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Símbolos púnicos e incrustaciones de Aksum

Cartago, Qart Hadasht, significa ciudad nueva. Hasta su enfrentamiento con Roma, concretado en las guerras púnicas, fue la mayor potencia del Mediterráneo occidental. Fundada por los fenicios en el año 814 a. C., en el siglo III a. C. contaba casi 400. 000 habitantes, y era un activo centro de intercambios comerciales. El interés principal de los fenicios lo constituían los metales, y para dar con ellos estaban dispuestos a emprender viajes a países muy lejanos. Los fenicios de Cartago (o púnicos) buscaban estaño, y la tradición pretende que osaron traspasar las míticas columnas de Hércules, que tanta curiosidad y terror despertaban en los griegos, para navegar hasta Gran Bretaña e Irlanda.

Las monedas de Cartago

La necesidad de afrontar largas y problemáticas travesías convirtió a los cartagineses en los marineros más expertos del Mediterráneo. Mantenían relaciones con todo el mundo: cambiaban vinos y tejidos de lujo por las materias primas que traían de sus largos viajes por mar. Controlaban el comercio de metales preciosos, y ponían su flota a disposición de mercaderes gnegos y egipcios. Sus puntos de fondeo y centros comerciales se repartían por todo el Mediterráneo: territorios de África del Norte, Cerdeña y Córcega, las costas meridionales de España y Sicilia occidental, con ciudades como Cartagena, centro militar en la Península Ibérica, estaban bajo el control y la hegemonía de los cartagineses. Pero los púnicos no se limitaron, como hicieran sus antepasados, a escoger buenos puertos que sirvieran como puntos de apoyo y aprovisionamiento: explotaron el territorio circundante, por lo que sus factorías desarrollaron también una floreciente agricultura y una próspera artesanía cuyos productos eran destinados a su vez al comercio. Los cartagineses aún solían intercambiar sus mercancías mediante trueque, cuando ya hacía tiempo que todos los pueblos civilizados habían adoptado la moneda. Las primeras monedas cartaginesas, dióbolos de plata, se remontan al comienzo del siglo IV a. C. . y probablemente fueron acuñados en las cecas de Sicilia, una región que desde hacía tiempo estaba acostumbrada a crear y utilizar monedas ellísimas. Y también son bellísimas, en efecto, las monedas de Cartago, que, evidentemente, contrató a grabadores muy competentes y refinados. Las primeras emisiones presentan una iconografía semejante a la de las monedas de Siracusa, muy conocidas y apreciadas, y por tanto podían ser bien aceptadas en los países que ahora eran incapaces de prescindir del uso de la moneda, Se ha acostumbrado atribuir a Cartago las monedas acuñadas en realidad en Sicilia (Palermo, Solunto, Erice, Mozia): en efecto, sólo a finales del siglo IV a. C. la ciudad púnica instftuyó una ceca propia, a la que reservó la acuñación de monedas de oro, mientras que en los talleres de las colonias se producían monedas de plata, bronce y electrón, una aleación de oro y plata muy utilizada en las monedas cartaginesas.

De Aretusa a Tanit

Las monedas acuñadas en Cartago presentan una iconografía más original: en el anverso se encuentra la cabeza de la diosa Tanit, la divinidad indígena equivalente a Aretusa. En el reverso aparecen con frecuencia el caballo, símbolo de Cartago, o el león, que representa África. Muy a menudo se halla la palma, sola o acompañada de otros símbolos, a su vez expresión de potencia y fertilidad. La imagen de la diosa merece cierto interés: es verdad que el modelo de la bellísima Aretusa siciliana se mantiene presente, pero sin duda en las piezas cartaginesas la figura aparece diversificada y enriquecida por bellísimas joyas, y caracteñzada por una meticulosidad en el grabado en verdad extraordinaria para un pueblo tradicionalmente dedicado a los más prosaicos intercambios comerciales. También las figuras de los caballos, bravos y vigorosos, se representan con un detalle plástico y de movimiento que fascina y sorprende, sobre todo si se piensa que estas producciones monetales debieron servir, en realidad, para pagar las prestaciones militares de los mercenarios. Muy pronto la producción de los diversos tipos de monedas se tornó muy consistente, sobre todo en Sicilia: didracmas, tetradracmas y decadracmas comenzaron a circular junto con hemiiiirón, trías, hexas y onzas de bronce, propios del sistema monetario cartaginés.

Las monedas de Aksum

Encajado en el complejo panorama histórico de África oriental, se encuentra el floreciente reino de Aksum. Creado durante el siglo I a. C. por una población de origen yemení que logró imponerse a la indígena, estos recién llegados, los habasat (abisinios) fundaron en la altiplanicie del actual Tigré la ciudad de Aksum. Sus actividades consistían en el cultivo de la cebada y en el comercio del marfil, incentivado por el puerto de Adulis, que se abría sobre el mar Rojo (junto a la actual ciudad de Massaua), y que permitía una buena actividad comercial. Este pequeño pero próspero reino parece que se inmiscuyó en el control del Próximo Oriente y de Arabia meridional por potencias mucho mayores. Así, Roma, Bizancio y la Persia sasánida procuraron contrarrestar la relevante posición que Aksum había adquirido en los mercados locales, y que lo había convertido en un competidor incómodo. La monarquía que gobernaba a los aksumitas era más bien fuerte, y el soberano llevaba el título de nagasi, que significa el que exige tributo (término del que derivará la palabra negus), lo que revela una estructura social en ciertos aspectos todavía arcaica. Con el reino aksumita acabaron las tropas del islam, que sometieron este pueblo hacia el siglo VII, haciéndole perder toda relevancia en el campo económico y en el de las relaciones comerciales. La moneda autóctono de Aksum se inició hacia el siglo III d. C. Precisamente gracias al estudio de la producción numismática local, se sabe que hacia el siglo IV se adoptó el cristianismo como religión oficial, primero por los soberanos y luego por el pueblo. En las monedas, en efecto, los símbolos paganos de la media luna y de la estrella se sustituyen por la cruz cristiana. Las monedas aksumitas presentan características muy originales, a menudo fruto de una operación de ensamblaje de aspectos heterogéneos, recuperados de usos monetales de otras regiones y adoptados mediante fusión con los usos locales.

La incrustación: un caso único entre las monedas

Hay un aspecto, sin embargo, que hace interesantes y únicas las monedas aksumitas: diversos soberanos, al menos una docena según los hallazgos efectuados en las excavaciones en territorio etíope, mandaron acuñar monedas de plata y bronce con el añadido de incrustaciones de oro en la parte central, generalmente en forma de cruz cristiana o con la efigie del soberano. En estas monedas no puede hablarse de retratos, porque la figura humana se representa con rasgos muy estilizados: el rostro es inexpresivo, el ojo está visto de frente, sin tener en cuenta naturalismo ni verismo alguno en el tratamiento de una cabeza puesta de perfil (esta característica es típica del arte egipcio, y asimismo del retrato de Palas en las monedas de Atenas, y se encuentra también en el arte bizantino). El único elemento que experimenta modificaciones y cambios en estas monedas es el tocado del soberano, el cual aparece a veces coronado con una rica diadema, y en ocasiones con la cabeza envuelta en la venda real, que oculta el cabello, según la usanza local. Estas bellísimas incrustaciones se lograban con técnicas muy complicadas y difíciles de ejecutar, según un arte muy refinado, puesto que incluso en las monedas más deterioradas podemos distinguir el cincel. A grandes rasgos, fueron dos los sistemas de producción de estas monedas tan originales: uno, usado hasta el siglo IV aproximadamente, consistía en superponer al cuño una lámina de oro con la forma y dimensiones deseadas. Cuando se efectuaba la acuñación, esa delgada parte quedaba adherida a la moneda. El segundo sistema, cronológicamente posterior, consistía en preparar mediante un hueco la zona que se iba a dorar. Después el oro, mediante sistemas adecuados, quedaba fijado en esa oquedad.

¿Por qué tanta complejidad?

Muchos se han preguntado por qué esta producción era tan complicada y original. Hay quien ha pensado en un sistema para compensar en cierto modo una variación de valor en el numerario de plata, debida a una notable disminución de cantidad de metal precioso en la aleación. Pero las láminas de oro adheridas eran extremadamente delgadas, y por tanto resultaba difícil que pudieran adaptarse a la disminución del valor. Otros sostienen que estas monedas se utilizaban en el interior del reino para diferenciarlas claramente de las otras divisas que circulaban como consecuencia de las actividades comerciales. Pero esto presupondría la existencia de una economía de mercado interior muy desarrollada, característica que no nos consta respecto al reino aksumita. La hipótesis más verosímil es que estas monedas tuvieran una finalidad propagandística, conmemorativa si no simbólica, dado que a menudo aparecen las figuras de los soberanos y la cruz religiosa. También la cantidad de láminas de oro usadas por uno u otro soberano, en ocasiones muy distinta, vendría a confirmar el carácter simbólico; un homenaje formal a la monarquía aksumita, de la que se proponía celebrar el aspecto semisagrado, haciendo coexistir en las monedas, en un sincretismo del mayor interés, el aspecto propiamente sacro y las tradiciones políticas locales. Las monedas de Aksum siguen siendo un fascinante ámbito de investigación, inexplorado en muchos de sus aspectos.




