Esta fuente confirmaría que avanzado el siglo VI se operaron transformaciones suficientes como para exigir la introducción de un nuevo medio de validación de los intercambios. Lo que primero se medía con bueyes, ovejas y bronce, en lo sucesivo se valoró con piezas de metal al peso, de manera ciertamente más cómoda. Otra prueba de que este nuevo sistema de intercambio estaba ampliamente difundido y por tanto aceptado: en 454 y 452 a. C. se promulgaron sendas leyes, la Aternia-Tarpeia y la Menenia-Sextia, que establecían que las penas podían compensarse con cobre. Muy interesante es observar el tipo de paridad fijado: 100 ases equivalían a un buey; 1 0, a una oveja. El uso del ganado como medida arcaica de valor lo siguen atestiguando algunos términos derivados de la palabra pecus, que significa precisamente ganado: , pecunia, entendida como dinero; y , peculado y peculio se siguen utilizando en español. En esta fase, el empleo de la palabra , as tenía el significado de libra, como una referencia del peso, y no como nombre de la unidad monetaria de bronce, que recibiría más tarde, con la primera acuñación oficial efectuada por Roma. La técnica usada era la fusión: el metal caliente se vertía entre dos valvas que eran también las matrices de las marcas impresas en el bronce. Este sistema producía secciones rectangulares o en cuña, y provocaba también muchas rebabas. Las figuraciones en estos lingotes se clasifican como de rama seca (cronológicamente quizá las primeras), de espina de pez, de asta y de asta y delfín. También se empleaban como peso, y variaban de unos pocos gramos a un kilo. Panes de cobre de esta clase se han encontrado, por lo general fragmentados, en el Lacio, Etruria y Emilia. Depósitos hallados en la zona entre Reggio Emilia y Casteifranco Emilia han puesto en claro que éstos eran lugares de producción. En Casteifranco, en particular, han aparecido panes con la contraseña de la rama seca, en los que se reconoce una primera forma de metal de intercambi Probablemente las primeras contraseñas tenían carácter privado, y desempeñaban la función de señalar el taller, y no de representar un sello gubernamental. Aun después de la introducción de la moneda oficial, el aes rude y el aes signatura continuaron circulando, como demuestran varios depósitos de monedas donde se han encontrado panes de bronce mezclados con monedas propiamente dichas. El paso definitivo de la fase del ganado-moneda a la del metal de peso es probable que se produjera durante el siglo V a. C., pero resulta evidente que durante cierto período ambos sistemas coexistieron. Con una cronología que aún no está del todo clara, a lo largo del siglo IV a. C., se adopta en Italia central un nuevo sistema, caracterizado por el llamado aes grave (literalmente, bronce pesado).

¿Monedas itálicas o ya romanas?

También con la técnica de la fusión se ujeron lingotes con auténticas características monetales: tienen una definición ponderal, están divididos en múltiples y submúltiplos y presentan tipos en ambos lados. A veces la presencia de un mismo tipo caracteriza toda una producción, como en el caso de la proa de nave de la serie romana. Además de la producción romana, conocemos otras muchas series en el ámbito de la Italia central, contemporáneas de las romanas si no anteriores a ellas. Aun utilizándose todavía como reserva de valor y para pagos de elevada cuantía, se consideran monedas propiamente dichas puesto que se organizan en un sistema en el que cada pieza pertenece a un nominal equivalente a todos los demás. La fecha de esta primera emisión oficial se hace remontar a 335 a. C., cuando Roma se halla en plena expansión territorial y empeñada en consolidar su imagen. La primera victoria sobre la Liga samnita (343-341 a. C.), el mayor Estado de la Península itálica, y la reafirmación del dominio romano sobre la Liga latina, disuelta en 338, hacen de Roma una ciudad de autoridad confirmada y reconocida. La primera moneda tiene como unidad de referencia el as, que por lo que se refiere al peso corresponde a la libra latina (272, 87 g): de aquí el nombre de moneda libral. El primer tipo iconográfico representa en el anverso la cabeza de Jano, y en el reverso, la proa de una nave. Quizás esta última imagen se refiere a la toma de Anzio, ciudad de los volseos, y a la captura de sus naves (338 a. C.): los rostra de las embarcaciones, luego reproducidos en las monedas, se expusieron en el Foro como celebración de la victoria y símbolo del poderío de Roma. Esta tipología del reverso se repite en las monedas de bronce romanas con gran constancia, hasta la reforma de César. El as se divi(Jía, como antes la libra, en 12 onzas, y cada nominal llevaba en el anverso la efigie de una divinidad. La indicación del valor venía dada por un signo especial, sin leyenda. También en este caso la técnica de fabricación era la fusión, que permitía a la vez crear el redondel y su impronta. A menudo estas monedas presentan un dentado en el borde: es cuanto queda del fino cordón metálico que se producía durante la fusión hecha en serie. El metal en fusión se colaba en moldes que permitían fabricar muchas piezas a la vez, gracias a un estrecho canal que comunicaba entre sí las diversas formas. El peso del as y de sus submúltiplos no fue constante en el tiempo: hacia 286 a. C. se redujo a la mitad, dando origen a la serie semilibral. Durante estas reformas se incluyeron dos nuevos nominales: la semiuncia (media onza) y la quartuncia (cuarto de onza), y se introdujo la técnica de la acuñación. Las reformas del as condujeron a la aparición de tres múltiples: el decussis (10 ases), el tressis o tripondius (3 ases) y el dupondíus (2 ases). Estos tipos llevan en el anverso Roma (decussis y tripondius) y Minerva (dupondius), mientras que en el reverso se mantiene la proa de nave.




