1

Las primeras falsificaciones romanas

Un fenómeno muy frecuente en las monedas romanas de la República y de las primeras décadas del Imperio es el de las piezas llamadas forradas, esto es, con el interior generalmente de cobre o plomo. Se trata de acusaciones que presentan un ánima de metal vil, recubierto por una delgada película de plata: a primera vista la moneda parece de metal precioso, pero su valor intrínseco es netamente inferior. No obstante, aunque existen piezas de este tipo muy toscas, a todas luces obra de falsarios, en su inmensa mayoría presentan un notable cuidado en la fabricación y requieren precisión técnica. Ello induce a pensar en emisiones del Estado, puestas en circulación en momentos de necesidad.

¿Complicidad del estado?

Plinio el Joven recoge en sus Epistulae que en el año 91 a. C., M. Livio Druso hizo fijar al Senado las condiciones de la circulación de los subaerati (denarios forrados) en la proporción de un denario con aleación de cobre por cada siete de buena plata. Al contrario de lo que sostiene Plinio, los estudios más recientes sobre el tema concluyen que no se puede afirmar que el Estado autorizara por ley la emisión de monedas de plata forradas. Seguramente recurría a este procedimiento porque permitía cuantiosos beneficios (o ahorro): la técnica en cuestión precisaba de una mano de obra experta, que en cualquier caso en Roma corría a cargo de esclavos, y por tanto resultaba decididamente económica. Los metales que constituía el ánima de estas monedas podían ser de cobre, plomo o hierro, entonces muy baratos. En cambio, en aquellos tiempos la plata tenía un coste elevadísimo, alrededor del triple que en nuestros días, de modo que resultaba notable la ventaja económica de utilizarla en proporción reducida. Ciertamente, que fuera el propio Estado el encargado de emitir monedas adulteradas (con carácter oficial o no, eso tiene escasa importancia) constituye un fenómeno de gran relevancia e interés económico y jurídico, que anticipa en cierto sentido la moneda fiduciaria, la cual toma su valor más de un símbolo, el sello gubernativo, que de su valor intrínseco. Las monedas forradas no fueron, sin embargo, un invento del ingenio romano, cuyo gran sentido práctico hemos subrayado y puesto de manifiesto en varias ocasiones, sino que también circularon, aunque esporádicamente, en el mundo griego, por lo general muy atento a la pureza del metal. Herodoto (Historias, III, 56) narra, en efecto, que Polícrates, en el año 540 a. C. señor de Samos, una rica isla de Asia Menor asediada por los espadanos, obtuvo la retirada de éstos entregándoles monedas de plomo revestidas de oro. En realidad, se trató de un fraude puro y simple, puesto que los sitiadores creyeron haber recibido monedas auténticas a todos los efectos. También en el mundo helenístico, tan confuso e incierto desde el punto de vista político y jurídico, abundan los ejemplos de monedas forradas (recordemos las emisiones de nuevo estilo en Atenas en la época de los magistrados Polemón y Alcetes). Pero no cabe duda de que fueron los romanos los máximos productores de esas monedas. En circunstancias de particular dificultad o incertidumbre, el Estado recurrió a la emisión de monedas con el metal alterado. Así, en el año 217 a. C., año de la batalla de Trasimeno, ganada por Aníbal durante la segunda guerra púnica. Augusto se servía de dichas monedas para sus intercambios con los pueblos de la India. También se emitieron en el año 69, en que se sucedieron dramáticamente no menos de cuatro emperadores. Por su parte, Cómodo (años 180-192) fue el último que avaló la emisión de denarios forrados. Con Septimio Severo (años 193-211), ya no tuvieron razón de ser, pues una gravísima crisis económica obligó a modificar definitivamente la ley de la plata, cuya cantidad efectiva en los denarios y sus múltiples (antonianos) era sólo del 50 %. La acuñación de monedas de oro fue esporádica durante la República; de ahí que el fenómeno de los forrados de ese metal sólo se dé en el Imperio, período en el cual estaban difundidos los áureos y los sólidos. En realidad, muchos especialistas ponen en duda que existan forrados de oro salidos de las cecas oficiales, y tienden a considerar estas monedas como falsas a todos los efectos.

¿Cómo se obtiene una moneda forrada?

La fabricación de una moneda forrada presuponía una capacidad técnica que sólo poseían artesanos expertos. En Roma, donde estas monedas tuvieron la mayor difusión, el procedimiento de producción consistía, ante todo, en preparar un redondel de metal VII, del peso y diámetro requeridos, pues la forrada no debía presentar diferencia alguna con la original. Aparte el cobre, ningún otro material admite la fase siguiente del proceso. Al redondel bien pulido se le superponía a mano una lámina de plata, esmerándose por adherirla perfectamente: el disco así obtenido se llevaba a la temperatura de fusión de la plata, 960 grados. A esta temperatura, también el cobre, cuyo punto de fusión es de 1. 080 grados, comenzaba a fundirse, lo que permitía una perfecta adherencia del metal noble al vil, Otros metales, como el hierro, el plomo o el estaño, no admitirían esta operación, porque funden a temperaturas más elevadas (1. 535 grados el hierro) o mucho más bajaas (3 grados el plomo 231 el estaño), por lo que se limitaban a bañarlos en plata u oro fundido, siendo su acabado más tosco y detestable la falsificación,

¿Por qué monedas dentadas?

Además de la técnica de las monedas forradas, existe otra muy usada durante la República romana: las piezas dentadas (o aseri Éstas presentan un cort dentado que recuerda el sierra. En Roma, con una fr intermitente en la produ monedas aserradas aparecen a partir de un denario autónomo caracterizado por la iconografía de la rueda en las más arcaicas, y terminan definitivamente hacia el año 50 a. C. Nadie, todavía, ha conseguido explicar razonablemente el motivo de la extraña característica de estas monedas. Se ha querido ver en los pequeños cortes del borde un sistema para remediar un exceso de peso en algunos casos, Pero al advertirse que el monetario que adoptaba este sistema lo utilizaba para su entera producción de denarios, parece improbable que todas las monedas de un mismo funcionario presentaran exceso de peso. Otros especialistas han aventurado la hipótesis de que se adoptara el dentado con el fin de hacer desistir del esquileo de las monedas (un sistema fraudulento que consistía en recortar el borde a fin de reutilizar el metal precioso). Pero también esta explicación resultó poco creíble debido a algunas consideraciones: ante todo, se ha comprobado que se dentaban incluso monedas de bronce, metal de cuyo esquileo no se obtiene ventaja alguna; y además esta práctica, auténtica plaga en época medieval, no estaba muy difundida en la antigüedad. En efecto, quien mutilaba las monedas, además de cometer un acto ilícito incurría en sacrilegio, pues en ellas aparecía a menudo la figura de una divinidad. Según una hipótesis posterior, la moneda habría sido dentada para demostrar que no era forrada, motivación plausible, pero que no explica la existencia de denarios al mismo tiempo dentados y forrados. Hay quien, basándose en un pasaje de Tácito, considera que el dentado hacía más aceptables las monedas para los pueblos bárbaros, con los que se mantenían relaciones comerciales. Nada autoriza, sin embargo, a otorgar especial crédito a esta interpretación. La práctica que nos ocupa también podría considerarse como un modo de distinguirse, adoptado por algunos monetarios, o como algo relacionado con el mundo religioso, o incluso como una oscura alusión a cultos celestes. Las hipótesis pueden ser de lo más variado y extravagante, pero ninguna llega a aclarar este curioso borde en forma de sierra, pero de lo que no hay duda es que obstaculiza las falsificaciones.