Después de Alejandro: Una nueva civilización

En los primeros decenios del siglo III a. C., después de las guerras de los diádocos (los inmediatos sucesores de Alejandro Magno), se estabilizaron los tres principales reinos helenísticos: Egipto, Siria y Macedonia. La dinastía que reinó en Egipto fue la de los Tolomeos (o Lágidas), los Seiéucidas controlaron Siria, mientras que a los Antigónidas, los descendientes de Antígono I Gonatas, les tocó Macedonia. El endémico estado de guerra existente entre los reinos por el control de las diversas regiones, tuvo el único efecto de desgastarlos hasta llevarlos a la sumisión a la conquista romana. Ésta se impuso en Macedonia en el año 168 a. C., en Egipto en el año 30 a. C. y en221 a. C.) y Tolomeo IX (años 1 1 6a 107 a. C.). La moneda egipcia es muy rica en tipos y suntuosa en materiales y en el aspecto de las piezas: bajo Tolomeo III Evérgetes (años 246 a 221 a. C.) aparecen octodracmas y tetradracmas de oro que llevan los bustos, juntos, de Tolomeo IX Sóter II (salvador) y de la reina Berenice. Una característica peculiar de la moneda tolemaica es el uso frecuente de dos retratos juntos. Recordemos también el bellísimo anverso de un tetradracma de plata acuñada bajo Tolomeo IV Filopátor 1 (años 221 a 205 a. C.), en la que aparecen dos hermosos perfiles con elaborados peinados, y la preciosa serie de monedas de los Theói adelfói, los divinos hermanos, Tolomeo II y Arsinoe II, su hermana, que tomó por esposa. Otra nota típica es la maravillosa galería de retratos femeninos que demuestran el poder ostentado por las mujeres y la consideración de que eran objeto en el vértice mismo de la dinastía. También el retrato de Cleopatra VII, última reina del Egipto antiguo (años 69 a 30 a. C.), aparece en monedas acuñadas en Alejandría y en Antioquía, y además en denarios romanos, donde está retratada con Antonio: dada su proverbial belleza, causa tal vez una desilusión la imagen que de ella nos han transmitido los grabadores. Los artífices de los retratos de los soberanos egipcios, aun introduciendo muchos aspectos innovadores, deben respetar la concepción local del rey-dios. Por eso no ceden demasiado a aquel realismo colorista y vivaz que en cambio se encuentra en los fascinantes retratos de los Seléucidas, desvinculados de la visión teocrática del soberano. En las monedas de Siria, en efecto, los rostros están caracterizados por rasgos reales, pero, lo que aún es más interesante, presentan asimismo Siria en el año 64 d. C. No obstante este marco político tan negativo, la época helenística fue muy afortunada desde el punto de vista económico: el gran territorio reunido por Alejandro Magno continuó siendo un mercado único en tiempo de sus sucesores, y los propios soberanos helenísticos favorecieron en gran medida las producciones locales y los intercambios, permitiendo una buena circulación monetaria, incentivada, entre otras razones, por los gastos bélicos. Ciudades como Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria y Pérgamo en Asia Menor, se convirtieron en populosos centros de comercio y de cultura, enriquecidos y embellecidos por suntuosos y espléndidos monumentos. La circulación monetaria, abundante y nueva para la época, provocó sin embargo fuertes desequilibraos entre una región y otra, y tuvo sensibles reflejos sobre la población: en el seno de ésta se agudizaron las diferencias sociales y aumentó el número de esclavos. Esta explosión de libre intercambio de mercancías privilegió la zona del Mediterráneo oriental, haciendo caer a Grecia en una grave crisis económica que derivó más tarde en una decadencia generalizada, lo que la volvió frágil y vulnerable cuando los romanos dirigieron sus miras expansionistas hacia Oriente.

Revive el esplendor griego

Las monedas de los sucesores de Alejandro reflejan la vitalidad de los intercambios y de las actividades comerciales de la época, y desde el punto de vista artístico acusan la espléndida tradición numismática griega. En un primer momento, sobre todo por razones económicas, las monedas helenísticas continúan los tipos de Alejandro, reproduciendo incluso su retrato. Muy pronto, el deseo y la necesidad de afirmar la propia individualidad inducen a los nuevos soberanos a acuñar monedas con su imagen, creando una serie de retratos que se cuentan entre los más interesantes de la antigüedad, entre otras razones porque corresponden al deseo de una visión realista y no idealizada del mundo circundante, que se afirma precisamente por aquellos años. Egipto, que nunca había tenido moneda propia, inaugura la acuñación con los tipos de Alejandro Magno: la iconografía es muy similar, aunque la piel de león se sustituye por una cabeza de elefante. A partir del año 305 a. C., cuando Tolomeo se proclama rey, inicia la acuñación original, en nombre del faraón y con su retrato, sentando así la tradición de representar en las monedas al soberano aún vivo, y no sólo después de su muerte. El símbolo de la dinastía de los Lágidas era un águila, que en efecto se halla en numerosos tetradracmas: en dimensiones reducidas en las primeras emisiones de Tolomeo I, y ocupando toda la superficie en algunas monedas posteriores (como los ejemplares de Tolomeo IV (años 221 a 205 a. C.), Tolomeo V (años 246 a 221 a. C.) y Tolomeo IX (años 116 a 107 a. C.). La moneda egipcia es muy rica en tipos y suntuosa en materiales y en el aspecto de las piezas: bajo Tolomeo III Evérgetes (años 246 a 221 a. C.) aparecen octodracmas y tetradracmas de oro que llevan los bustos, juntos, de Tolomeo IX Sóter II (salvador) y de la reina Berenice. Una característica peculiar de la moneda tolemaica es el uso frecuente de dos retratos juntos. Recordemos también el bellísimo anverso de un tetradracma de plata acuñada bajo Tolomeo IV Filopátor 1 (años 221 a 205 a. C.), en la que aparecen dos hermosos perfiles con elaborados peinados, y la preciosa serie de monedas de los Theói adelfói, los divinos hermanos, Tolomeo II y Arsinoe II, su hermana, que tomó por esposa. Otra nota típica es la maravillosa galería de retratos femeninos que demuestran el poder ostentado por las mujeres y la consideración de que eran objeto en el vértice mismo de la dinastía. También el retrato de Cleopatra VII, última reina del Egipto antiguo (años 69 a 30 a. C.), aparece en monedas acuñadas en Alejandría y en Antioquía, y además en denarios romanos, donde está retratada con Antonio: dada su proverbial belleza, causa tal vez una desilusión la imagen que de ella nos han transmitido los grabadores. Los artífices de los retratos de los soberanos egipcios, aun introduciendo muchos aspectos innovadores, deben respetar la concepción local del rey-dios. Por eso no ceden demasiado a aquel realismo colorista y vivaz que en cambio se encuentra en los fascinantes retratos de los Seiéucidas, desvinculados de la visión teocrática del soberano.

Aparece el retrato realista

En las monedas de Siria, en efecto, los rostros están caracterizados por rasgos reales, pero, lo que aún es más interesante, presentan asimismo cierto estudio, pues reproducen una expresión psicológicamente definida y ya no olímpicamente congelada en una máscara aséptica, o con la mirada perdida en el vacío. Si se observa el bellísimo retrato de Antíoco 1 Sóter (años 281 a 261 a. C.), encontramos a un soberano marcado por las preocupaciones derivadas de las pesadas responsabilidades de su cargo, con la mirada enmarcada en ojeras, y con las arrugas propias de la edad y de la tensión. Este reino, durante mucho tiempo orgulloso e indómito, antes de la conquista romana (e incluso después, convirtiéndose en una espina en el costado imperial por sus continuas rebeliones), tenía como símbolo el caballo con cuernos. La elección del caballo no es casual: se propone, en efecto, recordar a Bucéfalo, el corcel de Alejandro, expresión de una potencia inteligente y ambiciosa, que lleva a sus últimas consecuencias el espíritu independiente. De Siria la moneda pasa a Bactriana y de aquí a la India, difundiéndose por los reinos indogriegos, hasta los posteriores reinos indios. En la primera mitad del siglo II a. C., la moneda se difunde también entre los partos, siempre según el modelo de los tipos acuñados por los Seiéucidas. Dignos de señalarse son los retratos de los reyes de Pérgamo, Bitinia y Bactriana. Otras monedas interesantes son las de Armenia: de ellas es representativa un tetradracma de plata en cuyo anverso se encuentra un bello perfil del rey Tigranes el Grande (años 95 a 56 a. C.), más interesante y exótico por el característico gorro adornado rellas y águilas y rematado por puntriangulares. En el reverso se repreenta la Tyche de Antioquía, que sigue el modelo de la célebre estatua de bronce realizada para la 121. a Olimpiada (años 296 a 293 a. C.) por el broncista, escultor y pintor griego Eutíquides, alumno de Lisipo. La rica iconografía se completa con las ondas del Orontes, el río local que discurre al pie de la figura. Las monedas de los reyes del Ponto se inician con el rostro de Mitrídates III (años 255 a 185 a. C.), espléndido ejemplo del retrato monetal helenístico, y continúa con Farnaces 1, con Mitrídates IV opátor, con su mujer Laodiké y con ates Vi el Grande (años 121 a 63 a. C.), famoso por haberse hecho inmune a los venenos. Este último soberano logró formar un ejército de aliados contra los romanos, terribles enemigos, pero fue vencido por Pompeyo en el año 63 a. C. De las monedas de Tracia forman parte los tetradracmas acuñados por Lisímaco (años 335 a 281 a. C.): llevan en el anverso el perfil de Alejandro Magno deificado, con los cuernos característicos del dios Amón, mientras que en el reverso hallamos a Atenea con yelmo corintio, sentada en un trono que se apoya en un escudo, y llevando en la mano una Niké, iconografía muy similar a la de Zeus en el sitial regio, que distingue las monedas de Alejandro.