El arte abstracto de los celtas

Son de alta estatura, tienen la piel blanca y su rostro refleja vigor. No sólo sus cabellos son naturalmente rojos, sino que ellos avivan su color por medios artificiales. En efecto, se lavan a menudo el cabello con lechada de cal, se lo atan en lo alto de la cabeza y luego lo dejan caer sobre la nuca. Recuerdan así el aspecto de los sátiros de Pan, porque estos cuidados vuelven sus cabellos tan espesos que parecen crines de caballo. Algunos se afeitan la barba, y otros la llevan corta. Los nobles se rasuran las mejillas, pero se dejan crecer tanto los bigotes, que les cubre la boca., así veían los romanos (a través de la pluma de Diodoro Sículo) a los gáos de la época de Augusto, y todavía hoy, en la imaginación colectiva, aquellos hombres se representan corpulentos, toscos, con híspidas cabelleras- y bigotes que ocultan bocas feroces. Eran nómadas, organizados en cianes, implacables predadores, habituados a efectuar correleas para apoderarse de lo necesario a expensas de los pueblos limítrofes, sin tener una concepción de la conquista territorial ni de una organización poiftica estnicturada sobre instituciones. Establecidos originariamente en Europa central, a través de sucesivas migraciones llegaron a Francia, a las Islas británicas, a la Península ibérica y a Italia septentrional, fundiéndose o superponiéndose a los pueblos locales preexistentes. César (100-44 a. C.) se refiere largamente y con respeto a estas gentes en De bello gallico, una obra culta y penetrante en la cual, además de describirse los usos y costumbres de los galos y su religión, se distinguen cuidadosamente las diversas tribus, así como las regiones donde estaban establecidas. Los romanos ya habían conocido a los galos en el siglo IV a. C., y más concretamente entre 387 y 386 (según otros, cuando, derrotados en el batalla a pocos kilómetros en la confluencia de los rios Allia y Tíber, sufrieron la invasión y el saque la capital por esos pueblos.

Imitaciones extravagantes de estateras y tetradracmas

Los celtas de la Galia comenzaron a acuñar moneda entre finales del siglo IV y el comienzo del III a. C., dando así inicio a una producción monetal prácticamente de imitación en su totalidad, inspirada en las piezas conocidas en los intercambios a través del Mediterráneo y del puerto de Massalia (la actual Marsella) en el Oeste, y por el valle del Danubio en el Este. En el siglo II a. C., también los celtas de Europa central empezaron a acuñar monedas, imitando las de Lisímaco de Tracia, de Larisa o de Thasos. Profundamente inestables e instintivos en su organización social y militar, los galos (o celtas) transmitieron también a sus monedas un ritmo irracional, una abstracción muy distante de las producciones del numerario griego al cual, por otra parte, se remitían directamente. Las monedas que seguramente conocían los celtas a través del comercio eran las estateras de oro y los tetradracmas de Filipo II y de Alejandro Magno, la divisa universal de entonces. En una segunda etapa, los tipos objeto de imitación fueron los romanos. Mientras que la moneda griega se inspira en un armónico equilibrio, en un refinado naturalismo en la representación de la figura humana, del mundo animal y del vegetal, los bárbaros descomponen este universo, reduciéndolo a algo que sólo lejanamente recuerda el espíritu y la iconografía originales. La degeneración de los tipos, dictada por una fantasía rupturista y por una acusada tendencia hacia la abstracción y los motivos ornamentales, conduce a una alteración de la forma y a una excéntrica esquematización de los elementos figurativos. Si a los celtas les faltaba una cultura de la moneda, ciertamente no les faltaban los metales preciosos:los yacimientos de oro del Rin, de los Pirineos y de los Alpes, los filones de plata del Tarn y del Auvernia, y el estaño de Bretaña proveían suficiente materia prima para acuñar monedas destinadas a los intercambios comerciales. En la producción celta es más bien frecuente el electrón. !>

