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Las monedas de Grecia

No es fácil seguir un criterio de clasificación para las monedas griegas: las poleis eran numerosísimas, y casi todas, por razones comerciales y por orgullo nacional, se organizaron para acuñar sus propias monedas. No había uniformidad en los sistemas de peso, y muchas ciudades adoptaron los mismos símbolos o tenían idénticas letras distintivas. Por último, faltan las fechas. Para distinguir las más de treinta cecas activas en la península griega y en las islas (a las que hay que añadir las cecas de África, de Asia y, naturalmente, de la Magna Grecia), pueden adoptarse diversos parámetros.

Criterios de clasificación

Muchos de los especialistas más acreditados en la clasificación monetaria griega se han atenido a una simple distinción geográfica, que asigna a cada polis la descripción de los diversos tipos a ella atribuidos. Otros prefieren clasificar según las diversas autoridades emisoras, distinguiendo entre emisiones de ciudades autónomas, emisiones bajo soberanos y tiranos (como para Macedonia, Siracusa, Siria, Egipto o Persia), emisiones de monedas ciudadanas (bajo la dominación romana) y monedas coloniales. Una clasificación muy interesante es la basada en el análisis estilística, que asigna a la moneda la dignidad artística, que sobre todo a las monedas griegas les corresponde con todo derecho. Los metales característicos de la producción griega fueron el oro, la plata y el bronce (más raramente el electro, usado sobre todo en Asia Menor). Tanto el oro (en realidad utilizado más bien tarde, a fines del siglo V a. C., y siempre en casos extraordinarios) como la plata (el metal que verdaderamente distingue las acusaciones griegas) se emplearon siempre en estado puro. El peso se establecía con gran atención y seriedad. El verdadero escollo para definir la moneda helénica radica precisamente en la multiplicidad de los sistemas ponderases con los que deben hacerse los cálculos: el sistema persa o microasiático, difundido en Asia Menor (adoptado por Creso y por los persas, pero también usado en la península itálica: Reggio, Cumas, Sicilia y Etruria); el sistema fenicio, extendido entre los fenicios en África, en algunas regiones de la Magna Grecia y en Macedonia antes del advenimiento de Alejandro Magno; el sistema ático, empleado, con algunas variantes, en Atenas y en Corinto y luego adoptado en el imperio macedonia y en la Magna Grecia, y por último el sistema eginético. Por lo que se refiere al período arcaico, ya os hemos referido a las , animales simbólicos de las acuñaciones de Egina, decididamente afortunadas en la solución formal y en la circulación, muy duradera. Si Egina dirigió su comercio principalmente hacia Oriente y al mar Egeo, Corinto, la segunda ciudad griega que acuñó moneda (hacia finales del siglo VII a. C.), desarrollaba sus actividades sobre todo en los mercados occidentales, en la Magna Grecia. Sus monedas fueron conocidas con el nombre de potros porque en el anverso llevaban la figura de Pegaso, el mítico cabalo alado capturado por Belerofonte. En un imer momento, las monedas de Corinto presentaban en el reverso una simple señal de punzón, pero la iconografía se fue perfeccionando con el grabado del retrato de Palas Atenea, diosa protectora de la ciudad, tocada con el yelmo corintio. Una famosísima imagen de la misma diosa la hallamos en las monedas de Atenas, la otra importante ceca de Grecia continental. La interpretación de los primeros tipos de la ceca ateniense es más bien controvertida: a las didracmas arcaicas acuñadas aún según el sistema eginético, y con la imagen del ánfora, siguieron las monedas de la reforma de Solón (año 590 a. C.), con los llamados tipos heráldicos. Seitam, un especialista en la materia, ha demostrado que los diversos tipos que figuran en las monedas de este período (por ejemplo el caballo) aparecen asimismo en los escudos de los nobles guerreros que decoran la cerámica. Otra teoría sostiene que estos símbolos señalan a los magistrados anuales de Atenas o bien que tienen significado religioso. En realidad, éste es un terreno muy incierto, en el que una hipótesis no excluye la otra. Muy pronto, hacia el año 525 a. C., las monedas de Atenas adoptarán la iconografía que conocemos mejor: la de la cabeza de Atenea en el anverso y una lechuza, el animal sagrado de la diosa, en el reverso. Una fórmula destinada a durar años y a ser reconocida y ampliamente imitada (la imitación es una señal inequívoca del éxito obtenido por una moneda y de la prosperidad del Estado que la emite). A comienzos del siglo VI a. C., la moneda circula corrientemente en la cuenca del Egeo, en el interior de Grecia y en las regiones de Asia Menor, y es interesante destacar que son muchas las características comunes de las monedas de esta primera producción, lo que demuestra los estrechos contactos comerciales y culturales en la zona. En todas las monedas de este período hallamos el reverso grabado en hueco y no en relieve. Evidentemente, para garantizar la bondad del metal y el peso, bastaba la figura del anverso. Cuando más tarde se introduzca también la iconografía en el reverso, las ventajas no serán sólo de orden estético: el nuevo elemento, en efecto, servirá para diferenciar los valores de las monedas. Las primeras producciones monetarias carecen de inscripciones y de leyenda: son, pues, anepigráficas. A veces, como en el caso de las monedas de Corinto que presentan la inicial del nombre de la ciudad en caracteres arcaicos, hallamos una letra distintiva; pero aún no era necesario aportar indicaciones más precisas y circunstanciadas de la ciudad emisora: el tipo figurativo característico, reconocible y adscribible con facilidad y certeza a la autoridad de emisión, constituía un elemento suficiente de garantía, válido para aceptar y cambiar las monedas.