Homenaje a las divinidades olímpicas

El otro gran reino en el que se dividió el imperio de Alejandro fue Macedonia, región de la que recordamos, en particular, un tetradracma acuñado bajo Demetrio I Poliorcetes (años 336 a 283 a. C.). En la primavera del año 307 a. C., el egipcio Tolomeo mantenía en su poder gran parte de Grecia y deseaba apoderarse de toda la península en perjuicio de Antígono Monoftalmos quien, a su vez, hacía tiempo alimentaba el propósito de recrear el imperio de Alejandro bajo su propia hegemonía. Antígono pensó que había llegado el momento del desquite, y confió a su hijo Demetrio el mando de una flota que, en Salamina de Chipre (año 306 a. C.), logró una aplastante victoria sobre sus enemigos egipcios, no sin antes haber asediado, con coraje y tenacidad, la ciudadela de la isla (de ahí el sobrenombre de Poliorcetes, esto es, , el sitiador). Después de este éxito, Antígono y Demetrio asumieron el título de rey. Para celebrar este feliz momento para la dinastía de los Antigónidas, se acuñó una moneda de extraordinaria belleza: en el anverso se muestra a Poseidón, de cuerpo entero, homenaje de los macedonios al dios del mar, hermano de Zeus y representado con el típico tridente. En el reverso se encuentra la proa de una nave sobre la cual descuella una Victoria alada que tañe la trompa y lleva una bandera en la mano izquierda. Esta Niké se parece mucho a la famosísima Victoria de Samotracia, custodiada en el Louvre de París, mutilada de los brazos de la cabeza. Los especialistas buscan los vínculos entre estas dos figuras, y si, como parece probable, fueron efectivamente gemelas, la numismática habría demostrado una vez más ser una disciplina indispensable para los historiadores. Las facciones de los últimos reyes de Macedonia, Filipo V (muerto en el año 179 a. C.) y su hijo Perseo (año 212 a 165 a. C.), nos han llegado a través de notables retratos monetales: de Filipo tenemos la imagen del soberano joven, con el bello perfil ornado con una corta barba, o bien la que le representa como Perseo, el mítico hijo de Zeus y Dánae, de quien pretendía descender la familia real. Del hijo de Filipo, llamado precisamente Perseo, ha llegado a la posteridad un memorable retrato que quiere transmitir respeto y admiración por un soberano que, sin embargo, no será capaz de evitar la derrota ante los romanos en Pidna, en el año 168 a. C. En Grecia, aun después de constituirse en provincia romana, continúa la emisión de monedas de plata por numerosas cecas. Precisamente Atenas inicia en este período la acuñación del llamado nuevo estilo: tetradracmas que llevan en el reverso la lechuza sobre un ánfora invertida, y los monogramas o los nombres de los magistrados. En este período las monedas helenísticas son planas y más anchas, para permitir la creación pos muy complejos y para dar la posibilidad de incluir nombres o leyendas extensas. En el siglo I a. C., las monedas griegas atraviesan una nueva y más modesta fase: los tipos recuerdan mucho las monedas imperiales romanas, con el retrato del soberano o de un miembro de su familia, mientras en el reverso se hallan motivos que remiten a la realidad local, sobre todo religiosa. Las emisiones son principalmente de bronce y dependen de un permiso especial expedido por la autoridad romana. !>

De la civilización helénica a la helenística

Los términos helenismo o civilización helenística se han introducido en la historiograffa moderna para definir un período distinto del helénico. Este último designa la época griega de las póleis (ciudades Estado) desde su origen hasta el advenimiento de Alejandro Magno, el cual, al dilatar y modificar la cultura griega gracias a sus conquistas y a sus contactos con Oriente, determina el nacimiento de una nueva civilización, llamada precisamente helenística. Este término mantiene en su raíz la palabra Hellás (Grecia), pero transmite plenamente la idea de que esta fusión se basa en cualquier caso en la gran experiencia cmca y cultural atesorada en la península griega. Catalogada hasta el siglo XIX como fase de decadencia o, por lo menos, de transición, la época que siguió a la muerte de AJejandro Magno la estudia profundamente el historiador J. G. Droysen hacia mediados de dicho siglo. Además de elaborar la definición de helenismo, este erudito revaloriza el período en cuestión, reconociéndole una dignidad autónoma y el mérito de haber operado una decisiva y profunda transformación del mundo antiguo en el plano político, económico y cultural. El helenismo irá disgregándose a medida que la conquista romana fagocitando Macedonia (añ 168 a. C.), Grecia (año 146 a. C.) y el Mediterráneo odental (año 31 a. C.). Esta última fecha, la de la batalla de Accio, señala la definitiva imposición de Roma sobre el último Estado helenístico aún independiente, Egipto. Sinónimo de helenismo es -alejandrinismo, de Alajandda de Egipto, el centro más prestigioso de la cultura helenística.




Las monedas de Alejandro Magno

A comienzos del siglo V a. C., acuñaron moneda con su nombre los reyes de Macedonia, una región al norte de la Península helénica. Con Alejandro 1 (años 498-454 a. C.) se acuñaron las primeras dracmas y las primeras estateras, que presentan un jinete con atuendo macedonia. Esta dinastía de los Argeadas, que dio hombres de la talla de Filipo II y Alejandro Magno, era considerada bárbara y extranjera por los griegos. En efecto, mientras la Península helénica registraba un constante progreso en los ámbitos social, económico y político, en Macedonia la población estaba constituida por agricultores y pastores, gobernados por una monarquía de tipo semifeudal, que había contribuido muy poco al desarrollo de su sociedad. Sólo con Filipo II (años 359 a 336 a. C.), precisamente mientras Grecia atravesaba una de sus más profundas crisis políticas, la monarquía macedonia se consolidó y se modernizó sobre la base del conocimiento y la conciencia de la validez de la cultura helénica, que se convirtió en el cimiento de la gran renovación en Macedonia. La adquisición de una salida al mar, con la anexión de las ciudades griegas del golfo Termaico, de la península Calcídica y de la costa trácica, junto con la posibilidad de explotar las minas de oro del Pangeo, incorporaron Macedonia al gran tráfico comercial y le permitieron disponer de muy notables medios financieros. En efecto, la moneda de oro, excepcional en el mundo griego, se hizo ya habitual bajo Filipo II: recordemos las estateras con la cabeza de Apolo en el anverso y la biga al galope en el reverso, que lleva también el nombre del soberano. Zeus en el anverso, y en el reverso un caballo montado por un jinete desnudo, con una palma, o un soldado con atavío macedonia, constituyen los tipos elegidos para las dos caras de los tetradracmas de plata, con explícita referencia a la descendencia de la divinidad griega, según el uso de las gentes nobles de la Hélade, con las que la dinastía macedonia ambicionaba equipararse. Zeus y su hijo Heracies son, pues, los prestigiosos antepasados de Filipo II y de su hijo Alejandro quien, tras su acceso al trono en el año 336 a. C., adopta para las monedas de plata la iconografía de Heracles tocado con la piel del león. En el reverso aparece de nuevo Zeus entronizado, con el águila y el cetro. Las estateras de oro, muy difundidas durante el reinado de Alejandro, llevan en el anverso la cabeza de Atenea vuelta hacia la derecha, con yelmo corintio ornado con una serpiente enroscada, y en el reverso la Nike (personificación de la victoria) con corona y lanza. El soberano macedonia continúa el ambicioso y previsor plan de su padre, Filipo li, tratando de asentar la hegemonía macedonia en Grecia. Educado por el gran filósofo Aristáteles, Alejandro muestra un profundo respeto por la cultura y la civilización griegas, y está convencido de que la necesaria renovación política debe llevarse a cabo bajo la égida de la siempre viva tradición helénica clásica. El sueño de un reino universal se hace pues realidad en la creación de un imperio que va de la Península griega a los valles del lndo (cerca del actual Pakistán), ocupando regiones de ilimitada riqueza material y cultural. En su fulminante conquista de regiones como Asia Menor, Mesopotamia, Egipto y territorios desconocidos e inaccesibles como los actuales Afganistán, Uzbekistán y Tadjikistán, Alejandro funda ciudades que llevan su nombre (recordemos, entre ellas, la Alejandría de Egipto, destinada a convertirse en poco tiempo en el centro más populoso y rico de Oriente) en las cuales deja guarniciones militares y un aparato burocrático que modifica profundamente aquellas regiones, donde antes prevalecían el nomadismo y una economía muy primitiva. Alejandro confiere nuevo impulso a la atrofiada economía del mundo griego y oriental, poniendo en circulación una apreciable cantidad de dinero, a través de los gastos del ejército, imponentes obras públicas, los premios a los veteranos y la soldada a los mercenarios. El problema de las monedas de Alejandro Magno radica precisamente en la dificultad de identificarlas, dada la pluralidad de las cecas que emitían monedas con su nombre. En conjunto, sin embargo -y en esto hallamos una gran novedad y una profunda renovación respecto a la tradición griega-, se puede hablar de una moneda uniforme aun en su multiplicidad, unificada en los tipos y en los pesos, basada en el uso del oro y la plata, como para representar la unión de la civilización persa, más dada a la utilización del oro que la griega (recordemos la producción de los daricos), cuya moneda se basaba en la plata. Con el propósito de simplificar y unificar los diversos sistemas ponderases griegos, Alejandro adoptó el pie ático para todas sus monedas.