Rasgos alterados de modelos clásicos

Las monedas celtas, aparentemente pobres en cuanto que no poseen auténtica originalidad, son ricas en fantasía, están llenas de vida y resultan inconfundibles; entre los pueblos que habitaron el vasto territorio céltico estuvo muy difundido el tipo que representa en el anverso una cabeza, creada sobre el modelo de los retratos de Alejandro Magno, y que en general representa al jefe de la tribu; y en el reverso un caballo (animal predilecto en la tipología gala), a veces solo y en ocasiones guiado por un auriga. Examinemos una estatera de oro de comienzos del siglo II a, C. procedente de la región de la actual Bretaña: el anverso presenta todavía un rostro modelado con arreglo a proporciones orgánicas, si bien -lo que constituye una anomalía bastante frecuente en las monedas galas en general- el perfil no está bien centrado y el redondel es demasiado pequeño para la figura que encierra. Resulta interesante observar cómo se han reproducido los cabellos, ahora estilizados con motivos decorativos, con ondas, con formas que recuerdan motivos geométricos más relacionados con el mundo de las plantas que con un fiel reflejo de la realidad. En el reverso, la figura del caballo androcéfalo (o sea, con cabeza humana) ocupa una parte modesta del espacio del que se dispone, mientras que, y éste es un elemento muy fre cuente, el campo está ocupado por figuraciones esquemáticas menores que pueden estar constituidas por signos geométricos, ruedas, estrellas y figuras de diversa naturaleza y de gran variedad. También son muy interesantes las moneda de los parisios, habitantes de la región don( hoy se halla París. También en este caso llega hasta el borde del redondel la cabeza cuyo perfil se descompone en formas sintéticas, de gran fuerza expresiva y de refinado gusto decorativo. El ojo visto de frente, exageradamente abierto, caracteriza este perfil que lleva delante del cuello una barquita, símbolo de la ciudad y de los nautae parisiaci, pequeños traficantes que se dedicaban al comercio fluvial. Ello significa que en las monedas se reflejaba parte de la realidad más propiamente indígena y local, enriqueciéndolas con un nuevo valor documental. También el caballo del reverso merece una observación: se trata de un animal muy estilizado, toda una concesión al gusto decorativo y escasamente fiel al naturalismo. El motivo del ojo muy ampliado se exagera hasta el punto de convertirse en el único elemento antropomorfo que perdura en algunas monedas de la zona de Europa central: esta figura recuerda tan poco el modelo del que proviene, o sea un rostro humano, que algunos han tratado de ver en ella los símbolos de un culto local, pero sin llegar a ninguna conclusión cierta. También se puede hablar, sin más, de descomposición total de la figura humana en monedas de los belovacos, establecidos en Bélgica. En ellas la fuerza de la abstracción es casi disgregadora, y se mantienen pocos elementos identificabas: se distingue el ojo, mientras que en el lugar de la oreja se coloca una estrella. Las llamadas monedas de la cruz imitan el reverso de las monedas de Rocas. Provienen del valle del Tarn, en Francia meridional, y ese tipo se extendió a los actuales Languedoc occidental y Rosellón, si bien en estas regiones se representa una flor vista desde arriba, con un criterio iconográfico verdaderamente peculiar: en el anverso presentan un perfil femenino que recuerda las monedas de Siracusa, conocidas por estos pueblos gracias a otra imitación, la de Rhode, colonia rodia en el golfo de Rosas (Gerona). Esta producción monetal merece hoy que se reconozca su dignidad y que se la haga objeto de estudios y atención, rechazando la antigua consideración de que pertenecían a un momento en la historia de la moneda que podía pasarse por alto.