Las lechuzas atenienses

Durante mucho tiempo, Atenas, que debía importar la plata y cuyo comercio se veía obstaculizado por la opulenta Egina, situada enfrente, hubo de contentarse con una posición mercantil más bien modesta. Cuando en el siglo VI a. C. se descubrió la rica mina del Laurio, la situación mejoró mucho, sostenida por un deseo creciente de expansión de los atenienses y, sobre todo, por un nuevo orden social que, dada su modernísima concepción, no podía dejar de favorecer el progreso económico y social. La reforma de Clístenes (fines del siglo VI a. C.) llevó al pueblo a participar en el ejercicio del poder, por vez primera en la historia de la humanidad, mediante un sistema de democracia directa. Otra innovación revolucionaria: la pertenencia a las diversas clases no se basaba ya en la renta agraria, como se había establecido en tiempos de Solón, sino en relación con el dinero en efectivo. De este modo, el poder económico era accesible también, y sobre todo, a los artesanos y a los comerciantes. Un cambio social tan importante condujo muy pronto a Atenas a convertirse en una encrucijada de fermentos ideológicos y comerciales de gran importancia: la difusión de la nueva moneda ateniense de plata, el tetradracma, que valía cuatro dracmas, revolucionó los equilibrios comerciales del mundo griego en detrimento de Egina y de las demás monedas hasta entonces fácilmente aceptadas en los diversos mercados (se han encontrado monedas de Atenas en España y en las regiones interiores de Asia). Tras las importantísimas victorias conseguidas sobre los persas (recordemos Maratón en el año 490 y Salamina en el año 480 a. C.), Atenas se dispone a convertirse en la ciudad hegemónica de Grecia, una supremacía que en ocasiones aplicará de manera más bien prepotente y violenta, como cuando mandó suprimir las muy odiadas tortugas, en el año 456, decisión ejemplar para demostrar su predominio político y comercial. Observando la iconografía de las monedas de Atenas, resulta evidente un estilo arcaico que halla su paralelo en el arte contemporáneo: el hermoso perfil de Atenea reproducido en los tetradracmas presenta el ojo dispuesto frontalmente, como en ciertas pinturas de vasos; además, la enigmática sonrisa de la diosa imita la actitud de los famosos kuros o curos del siglo VI a. C., en los que es manifiesto el esfuerzo por idealizar la figura humana sin representar pasiones, sean éstas de gozo o de dolor. La presencia de la figura humana, un tema privilegiado en el arte griego, se da por vez primera y con una selección iconográfico muy innovadora, precisamente en las monedas de Atenas. Por lo que se refiere a las variantes de este esquema iconográfico, pueden observarse los diversos tocados de la diosa. Inmediatamente después de la aplastante victoria del 480 sobre los persas, a Atenea se la representa con una corona de laurel. Aparte éste y otros cambios menores, las monedas de Atenea permanecieron casi invariables unos 200 años, o sea hasta el año 250 a. C. La explicación de semejante conservadurismo hay que buscarla precisamente en el inmenso éxito que esta divisa tuvo entre todos los pueblos que mantenían intercambios comerciales con los griegos. Probablemente se temía que una modificación sustancial de la iconografía despertara desconfianza entre los poseedores, y hubiera podido insinuar la idea de un cambio político en el seno de la polis, cuando la estabilidad era un elemento fundamental para definir una buena divisa.