El imperio universal

Del análisis de los tipos monetales de Alejandro se obtienen numerosísimos datos de su programa político y de su ambicioso designio de crear un imperio universal. En los tetradracmas, es muy hermoso el rostro masculino vuelto hacia la derecha, con la piel del león con el que luchó y al que venció Heracies en uno de sus proverbiales trabajos, colocada a guisa de yelmo. La expresión, muy intensa, transmite un mensaje de resolución, poder y nobleza, dotes todas ellas necesarias para quien se propone ser un gran conquistador, capaz de empuñar con fuerza las riendas de casi todo el mundo civilizado de entonces. Se reconoce con bastante unanimidad que esta figura masculina es precisamente Alejandro. Resulta indudable que los rasgos son muy característicos, pero en cualquier caso el retrato no se aparta mucho de otras personificaciones de divinidades que ya hacía tiempo figuraban en las monedas griegas, como, por ejemplo, el perfil de Zeus en un tetradracma acuñado por Filipo li, padre de Alejandro. La idea de Alejandro Magno consistía en adscribirse a una tradición sólida tanto en Occidente como en Oriente, e insistir en esta dirección incluso en el ámbito monetario, entonces más que nunca instrumento ideal de divulgación y propaganda. Sirviéndose de una imagen que no rompiera demasiado con la tradición y que además se remitiera explícitamente a una descendencia olímpica, el objetivo podía considerarse cubierto en Grecia, muy vinculada a sus propias divinidades y desde hacía tiempo habituada a verlas representadas en las monedas. Alejandro debía contar, sin embargo, con la tradición oriental, que deseaba ver a su soberano identificado con una divinidad. En Egipto se hizo coronar faraón, obteniendo del oráculo de Amón la investidura y la confirmación de ser hijo del dios. También para estas áreas geográficas la elección iconográfico de AlejandroHeracies tuvo un impacto muy positivo y respondía a la tradición. Por ello tendemos a conservar una imagen idealizada, la que aparece en los tetradracmas de Alejandro, aun reconociendo que representa algo nuevo en aquel proceso hacia la veracidad naturalista que conducirá a los retratos propiamente dichos. Éstos los hallaremos unos años después en los bustos de los diádocos y de los epígonos de Alejandro (los sucesores que se repartieron el inmenso territorio de sus conquistas), que mucho más que él precisaban ser reconocidos en sus fisonomías para poder mantener la autoridad. Alejandro era un símbolo, representaba el poder constituido y poco importaba cuáles fueran sus verdaderos rasgos; pero cuando la autoridad se pone constantemente en discusión, cuando son frecuentes y repentinas las sucesiones de los soberanos en el poder, como sucedió después de la muerte de Alejandro, se vuelve más importante divulgar con precisión la imagen de quien ostenta ese poder. Volviendo a los tetradracmas, observemos el muy interesante reverso que representa a Zeus entronizado y con los símbolos de su poder: la figura, aun evocando la famosa estatua de Fidias (segunda mitad del siglo V a. C.), presenta los cánones artísticos de la cultura helenística, que privilegian el movimiento, el claroscuro y cierta dramatización. En efecto, aunque la divinidad se representa en posición sedente, no resulta en absoluto estática: un pie está adelantado con respecto al otro, el torso aparece en tres cuartos, los pliegues de la vestidura quedan resaltados, y los brazos no se accionan de manera simétrica.




Los tipos de monedas griegas

La dracma era al comienzo la principal unidad ponderal. Luego, con este término se designó también una moneda de plata. La dracma representaba en peso la mitad, mientras que el entero lo constituía la estatera, que cuando ésta era de oro equivalía a 20 dracmas. Los tipos, o sea la figura u objeto representado, que aparecen en las monedas griegas suelen consistir en el emblema de la ciudad o del soberano, y constituyen el elemento que les confiere el poder de circular. A menudo la imagen principal se acompaña de figurillas colocadas en el campo o en el exergo (pequeño espacio en la parte baja de la moneda): en este caso se hablará de símbolos, que están vinculados a acontecimientos concretos, como en el caso de una Nike (figura alada que representa la Victoria) o de una panoplia (armadura de soldado expuesta como trofeo de guerra) tras una batalla de resultado favorable. Un ejemplo de esta última representación lo hallamos en las monedas de Siracusa, probablemente emitidas para celebrar la derrota de Atenas tras la invasión de Sicilia.

Una extraordinaria variedad

En los comienzos de la producción monetal griega, encontramos un predominio de figuras de animales (pensemos en el toro y el león en las monedas de Acanto, en Macedonia, de la primera mitad del siglo V a. C.) o de seres fantásticos, como la Gorgona (presente en las monedas de Oibia, colonia fundada por Mileto a orillas del mar Negro, hacia el año 400 a. C.) y el grifo (que aparece en las acuñaciones de Abdera, en Tracia, que pueden fecharse hacia los años 530-500 a. C.). Los temas se inspiran también en plantas (el apio en el caso de Selinunte, la rosa en el de Rocas) y en cuanto tuviera relación con el culto o con las actividades principales de la ciudad emisora, ya fueran agrarias, comerciales o marítimas: recordemos el atún de Cízico, el racimo de uvas en Naxos, la espiga de trigo en Metaponto, el trípode en Crotona, la jarra y la copa en Tasos y Quíos. Hay también algunos tipos llamados parlantes porque se sirven de juegos de palabras para consignar el nombre de la ciudad: la foca sugiere Focea y el león, Lentini. En la elección del tipo es muy importante el elemento religioso: Atenea para Atenas, Artemisa para Éfeso, Poseidón para Posidonia (nombre griego de Paestum), Aretusa para Siracusa. En el reverso encontramos elementos vinculados al culto de divinidades como la lechuza, el ciervo (en las monedas de Caulonia) o el águila de Zeus. El héroe Taras representado como jinete de un delfín en las monedas de Tarento se referiría, por su parte, al mito ligado a la fundación de la ciudad. Entre las monedas que remiten a divinidades, merece particular interés la espléndida personificación de Apolo en las monedas de Clazomene, en Lidia, obra de Teodato y que puede fecharse en el año 360 a. C. : el retrato del dios, visto frontalmente, lo resuelve el autor con gran plasticidad y sentido del movimiento. Además, la expresión de poderío y crueldad, característica de Apolo, se sugiere sencillamente, con unos pocos trazos en los ojos y en la boca.

La iconografia de la magna Grecia

La difusión de la moneda se produjo de Oriente a Occidente, por lo que necesariamente, si bien con cierto retraso, en el transcurso del siglo V a. C. las ciudades de la Magna Grecia y de Sicilia hubieron de organizar sus propias emisiones. En el sur de la península, las primeras ciudades que acuñaron moneda son Cumas, con el tipo de la concha, y Terina. Luego, en la segunda mitad del siglo V a. C., Nápoles (Neapolis significa ciudad nueva, ) produce piezas que presentan en el anverso la cabeza de la sirena Parténope y en el reverso, el tipo del toro androcéfalo barbado, evidente referencia al dios fluvial Aqueloo, que lo había engendrado. Nacen a continuación las cecas de Heraclea y de Turi, que emiten monedas con la representación del toro embistiendo, mientras que Tarento inicia la famosa serie del jinete sobre un delfín. En Reggio aparecen en las monedas la biga de mulas y la liebre corriendo. La elección de estas dos iconografías tan curiosas y singulares remite a episodios ligados a la vida de la ciudad: la primera celebra la victoria de Anaxilas, tirano de los años 494 a 476 a. C., obtenida en la carrera de bigas tiradas por mulas celebrada en Olimpia; la segunda recuerda la introducción de la liebre en Calabria, hecho probablemente de gran resonancia. En Sicilia encontramos la ceca de ZancieMessana (nombre antiguo de Messina), que produjo didracmas con el tipo del león frontal y la proa de nave durante la ocupación de los samios, y luego monedas con los mismos tipos que Reggio tras su conquista por Anaxilas.

Las monedas mas bellas del mundo

Las consideraciones sobre la valía de los artífices de las monedas de Italia meridional nos llevan a referirnos a las de Siracusa, consideradas las más bellas del mundo. El esquema iconográfico siguió siendo el mismo bastante tiempo, pero contrariamente a lo que se ha observado en el caso de Atenas, el estilo cambia sensiblemente en el transcurso de los años, en una evolución y con soluciones de categoría artística como para dar lugar a un caso único en la historia de la numismática. Siracusa, que, no lo olvidemos, aún se regía por un gobierno oligárquico encabezado por un tirano, había escogido para sus monedas una cuadriga en el reverso, y el perfil de la diosa Artemisa Aretusa rodeado por cuatro delfines en el anverso. En el año 480 a. C., Siracusa derrota a los cartagineses en la batalla de Himera, y en recuerdo y como celebración de esta victoria el tirano Gelón manda acuñar tetradracmas con esta iconografía. Se llaman Demareteia, en honor de la esposa de Gelón, la bellísima Demarete, a la que los prisioneros cartagineses ofrecieron sus coronas: con la plata de éstas se acuñaron las monedas. Estos tetradracmas llevaban también en el anverso un león corriendo colocado en el exergo, probablemente símbolo de la vencida Cartago. La hermosura de la diosa Artemisa Aretusa y la dulzura de sus rasgos la elevan a la categoría de símbolo de la armonía. El tema lo resuelven a lo largo del tiempo de manera diversa y espléndida grabadores de gran valía, a los que cabe incluso el honor de firmar sus obras. Hacia los años 440-430 a. C. aparecen en las monedas los nombres de Eumenes, Frigilo y Evéneto. Tras la batalla del año 413 a. C., en la que los siracusanos vencieron a los atenienses, se acuñaron diversas decadracmas grabadas por el gran Evéneto, por Cimón y por Euclidas, este último autor de unos tetradracmas rarísimos que presentan a Aretusa de frente. También Agrigento, que había adoptado en los albores de su producción monetal el tipo del camarón, hacia finales del siglo V a. C. acuña una serie de decadracmas de gran belleza y muy raras: en el anverso se representan dos águilas que despedazan una liebre, escena que evoca los versos de un coro del Agamenón de Esquilo; y en el reverso hallamos una cuadriga de caballos lanzados al galope, sobrevolada por un águila con una serpiente entre las garras; abajo, el antiguo símbolo de la ciudad, el camarón. Otra ceca que puede atribuirse una pequeña obra maestra entre sus emisiones es Catania. Hacia el año 415 a. C., Heráciidas, otro gran artesano-artista, graba los cuños para un espléndido retrato de Apolo, de mirada relampagueante de poder y de soberbia, con la cabellera dispuesta d una manera que se convierte casi en una forma decorativa. Numerosas y no menos interesantes son las demás cecas de la Magna Grecia. Entre las ciudades de fundación aquea: Tarento, colonia de Esparta, con sus delfines; Metaponto con la espiga; Síbaris con su figura que mira atrás; Crotona con el trípode. Locris, fundada por los locrios, con el águila que ataca la liebre. Posidonia, la romana Paestum, también con el tipo del toro. Cumas, fundada por colonos de Eubea hacia mediados del siglo VIII a. C., con la concha. Velia con el león. En Sicilia, además de las ya citadas monedas de Siracusa y Agrigento, recordemos Gela, con los tipos de la cuadriga y del toro androcéfalo; Palermo con las cabezas de caballo, Segesta con el perro, Centuripe con la lira. La gran novedad con respecto a la producción griega radica en que se acuñan numerosas monedas de bronce, y es interesante recordar que este metal es característico de las monedas romanas. El impulso al progreso recibido desde las tierras colonizadas fue verdaderamente notable. Los asentamientos griegos solían efectuarse en las regiones de economía y cultura más bien atrasadas, a las que los colonizadores imprimieron un considerable y a menudo decisivo desarrollo, por lo general de manera pacífica. Los benéficos influjos de esta fértil unión entre cultura griega y mundo indígena se dieron también en las zonas itálicas no directamente colonizadas por los helenos, e incluso en la Grecia propia, puesto que la expansión colonial estuvo en la base del desarrollo económico de todo el mundo griego, y condujo a la superación de la economía de tipo agrario. La misma forma en que se emprendió esta colonización permitió mantener vivos y vitales muchos elementos específicos de los pueblos autóctonos, y se creó una cultura extremadamente rica y adaptable que a veces precede en el tiempo a las innovaciones de la madre patria (en cuanto a evolución social o política) y la supera en las nuevas formas de actividades culturales y espirituales como la poesía, la historiografía y el pensamiento científico.