Incomprensibles pero útiles

En Grecia, el comercio internacional estaba regulado por unas pocas monedas, universalmente aceptadas y reconocidas, por lo general acuñadas en póleis de gran prestigio y autoridad (pensemos, por ejemplo, en el gran prestigio que alcanzaron las lechuzas de Atenas). Ser la autoridad emisora de esta divisa privilegiada era fuente de grandes ventajas económicas que derivaban de enormes entradas por el derecho de acuñación (la diferencia de valor entre el metal bruto y el metal acuñado) y de relaciones preferentes en los intercambios. En el mundo antiguo, el nacimiento y difusión de las ligas (asociaciones de varias ciudades que adoptaban y sostenían la misma divisa) tenía, entre otras finalidades, promover la difusión de algunas monedas con preferencia a otras. Otro sistema muy difundido entre los pueblos primitivos era la imitación, que consistía en la réplica, sin el menor escrúpulo o interés figurativo, de la moneda que conocían a través de sus intercambios. En efecto, los bárbaros reproducían en grandes cantidades el redondel de metal precioso del que no comprendían ni el valor simbólico de las figunes adoptadas, ni las cripciones, pero cuya tilidad captaban de nmediato. Resulta obvio que para los bárbaros que no reconocían ni observaban las leyes de los pueblos más civilizados, tenía escasa importancia el respeto al peso y a la bondad del metal. Además, reproducían groseramente y al azar las leyendas, para ellos mprensibles, y se alejadel prototipo incluso la representación figurativa, ya que poseían una sensibilidad completamente distinta de la de los pueblos de cultura llamada clásica.




La historia de Italia nace con los etruscos

Para la Península itálica, pese a su favorable posición en el centro del Mediterráneo, sus fronteras naturales han constituido durante muchos siglos barreras sumamente difíciles de superar. En época prehistórica, la cordillera de los Alpes y las aguas que circundan la bota impusieron notables limitaciones a los contactos con los demás pueblos. El Neolítico (que corresponde a transformaciones de extraordinaria importancia en el género de vida, como la introducción de la agricultura y la ganadería) sólo se inició en Italia hacia el VII milenio a. C., o sea con un retraso de casi dos mil años con respecto a las civilizaciones del Próximo Oriente. Las etapas principales del progreso histórico también se sucedieron en la península con gran retraso en relación con las demás zonas del Mediterráneo. Ya a partir del III milenio a. C. podemos hablar de historia en el Próximo Oriente (pensemos en las grandes civilizaciones de Mesopotamia, Egipto y del Mediterráneo oriental), mientras que en lo que se refiere a Italia debemos aguardar al siglo IX a. C. También los diversos pueblos que habitaron la península tuvieron grados diversos de desarrollo, de acuerdo con las distintas condiciones ambientales en que vivieron. Sólo a comienzos del II milenio a. C., con la dffusión de la metalurgia del bronce (con un retraso de unos mil años respecto de Mesopotamia), empezamos a encontrar pueblos de cierta homogeneidad étnica: de origen autóctono, esto es, originarios del lugar, como los ligures, los sardos y icanios (en Sicilia), y de procedencia oeuropea, como los vénetos, los icos (o sea umbros, latinos, oscos sabinos) y los sículos. Los pueblos indoeuropeos, procedentes de Europa central, se fusionaron con los indígenas, imponiendo en algunos casos ciertos aspectos de su cultura, y en otros casos absorbiendo la cultura local. Entre los siglos IX y VII a. C., se afirma en Italia central la civilización de los ruscos, un pueblo definido simplisente durante años como misterioso. Hoy conocemos sus usos y costumbres, religión y economía. También su escritura, por mucho tiempo considerada oscura, se ha descifrado en gran parte, pero aun poseyendo muchos textos de contenido similar, no estamos en condiciones de dominar la totalidad del vocabulario etrusco.