Influencia en la Península ibérica

La colonización griega se extendió por todo el litoral del mar Negro y Mediterráneo, además con una considerable penetración en Asia. Su influencia cultural destacó en los países de su entorno, la actual Italia y Turquía. En la península Ibérica la presencia griega fue patente en todo el litoral del Mediterráneo, pero sólo hay constancia de acuñaciones de monedas en el Emporitón (Ampurias) y Rhode (Rosas). De estos asentamientos, el primero fundado por la colonia griega de Marsella, y el segundo por griegos procedentes de la isla de Rocas. Fueron productores de bellas dracmas con las leyendas de Emporitón y Rodetón, ya desde el siglo IV a. C. ; utilizando los tipos de caballo parado alado y la rosa abierta, respectivamente. No cabe la menor duda que estas ciudades fueron las primeras en introducir la moneda en la península, dando origen en las mismas cecas a las primeras acuñaciones ibéricas tan extendidas durante los siglos siguientes por toda la península.




Las monedas de Grecia

No es fácil seguir un criterio de clasificación para las monedas griegas: las poleis eran numerosísimas, y casi todas, por razones comerciales y por orgullo nacional, se organizaron para acuñar sus propias monedas. No había uniformidad en los sistemas de peso, y muchas ciudades adoptaron los mismos símbolos o tenían idénticas letras distintivas. Por último, faltan las fechas. Para distinguir las más de treinta cecas activas en la península griega y en las islas (a las que hay que añadir las cecas de África, de Asia y, naturalmente, de la Magna Grecia), pueden adoptarse diversos parámetros.

Criterios de clasificación

Muchos de los especialistas más acreditados en la clasificación monetaria griega se han atenido a una simple distinción geográfica, que asigna a cada polis la descripción de los diversos tipos a ella atribuidos. Otros prefieren clasificar según las diversas autoridades emisoras, distinguiendo entre emisiones de ciudades autónomas, emisiones bajo soberanos y tiranos (como para Macedonia, Siracusa, Siria, Egipto o Persia), emisiones de monedas ciudadanas (bajo la dominación romana) y monedas coloniales. Una clasificación muy interesante es la basada en el análisis estilística, que asigna a la moneda la dignidad artística, que sobre todo a las monedas griegas les corresponde con todo derecho. Los metales característicos de la producción griega fueron el oro, la plata y el bronce (más raramente el electro, usado sobre todo en Asia Menor). Tanto el oro (en realidad utilizado más bien tarde, a fines del siglo V a. C., y siempre en casos extraordinarios) como la plata (el metal que verdaderamente distingue las acusaciones griegas) se emplearon siempre en estado puro. El peso se establecía con gran atención y seriedad. El verdadero escollo para definir la moneda helénica radica precisamente en la multiplicidad de los sistemas ponderases con los que deben hacerse los cálculos: el sistema persa o microasiático, difundido en Asia Menor (adoptado por Creso y por los persas, pero también usado en la península itálica: Reggio, Cumas, Sicilia y Etruria); el sistema fenicio, extendido entre los fenicios en África, en algunas regiones de la Magna Grecia y en Macedonia antes del advenimiento de Alejandro Magno; el sistema ático, empleado, con algunas variantes, en Atenas y en Corinto y luego adoptado en el imperio macedonia y en la Magna Grecia, y por último el sistema eginético. Por lo que se refiere al período arcaico, ya os hemos referido a las , animales simbólicos de las acuñaciones de Egina, decididamente afortunadas en la solución formal y en la circulación, muy duradera. Si Egina dirigió su comercio principalmente hacia Oriente y al mar Egeo, Corinto, la segunda ciudad griega que acuñó moneda (hacia finales del siglo VII a. C.), desarrollaba sus actividades sobre todo en los mercados occidentales, en la Magna Grecia. Sus monedas fueron conocidas con el nombre de potros porque en el anverso llevaban la figura de Pegaso, el mítico cabalo alado capturado por Belerofonte. En un imer momento, las monedas de Corinto presentaban en el reverso una simple señal de punzón, pero la iconografía se fue perfeccionando con el grabado del retrato de Palas Atenea, diosa protectora de la ciudad, tocada con el yelmo corintio. Una famosísima imagen de la misma diosa la hallamos en las monedas de Atenas, la otra importante ceca de Grecia continental. La interpretación de los primeros tipos de la ceca ateniense es más bien controvertida: a las didracmas arcaicas acuñadas aún según el sistema eginético, y con la imagen del ánfora, siguieron las monedas de la reforma de Solón (año 590 a. C.), con los llamados tipos heráldicos. Seitam, un especialista en la materia, ha demostrado que los diversos tipos que figuran en las monedas de este período (por ejemplo el caballo) aparecen asimismo en los escudos de los nobles guerreros que decoran la cerámica. Otra teoría sostiene que estos símbolos señalan a los magistrados anuales de Atenas o bien que tienen significado religioso. En realidad, éste es un terreno muy incierto, en el que una hipótesis no excluye la otra. Muy pronto, hacia el año 525 a. C., las monedas de Atenas adoptarán la iconografía que conocemos mejor: la de la cabeza de Atenea en el anverso y una lechuza, el animal sagrado de la diosa, en el reverso. Una fórmula destinada a durar años y a ser reconocida y ampliamente imitada (la imitación es una señal inequívoca del éxito obtenido por una moneda y de la prosperidad del Estado que la emite). A comienzos del siglo VI a. C., la moneda circula corrientemente en la cuenca del Egeo, en el interior de Grecia y en las regiones de Asia Menor, y es interesante destacar que son muchas las características comunes de las monedas de esta primera producción, lo que demuestra los estrechos contactos comerciales y culturales en la zona. En todas las monedas de este período hallamos el reverso grabado en hueco y no en relieve. Evidentemente, para garantizar la bondad del metal y el peso, bastaba la figura del anverso. Cuando más tarde se introduzca también la iconografía en el reverso, las ventajas no serán sólo de orden estético: el nuevo elemento, en efecto, servirá para diferenciar los valores de las monedas. Las primeras producciones monetarias carecen de inscripciones y de leyenda: son, pues, anepigráficas. A veces, como en el caso de las monedas de Corinto que presentan la inicial del nombre de la ciudad en caracteres arcaicos, hallamos una letra distintiva; pero aún no era necesario aportar indicaciones más precisas y circunstanciadas de la ciudad emisora: el tipo figurativo característico, reconocible y adscribible con facilidad y certeza a la autoridad de emisión, constituía un elemento suficiente de garantía, válido para aceptar y cambiar las monedas.

Las lechuzas atenienses

Durante mucho tiempo, Atenas, que debía importar la plata y cuyo comercio se veía obstaculizado por la opulenta Egina, situada enfrente, hubo de contentarse con una posición mercantil más bien modesta. Cuando en el siglo VI a. C. se descubrió la rica mina del Laurio, la situación mejoró mucho, sostenida por un deseo creciente de expansión de los atenienses y, sobre todo, por un nuevo orden social que, dada su modernísima concepción, no podía dejar de favorecer el progreso económico y social. La reforma de Clístenes (fines del siglo VI a. C.) llevó al pueblo a participar en el ejercicio del poder, por vez primera en la historia de la humanidad, mediante un sistema de democracia directa. Otra innovación revolucionaria: la pertenencia a las diversas clases no se basaba ya en la renta agraria, como se había establecido en tiempos de Solón, sino en relación con el dinero en efectivo. De este modo, el poder económico era accesible también, y sobre todo, a los artesanos y a los comerciantes. Un cambio social tan importante condujo muy pronto a Atenas a convertirse en una encrucijada de fermentos ideológicos y comerciales de gran importancia: la difusión de la nueva moneda ateniense de plata, el tetradracma, que valía cuatro dracmas, revolucionó los equilibrios comerciales del mundo griego en detrimento de Egina y de las demás monedas hasta entonces fácilmente aceptadas en los diversos mercados (se han encontrado monedas de Atenas en España y en las regiones interiores de Asia). Tras las importantísimas victorias conseguidas sobre los persas (recordemos Maratón en el año 490 y Salamina en el año 480 a. C.), Atenas se dispone a convertirse en la ciudad hegemónica de Grecia, una supremacía que en ocasiones aplicará de manera más bien prepotente y violenta, como cuando mandó suprimir las muy odiadas tortugas, en el año 456, decisión ejemplar para demostrar su predominio político y comercial. Observando la iconografía de las monedas de Atenas, resulta evidente un estilo arcaico que halla su paralelo en el arte contemporáneo: el hermoso perfil de Atenea reproducido en los tetradracmas presenta el ojo dispuesto frontalmente, como en ciertas pinturas de vasos; además, la enigmática sonrisa de la diosa imita la actitud de los famosos kuros o curos del siglo VI a. C., en los que es manifiesto el esfuerzo por idealizar la figura humana sin representar pasiones, sean éstas de gozo o de dolor. La presencia de la figura humana, un tema privilegiado en el arte griego, se da por vez primera y con una selección iconográfico muy innovadora, precisamente en las monedas de Atenas. Por lo que se refiere a las variantes de este esquema iconográfico, pueden observarse los diversos tocados de la diosa. Inmediatamente después de la aplastante victoria del 480 sobre los persas, a Atenea se la representa con una corona de laurel. Aparte éste y otros cambios menores, las monedas de Atenea permanecieron casi invariables unos 200 años, o sea hasta el año 250 a. C. La explicación de semejante conservadurismo hay que buscarla precisamente en el inmenso éxito que esta divisa tuvo entre todos los pueblos que mantenían intercambios comerciales con los griegos. Probablemente se temía que una modificación sustancial de la iconografía despertara desconfianza entre los poseedores, y hubiera podido insinuar la idea de un cambio político en el seno de la polis, cuando la estabilidad era un elemento fundamental para definir una buena divisa.




Bancos de Babilonia y monedas persas

Los antiguos mostraban preferencia por dos metales: oro y plata. Esta predilección la justificaban muchos factores, que nos remiten a las condiciones que determinaron el uso del metal como pauta de valor para el intercambio comercial. Era necesario que el material fuese raro, pero no demasiado; que resultara bastante maleable a fin de poder ser elaborado, pero lo suficientemente duro para conservar ciertas características sin alterarse al pasar de mano en mano; que no se oxidara ni sufriera otros inconvenientes que disminuyeran su peso y su valor; y, sobre todo, que se reconociera con facilidad por el peso, color y sonido. Estas características se encuentran concretamente en la plata y en el oro, que muy pronto se eligieron como los mejores metales para acuñar moneda. Una distinción un poco escolar y simplista atribuye el oro a las monedas de las grandes dinastías de monarcas y la plata, a las repúblicas independientes: los reyes de Lidia, los Aqueménidas de Persia, el imperio de Alejandro Magno y de los diádocos -sus sucesores- produjeron monedas de oro en gran cantidad; las poleis griegas y la República romana, en cambio, prefirieron poner en circulación piezas de plata. Esta distinción, aunque muy genérica, no deja de encerrar un fondo de verdad. Durante muchos siglos, Oriente prefirió el oro. Las primeras monedas de este metal las encontramos en Lidia, la región de Asia Menor heredera de un gran imperio central que había tomado el oro, aun antes de utilizar la moneda, como punto de referencia para todos los intercambios y valores. En la Mesopotamia del IV milenio a. C., floreció una de las mayores y más antiguas civilizaciones, la de los sumerios. Mesopotamia país entre ríos, el Tigris y el Éufrates, hoy repartido entre Irán e lrak) se hallaba en una posición excepcionalmente afortunada, tanto por la fertilidad del terreno como por su condición de encrucijada de caravanas de mercaderes, que le permitía controlar el tráfico desde el mar Egeo al golfo Pérsico. En esta civilización nació y se difundió la escritura (hacia el año 3200 a. C.), precisamente por la necesidad de , marcar y diferenciar las numerosas mercancías de los diversos artesanos y campesinos que llevaban sus productos a las grandes ciudades para intercambiarlos. La población estaba organizada en ciudades templo, en cuyo interior la clase sacerdotal representaba, además de la autoridad religiosa, el poder económico y político. En una civilización tan compleja y organizada penetró el elemento semítico tras la invasión de pueblos que los sumerios no supieron contener (su gran debilidad se debía a la ausencia de unidad política y militar). Entre los diversos reinos formados en este período, el de Babilonia adquirió importancia preeminente, y dio nombre a toda la civilización mesopotámica durante varios siglos (aproximadamente de los años 2000 a 562 a. C.), aunque en esta región se sucedieron y alternaron varios pueblos, entre ellos hititas y asirios.

Los bancos – templos babilonicos

Nos hemos referido a las ciudades babilónicas como ciudades templo, para subrayar la importancia que este lugar de culto revestía en el seno de la civilización que comentamos. En torno al III milenio a. C. surgieron y se difundieron los zigurats, torres que se elevaban en terrazas decrecientes, con un templo en la cúspide y una escalera exterior de acceso (es famosísima la torre de Babel bíblica). Aunque con el paso del tiempo la monarquía fue afianzándose cada vez más, la clase sacerdotal continuó ocupando una posición de gran prestigio y disfrutando de enormes privilegios: además de controlar la instrucción y la cultura, también era depositaria del poder económico. En los templos se acumulaban, en efecto, riquezas fabulosas procedentes en parte de las ofrendas de los fieles y en parte del rendimiento de las tierras y de las manufacturas que pertenecían a la divinidad. El oro se almacenaba en los lugares sagrados junto con las muestras de piedra que servían como unidades de peso, por lo general zoomorfas, o sea en forma de animal: en Babilonia tenían figura de pato; en Egipto, probablemente en recuerdo del uso del ganado en los primeros intercambios, su aspecto era de cabeza de buey. Los templos se convirtieron así en lugares oficiales de verificación de pesas y medidas, además de estar destinados al , pues cada ciudad tenía un sistema propio de normas ponderales. Al principio, las transacciones se desarrollaban en el interior de los recintos sagrados, ante los sacerdotes, que controlaban que fuesen correctas y garantizaban su legalidad estampando sellos. La acumulación en los templos de estos contratos, los depósitos de metal precioso, siempre en aumento, y la necesidad de una gestión y una contabilidad de los fondos, determinaron que en los lugares de culto se crearan los primeros bancos comerciales. Muy pronto, además de los bancos templo surgieron los bancos privados, como testimonio de la gran capacidad de este pueblo emprendedor. Con los primeros banqueros no tardó en difundirse la actividad crediticio. Los préstamos concedidos se gravaban con unos intereses elevadísimos, y ello principalmente por razones sociales. Quien obtenía un préstamo disfrutaba ya de una posición desahogada o era propietario, y podía conseguir grandes beneficios gracias a esta nueva disponibilidad de riquezas: así, estaba en condiciones de mejorar sus cultivos y recoger cosechas más abundantes, y de aumentar las adquisiciones en países extranjeros y revenderias con altísimas ganancias.

Sistemas de pesos y medidas

Aun siendo los pueblos mesopotámicos muy avanzados y organizados, no habían llegado a usar la moneda. Se empleaba el sistema de relacionar las mercancías, en las transacciones, con un producto patrón, que no sólo era el oro y la plata, sino también la cebada. Precisamente en este producto se basa el sistema métrico de los babilonios, llamado sexagesimai porque descansaba en el número 60 y sus múltiples y submúltiplos. Un total de 180 granos de cebada constituían el sicio (8 gramos), y 60 sicios formaban la mina (medio kilo). En el vértice del sistema estaba el talento, que se aproximaba a los 30 kilos. Dicho sistema se usó en todo Oriente durante muchos siglos, y se difundió también en Grecia hasta la introducción del sistema decimal, más práctico y basado en los diez dedos. Siempre se trató exclusivamente de un parámetro ponderal, y nunca se convirtió en moneda. También el oro y la plata, en este primer momento, se utilizaron según una proporción de peso: oro 1, plata 13, 5, según la relación entre año solar y mes lunar. Sabemos el gran valor que tenían la astrología, la astronomía y la matemática para la sociedad babilónico, y la importancia de estas disciplinas llegó a condicionar los sistemas métricos. Después del 1200 a. C., el panorama político de Asia Menor sufrió notables y fundamentales transformaciones: a lo largo de las costas se inició la primera colonización griega, en el interior nacieron varios reinos autónomos, como el de los frigios, y más tarde (siglos VII-VI a. C.) el reino de Lidia, con capital en Sardes. En este reino, heredero de la gran cultura mesopotámica, la dinastía de los Mermnadas emitió piezas de metal, ya pesadas y aquilatadas, garantizadas por el símbolo real: la cabeza de león que hallamos en las primeras monedas de electrón.

Las monedas de los persas

El sistema bimetálico, basado en una relación fija entre oro y plata, fue adoptado por los persas cuando, en el siglo VI a. C., conquistaron Lidia, toda Anatolia, las ciudades griegas de la costa y Babilonia (año 539 a. C.). Con Darío 1 (años 522-486 a. C.), el imperio alcanzó una extensión enorme: comprendía el Alto Egipto, las llanuras asiáticas hasta el lndo, el Cáucaso y el desiedo de Arabia, cubriendo unos 7. 000. 000 kM2. Fue importante su obra de organización, pues trató de conciliar un fuerte control central con las tradiciones locales. La circulación monetaria en el interior del imperio se efectuaba en dáricos (del nombre de Darío) de oro y en sicios de plata. Unos y otros, por vez primera en la historia de la numismática, representaban en el anverso una figura humana armada con arco y lanza: el retrato del Gran Rey, con el uniforme de los arqueros de su guardia. En estas monedas coexisten de manera significativa y moderna el concepto de poder regio, que legitima la pieza, y la característica distintiva de Darío y de los reyes que se sucedieron en la dinastía de los Aqueménidas: su papel de grandes militares y conquistadores. Los dáricos de oro pesaban 8, 5 gramos, y el sicio de plata mantenía con el oro una relación de 1: 1 3 y 1/3; por tanto, un dárico correspondía a 1 1 2 gramos de plata. Este criterio se basaba en el postulado de que entre oro y plata había una relación siempre fija. Incluso en un sistema comercial arcaico como el persa, no era posible mantener inmutable esta proporción sin falsear las reglas del mercado. Entonces (como hoy) esta relación variaba de manera autónoma por razones de especulación, tesaurización o producción.