Los etruscos en la leyenda

Una incertidumbre que hoy persiste se refiere al origen de este pueblo: Herodoto, el historiador griego del siglo V a. C., narra que descendían de un príncipe de Lidia. El rey de esta región, afligida por una grave escasez, confió a su hijo Tirreno parte de sus súbditos, a fin de que los guiase hasta un territorio donde pudieran hallar sustento. Después de haber atravesado muchos mares y regiones, llegaron al país de los umbrios, nombre con el cual Herodoto designaba a las gentes que habitaban entre los Alpes y la Italia central. Dionisio de Halicarnaso (siglo I a. C.), por su parte, se refiere a un pueblo autóctono, puesto que las manifestaciones de esta civilización presentan muchos aspectos arcaicos y originales. Los griegos los llamaban tirrenos, según Dionisio, probablemente porque vivían en construcciones llamadas tyrseis o tyurreis, o sea torres, o porque uno de sus soberanos llevaba el nombre de Tirreno. Los romanos los llamaban etruscos o tuscos. Ellos se llamaban a sí mismos rasenna, que deriva del etrusco rasna, palabra que significa el que pertenece a la ciudad, y evidencia de modo muy significativo el deseo de subrayar la pertenencia a una sociedad bien organizada, en contraposición a los primitivos pueblos circundantes. Entre los siglos IX y VII a. C., nacieron y se desarrollaron, en efecto, los primeros grandes centros urbanos en una zona de Italia central que llegaba desde Emilia hasta Campania (Capua), y que tenía su centro en el territorio de la actual Toscana y del alto Lacio. Las primeras actividades, favorecidas por la fertilidad del suelo, fueron de tipo agrícola, con especial dedicación a los cereales, y a partir del siglo VII a. C. a la vid, con una producción tan abundante como para permitir muy pronto un notable tráfico de estos productos. Gracias al desarrollo de las exportaciones, creció rápidamente el poder político y económico de los etruscos, bien sostenido por los notables progresos de la metalurgia, Recordemos los riqui 1 simos yacimientos de la isla de Elba, explotados especialmente entre los siglos VII y V a. C., y los de los Alpes apuanos y de los montes de la Tolfa. Sabemos además por Estrabón que existían minas cerca de Populonia, aunque ya abandonadas en la época de la definitiva conquista romana. Las relaciones comerciales promovieron a su vez el crecimiento cultural de este pueblo culto y refinado. En el seno de una civilización tan compleja y organizada, en la que los intercambios comerciales constituían uno de los pilares del sistema, la moneda comenzó a circular con cierta regularidad en forma de divisa extranjera. A partir del siglo V a. C., apareció una serie ori’gi’nal, caracterizada por el reverso liso. Está documentada una fase premonetal muy similar a la que se registró en Asia Menor y en el seno de las grandes civilizaciones orientales. Se han encontrado, en efecto, panes que se remontan al período comprendido entre los siglos XI y IX a. C., los cuales, nacidos con la función de donación votiva a la divinidad, también adquirieron con el tiempo el valor de parámetro para los intercambios. Está atestiguada también la fase de la moneda herramienta, como confirman numerosos hallazgos de instrumentos de trabajo (hoces, cinceles y hachas) destinados a la tesaurización. !>

La idea de la moneda

Entre los siglos VII y VI a, C., en la región interior del territorio de influencia etrusca empiezan a circular iingotes de bronce de tipo bastante niforme, y con una marca bien reconocible que luego trasladarán al sistema adoptado por los romanos en las primeras muestras de metal acuñado. Entre las comunidades costeras, la idea de la moneda acuñada surgió gracias a los contactos con Grecia, aunque ello no comporte necesariamente la adopción de aquel sistema ponderal. En el siglo V a. C. aparecen las primeras acuñaciones locales de plata. Podemos distinguir las emisiones de la zona metalífera (, rea comprendida a grandes rasgos entre Volterra, Populonia y Vetulonia) y el área de Vulci, más próxima al límite con el Lacio actual. Al primer grupo de emisiones pedenecen los tipos con reverso liso, mientras que en el anverso aparecen los símbolos del jabalí, la quimera, la cabeza de león, Pegaso y la Gorgona (estas dos últimas conocidas sólo en Volterra). En las monedas emitidas en la región de Vulci encontramos una tipología menos constante y la leyenda etrusca del nombre de la ciudad. Con excepción de las acuñaciones de Volterra, probablemente reservadas por exigencias de mercado muy estrictas, la diversidad de símbolos en monedas procedentes de los mismos distritos sugiere la hipótesis de una emisión de tipo privado, aún no sancionada por una autoridad estatal. La primera ceca pública puede localizarse en la segunda mitad del siglo V a. C. en la ciudad de Populonia, el mayor y más importante de los puertos etruscos. La fecha que hoy podemos asignar con certeza a este tipo de moneda oficial, que presentaba un tipo figurativo fijo (la cabeza de la Gorgona) nos ilustra sobre la avanzada y compleja organización de la sociedad en aquellos años, que evidentemente planteaba la exigencia de pagar una mano de obra: en efecto, había que pagar la explotación de las minas, a las tropas y guarniciones de defensa (para defender la costa y las minas de las correrías de los piratas), sostener un intenso tráfico mercantil, suministrar dinero en efectivo a la clase dedicada al comercio y que gustaba rodearse de lujo. También en Populonia se atestigua la existencia hacia el siglo IV a. C. de otras monedas de plata, de peso demediado y acuñación muy apresurada y descuidada, expresión de una situación de urgencia o de dificultades. Estas emisiones presentan la cabeza de Heracles o de Atenea. Poco después seguirán las primeras acunac, ones de bronce, con divinidades etruscas de características guerreras y en actitudes belicosas que evidencian claramente el destino de estas monedas: pagar a los militares en lucha contra Roma. El proceso de absorción del territorio etrusco por los romanos puede considerarse prácticamente concluido entre los años 280 y 273 a. C., cuando el territorio de Vulci y Cere se convierte en agerpublicus y se inicia la colonización romana del territorio costero.