Un viaje largo y fatigoso

A modo de ejemplo de cómo se llevaban a cabo las transacciones comerciajes en el mundo mesopotámico, describamos brevemente los intercambios con Kanis, una de las más importantes colonias asirías en Anatolia entre 1900 y 1800 a. C. Este centro comercial distaba más de 800 km de la metrópoli y se encontraba en una región muy inaccesible, a la que sólo podían acceder caravanas de asnos. En la estación favorable (en invierno se interrumpían los contactos), partían de la capital grandes cantidades de plomo y estaño extraídas de las minas asirías, telas y damascos. A la llegada de las mercancías, tras el largo y difícil recorrido, habían multiplicado su precio: los metales costaban el doble que a la partida, y los tejidos, el triple. Naturalmente, el viaje era muy costoso, pero merecía la pena emprenderlo porque los beneficios eran muy elevados. Además, los comerciantes conseguían reducir gastos ahorrando en el salario de los conductores de asnos. También la venta de estos últimos en el lugar de destino constituía una fuente de notables ganancias. Para el transporte del oro y la plata obtenidos de las ventas, se empleaban correos, también muy usados para la correspondencia.




La difusión de la moneda

A comienzos del siglo VI a. C. es posible que las actividades comerciales estuvieran reguladas de manera poco homogénea, y que se superpusieran los diversos sistemas de intercambio. Para las transacciones domésticas y de entidad limitada se recurría al trueque, ya en uso entre los pueblos prehistóricos, a la moneda natural a base de ganado o cereal y a la moneda utensilio, representada por óbolos, lebetos y tkpodes. Para el comercio internacional se utilizaban los metales preciosos, como el oro y la plata, forjados en anillos o en panes de peso determinado según sistemas metrológicos ya en uso en Palestina y Caldea.

La implantación de la moneda

Durante la primera mitad del siglo VII a. C., esas piezas desaparecieron para ceder su lugar a unas bolitas, mucho más manejables, que permitían una mayor facilidad de intercambio de las mercancías de importe limitado. Muy pronto este sistema fue aceptado y favorablemente acogido en todas partes. Para agilizar y racionalizar aún más los intercambios, las bolitas llevaban contraseñas consistentes en símbolos que certificaban el peso y la calidad del metal sin necesidad de verificarlos cada vez. Es objeto de debate si esta primera fase de la moneda nació por iniciativa privada o bien alcanzó pronto categoría oficial. Algunos especialistas (Breglia, Bernareggi) consideran que los primeros sellos fueron estampados por comerciantes y por santuarios (a menudo los templos desempeñaron funciones bancadas), y muy pronto el Estado se dio cuenta del valor e importancia de estas contraseñas para garantizar las monedas contra eventuales falsificadores (por entonces ya en plena actividad), reservándose el derecho exclusivo de grabar sobre el metal. Otros especialistas, como Kraay, afirman que estos sellos los estampó el Estado desde el primer momento, a fin de distinguir los metales que servían para el pago de mercenarios o funcionarios, asignando con ello a la moneda un origen no comercial. Otra hipótesis (Wili) atribuye un origen ético y moral a las monedas, cuya función era garantizar la igualdad entre los ciudadanos, Esta hipótesis se basa en una afirmación de Aristóteles. El gran filósofo del siglo IV a. C., consideró en la Política la moneda como un instrumento necesario para otorgar entidad real a los intercambios, cada vez más densos y articulados. Pero sobre todo en la Ética a Nicómaco adelantaba la hipótesis de que la moneda nacía de una necesidad de igualdad y justicia social, y sostenía con ello una génesis etico política del dinero (a este respecto, no debe olvidarse que el término latino nummus deriva del griego nomisma, que a su vez procede de la palabra nomos, ley. Las diversas interpretaciones, todas ellas interesantes y dignas de atención, convergen en la unánime afirmación de que a mediados del siglo VII a. C. aparece la primera moneda estatal. De las hipótesis enumeradas, la primera parece la más verosímil, pues la abona un hallazgo efectuado en el Artemision de Éfeso: una vasija de loza contenía bolitas que. pueden fecharse a mediados del siglo VII a. C. y que presentan sencillas estrías y contramarcas de validación de los probables y diversos poseedores. Junto con las bolitas se encontraron otras con la contraseña de símbolos del Estado que las vinculan a emisiones oficiales de Éfeso, Focea y Lidia. Parece bastante evidente que el Estado, habiéndose percatado de la importancia del símbolo, hizo suya esta forma de garantía, desarrollando y distinguiendo el grabado oficial con figuras de gran merito y belleza. El hecho de que durante cierto periodo coexistieran las emisiones privada y estatal atestigua que el paso de una a otra forma fue muy rapido. Muy pronto, en efecto, la moneda estatal invadio el mercado y gozo de las preferencias de todas las plazas. Los motivos son multiples. Ante todo, el Estado iba cobrando cada vez mas importancia e inspiraba creciente confianza, sobre todo en relacion con las entidades privadas y con los bancos, poco conocidos y acreditados. Ademas, la emision oficial no solo era util al ciudadano particular, que veia asi garantizado su dinero, sino tambien al Estado que mediante los derechos de acuñación incrementaba sus ingresos. !> Como ya hemos anticipado, las primeras monedas tuvieron su origen en Asia Menor: al principio eran de electrón (mediados del siglo VII a. C.), y luego, en el reinado de Creso (años 561-546 a. C.), de oro. Pero según la tradición y de acuerdo con algunas pruebas, la primera ciudad griega que acuñó moneda fue Egina, La leyenda narra que un personaje mítico, Fidón rey de Argos, introdujo en la isla de Egina (en el golfo Sarónico, entre el Peloponeso y el Ática) el nuevo sistema de intercambio, implantando como moneda las varillas para asar de hierro o bronce. La moneda de Egina representaba en el anverso la figura de una tortuga, de la cual fue durante siglos su símbolo. Esta isla era un rico centro comercial y controlaba la producción de oro y plata de la isla de Sifnos. Sus tortugas fueron reconocidas y preferidas en los intercambios comerciales del mar Egeo (y fuera de él) desde los siglos VII y VI a. C.

Moneda y progreso social

El mundo griego y todas las regiones de su esfera de influencia adoptaron muy pronto la moneda, gracias a una serie de circunstancias propicias. Ya en el siglo VIII a. C., la civilización helénica atravesaba un período de gran transformación, sobre todo desde el punto de vista económico. La agricultura y la ganadería ya no eran el único medio de sustento: artesanía, astilleros y comercio marítimo acrecentaban y diversificaban las actividades. En este proceso evolutivo tuvieron un gran papel las colonias fundadas en el Asia Menor y la Italia meridional, que aportaron nuevos mercados a la industria de la metrópoli e intensificaron la importancia de metales, cereales y esclavos. Estas condiciones reforzaron la posición de las diversas categorías de artesanos, mercaderes y empresarios, y debilitaron en gran medida a los pequeños propietarios de tierras. La conflictividad entre ambas categorías sociales desembocó en cambios políticos revolucionarios: la nobleza terrateniente ya no fue aceptada como única e indiscutible clase superior, y los nuevos ricos reclamaron sus derechos. Las consecuencias más evidentes de estas transformaciones fueron la promulgación de leyes escritas y la posibilidad de acceder a cargos políticos no sólo por derecho de nacimiento, sino gracias a unos determinados ingresos. La introducción y el uso del dinero impulsaron grandes novedades incluso en el ámbito cultural: en efecto, los intercambios comerciales favorecieron los contactos culturales y, con ellos, el cambio social. Si a comienzos del siglo VI a. C. todas las ciudades griegas de cierta importancia comercial tenían su moneda, otras grandes civilizaciones se hallaban aún lejos de haberla adoptado. Los cartagineses, por ejemplo, prefirieron durante mucho tiempo atenerse al trueque en sus relaciones mercantiles, y los grandes imperios centralizados (Persia, Egipto, la India) contemplaban con cierta desconfianza el intercambio regulado mediante la moneda. ¿Por qué? Hasta la adopción de la moneda, la riqueza consistía en la posesión de tierras, fácilmente controlables y, sobre todo, valorabas y confiscables por el Estado. La moneda hacía al hombre libre, independiente del poder estatal, y por este motivo la autoridad se resistía a aceptar su introducción. Las poleas griegas, con su peculiar estructura de ciudades Estado autónomas y soberanas, privilegiaban al conjunto de sus ciudadanos, y por tanto no opusieron obstáculos a cuanto pudiera promover el progreso social. Abiertas a los intercambios comerciales, e incluso promotores de los mismos, fueron la cuna ideal de la moneda y el medio en que ésta proliferó de manera natural.

El derecho de acuñación

El derecho de acuñación se basa en la diferencia entre el valor intrínseco de la moneda (el precio correspondiente a la cantidad de metal) y su valor nominal (la cotización a la que se hace circular y se cambia la moneda). Con esta ganancia, el Estado paga los gastos ocasionados por la acuñación y, además, crea nuevas fuentes de beneficios, siempre bien recibidos. Precisamente para incrementar estos ingresos, todas las ciudades de Grecia, en competencia unas con otras, lanzaban al mercado monedas que mantenían una elevada ley metálica, o sea, que conservaban todo lo posible el metal precioso en un alto grado de pureza, sin desnaturalizarlo mediante aleaciones con metales menos nobles. En esta especie de competición entraban en juego cuestiones de naturaleza no estrictamente económica, pues la ciudad que presentaba monedas más apetecibles aumentaba su prestigio.




Origenes de la moneda

Aunque son numerosos los estudios e hipótesis acerca de quién haya inventado la moneda, nadie ha acertado todavía a dar una respuesta definitiva. Naturalmente, la primacía de un sistema de intercambio tan difundido, que ha promovido contactos, relaciones comerciales y circulación de ideas entre los pueblos, es objeto de debates y se presta a la creación de leyendas y mitos. Muchos hacen remontar las primeras monedas de oro a Creso, rey de Lidia en el siglo VI a. C. La riqueza de Creso se ha hecho legendaria, y la leyenda, como ocurre a menudo, contiene un fondo de verdad: Lidia, una región de la actual Turquía asiática, se encuentra en una posición privilegiada porque actúa como bisagra entre Oriente y Occidente. Además, es muy rica en minas de oro, como recuerda Herodoto, gran historiador del siglo V a. C.: En cuanto a maravillas dignas de ser recordadas, Lidia no posee muchas en comparación con otros países, excepto las briznas de oro que provienen del Tmoio (montañas de Anatolia). Otro aspecto importante en apoyo de esta tesis es que Lidia tiene poco terreno cultivable: sus habitantes se dedicaron muy pronto al comercio, primero en forma de trueque, y luego según las diversas modalidades de intercambio que, como veremos, constituyen la génesis de la moneda. Otros sostienen que la cuna de la moneda se halla en las costas de Asia Menor, donde florecieron las primeras colonias griegas, tan importantes en la mediación entre las culturas helénica y oriental, También estas colonias, por lo demás fronterizas con Lidia, desarrollaban intensos tráficos comerciales. Más allá de disquisiciones académicas sobre la zona exacta de nacimiento de la moneda, queda de manifiesto, en cualquier caso, que la región de Asia Menor fue el ámbito más idóneo para la creación y desarrollo de una forma de intercambio práctica y ligera, capaz de promover relaciones tanto comerciales como culturales de los pueblos asomados al Mediterráneo. Los conocimientos actuales se basan en los hallazgos de monedas de electrón (una aleación natural de oro y plata) principalmente en Éfeso, en la costa de Asia Menor. Hoy se piensa que las primeras emisiones se efectuaron en Oriente (siglo VII a. C.). Desde allí, el uso de la moneda se difundió a Grecia.

Sistemas de intercambio antes de la aparición de la moneda

Si la moneda no aparece hasta mediados del siglo VII a. C., ¿cómo se realizaban los intercambios con anterioridad? Podemos sintetizar las diversas fases en tres puntos: 1) trueque; 2) moneda natural, y 3) instrumento de metal. La moneda es una invención relativamente reciente que ha simplificado muchísimo la vida de los pueblos, pero no debemos pensar, habituados como estamos a su uso insustituible, que la civilización no existía antes de que fuera introducido este instrumento. ¿Cómo es posible llevar a cabo una transacción comercial sin disponer de un bien que midiera el valor de otro bien? De nuevo es Herodoto quien nos explica las modalidades del trueque: los poseedores de una determinada mercancía desembarcaban en un puerto, descargaban sus bienes y luego se retiraban para demostrar que iban en son de paz. Los naturales del lugar aparecían y mostraban aquello de lo que disponían y que deseaban intercambiar, retirándose a su vez. Los primeros mercaderes desembarcaban de nuevo y consideraban la oferta: si les parecía adecuada, aceptaban el cambio; en caso contrario, retiraban parte de sus bienes, haciendo de este modo una oferta en su opinión más equitativa. Este tipo de intercambio podía aplicarse sólo al tráfico internacional y lo practicaban pueblos habituados a viajar, como fenicios, griegos y cartagineses. Pero esta clase de relaciones no agilizaba ni incentivaba el comercio privado. Puesto que las estructuras sociales eran de subsistencia y no existía especialización en el trabajo, los pequeños grupos podían vivir con cierta autosuficiencia; pero cuando los hombres organizaron sus propias funciones y se dedicaron a una sola actividad, el problema del intercambio se dejó sentir como algo grave y decisivo: el metalúrgico poseía muchas herramientas, pero necesitaba los vestidos del tejedor y la harina del molinero, los cuales a su vez, para vivir y trabajar, debían procurarse las mercancías de los demás artesanos.

La moneda natural

La división del trabajo, el nacimiento de las economías agrarias y el progresivo sedentarismo de los pueblos hicieron cada vez más urgente la necesidad de un sistema de comercio válido y sencillo. Así, pues, se buscó un medio aceptado por todos, a fin de dividir el intercambio en dos tiempos y poder aligerar el tráfico. Se trataba de escoger un producto de valor convenido, obteniendo de este modo una especie de escala comparativa. Esta mercancía-muestra, llamada moneda natural, podía ser extraordinariamente variada, pero debía cumplir dos requisitos, necesarios para desarrollar su función de bien intermedio: unir utilidad y conveniencia, y ser abundante pero al mismo tiempo preciada. La moneda natural seguía en uso en tiempos recientes: hasta el siglo XIX, en Islandia el costo de toda mercancía se establecía en pescado seco, y en Alaska, en pieles de castor. Entre los pueblos primitivos, aún en nuestros días hallamos monedas tan diversas como extrañas: esteras trenzadas en las Nuevas Hébridas, semillas de cacao en México, arroz en la India y el caurí o concha de molusco (es muy conocida la Cypraea moneta), de amplia difusión en todo el mundo. Los pueblos de la antigüedad prefirieron el ganado, que presentaba la indudable ventaja de gozar de aprecio y, al mismo tiempo, de ser abundante, además de muy útil. !>

El descubrimiento de los metales

Hacia el III milenio a. C., asistimos a la utilización del metal como forma de intercambio. El uso industrial de este material para la fabricación de herramientas hizo evidentes sus múltiples cualidades y la indudable ventaja que derivaría de su empleo como mercancía-tipo. Los metales son inalterables, se pueden fraccionar manteniendo las mismas características sustanciales, se pueden acumular sin que se deterioren, se transportan de manera sencilla y no requieren mantenimiento, Además, son fácilmente reconocibles por todos y es posible verificar su peso sin demasiadas dificultades. Por todos estos motivos, el uso del metal no tardó en hacerse muy común en los intercambios. La forma más arcaica es la de anillo, como atestiguan pinturas murales de una tumba egipcia de la época de Tutmosis III (Tebas, 1484-1450 a. C.) y hallazgos en la región del Cáucaso. También en el II milenio a. C., los hebreos usaron como unidades de peso el kikkar, o sea anillo, círculo. Luego (segunda mitad del II milenio a. C.) aparecieron los lingotes de cobre egeo cretenses, bloques pesados de forma rectangular (pesaban entre 10 y 36 kg y tenían un espesor de unos 6 cm). Estos lingotes, que circularon aproximadamente hasta el siglo X a. C., se han encontrado en Chipre, en Eubea, en Creta y en Cerdeña (donde los fenicios hacían escala), y de ello podemos deducir que fueron adoptados sobre todo para los intercambios marítimos, Durante las excavaciones efectuadas por Schiiemann en lssariik (una colina de Turquía noroccidental donde se hallan los restos de la antigua Troya), aparecieron barras de plata con la marca del Estado grabada a punzón, o la efigie de una divinidad: estos sellos servían para atestiguar la pureza del metal (pero todavía no el peso; por tanto no podemos considerarlos propiamente monedas). Otro excepcional hallazgo fue el realizado por el inglés Evans, quien, entre las ruinas del palacio de Cnossos, dio con unas bolitas de plata y oro pertenecientes al período minoico tardío (1600-1400 a. C.). Estas gotas, eran muy semejantes a las futuras monedas jónicas asiáticas, pero carecían del sello de la autoridad gubernamental.

La fase del metal-utensilio

En el siglo IX a. C. hizo su aparición un nuevo sistema de intercambio, regulado por el llamado metal-utensilio. Se trataba de herramientas propiamente dichas usadas como dinero, o bien de objetos que recordaban, por su forma, el antiguo utensilio pero que en realidad habían adquirido un nuevo valor. Estas , monedas tenían forma de hacha o doble hacha principalmente en Europa central, mientras que en el área mediterránea encontramos monedas utensilio en forma de varillas para asar de uso doméstico y religioso, llamados óbolos óbolo es nombre de una moneda griega en época clásica). Otro utensilio empleado como mercancía-tipo para los intercambios era el lebete, un caldero usado para la preparación de las comidas, pero también para los sacrificios religiosos. Homero lo cita a menudo y se recuerda también en una antigua inscripción hallada en Beocia, inmediatamente posterior a la paz de Antálcidas (año 386 a. C.), que se refiere a dracmas constituidas por seis varillas de bronce para asar. La dracma era el nombre de la moneda corriente en la cuenca mediterránea. Como se ve, cada vez nos aproximamos más, incluso en la terminología, a lo que será el nacimiento de la moneda propiamente dicha.

Entre religión y tecnología

Más adelante nos referiremos a la circulación de lingotes de cobre egeo cretenses de forma rectangular. En realidad, su aspecto experimentó diversas y aún extrañas transformaciones. Al comienzo eran casi perfectamente rectangulares, pero con el tiempo adquirieron una forma irregular que presenta prolongaciones en los cuatro ángulos. Esta rara evolución se ha explicado de muchas maneras, y todas las interpretaciones resultan de interés, pues están vinculadas a la sociedad y la cultura de la época. Algunos han querido ver en esa extraña forma dos hachas juntas, que se relacionarían con el culto de la doble hacha, de origen oriental. Dado lo estrecho de la relación entre la divinidad y los dones ofrecidos para asegurarse el favor de los dioses, muchos especialistas perciben un nexo entre la moneda y el ámbito religioso. Ofrecer al numen un don equivalía a pagar cierto precio que cuanto más valioso fuera, tanto más podía aplacar al dios y atraer su amistad. Estos conceptos de pago y adquisición revelan un significado original muy distinto al del ámbito económico en el cual solemos considerarlos. Otros especialistas han querido reconocer en la extraña forma de estos lingotes la estilización de la piel de buey, lo que remite evidentemente al período en que el ganado se utilizaba como moneda natural. También se atribuye esta prolongación de los ángulos a un simple, notable e interesante avance tecnológico: seguramente resultaba más rápido y práctico colar el metal fundido en lingotes juntos, y luego dividirlos cortándolos por los ángulos.