Una identidad cultural compuesta

La civilización etrusca se presenta muy variada y compleja, fruto de la fusión original de varias culturas. Son evidentes los contactos con el mundo oriental, testimoniados por la abundancia de productos procedentes de Egipto, Asiría y Grecia, que para los nobles etruscos se convirtieron en auténticos símbolos de poder social y de refinamiento. Fueron muchos los artistas que, entre los siglos VII y VI a. C., llegaron a Italia central para decorar los palacios de los aristócratas, favoreciendo así un intercambio cultural de gran relevancia incluso en materia de religión. Este fuerte componente orientalizante viene testimoniado en las monedas por figuras como la esfinge, el grifo y el cerbero con tres cabezas, tan frecuentes en la decoración mesopotámica y egipcia. La adopción de estos monstruos, tan misteriosos, se adaptaba bien a una visión fantástica de las divinidades etruscas, que eran inasibles y secretas, y se expresaban mediante prodigios que sólo los sacerdotes (los arúspicos) podían ver e interpretar. El encuentro con el mundo romano lo atestigua la presencia de reyes etruscos que se alternaron con monarcas latinos. No cabe duda de que, en cualquier caso, la comunidad etrusca mantuvo su identidad cultural y política, hasta el punto de que cuando los romanos expugnaron la ciudad de Veio, estratégicamente importante para el control del río Tíber, tras un asedio de diez años de duración, su conquista se equiparó a la toma de Troya; el parangón se escogió para subrayar la victoria romana, pero testimonia también el poderío y el prestigio que, hasta comienzos del siglo IV a. C., mantuvo la sociedad etrusca. Se llama prehistoria al larguísimo período de la evolución humana acerca del cual no se posee ningún documento escrito. Desde la invención de la escritura en adelante, hablamos de historia propiamente dicha. Esta palabra deriva del griego y signo indagación, búsqueda, y no es sólo un término que designa un período y encuadra una serie de acontecimientos. Por historia se entienden también un estudio y una narración de los hechos que el hombre ha realizado, para conservar la memoria de los mismos y para investigar críticamente la compleja trayectoria de la civilización.

Un trastero misterioso

En el trastero de San Francisco, en Bolonia, fueron hallados muchos utensilios de bronce que presentan contraseñas alfabéticas. Dado que estos objetos representaban verosímilmente un acaparamiento de riqueza, estas marcas han suscitado interrogantes. Probablemente, vista la muy frecuente presencia de la última letra del alfabeto etrusco, en forma de tridente, estas siglas se colocaban para marcar una partida de objetos. Con cierta frecuencia hallamos a la vez la primera letra del alfabeto en uso, el alfa, y ello podría significar que el utensilio así señalado poseía un valor propio y había circulado individualmente. Los objetos del trastero de San Francisco no presentan de todos modos una uniformidad ponderal que permita pensar con certeza en un sistema codificado para los intercambios. Cabe considerar que desempeñaban una función de cuenta a la vista muy simplificado, que no comportaba operaciones de pesado.